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"Oye, si tú no eres capaz de hacerme madre, tendremos que ir pensando en otra alternativa."
Quiero suponer que antes de iniciar el relato acerca de las manías de mi mujer es necesario que conozcáis algo sobre nosotros: mi nombre es Juan, 29 años, estatura 1,80, cuerpo regularcillo con algo de barriga, la verdad, gracias a las exquisitas cenas que Marisa prepara cada noche para su amorcito, o sea yo. Ella, Marisa, es mi mujer, claro, la que me mima con sus cenas, aunque sus mimos no acababan con las cenas iban más allá; hacíamos la digestión revolcándonos en la cama presos de una pasión sexual que se repetía cada noche.
Marisa es una chica con cuerpo de infarto: 25 años, pelo castaño claro con una melena que descansa sobre los hombros, ojos verdes, labios gruesos en forma de corazón, pechos del tamaño de melocotones grandes y duros de esos que invitan a morderlos, aunque no te quepan en la boca, pero sí los pezones rosados y sensibles. Culo y muslos muy, muy tentadores que a ella le gusta resaltar vistiendo minifaldas, para mi disgusto, porque los tíos empezaban el repaso del cuerpo de mi mujer justo ahí: en el culo. Para terminar la descripción de Marisa, solo me queda decir que sus encantos, lo contiene un cuerpo pequeño, escasamente 1,60 de estatura.
- Juan, tenemos que hablar. Hace justo un mes dejé de tomar la píldora.
- ¿Y?
-Esta tarde me ha bajado la regla.
-¡Joder Marisa!, acordamos que de momento no íbamos a tener críos, que disfrutaríamos hasta que cumplieses los 30.
- ¿Y no te hago disfrutar cada noche? – ladeó la cabeza – Igual te haré disfrutar con un bebé en la cuna. ¡ Quiero que me preñes !.
-Pues no es mi culpa si no te quedas preñada, cielo. Yo cumplo cada noche, como es mi obligación.
-Quizá ahí reside el problema, Juan. Tú te limitas a “cumplir” y muchas noches te noto desganado, apenas sueltas unas gotitas de esperma en la vagina. ¿Qué puedo hacer para que recuperes la energía de antaño y te corras dos o tres veces inundándome de leche?
-Marisa, esto es lo normal en un matrimonio. Ya hace tres años que nos casamos y la pasión va menguando ...
-Estoy dispuesta a esperar un mes más, hasta la siguiente menstruación – me miró con los ojos entrecerrados – pero si tú no eres capaz de hacerme madre, tendremos que ir pensando en otra alternativa.
A partir de esa noche las cosas se pusieron difíciles entre los dos. Tras cenar ella corría al dormitorio esperándome desnuda sobre la cama abierta de piernas, pero yo, tal vez debido al cansancio del trabajo y de la tensión creada entre nosotros, aún esforzándome me era difícil conseguir que se me pusiese dura y eso que mi mujer se encargaba en variar sus posturas, meterse la polla en la boca relamiéndola. Pero ni así; mi miembro cada vez estaba más lacio.
El sábado quedamos para comer con mi hermano Berto, como era habitual. Berto, además de hermano, es el mejor amigo con el que siempre comparto mis alegrías, mis inquietudes. Nos reunimos en el restaurante de siempre, Marisa preciosa riendo por cualquier cosa porque Berto le caía súper bien, de siempre.
-¿Qué tal vuestra vida, chicos? – él reía mientras picoteaba la ensalada.
Los dos respondimos a la vez:
-Bien – dije yo.
-Jodida – dijo Marisa.
-¿Bien jodida, pequeña? – Berto se descojonaba de risa, mirando a mi mujer.
-Pues sí, grandote. – lo miró seria – A tu hermano soy incapaz de ponérsela dura y mira que lo intento.
- Marisa, un respeto por favor. Que Berto es mi hermano.
-Pues justo por eso. Los problemas mejor resolverlos en familia, ¿no?
-¿Hablas en serio, pequeñaja?
Ahí empezó nuestra discusión: Marisa le explicaba su versión a Berto, mientras que yo la rectificaba echándole a ella parte de la culpa. Al final mi hermano conoció nuestro problema, de pe a pa.
-¿Qué pensáis hacer? – Berto se rascaba la cabeza, perplejo y dudoso.
-Ahí entras tú, mequetrefe. Quiero saber tu opinión al respecto, que eres el único que parece tener cerebro en tu familia. Lo único de lo que estoy segura es que voy a ser madre. De tu hermano o de quien sea.
