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Tamara espera en la parada de colectivos. Son las tres de la mañana y está sola. Hace más de media hora que espera, pero sólo vio pasar dos colectivos, y ninguno de ellos la llevaba a su casa. No suele tener miedo, pero esa esquina desierta le da mala espina. Las obras realizadas en la ruta hicieron cambiar el recorrido de muchos colectivos y las paradas ahora están en lugares diferentes a donde solían estar. Ésta en particular está a una cuadra de la rotonda, en una esquina sumergida en la semipenumbra, apenas iluminada por una luz mortecina que parpadea. Le da cierto miedo la soledad en medio de la oscuridad, pero se consuela diciéndose que si hace tanto que no pasaba un colectivo, seguramente faltaba poco para que llegue el que la llevaría a casa.
Está vestida con un vestido negro con lunares blancos, con un cinturón angosto que le marca la cintura, y unas sandalias negras. Viene de una cena de fin de año con sus compañeros del taller de teatro.
Hace calor, gotitas de sudor perlan su frente y los pechos. También siente la humedad entre las piernas, la bombacha blanca está mojada de sudor, necesita una ducha fría urgente. Ve acercarse un colectivo, se pone contenta, pero una vez que lo tiene a pocos metros lee el cartel que indica que se dirige a Laferrere, un barrio que está bastante lejos del suyo. Se siente molesta. César, uno de sus compañeros de teatro, podría haberla acercado a su casa. De hecho se lo ofreció, pero ella conocía las intenciones del tipo, siempre le había tenido ganas, más de una vez la invitó a salir, y no desaprovechaba ninguna oportunidad para piropearla, y felicitarla por su admirable piel tostada, y sus deslumbrantes ojos verdes. Y esta noche en particular, se sentó al lado de ella en la mesa del restorán y no paraba de mirarle las piernas y los pechos. Le caía bien César, pero nunca le atrajo, y si dejaba que la lleve a casa no podría sacárselo de encima. Y por lo tanto, ahí estaba, parada en mitad de la madrugada, esperando poder llegar a casa para bañarse y que le queden un par de horas de profundo sueño.
Entonces un grito interrumpe sus pensamientos. Se le pone la piel de gallina. Sin embargo el silencio cae de nuevo en la noche, y piensa que sólo fue su imaginación. Mira la hora en el celular: Ya pasaron quince minutos de las tres, si venía el colectivo enseguida, llegaría a las cuatro a su casa, y le quedarían poco más de tres horas de sueño para ir luego al trabajo. Con eso le alcanzaba. Al fin y al cabo, de algo debería servirle ser joven y fuerte. De repente escucha de nuevo aquel grito. Es un grito desgarrador que proviene de un lugar muy cercano a donde está. Cree estar segura que se trata de la voz de una mujer. La indignación disminuye su miedo. En pleno siglo veintiuno las mujeres seguían siendo víctimas de la sociedad machista, no lo tolera. El grito retumba por tercera vez en la noche, esta vez es más largo. Tamara cree saber de dónde proviene. En la misma cuadra donde se encuentra, de la mano de enfrente hay un local con las persianas bajas. El cartel indica que se trata de una cerrajería. La voz de la mujer rompe por cuarta vez el silencio, y sólo entonces Tamara duda de si se trata de un grito de dolor. Bien podría tratarse de una mujer siendo torturada o de una hembra gozando con un hombre superdotado. Sin embargo la línea que separa un grito del otro es muy fina.
Le agarra un ataque de valentía, probablemente estimulada por toda la cerveza que tomó durante la noche. Se cruza de vereda para escuchar de más cerca. Quiere saber qué sucede ahí, no es como la mayoría de las personas que se lavan las manos ante una situación turbia. Escucharía el grito una vez más y si dudaba aunque sea un poco, de que alguien estaba sufriendo, llamaría al novecientos once.
