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Los hechos que narro a continuación sucedieron hace tiempo. En realidad en dos tiempos diferentes. De ambos guardo un recuerdo imborrable y un grato sabor que cada tanto me llaman a recordarlos.
Con mi esposa y dos hijos pequeños, vivíamos, y aun hoy vivo, en una gran ciudad en una casa de los alrededores de la misma. El primero de los hechos que narraré sucedió cuando yo contaba con 34 años y mis hijos eran de corta edad. Precisamente el día que comienzo a recordar, mi esposa había ido al colegio a un acto que se realizaba por la tarde y se demoraría en él.
Habiendo visitado un cliente cercano a mi casa, me dio pereza volver al despacho, así que me dirigí a mi hogar a descansar. Raro en mí, entré sin hacer ruido y me dirigía a mi dormitorio cuando al pasar por uno de los baños que estaba con la puerta abierta, escucho ruidos de alguien que estaba canturreando. Al asomarme, veo a mi suegra secándose el cuerpo completamente desnuda. Aquí debo hacer un paréntesis a la narración.
A mi suegra siempre la había mirado como lo que era. Una señora mayor cercana a los sesenta años. Nunca me había llamado la atención como mujer hasta ese momento que al verla desnuda empecé a verle algunos atributos que al parecer los tenía disimulados. Me refiero a un culo redondo todavía firme y una tetas algo caídas, pero apetecibles aún. No era gorda, ni mucho menos, diríamos que rellenita con una pancita incipiente que redondeaba su figura. Todavía era bella de cara y solo se le notaban algunas pequeñas arrugas en el cuello. Tenía pelo rubio natural que matizaba con algunas canas y lucía unos ojos celestes que guardaban el brillo y belleza de otros tiempos.
Me quedé hipnotizado al verla y decidí seguir espiando para observarla mejor. Ya seca, veo que comienza a depilarse las axilas y acto seguido su cuca. Al hacer esto último deja a mi vista su madura vagina con sus grandes labios oscuros. Para depilarse mejor porque algunos pelos rebeldes habían quedado próximos a su vagina tomó la pinza de depilar para quitárselos. Para ello tuvo que abrir la entrepierna y fue en ese momento que mostró su almeja en todo su esplendor. Además de unos labios vaginales carnosos, se entreveía una vulva rosada y el comienzo de su clítoris.
Demás está decir que el espectáculo que estaba a mi vista era impagable por lo bueno y porque nunca habría imaginado que podía acontecer. Yo estaba en un estado de excitación mayúsculo, tenía mi miembro duro como un garrote y sentía los deseos de eyacular. En esta situación y como ya habían pasado varios minutos de mi silenciosa llegada, volví sobre mis pasos, llegué a la puerta de entrada la abrí y cerré fingiendo mi llegada, esta vez haciendo mucho ruido, de tal forma que cuando volví a mi puesto de observación, la puerta del baño estaba cerrada.
Rápidamente pasé al baño de mi habitación, me desnudé y antes de ducharme, tomé mi polla y me brindé una fabulosa paja teniendo en mi mente la figura de mi suegra y sus partes íntimas. Ya higienizado salí al comedor a encontrarme con mi suegra Cecilia.
Ella había llegado a visitarnos desde su casa en el interior del país justo en el momento que mi mujer salía con los niños para el colegio, así que aprovechó, según me dijo, para darse un baño reparador del cansancio del viaje. Claro está que no dije nada de mis fisgoneadas y la charla se centró en otros temas.
Pasaron los días, y el incidente parecía haberse hundido en la memoria, hasta que saliendo una mañana para la oficina, mi esposa me pidió dejar de paso a mi suegra en un médico cercano. En el viaje, la radio encendida comentaba acerca de una boda entre una señora mayor, hablaba de 62 años, con un joven de 20. Cecilia se escandalizó y comenzó a señalar que esa debería ser una boda por conveniencia, aunque el locutor había indicado que ambos eran personas de recursos. Como no cambiaba de tema e insistía con su tesis, sentí la necesidad de aclararle que a veces, se podía dar una relación de pareja con diferencias de edad, y agregué que yo había tenido una hermosa experiencia de ese tipo en los albores de mi juventud.
