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Comprendiendo que la edad y la experiencia no siempre van de la mano.
Un domingo cualquiera me encontraba acostada en mi cama descansando; yo trabajaba como empleada del servicio domestico en una casa, estaba de interna, así que vivía allá, los domingos eran los días que no trabajaba y aprovechaba para dormir un poco y hacer pereza.
Entró en la habitación, sin tocar siquiera la puerta, ya nos teníamos mucha confianza, saltó a mi cama -literalmente hablando-, le gustaba hacerse en el rincón, era su lugar favorito, se metió debajo de las cobijas y me dio un beso en la mejilla de buenos días. “¿Qué vamos a hacer?” me preguntó mientras se terminaba de arropar. Victoria, la hija de mis patrones le gustaba pasar los domingos conmigo, se iba desde por la mañana para mi cuarto y se acomodaba en la cama; hacíamos todo tipo de cosas, pero por lo general en las mañanas nos gustaba quedarnos acostadas viendo películas antes de levantarnos del todo. Victoria era mi amiga en esa casa; nos pintábamos las uñas, nos arreglábamos el pelo, conversábamos de cosas personales, había formado un vínculo especial con ella en el poco tiempo que llevaba trabajando allá. Le sugerí que viéramos algo en el televisor, a ella también le pareció bien; lo prendimos, buscamos una película y nos dispusimos cómodamente para verla; yo ese día estaba un poco cansada y recuerdo que se me estaban cerrando los ojos.
Estaba entre dormida y despierta, sentía algo en mi cuerpo pero no lograba identificar claramente qué era, me desperté un poco más y noté que la sensación provenía de mi muslo, cerca de mi entrepierna; estiré mi mano y sentí otra; abrí bien los ojos y pude ver el cuadro completo; Victoria había quitado las cobijas y tenía bastante arriba el borde de mi pijama, se me veían las tangas, su mano estaba en mi pierna, cerca de mis partes íntimas, mi reacción fue decirle “¡Viky! ¿qué estás haciendo?” y ella con toda la naturalidad que caracterizaba su personalidad me fue respondiendo “conociendo tu cuerpo”. Bajé mi pijama para cubrirme y le dije que eso no estaba bien; se lo tomó como si nada estuviera pasando, me dio un abrazo y dijo que se había aburrido viendo la película y que le había dado algo de curiosidad; me hizo un reclamo por haberme quedado dormida pero al mismo tiempo se puso tan cariñosa que simplemente terminé por restarle importancia al asunto y nos quedamos ahí acostadas.
No habían pasado ni cinco minutos y ya estaba bajando el tirante de mi pijama y dándome un pico en el hombro “Viky…”, volvía y se abrazaba a mí. Al rato sentí su mano subiendo por mi pierna “¡Victoria ¿a ti qué te pasa hoy?”, subió los hombros e hizo una especie de puchero con los labios, clavando su cabeza en mi hombro mientras me abrazaba. Me hizo poner nerviosa la situación, normalmente nosotras éramos muy cariñosas pero no con ese tipo de manifestaciones.
Sus manos se pusieron inquietas, las ponía encima de mí y me acariciaba, se acercaba un poco y me daba un pico en el hombro; yo le decía que no, pero ella se quedaba quieta un momento y continuaba nuevamente; cada vez el tiempo que se quedaba quieta era menor al anterior.
“¿Me regalas un abracito?” –me dijo-, yo di la vuelta y la acomodé entre mis brazos, ella masajeaba mi espalda lentamente pero podía notar como cada vez iba bajando más la mano hasta que llegó a mis nalgas, le volví a pedir que se quedara quieta pero esta vez no sólo no me hizo caso sino que también sentí su lengua en mi oreja. Me puse sería, le dije que a mí esas cosas no me gustaban, que no entendía por qué se estaba comportando de esa forma; fueron palabras al aire; me abrazó nuevamente y me dijo que no me enojara con ella, empezó a darme piquitos a toda velocidad en la mejilla y a hacerme cosquillas; me hizo dar un ataque de risa que me quitó el enojo; en ese momento pude notar algo en ella, tenía las mejillas rojas, nunca la había visto así, y las puntas de sus pezones tensionaban su pijama hacia fuera, estaba excitada. Fue cuando comprendí que estaba así aprovechando que los papás habían salido ese día muy temprano y nos encontrábamos las dos solas en la casa.
