UN VIAJE ESPECIAL
Carla estaba sentada, pensando esa noche que a sus 31 años, había olvidado muchas cosas en su vida, entre ellas, la más importante, ella misma.
Mientras dejaba consumir un cigarrillo, entre sus dedos, como perdida fijaba su mirada en la ventana de su departamento: su pequeño mundo como a ella le gustaba decirle. Se decía a sí misma, que era ella el principal motivo de la soledad que vivía.
Poseía un título de Arquitecta, obtenido en muy breve plazo, fruto de su inteligencia y empeño para conseguir las cosas. Sin embargo, su más alto ideal, pese a todo esfuerzo, no lo había logrado, enamorarse.
Fue al baño, y cuando salió, en su dormitorio, se miró en el espejo. Estaba en ropa interior, y pensó que tenía una buena figura. No tenía el físico que hace dar vuelta a los hombres en la calle, pero era atractiva.
Se puso de perfil y se detuvo en sus curvas, deslizando sus manos por las mismas, como acariciándose. Sintió y hasta se estremeció, al percibir la tersura de sus pechos medianos, su redonda cola, su mediana estatura. Su peso estaba bien repartido, cara inocente, ojos marrones claros y su cabello ondulado rubio oscuro hasta los hombros.
Se acostó y se preparó a seguir leyendo su libro de suspenso, un género que le apasionaba pero antes retornó a su más severa inquietud. ¿Cuántos hombres pasaron hasta allí por su vida, con cuantos se acostó? Pocos, muy pocos.
¿Era ella la causante de ello? Concluyó que sí. No había dejado lugar a sus sentimientos, todas sus energías se enderezaron a un solo objetivo, su título. Se preguntaba: ¿Y ahora? Decidió que terminaría de afianzarse en el trabajo y se ocuparía de ella.
Al otro día, decidió poner fecha a sus vacaciones pendientes, era el momento de salir de la rutina despejarse y descansar.
Eligió un lugar en las montañas. Como era temporada baja, supuso que conseguiría lugar. Llamó a la posada para hacer la reservación. Luego, a la compañía de micros para asegurarse el pasaje, algo que tampoco le traería problemas.
Pasó esa semana ansiosa y el sábado, se vistió con un jean apretado, una camisa rosa y una campera de nylon roja. Recogió su valija, tomó un taxi y se dirigió a la terminal de ómnibus.
Tomó un café, mientras aguardaba el horario de partida, que sería por la noche, como le gustaba, especialmente porque el viaje sería largo.
Se sentó junto a la ventanilla, en la mitad del micro. Estaba sola, no había muchos pasajeros.
Luego de mas de dos horas de viaje, mientras dormitaba, sintió que el micro se detenía. La azafata anunció que dispondrían de 20 minutos para tomar algo, comprar, caminar, o lo que gustaran.
Carla bajó, pidió una gaseosa y se sentó en un banco que había afuera.
Mientras miraba hacia donde estaba el micro, vio que paraba una camioneta en uno de los surtidores de nafta, de la que bajaron tres hombres. Por su aspecto rudo, denotaban trabajar en el campo, lo que no le causó extrañeza, pues se trataba de una zona rural. La camioneta y el barro en las cubiertas, confirmó lo que sospechaba.
Tuvo oportunidad de observar bien a los tipos, mientras se acercaban al bar. Uno era mayor, de unos 60 años, alto, canoso, vestido con una camisa a cuadros, un jean gastado y botas negras. Detrás, venían los otros dos, mas jóvenes, uno de unos 40 años, morocho, con barba tupida, gran físico, morrudo, pero no tan alto como el mayor. El otro, era mas bajo, flaco, cabeza rapada, un aro en la oreja izquierda y barba candado. Ambos vestían con una remera blanca, jean, y zapatillas.
Los tres miraron a Carla, que permanecía sentada con la gaseosa por la mitad. Salieron enseguida cada uno con una gaseosa, el mayor se sentó al lado de Carla y la saludó, los otros dos se quedaron parados apoyados contra la pared y también la saludaron. Ella contestó el saludo pero muy fríamente.