Como es de imaginar, Cecilia quedó de una pieza con el comentario y me pidió que le diera más detalles del asunto. Lamentablemente para ella ya habíamos llegado donde el médico y le tuve que decir que quedaba para otra oportunidad.
La oportunidad llegó un día que mi mujer salió nuevamente con los niños y quedamos solos mi suegra y yo. Confieso que yo había archivado el asunto, no así Cecilia que no bien salida mi esposa, me dijo
La profesora de inglés
Yo tenía entonces 15 años y estudiaba por la mañana. Era un buen alumno y mis padres querían que yo profundizara el idioma inglés porque razonaban, y la vida les dio razón, que me iba a ser de utilidad para mi futuro. Decidieron mandarme a reforzar las clases del colegio con una profesora particular que vivía a dos cuadras de casa.
Yendo al colegio por la mañana, me quedaba la tarde libre, así que a las 15 horas iba donde la profesora. Esta era una señora de origen inglés aunque nacida en el país y hablaba muy bien el idioma sajón. A la hora de las lecciones tenía un solo alumno, yo.
Esta mujer, Mrs. Alice era casada y no había tenido hijos. Su marido trabajaba jornada completa y volvía a casa por la noche. Con las clases de inglés reforzaba el presupuesto familiar y matizaba su tiempo libre. Alice era una mujer alta, calculo un metro setenta y cinco, delgada y con unas tetas tamaño 100, que yo gustosamente miraba cuando ella se agachaba.
Debo decir que para esa época yo era virgen sexualmente. Todo el sexo que yo practicaba eran unas pajas que me hacía mirando mujeres desnudas o con ropa interior en algunas revistas que circulaban entre los muchachos de mi edad. Nunca había visto a una mujer desnuda, ni siquiera a mi madre. Esa era la razón de mis desvelos por mirarle las tetas a Mrs. Alice y no ponía cuidado en ello. Demás está decir que ella se daba cuenta y según supe entender con el tiempo, se calentaba tanto como yo. Así estábamos lecciones va y viene, cuando un día llego y me la encuentro con una camisa muy escotada que dejaba casi a la intemperie sus senos.
Como es de imaginar, yo no atendía la lección y estaba embobado mirando sus pechos. Obviamente la profesora se daba cuenta de mis miradas, pero eso parecía que le gustaba y mucho. Supongo que su libido fue creciendo hasta que no pudo más y me dijo con voz muy zalamera
Como te imaginaras, le decía a mi suegra, yo me quedé totalmente cortado sin saber que responder. Había sido pillado in fraganti. Respondí entrecortadamente
Y uniendo la acción a la palabra, se desprendió la camisa y quedaron sus tetas al aire sujetadas por un corpiño que le iba ajustadísimo. Con la mirada me invitó a que le desabrochara la prenda y así quedaron totalmente expuestos a mi atónita mirada y mis deseos, un par de limones carnosos que yo devoraba con la mirada.
Antes que Alice repitiera el envite estaba yo con una teta en cada mano masajeando y pellizcando sus pezones mientras Alice echaba su cabeza hacia atrás y dejaba oír sus primeros suspiros. Instintivamente y sin recibir ninguna indicación, me lancé a tratar de metérmelos en la boca, cosa imposible por su tamaño, tal que solo me quedó la alternativa de chupar y chupar en medio de los jadeos de mi profesora. No recuerdo cuanto tiempo estuve en esa acción, solo recuerdo que Alice me dijo en algún momento de mi festín que éste había terminado y debíamos continuar con las clases, al tiempo que me recordó nuestro pacto de silencio. Recuerdo que su rostro estaba rojo y sus labios marcado por sus dientes. Calculo, que habría tenido un orgasmo por lo encendida que estaba.
Yo la miré sin saber que decir, pero como era ella la que mandaba la batuta, me retraje y traté con mucho esfuerzo continuar con mi clase. Recuerdo que me quedé con una erección brutal y me dolían los testículos.