Las frecuentes discusiones entre Marisa y Berto siempre iban acompañadas de cariñosos insultos. Él la llamaba pequeña, pequeñaja, zorrita, putón; mientras ella respondía, mequetrefe, cabroncete, maricón o cualquier otra lindeza del amplio repertorio de que disponían. Era divertido escucharlos, pero no ahora.
-Joder, Juan, podrías esforzarte algo más, ¿no? porque te aseguro que tienes una zorra muy comestible. Vamos, que está buenísima. – mirad chicos, siguió – Quizá debéis optar por otras opciones, hoy día hay alternativas, la inseminación, vientre de alquiler, adopción y ¡qué sé yo!, mejor consultáis a un ginecólogo ...
-Todo eso cuesta un dineral, Berto, y supongo que es un proceso lento – mi mujer lo miraba intensamente –- hemos de encontrar una solución más directa, más natural. Piénsalo cuñado ¿no se te ocurre algo más fácil?
Un incómodo silencio nos envolvió. Mi mujer se estaba ofreciendo veladamente a mi propio hermano y aunque en principio me jodió, pronto comprendí que era la mejor solución. A fin de cuentas, todo quedaría en familia: ella quedaría contenta cuando la preñase y yo me quitaría un peso de encima, pues era consciente de mi incapacidad para follarla como Dios manda.
-Hermano, Marisa no ha podido ser más explícita. Estamos pidiendo tu ayuda, joder. – lo mirábamos expectantes, tanto ella como yo – Si tan apetecible y tan buenísima te parece mi mujer, quiero que sepas que estaré de acuerdo cuando la folles y compruebes lo necesitada que está; es una loba en celo.
Mi hermano abría mucho los ojos, sorprendido por nuestra propuesta, aunque apenas terminada la comida los tres andábamos hacia casa, ella riendo feliz y nosotros pensativos. Ya en casa ella entró corriendo al dormitorio y tras un par de minutos, gritó
-¡Chicos, me tenéis dispuesta! – Berto y yo nos miramos, lo agarré del brazo y lo arrastré al dormitorio; él estaba tenso, tanto que le di una patada a la puerta y de un empujón lo planté frente al desnudo cuerpo de mi mujer que estaba de pie al lado de la cama. Yo mismo empecé a desabotonarle la camisa, al tiempo que Marisa arrodillada le quitaba el cinturón y tiraba del pantalón con lo que al instante rebotó la polla de él, gordísima y larga apuntando a la cara de mi mujer; ella, puesto que estaba de rodillas, no tuvo más remedio que lamer el duro cipote y lentamente tragar la polla entera mientras sus manos empujaban los glúteos de él. Yo me senté en el sillón marrón con los brazos cruzados, quería ser el privilegiado espectador de la primera follada de mi esposa con mi hermano.
-¡Juan, joder!. ¿Vas a quedarte ahí todo el rato mientras follo a nuestra putita? – exclamó, al tiempo que empujaba la cabeza de ella hurgando su boca con el pollón.
-¡Claro que sí!. Una cosa es que permita a la zorra que te la folles hasta reventarla, pero no me fío de ninguno de los dos.
-Déjalo Berto, te aseguro que Juan es inofensivo – soltó Marisa mientras sacaba la polla de la boca – He notado en la garganta tus gotitas y no voy a desperdiciar ni una sola de tus gotas de leche. ¡Las quiero todas en mi vagina! – Tras esto, estiró el cuerpo sobre la cama abriendo las piernas, extendiendo los brazos para acoger el cuerpo de él.
Marisa lo abrazó, cuando mi hermano se tumbó sobre ella lamiendo sus labios, enredando las lenguas, bajando por el cuello y mordiendo un pezón erguido, mi mujer dio el primer grito mientras temblaba su cuerpo con tal placer que me sorprendió, aunque mi sorpresa iba en aumento cuando observé que ella empujaba la cabeza hacia su entrepierna y mi hermano metió la cara entre sus muslos lamiendo, chupando, bebiendo los jugos que resbalaban por los muslos de ella. Me imaginé que la lengua de él había descubierto el abultado clítoris de Marisa y lo castigaba sin piedad, cuando ella gritó como una loca mientras convulsionaba su cuerpo y acariciaba la cabeza de mi hermano con ternura.
-A este paso, difícilmente la vas a preñar, Berto. – murmuré – La verdad es que me estoy aburriendo.