Me dio un pico de medio lado, sus labios y los míos rosaron un poco, no sabía si había sido de gusto o se le había escapado por error –por error lo dudo mucho-. Se subió encima de mí, cogió la cobija y nos cubrió hasta la cabeza con ella. En medio de la oscuridad pude oír su risa, y acto seguido su voz diciendo: “te atrapé” –en un tono juguetón-.
Al principio no lo había visualizado, simplemente creí que estaba molestando, un poco más pesado de la cuenta, pero molestando al fin y al cabo, sin embargo, al darme cuenta de lo que realmente pasaba: que Victoria estaba excitada, el panorama en mi cabeza cambió drásticamente; y tal vez por vanidad o quién sabe a ciencia cierta por qué, me sentí alagada con su insistencia; una idea pasó a gran velocidad por mi mente, comprendí que me estaba deseando, y todo lo que había acabado de ocurrir tomó un tinte diferente del que había tenido; el recuerdo de sus manos inquietas me hizo estremecer; todos estos pensamientos llegaron a mí en un abrir y cerrar de ojos cuando ella nos cubrió con la cobija. Me sentí acalorada, haber vislumbrado lo que en realidad pasaba me alborotó las hormonas, el echo de sentirme deseada, que ella no parara aunque se lo pidiera de mil maneras, la forma en que jugueteaba conmigo; logró hacer que me calentara. A pesar de lo que estaba sintiendo prevaleció la cordura, me dije a mí misma que eso no podía pasar y que tenía que parar de inmediato.
Lo siguiente que sentí fue su cabello en mi cara, luego sus labios en mi mejilla; sacó un poco la lengua y me lamió el cachete. En ese momento me dije que ya era suficiente. Forcejeé un poco con ella hasta que logré quitarnos la cobija de encima y me senté; ella se abrazó a mí de pies y manos; “no te voy a dejar escapar” –me dijo al oído-; intenté separarla de mí pero me tenía agarrada con tanta fuerza que mis esfuerzos fueron inútiles.
Estaba en un dilema, por un lado me hacía sentir tan especial todo lo que ella estaba haciendo, pero por el otro me sentía cohibida, no sólo porque era la hija de mis patrones, sino porque se trataba de una mujer; nunca lo había contemplado siquiera.
Mientras me tenía abrazada, no dejaba de darme picos en la mejilla y de apretarme fuerte con sus pies y sus manos, parecía una garrapata aferrada a mi cuerpo. De un momento a otro sentí que mordía mi oreja, su lengua recorrió todo el borde de ésta hasta que la sentí bajar por mi cuello; yo seguía intentando despegarla de mí, pero para ser sinceros estaba perdiendo la batalla, cada vez la empujaba con menos fuerza, ya ni siquiera le decía nada, había comprendido que mis palabras eran inútiles, su fuerza de voluntad era implacable. Pasó por mi cuello, llegó hasta mis hombros; la sensación era extremadamente agradable; a pesar de la cordura que hacía que me resistiera, mi calentura aumentaba con cada roce de su lengua, sin contar que había dado en todo el blanco, si algo me hacía poner arrecha era que me besaran la cara y el cuello; y ella no paraba de hacerlo, y aunque la fuerza que estaba haciendo para mantenerse aferrada a mí era mucha, el movimiento de su lengua era lento y suave, sentía como ponía sus labios en mi piel y los iba cerrando; Victoria exudaba sensualidad por cada uno de sus poros.
No sé en qué momento exacto fue, pero dejé de luchar; caí rendida ante los sucesivos besos que me daba; lo que sí recuerdo a la perfección fue que cuando lo hice, sentí como mi cuerpo se desmadejaba mientras ella pasaba su lengua por mi cuello; no es que hubiera pensado en hacerlo o no, más bien fue como perder la fuerza de voluntad; entregarme al deseo; ya no quería que parara; me descubrí apretando las piernas, mi coñito estaba pidiéndome a gritos que lo tocara.