Las clases se sucedieron sin que se repitiera aquella sesión de mamada y parecía que había sido cosa para olvidar. Desde ya que yo respeté mi pacto de silencio, pero esperaba novedades al respecto. Y estas llegaron para mi felicidad.
Terminada una de las clases Alice me dijo que les avisara a mis padres que la próxima iba a ser de dos horas largas porque debíamos repasar muchas lecciones. Recuerdo que fue un día jueves que llegué a su casa. Me abrió la puerta y me recibió con un vestido casi trasparente que dejaba ver que no tenía corpiño y solo llevaba un calzón. Mi cabeza dio un vuelco y que quedé de una pieza.
Más pronto que corriendo me quité mis prendas, que no eran muchas y quedé como mi madre me trajo al mundo. Alice se desbrochó el vestido y lo dejó caer al suelo quedando solo con sus bragas. Me pidió que se las quitara lentamente y así fue que por primera vez en mi vida vi un coño. Qué espectáculo madre mía! Se me presentó pleno de vellos púbicos tal como yo había visto en fotos, solo que éste lo tenía frente a mí. Quedé fascinado mirándolo y sin saber que hacer hasta que Alice me llamó a la realidad invitándome a ir a la cama.
Lo que vino después fue algo que aún hoy guardo celosamente en mi memoria, no solo porque fue mi primera vez sino por la dulzura y esmero que puso esa mujer para iniciarme. Desde ya que ella también estaría gozando al desvirgar a un muchacho de 15 años, pero lo hizo de una manera magistral. Acostada al lado mío primero me pidió que repitiera mis juegos con sus pechos tal como la vez anterior. Alentado con la propuesta me di a la tarea besando, lamiendo, chupando y mordiendo cada una de esas tetas que para mí eran lo máximo. Me prendí de sus pezones chupándolos como un bebé con el eco de los gemidos de Alice. Hoy, después de tanto tiempo transcurrido, todavía me emociono con el recuerdo.
Así estuve largos rato chupando y lamiendo esas tetas deseadas, hasta que ella me detuvo y empezó a acariciar todo mi cuerpo. Comenzó dándome unos besos de lengua que me sorprendieron aunque respondí con lo mío. Luego siguió con besos y caricias por todo mi pecho lamiendo y mordiéndome las tetillas, para bajar lentamente a mi zona genital y tomar mi pene con su mano acariciándolo suavemente. Se deslizó hacia abajo y colocó mi verga dura como un garrote, próxima a su boca.
Puso toda su experiencia al servicio de mi causa. Descapulló mi pene muy despacio y posó su lengua sobre el glande, para luego lamerlo repetidas veces. Siguió su tarea sorbiendo y chupando mi aparato viril con una suavidad y delicadeza que aun hoy me asombra. Su lengua recorría toda la extensión de mi miembro repetidas veces como sorbiendo un helado. Luego introdujo el ariete en su boca para chupar y lamer una y otra vez hasta que como ya te imaginarás empecé a sentir las sensaciones previas a una corrida, de la cual avisé pero Alice parecía poseída y no cesaba con su servicio. Intenté contenerme pero el goce pudo más y en medio de violentas convulsiones descargué en su boca todo el semen que creía tener, y que Alice recibió encantada sorbiéndolo y tragándolo. Como no cesaba de chupar esa corrida resultó interminable y así quedé derretido en la cama, eso sí, con mi pene totalmente limpio porque la profesora se ocupó de no dejar ni una sola gota.
Creo que el respiro no habrá durado ni diez minutos y ya me sentía otra vez en plenitud. Así lo demostraba mi picha que estaba enhiesta como hacía unos minutos. Alice se dio cuenta y tomando nuevamente el manejo de la situación me dijo.