Luego de un rato de silencio, ella empezó a sentirse incómoda con los tres sujetos a su lado. Habiendo tanto lugar, imaginó que la intención de ellos era el diálogo y esperaba que fuera sólo eso.
El que estaba sentado junto a ella le dijo
- Linda noche; ¿Viajas en el micro? Carla no contestó inmediatamente, pero casi sin darse cuenta le dijo
- Si, voy a las montañas.
Los pasajeros que habían descendido, estaban subiendo nuevamente. Apresuró la gaseosa, miró al tipo que le había hablado, lo saludó y comenzó a caminar hacia el micro.
Su instinto le decía que la miraban, pero se tranquilizó pues no consideraba estar provocativa, subió al micro y al rato comenzó la marcha hasta la próxima parada.
El viaje era largo, con varias postas, tanto para descanso, como para subir y bajar pasajeros. Carla, al no poder dormir, miró por la ventanilla, todo estaba oscuro. Fue entonces cuando se sorprendió, al ver la camioneta con los tres tipos, transitando en paralelo al colectivo y más precisamente, justo frente a su ventanilla. Mantenían la misma velocidad que el micro y la miraban riéndose.
Ella se sintió molesta, corrió la cortina y se acomodó en el asiento, no le gustó eso, algo le decía que el viaje sería distinto.
Llegaron a la próxima parada, y ella decidió bajar a tomar algo caliente. Pidió un café doble y no pudo ocultar su sorpresa, cuando vio entrar a los tres tipos. La saludaron con movimientos de cabeza, cuando pasaron frente a ella.
Carla ahora mas que molestia sintió temor. Comprobó que ellos la seguían y eso la preocupó.
Aceleró el café y se fue rápido hacia el micro, sin mirar atrás. Subió y se acomodó en su asiento, se acurrucó como queriendo esconderse, corrió bien la cortina de la ventanilla, como para asegurarse no ser vista y esperó que el micro arrancara.
Luego de lo que le pareció una eternidad, el micro partió por fin y a ella la venció el sueño.
Despertó cuando sintió que paraban. Estaba adormilada, por lo que decidió que no bajaría esta vez. Se disponía a reacomodarse y continuar su descanso, cuando una sensación de terror la invadió.
El mayor de los tipos, caminaba por el pasillo del bus. Mas aún, se reclinó frente a ella, con una amplia sonrisa y le susurró, con el aliento pegado a su boca
- Vamos linda, no vas a bajar? Te estamos esperando, por favor no nos dejes sin tu hermosa presencia, a la par que se corrió la casaca y dejó ver la culata de un arma.
Se puso pálida, como congelada y sin pensarlo se incorporó. Como autómata, comenzó a caminar hacia la puerta del micro. Pensó en pedir ayuda, pero incomprensiblemente, por temor o algo más, optó por callar y caminar hacia donde estaban los otros.
Llegando a los peldaños, trató de divisar la camioneta y es allí que nota la presencia de otros pasajeros que se acercan hacia el ómnibus. Carla comprendió que tenía una oportunidad única para escapar. Sin pensar, comenzó a correr desesperadamente sin mirar atrás, hasta llegar al bar. Comenzó a gritar que la perseguían. Que una camioneta seguía al micro y trató de señalar a los individuos, advirtiendo con estupor que habían desaparecido.
Algunos compañeros de viaje trataron de contenerla. Alguien le alcanzó un vaso de agua. Pronto comprendió que no daban crédito a sus palabras. En un intento desesperado, recurrió al encargado de la estación de servicio. Le proporcionó una descripción de los hombres, pero nada podía aportar sobre la camioneta. Reparó que no podía dar modelo, color ni nada. Sólo que era una ranchera antigua. El encargado le dijo que, sin duda, no eran del “pago”, según se desprendía de su propio relato y que daría aviso a la caminera para que detuvieran a vehículos similares en busca de sus perseguidores. Sintió que sólo quería complacerla, pero de todos modos, se sintió aliviada. Al menos alguien la había escuchado.