-Esto tan solo son los preliminares, Juan. Es cierto lo que dijiste: tu mujer está muy necesitada.
-Él siempre va directo al grano, bueno, al granito porque yo ni me entero.
-Esta tarde prometo que te vas a enterar, zorra. Venga, abre bien las piernas que hoy te dejo bien preñada y si no me corto los huevos.
He de confesar que las dos horas siguientes fueron alucinantes. Marisa tumbada sobre la sábana mirando al techo con los ojos brumosos – quiero suponer que por la vergüenza de la entrega a una polla extraña–, abría sus labios vaginales con dedos temblorosos mostrando una vagina rosada plena de agujeritos, en la que destacaba el prepucio del inflamado clítoris que asomaba entre los labios mayores. Berto apoyó el glande en el abierto coño frotándolo suavemente arriba y abajo hasta el esfínter del culito a la vez que ella movía la cabeza de este a oeste murmurando no sé qué, mas cuándo él de un empujón sin preaviso hundió la polla hasta el hígado, la mujer lanzó un alarido que rebotó en las paredes haciendo eco. Él repetía los trompazos con violencia, aunque a veces lo hacía con suavidad para dejarla respirar tras los inmensos orgasmos de ella que se repetían con mucha frecuencia – demasiada, para mi gusto – Mi hermano, que permanecía arrodillado entre los muslos amasando las tetas y pellizcando los pezones de la hembra, se tumbó sobre ella, unieron sus labios con un beso profundo, lenguas incluidas. Era evidente que los dos disfrutaban de sus cuerpos, pues se revolcaban con pasión; unas veces ella arriba y otras debajo, aunque siempre la polla bien adentro, chorreando los dos tanto por las dos corridas con las que Berto había regado el fondo de la vagina como por la fuente de secreciones jugosas de ella que se expandían por el coño y los muslos de ambos. También quiero confesar que la visión de ver a mi hermano follando a Marisa con la intensidad y la alegría con la que lo hacían los dos, lejos de cabrearme me habían excitado, hasta el punto de empalmarme. Puse la mano en el bulto y comprobé la dureza y que llegaba hasta más arriba del ombligo.
Miré a Marisa, quién jadeaba tendida en la cama medio ahogada tras su vigésimo orgasmo; Berto tendido al lado seguía masajeando sus tetas y pellizcando los pezones. Lo cierto es que ver la piel sudorosa y brillante de mi mujer que remataba el vientre plano adornado por una suave alfombrilla de vello dorado me empalmó más, si cabe. Ella giró la cabeza mirándome con sus ojos verdes insinuantes, aunque sus ojos se deslizaron a mi bulto y dio un gritito.
- Ven aquí, cariño – me hizo hueco a su lado desentendiéndose de las caricias de mi hermano – Te necesito siempre a mi lado, bueno, mejor dentro de mí que ya veo que vuelves a estar flamenco. Ni te imaginas lo feliz que estoy de ver tu recuperación, cornudito mío.
Aterricé a su lado tras quitarme la ropa, con un empalme tal que hasta los huevos me dolían. Nos besamos mordiendo nuestros labios, ansiosos de lenguas, ella enganchada de mi cuello y yo acariciando su alfombrilla dorada, los dos calientes como mandriles al tiempo que mi hermano nos miraba sonriendo. Ella susurró en mi oreja: –Entra en mí, amor de mi vida.
Salté sobre su adorado cuerpo taladrando con agresivos empujones el coñito que estaba abierto y muy mojado, de tal modo que mi tronco resbalaba, claro, resbalaba por la mezcla de esperma de mi hermano y sus tibios jugos que no cesaban de fluir. Ella aprisionaba la polla con las paredes vaginales, cumpliendo su promesa de no dejar que escapase ni una gota de esperma que le regalábamos esa tarde mi hermano y yo. Ella se convulsionaba sin parar, orgasmo tras orgasmo y yo me corrí dos o tres veces inundando la vagina con leche espesa. Y digo dos o tres corridas, porque después de la segunda yo intenté sacar la polla con la intención de hacernos un 69, porque estaba encaprichado de morder el vello que cubría el pubis y lamer el inflamado clítoris, pero ella enlazó los tobillos a mi cintura y clavando las uñas en mi espalda, gritó:
-Más, más ... quiero más. ¡Destrózame, jodido cornudo! Te ... qui ...er ...o. – jadeaba al tiempo que la atropellaba otro intenso orgasmo mientras yo volvía a llenarla de leche
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