No me hice repetir la instrucción. Me bajé a su zona pélvica, jugué unos minutos con su pelambre porque me llamaba mucho la atención ese cabello rubio, corto y enrulado. Luego abrí sus piernas con mis manos y comencé tímidamente a meter mis dedos en su cueva. Como me lo había indicado, lo hice muy despacio y en forma suave como acariciando esa cavidad que estaba húmeda y viscosa. Primero fue un dedo, y luego otros dos. Los metía y sacaba a un ritmo constante. Mis movimientos tenían como eco los gemidos de Mrs. Alice que me alentaba con frases amorosas. De repente y como dando respuesta a una orden natural me acerqué con mi boca dispuesto a degustar su vulva. En mi mente tengo el recuerdo de la fuerte sensación que le produje a Alice y a mí mismo. Imagínate, era la primera vez que tenía una concha frente a mis ojos y boca, y no salía de mi asombro. Sin embargo, encontré la serenidad para lanzarme con mi boca a degustar el sitio tantas veces soñado. Mi lengua inexperta buscó la cavidad que me estaba esperando y que me recibía con sus jugos que sorbí con gusto. Yo chupaba y lamía, metía mi lengua dentro de su sexo iniciándome en una experiencia inédita. Mi lengua, buscaba cada rincón de esa cueva en un incesante entra y sale que arrancaba suaves gritos de satisfacción de la profesora. De pronto, cuando estaba en esa tarea con todo mi empeño, la sentí vibrar y estremecerse en toda su humanidad dando profundos quejidos que acompañaron a una descarga de jugos que inundaron mi boca.
Debido a mi inexperiencia yo no estaba al tanto de las acabadas femeninas. Me asusté y detuve por un momento mí accionar hasta que una voz imperativa me ordenó
No me detuve. Seguí dándole lengua y chupadas hasta que ya casi exhausto, suavemente me apartó con sus manos y me pidió que me recostara junto a ella. Así lo hice y me recibió con un profundo beso de lengua con el que me agradecía el momento que le había hecho vivir.
Cuando recuperó el aliento, me explicó con lujo de detalles lo que había experimentado. Me habló primero de sus dudas respecto a mí y mi juventud, me dijo que mi audacia mirándole los senos le habían ido desatando sus prejuicios y su libido, liberando su deseo de tener sexo con un joven de mi edad. Me habló también de las sensaciones que acababa de experimentar y de la profundidad del orgasmo que había tenido, después de mucho tiempo, según recordaba, pues las relaciones con su marido además de infrecuentes, se habían transformado en algo tedioso. Esas fueron mis primeras lecciones prácticas de sexo, aunque todavía me esperaban otras.
Me sentía un hombre realizado recibiendo sus elogios por la manera que le había comido su chocho. Como recompensa Alice volvió a recuperar su iniciativa tomando mi verga en sus manos y comenzando a pajearme lenta y suavemente. Sentí que nuevamente estaba llegando al clímax y se lo manifesté. Interrumpió sus caricias y me pidió que me montara sobre ella para penetrarla.
Mi falta de experiencia y mis nervios me jugaron una mala pasada pues no atinaba a dar en la cavidad vaginal. Ella me tranquilizó y con una mano experta me guio al destino asignado que estaba esperando la llegada de mi verga que se deslizó con facilidad en su húmeda vagina. Que satisfacción cuando me sentí dentro de ella! Era mi primera vez! No lo podía creer, me parecía estar en el paraíso.
Con ese estímulo empecé mi mete y saca despacio primero y a medida que sentía que Alice gozaba, y yo también por supuesto, comencé a apurar el ritmo embistiendo con mi fuerza juvenil la apetecida cueva. Una y otra vez mi verga entraba y salía de su concha, sentí el deseo de decirle cosas y así lo hice.
Seguí con mi tarea. Estaba fuera de mí. Metía y sacaba, la tomé de sus caderas con ambas manos para tratar de penetrarla hasta el fondo. Quería demostrarle mi virilidad. Todo fue bien hasta que no pude más y le dije
La fortuna quiso que acabáramos ambos al mismo momento. Mientras seguía derramando todo el semen que me quedaba, la abracé fuerte y la colmé de besos que Alice me devolvió con una ternura casi maternal. Me tomo la cabeza entre sus manos y acariciándome me repetía una y otra vez.