Instantes después, continuaron el recorrido. Hubo dos paradas más. En ambas, descendió con el contingente, no sin mirar de continuo el entorno, por si acaso veía a alguno de los tres tipos. Nada. Por fin arribaron a la Terminal, donde debía hacer enlace, para arribar a la posada.
Cotejó horarios y precios entre ómnibus y charter disponibles. Optó por el último que, aunque levemente más caro, la dejaría en la puerta misma de la posada y salía en quince minutos. Compró el pasaje y sintió urgencia por concurrir al baño, donde también se refrescaría un poco.
Una vez en el baño, ingresó rápidamente a uno de los privados, se desabrochó el pantalón, bajó la tanguita que llevaba y pronto sintió el placer de aliviar su colmada vejiga. Estaba abstraída, cuando un leve sonido, irreconocible, la puso alerta. Prestó atención, no sintió nada más. Sin embargo, la invadió la sensación de que estaba siendo observada. Se dijo que era imposible. Tras higienizarse, volvió a acomodar su ropa interior y estaba subiendo el jean, cuando sintió lo que era un inconfundible gemido. Pero no cualquier gemido. Era de goce. Terminó de cerrar rápidamente el pantalón y salió casi violentamente del reservado. Si había alguien allí, lo sabría. No había nadie, salvo una persona, en el gabinete contiguo al que ocupara. Presumió que de allí provenía el sonido que había escuchado y como era el baño de mujeres, se despreocupó. De inmediato, comenzó a desabrocharse la camisa. Sentía que sudaba en el entrepecho y el sostén favorecía esta situación, por lo que desabotonó hasta debajo del mismo para extraer una toalla higiénica, humedecerla y empezar a pasarla por el contorno de sus senos. No pudo evitar admitir que los tenía pequeños y erectos, además de muy sensibles al tacto. Sentía un gozo especial al sentir el contacto de la toallita de papel en su piel. Cerró los ojos y se entregó a la sensación. Bajó el cuello de blusa, hasta descubrir parte de sus hombros y continuar masajeándose y devolver frescura a su piel, cuando volvió a escuchar un gemido. Sintió como si una corriente eléctrica le recorriera la columna vertebral. El sonido estaba detrás de ella, provenía del gabinete ocupado y definitivamente, la estaban observando. Apresuradamente, sin llegar a cerrar todos los botones, tomó su cartera y salió del baño. Corrió hasta la sucursal del charter que, por fortuna, ya estaba haciendo ascender a los pasajeros. Entregó su boleto y se acomodó.
Minutos después, fue nuevamente golpeada por el temor. Al último pasajero que ascendió, aunque bien afeitado y de sport elegante, lo reconoció como al menor de los tres tipos que la habían acosado en la ruta. Pero estaba solo y, además, saludó al chofer como si fuera un viejo conocido. Se dijo a sí misma que estaba sugestionada por lo todo lo vivido. Sin embargo, no dejaba de mirar de tanto en tanto al pasajero, que no parecía prestarle la menor atención.
Uno a uno, fueron descendiendo los ocupantes del servicio privado. Finalmente, sólo quedaron su desconocido conocido y ella misma. Entonces, por primera vez, él la miró y le sonrió. El gesto lo hizo inconfundible. Presa de pánico, interrogó al chofer sobre si faltaba mucho para arribar a destino. Insólitamente, fue quien ya sin duda, era uno de sus perseguidores, el que le respondió que no se preocupara, que pronto llegarían. A continuación, agregó:
- ¿Porque vamos al mismo sitio, verdad?
Sin pensarlo siquiera, tomó su bolso y cartera y fue hacia la puerta. El chofer, sin inmutarse, la trabó por dentro desde la consola. Metros más adelante, a un lado de la ruta, estaba la camioneta que no había podido describir en su momento.
Mientras el transportista disminuía la marcha y se acercaba al otro vehículo, el joven se acomodó junto a ella, rodeó su cintura, apoyando una mano en la nalga de Carla, quién instintivamente, puso sus manos en el pecho de él para alejarlo.