La abracé, ya en vez de empujarla la estreché entre mis brazos, mi mano subió hasta su cabeza y mis dedos se perdieron en su cabello; ella por fin dejó de hacer fuerza, y al igual que su lengua, sus manos comenzaron a deslizarse por mi espalda despacio, sin el más mínimo afán. Supongo que Victoria comprendió que había logrado derribar mis defensas, sus labios recorrieron mi rostro hasta que llegó a los míos, intentó darme un beso, no quité mi boca, simplemente me quedé quieta, estaba paralizada; eso no la desanimó, por el contrario, sacó su lengua apretando la punta y bordeó mis labios con ella, rematando con un pequeño mordisco en mi labio inferior que se estiró mientras lo mantenía agarrado entre sus dientes; lo hizo una y otra vez hasta que mis labios respondieron a los suyos encontrándonos en un beso; la poca cordura que quedaba me la fue arrebatando con sus besos, entre uno y otro fui quedando a merced de ella.
Volteó los tirantes de mi ropa hacia los lados y fue bajándolos hasta que saqué los brazos de ellos, la parte de arriba de mi pijama cayó hasta la cintura; ella se quitó la suya quedando tan solo con las tangas puestas. Se abrazó nuevamente a mí; sentí la humedad en su piel; después del forcejeo las dos habíamos quedado sudando un poco. De las cosas que más recuerdo de ese día fue ese momento, nos quedamos así mucho tiempo, no se me olvida que no dejaba quietas las manos, y lo que más me gustaba era sentir su piel sobre la mía, el sudor hacía que se deslizara muy suavemente sobre mí.
Besos y más besos, o más bien parecía un beso que no tenía fin; sólo despegaba sus labios de los míos para besar otra parte de mí y seguirme haciendo sentir esa sensación tan deliciosa que me tenía entre las nubes; sus manos recorrían todo mi cuerpo, las sentía en mis senos, en los costados de mi cuerpo, a veces las bajaba por mi espalda y sus dedos se escurrían por debajo de mi pijama, jugaba con el borde de mis tangas. Me hizo sentir como una dulce paloma al lado suyo, por la forma en que me estaba dando placer me percaté de que Victoria tenía más mundo que el mío y eso que yo era mayor que ella.
Se corrió un poco hacia atrás, su mano llegó hasta mi coñito, sentí un alivio impresionante, ya estaba cansada de tanto apretar mis piernas en un intento por darle placer a mi coño; los dedos de Victoria se sintieron como la gloria cuando los puso sobre él; disfruté muchísimo mientras lo frotaba.
Tomó mi mano y la metió entre sus tangas; yo me sentía torpe ante la destreza que mostraba Victoria, no sabía muy bien qué hacer en esa situación; me dejé guiar por mi arrechera; la toqué de diferentes formas hasta que sus gemidos me indicaron la forma correcta de hacerlo.
Me terminó de quitar lo que tenía puesto, me acomodó bocabajo poniendo su muslo en mi vientre; el borde de su mano presionaba mi coño mientras la otra apoyaba la punta de los dedos en mi espalda y la recorría toda, desde el cuello hasta mis nalgas y viceversa; yo no dejaba de gemir constantemente simplemente porque ella no dejaba de hacerme gozar. Me penetró con su dedo pulgar y continuó presionando el resto de mi coño con el borde de su mano; me tenía gozando de esa forma hasta que sentí su lengua en mi espalda; la sensación fue tan fuerte que mi cuerpo se retorció de placer, me hizo llegar al orgasmo.
Me giró, quedé bocarriba, se puso detrás de mi y se fue corriendo hasta que mi cabeza quedó entre sus piernas, tenía su coñito en frente de mi cara, lo contemplé por un momento, se agachó un poco y lamió mi entrepierna -me puso la piel de gallina-; su lengua recorrió mi coño mientras separaba más las piernas haciendo que el suyo entrara en contacto con mi boca; yo lo lamí igual que ella hacía con el mío; me ponía muy perra ponerla a gemir mientras succionaba duro su clítoris, le hacía encorvaba la espalda, lo sé porque cada vez que lo hacía dejaba de sentir su boca en mi coño por un instante y podía escucharla gemir más fuerte. Hubo un momento en el que levantó su cuerpo, sus gemidos se hicieron más largos y ahogados, y sus manos se aferraron ferozmente a mis piernas; después de eso volvió a apoyar su cuerpo sobre el mío y chupó mi coñito hasta que me hizo venir otra vez.
Quedé complacida y perpleja al mismo tiempo, quién hubiera imaginado que Victoria, con menos años que los míos, me diera tres vueltas y me hiciera gozar de semejante manera. Ese domingo fue el día que comprendí que la edad y la experiencia no necesariamente van de la mano.
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