Siguió hablándome un largo rato. La verdad es que no me acuerdo de sus palabras porque estaba sumido en un profundo sopor y transportado a las nubes. No sabía ni como me llamaba.
Pasado unos minutos, Alice miró el reloj y me anunció que debíamos volver a la vida porque habían pasado más de dos horas desde que había llegado y era hora de irme. Antes me colmó de besos y caricias con la promesa de repetir ese encuentro.
Efectivamente ese encuentro fue el primero de una larga serie de sesiones de sexo que mantuvimos por casi más de dos años y que debimos terminar cuando acabé el colegio secundario y comencé la universidad.
Sin embargo el recuerdo de esos momentos vividos son permanentes. Llevo en mi retina la forma de sus pechos, en mi boca el sabor de su vulva y en mi nariz el aroma inconfundible de sus jugos vaginales.
Mi suegra
Mi relato había sido minucioso y apoyado con gestos. Utilicé el vocabulario que hubiera usado para relatárselo a otro hombre. Mi suegra Cecilia me escuchó sin interrumpir siguiendo con mucha atención mis palabras y mis gestos. Yo la notaba un tanto nerviosa porque se revolvía en el sillón cruzando sus piernas a cada rato. Cada tanto se cruzaba de brazos y se apretaba sus senos y más de una vez sus manos se deslizaron a su entrepierna en un gesto espontáneo. No había duda que se le había disparado el morbo y estaba muy caliente, ya que cuando quiso decir algo tuvo que mojarse los labios varias veces porque los tenía resecos. Cuando al fin pudo hablar, poniéndose de pie, me dijo
Sintió el impacto de mis palabras y se calló. Me miró fijo a los ojos y comprendí que era mi momento. Me levanté y fui a su encuentro, la abracé fuerte y comencé a besarla muy despacio en su cuello al tiempo que le susurraba al oído
Mientras me decía esto yo sentía que se me pegaba más a mi cuerpo buscando mi reacción, que por supuesto encontró. La apreté fuerte y le hice sentir mi verga en su entrepierna que ya estaba dura como una piedra. Ella entonces, comenzó a suspirar y sollozar al mismo tiempo. Parecía, valga las comparaciones, una jovencita a punto de perder su virginidad. Por un lado el deseo y por el otro los mandatos de la sociedad y la familia.
Llegados a este punto, razoné que no había retorno y me decidí. Le tomé el rostro con ambas manos y con mi boca busqué la suya para encontrarnos con un beso de lengua que duró unos minutos. Luego la tomé de la mano y nos volvimos a sentar en el sillón para besarnos desenfrenadamente, mientras nuestras manos buscaban darle rienda suelta a la pasión. Sentí un fuerte apretón en mi verga, al tiempo que mis manos comenzaban a jugar con los pechos de Cecilia. Alcancé a sacarlos de su encierro y mi boca se pegó a ellos para sorberlos y besarlos. Pasaba de uno a otro en forma permanente. Cecilia bajó el cierre de pantalón y liberó a la bestia que asomó en toda su dimensión. Lo tomó con una mano descapullándolo para luego agacharse y meterlo en su boca y lamerlo.
Fue entonces que la invité a pasar a su dormitorio. Calculé que aún faltaban un par de horas para el regreso de mi mujer. Tomé el resguardo de dejar la llave puesta en la cerradura para evitar una llegada inoportuna.
Parados junto a la cama nos abrazamos y comenzamos a besarnos apasionadamente. Cecilia estaba totalmente entregada a la pasión, no cesaba de besarme, acariciarme y susurrar palabras cariñosas. Las manos fueron buscando, como es natural, los sitios deseados hasta que la caldera de la pasión llegó a su punto máximo y comenzamos a desvestirnos el uno al otro.