El tipo la miró con ojos desencajados, mientras con la cabeza le decía que no, que no se resistiera, presagiando lo que inevitablemente sucedería.
Mantuvo la mano en la nalga pero, esta vez, la movía acariciándola y apretándola rítmicamente, mientras con los ojos cerrados, suspiraba y al oído le susurraba palabras obscenas.
Comenzó a recorrer la raya de la cola por sobre el pantalón. Con la otra mano, empezó a desabrocharse la bragueta para luego, guiar la de ella, hasta su erecto pene.
Carla se resistía a agarrar el aparato de él que estaba a punto de explotar. Él ejerció presión con su propia mano en la de ella, haciéndole sentir la dureza del miembro. Continuó manoseándola más fuerte, casi con violencia. La apretó contra su cuerpo y empezó a luchar por desabrocharle el jean, mientras con la otra mano, hacía saltar los botones de la camisa, para llegar a su pecho y comenzar a chuparlo.
Llena de asco y temor, Carla logró sacar fuerzas para, libres ya sus manos, empujarlo, haciendo presión sobre la cara de él y decirle
–Basta asqueroso, no me toques más.
Su reacción, pareció motivarlo más, al extremo de levantar su mano abierta, con intención de darle un sopapo. Carla logró eludirlo, levantando su brazo para cubrirse. Él la zamarreó con violencia y le dijo en tono imperativo
– Quietita y zalamera como gatita, que sino la vas a pasar definitivamente mal.
Instantáneamente, volvió a apoyarse en la cola de ella y succionarle rudamente los pechos.
Sin que Carla lo advirtiera, su agresor, hizo una seña con la mano al conductor del charter. Éste, de inmediato, destrabó las puertas y se incorporó para unirse a Carla y el joven. Tras bajarse los pantalones, terminó de bajar los de Carla, colocándose a espaldas de ella, para apoyar su miembro en la raya del culo de la misma, mientras con sus manos, recorría la panza de su presa, llevándolas lentamente hacia abajo.
Ella comenzó a llorar pero se quedó quieta. Suplicaba muy bajito que la dejaran en paz, pero no era escuchada. Ambos estaban como poseídos, gimiendo y apretando su cuerpo casi compulsivamente. César, como se llamaba el chofer, le introdujo un dedo dentro de la cola haciéndola gritar, gozando con el dolor que provocaba. Su compañero, hizo lo propio, yendo directo a la vagina e insertando dos dedos dentro. Ella se retorció hacia delante sumamente dolorida, impotente y degradada. Fue entonces cuando, con horror, advirtió que subían al minibus, los dos tipos que aguardaban en la camioneta antigua. Ambos miraron la escena con una sonrisa y empezaron a masturbarse. Inmediatamente después, cuando el más joven ya la estaba penetrando, sin delicadeza ni lubricación, el mayor de todos, la tomó por los cabellos, empujando su cara para introducirle la lengua en la boca, hasta atragantarla. Carla lanzó un gemido propio de estar a punto del vómito, que lejos de detenerlos los excitó más.
Ya estaban los cuatro rodeándola y manoseándola por todo el cuerpo. La penetración se tornó más violenta, a mucha velocidad, mientras César la sujetaba de atrás diciéndole cosas obscenas y luchaba por insertarle el pene por la cola. Se escuchó un alarido ensordecedor de ella, que casi pierde el conocimiento, al sentir la cruenta doble penetración.
Los dos restantes tocaban los pechos, la besaban en el cuello y la sujetaban. Ella, sin lágrimas ya, se quebraba en gritos, que se iban apagando hasta convertirse en triste afonía.
César, ya rota toda resistencia, comenzó a bombearle el culo con rudos empujones, gritando con cada uno de ellos, agudizando el dolor de la desdichada víctima.
El que la penetraba por adelante acabó dentro de ella y se sentó a fumar un cigarrillo.
No hubo respiro para Carla, pues su lugar fue tomado de inmediato por el hombre mayor, quien comenzó besándola grosera y lascivamente en la boca, apuntando a la vagina su gran miembro, erecto y bien duro.