Mientras yo le levantaba el sweater que llevaba y dejaba ver su corpiño blanco, ella me quitaba la camisa. Yo desabroché su pollera, la que cayó a sus pies poniendo en evidencia unas bragas del mismo color. Cecilia desabrochó mi cinturón y bajó el pantalón hasta mis pies. Sin perder un momento nos dejamos caer en la cama al tiempo que nos librábamos de nuestros calzados y medias.
Nos volvimos a abrazar y besar. No podía despegarme de su boca ya que su lengua viboreaba en mi boca y buscaba la complicidad de mi lengua para el disfrute. Mis manos se deslizaron hacia su espalda y con algún esfuerzo logré desabrochar su sostén el que dejó nuevamente a mi merced un par de tetas en forma de pera rematadas con unos pezones duros como piedra que me reclamaban atención.
Comencé con uno de ellos. Mis dos manos se aferraron a esa fenomenal teta para empezar un juego que empezó con toqueteos suaves hasta que la llevé a mi boca para degustar su sabor chupándola intensamente. Encontré su pezón duro y lo chupé y mordí arrancando de Cecilia unos suspiros profundos. Seguí el juego con el otro seno dándole las mismas atenciones que a su gemelo.
Volví sobre su rostro para volver a besarlo y deslizarme luego por todo su cuerpo empezando por su cuello y bajando lentamente por su cuerpo. Me detuve nuevamente con sus tetas, seguí luego con su estómago, su ombligo, su pelvis cubierta por una reducida y depilada mata de pelos que refregué en mi cara, mientras se me colaban entre los dientes algunos pendejos. Llegué hasta su entrepierna. Con ambas manos separé sus muslos y me encontré frente al tesoro más preciado de Cecilia. Una vulva protegida por un par de labios pardos que escondían otros interiores rosados y una cueva húmeda de jugos que se escapan de la misma y que me señalaban el bruto estado de calentura de mi suegra.
Ella ya no hablaba. Solo se escuchaban de ella un matiz de suspiros, gemidos y jadeos, a pesar de que aún no habían empezado a trabajar mis labios y mi lengua. Puse todo mi empeño y experiencia para comerme esa concha. El morbo de estar gozando a mi suegra y la calentura que fui tomando me empujaron a hacerle una mineta digna de los mejores coños. Comencé besando esos húmedos labios transitándolos de arriba hacia abajo en repetidas oportunidades, hasta que mi lengua entró en acción buscando los lugares más profundos de su cueva y regodeándose con los jugos que Cecilia, ya en el sumun de su calentura, dejaba salir. En mi recorrida por esos bajos llegué hasta su ojete para lamerlo y punzarlo en varias ocasiones para sorpresa de mi suegra que no esperaba esa caricia. Desanduve el camino. Mi lengua que no conoce fatiga cuando está trabajando una concha de su agrado se debatió varios minutos dentro hasta que en la búsqueda de sus zonas más erógenas encontró escondido el viejo clítoris de mi suegra. Fue solo tocarlo un par de veces para que Cecilia se derramara en un violento orgasmo que la hizo temblar al tiempo que gritaba desaforadamente. En sus gritos me decía cosas como
No podía hacerme el distraído. La veterana estaba fuera de sí, me abrazaba, besaba, tomó mi picha y la sacudía con tal fuerza que me estaba produciendo algo de dolor cuando me descapullaba. Se la llevó a la boca y se dio un festín chupando y lamiendo, mientras que con sus manos me hacía una hermosa paja que me estaba llevando al delirio. Había llegado el momento esperado de cogerme a mi veterana suegra.
La acosté de espaldas, puse una almohada bajo sus nalgas para tener una mejor posición de ataque y me dispuse a penetrarla. Mi pene estaba durísimo como pocas veces antes, no cabían dudas que el morbo me acentuaba el deseo. Abrí sus piernas y le coloqué la punta en su entrada jugando con los labios externos y rozando el clítoris. Cuando sus gemidos clamando que la clavara me parecieron suficientes, empecé a meter el ariete lentamente. Cecilia tenía los ojos cerrados, sus labios apretados y su respiración profunda. Sentí cierta resistencia a la penetración y supuse que a pesar de la calentura y los jugos derramados el viejo conducto se sentía sorprendido después de tanto tiempo. Seguí hasta sentir que mis testículos chocaban con sus nalgas. Ese fue el disparador para que empezara a mover mis caderas con un permanente mete y saca que empezó lento para ir creciendo hasta que no pude más y me descargué con una seguidilla de chicotazos que le llegaron a lo más profundo de su cueva.
Cecilia de los gemidos pasó al descontrol total. Me tomó de mis caderas y me empujaba hacia ella para tratar meter toda mi verga en su cueva, mientras me gritaba cosas soeces que ya no recuerdo pero que me calentaron mucho más. Recibida mi descarga y como si lo hubiera estado conteniendo, se corrió con otro orgasmo que le duró varios segundos y que la dejaron casi inconsciente.
Logré que me hiciera caso, aunque su respiración era entrecortada denotando que le costaba volver a su estado normal. Yo pensaba que se le había despertado la furia del sexo a esa edad. Decidí pasar otra vez a lo mío. Comencé con el recorrido habitual de bajar besando y chupando, desde el cuello hasta la zona pélvica. Volví a zambullirme en su panocha chupando y lamiendo como lo había hacho minutos antes. Fui recibido con un suspiro profundo y palabras de agradecimiento. Metí labios y lengua con furia volviendo a socavar ese rincón que realmente me gustaba cada vez más. La lengua reemplazó por un rato mi pene flácido haciendo su tarea de entrar y salir de la cueva en repetidas oportunidades y lograr que otra vez Cecilia se derramara con otro orgasmo.
Mientras esto ocurría, mi herramienta comenzaba volver a la vida. Le hice tomarla con una mano invitándola a que volviera a chupar para lograr una erección total. Mi suegra tomó la iniciativa y volvió a satisfacerme con unas chupadas de gloria. Cuando ya estaba bien al palo, le dije
Con toda la delicadeza del mundo, la puse con su culo hacia mí iniciando el operativo. Antes fui al baño para volver con una crema para ayudarme, que unté en su esfínter y en mis dedos. Empecé con uno muy despacio y observando su reacción. Como no pasaba nada anormal comencé a moverlo en forma circular buscando dilatar el músculo que maneja el esfínter. Luego fue otro y casi de inmediato el tercero. Todos haciendo el movimiento de las agujas del reloj y entrando y saliendo. Las respuestas de Cecilia a todo esto era un silencio complaciente y gemidos de goce. No cabían dudas que le gustaba.
Después de un rato del juego de los dedos, llegó el de la verdad. La puse de cara a la cama y le pedí que levantara ligeramente su culo, me aproximé con mi falo en mano y lo coloqué en su entrada. Presioné suavemente introduciendo la cabeza en ese agujero hasta ese momento virgen. No hubo quejas, así que seguí yendo hacia adentro suave y despacio hasta que no quedara afuera ni un milímetro. Cuando me sentía pleno dentro de su ojete empecé el bombeo, despacio primero para tomar ritmo después. Ahora era yo quien perdía la conciencia y agarrado de su cadera intentaba ir a lo más profundo arremetiendo una y otra vez, hasta que sentí que me venía. Se lo dije y me respondió que ella también estaba llegando al clímax. No aguanté más y me derramé con lo que me quedaba en los testículos. Fue un polvo sensacional, ambos gozamos al máximo.
De a poco, la fui sacando cuando mi verga ya decaía. Le abrí los cachetes y me quedé un rato largo mirando ese ojete dilatado que de a poco iba liberando mi semen que se deslizaba por sus piernas. Entonces pregunté
El tiempo, eterno tirano, ya se había acabado y estaba por regresar mi mujer. Decidimos vestirnos rápidamente y esperar su llegada. Entre tanto, Cecilia me seguía preguntando de la profesora. Era evidente que se le había fijado la historia y quería competir con la misma.
Hubo otras oportunidades más en el curso de un par de años donde mi suegra siguió disfrutando de una verga joven. Y yo? Yo también, dándome el gusto de seguir gozando con una mujer mucho mayor.-
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