El infierno, no sólo no cesaba, sino que iba en constante aumento. Ahora recibía un pene muy grande, muy grueso, en el preciso momento en que César, siempre gritando, pero introduciendo más profunda y rápidamente su erecto pene, acabó. Tampoco esta vez llegó el alivio. Al salir el miembro de su cola, ya estaba apuntando otro hacia su dolorido y maltrecho agujero.
El mayor ya había logrado meterle la mitad y comenzó su ano a abrirse para recibir a un nuevo visitante.
Pensó que moriría, que no soportaría ese calvario. Tenía nuevamente, ambos orificios ocupados, estaba empalada, inmóvil, sangrando y pidiendo que todo eso terminara de una vez.
No iban rápido, al contrario, eran movimientos lentos pero muy profundos; ambos parecían tener experiencia en doble penetración y lo peor, eran destructivos, implacables, juntos empujaban hasta el fondo, hacían mucho daño.
Terminaron juntos, la llenaron de semen hasta dejarla chorreando. Carla pensó que todo terminaba pero no era así.
César y otro de los hombres jóvenes, la tomaron por los brazos y la obligaron a recostarse sobre un asiento doble del minibus. A continuación, el primero, apoyando su rodilla derecha en el mismo asiento, le introdujo su aparato en la boca. Carla, ya sin fuerzas de ningún tipo, lo aceptó mansamente. Agotada, dolorida, abrió su boca, permitiendo que la cabeza penetrara en ella. No supo quien, le presionó las mejillas para obligarla a succionar, mientras César empujó violentamente hacia delante, la atragantó. Su rostro empalideció. Cuando por fin sacó la pija, le provocó profundas arcadas.
Luego de meterla nuevamente le eyaculó dentro, sujetándola para obligarla a tragar el semen.
Tuvo que soportar una nueva penetración del mayor por el ano, esta vez, de costado. Los otros dos jóvenes, la manoseaban, introducían sus dedos en la vagina, la mordían, pellizcaban sus pezones, la torturaban de mil maneras, jadeando. Uno de ellos eyaculó sobre su pecho. Todo era un torbellino abominable. Tardó lo que le pareció una eternidad. Quedó allí tendida con los ojos cerrados, esperando quien sería el próximo, pero allí terminó todo. Abrió los ojos y los vio vestidos, mirándola. Al culminar, la alzaron por brazos y piernas y la dejaron a la vera del camino, junto con su ropa semidesgarrada.
Antes de subir a la camioneta, uno de ellos se acercó y le dijo
– Esto queda acá, entre nosotros, cualquier intento de hablar sobre lo que pasó significa que nos volvamos a encontrar, pero será no tan dulce como esta vez.
Giró y se metió en la camioneta. César hizo lo mismo con el transporte de pasajeros.
Tardó mucho en reponerse lo suficiente como para poder vestirse, abrochando los escasos botones que quedaban en la camisa. Sentía frío. Caía la noche. Estaba sola, en el medio de la nada y absolutamente desorientada. Se recostó, cerró los ojos y en una mezcla entre sueño y llanto, creyó percibir luces en el camino. Aguzó los sentidos, se incorporó todo lo que pudo. Estaba totalmente magullada y amoratada. También sangraba levemente por la vagina. No lograba incorporarse, pero trató de levantar los brazos y moverlas para ser vista. Su esfuerzo no fue en vano. Las luces eran de un coche mediano, un modelo moderno, que no podía identificar por el estado en que se hallaba. Sus ocupantes, una pareja joven, se detuvieron. El conductor, tras un momento de indecisión, descendió del vehículo y se le acercó, no sin dejar de mirar hacia todos sus flancos. Por fin le preguntó que le había ocurrido. Carla, aún disfónica, apenas podía balbucear. Mostró los moretones de sus brazos y rompió en llanto. Fue suficiente. El joven la levantó, mientras su compañera abría la puerta trasera, donde la acomodaron. Carla iniciaba un nuevo viaje.
MARCEL MILORD Y Sra.