Se para a pocos metros del local. Se siente una especie de espía. La mujer de adentro lanza nuevamente su grito desgarrador, pero le sigue resultando difícil determinar el motivo de aquel sonido. El hecho de que la mujer no articule palabras para pedir auxilio la inclinan por la opción de que se trata de una fémina recibiendo la cogida de su vida, sin embargo quiere estar segura. Piensa que si ya cometió la locura de acercarse hasta ahí, nada le costaba observar a través de la cerradura. Así lo hace. Da unos pasos sigilosos hasta colocarse al lado de la puerta metálica de la persiana. Si la descubren, saldría corriendo, es bastante deportista y sería difícil que alguien la alcance antes de que pudiera pedir auxilio. Se inclina para mirar a través de la pequeña abertura. Está muy oscuro, pero alcanza a ver algo moverse. Se queda unos segundos para que los ojos se acostumbren a la oscuridad, y de a poco va descubriendo la escena que se desarrolla en el interior del local: hay un hombre corpulento, de barriga grande completamente desnudo, arrodillado sobre un colchón. Está de perfil y Tamara puede observar cómo se mueve cada vez que penetra a la mujer que tiene abajo, aplastándola. Apenas puede ver el cuerpo de ella, que está cubierto por el de él. El tipo la agarra del pelo mientras embiste, y entonces la mujer larga ese grito que ya conoce. Aun viendo la escena, no está segura de si se trata de una pareja haciendo el amor, o de una violación, pero se queda fascinada viendo a aquel dúo copular, impaciente por ver el desenlace. Siente la humedad entre sus piernas, segura de que ya no se trata solo de transpiración.
Entonces siente dos brazos que la rodean y la abrazan de atrás. “¿qué estás haciendo acá?” escucha que alguien le dice al oído. “¡No, soltame!” grita Tamara, mientras es levantada en el aire. Entonces otro hombre se acerca y golpea la persiana con fuerza. “¡Auxilio!” grita de nuevo ella, mientras la puerta se abre arrastrándose por el piso. “mirá lo que encontramos” dice el que la tenía agarrada, dirigiéndose a un cuarto hombre que no había visto cuando estaba espiando. Ella usa las piernas para apoyarse sobre el marco de la puerta. Logra resistir un momento, suspendida en el aire, pero el que había abierto la puerta la agarra de las piernas y finalmente la meten en el local.
Tamara grita y forcejea, pero poco puede hacer contra la fuerza de dos hombres, además se le sumó el tercero, el que había golpeado la puerta para que le abrieran, quien le tapó la boca con la mano. Pero ella sigue retorciéndose en el aire, en vano, porque sólo logra que los tipos se exciten más viendo cómo patalea, lo que hace que se levante la falda del vestido, dejando a la vista la bombachita blanca.
Tamara se rinde y hace silencio, la resistencia ya es inútil, debe usar otra estrategia para escapar de ahí.
Siente el sabor salado de la mano que cubre su boca, cual mordaza. Los otros dos hombres avanzan, cargándola uno de las axilas y otro de las piernas.
Mientras es llevada por la habitación oscura echa un vistazo del lugar. Las paredes grises, están revocadas y sin pintar. Hay pocos muebles: Sólo la cama donde está el gordo cogiéndose a la mujer que no deja de gritar cada tanto. Ambos parecen no haber notado la presencia de ella. Y también hay una mesa, donde descubre horrorizada una pistola.
Ahora más que nunca piensa que no debe resistir. Debe fingirse sumisa y aprovechar la mejor oportunidad para escapar.
Atraviesan una puerta y entran a un cuarto tan sobrio como el anterior. La tiran con violencia sobre la cama. El cuerpo de Tamara gira sobre el colchón y casi va a parar al piso si no se agarra con una mano. “por favor no me lastimen” suplica. Uno de los hombres se le acerca, la habitación es muy oscura, apenas puede verlo. Siente el tirón en el pelo. “cállate putita” le dice. “hago lo que me pidan, hago lo que me pidan” repite Tamara varias veces, con voz agitada y entrecortada. “muy bien, así me gusta, si te portás bien en un par de horas te vas para tu casa”. Ella no le creyó, había algo siniestro y malicioso en la voz de aquel hombre. Piensa que probablemente aquellos cuatro formen parte de una red de trata de blancas, quizá la llevarían muy lejos y la venderían como prostituta. Pero de momento no podía hacer nada.
Los otros dos se le acercan, comienzan a manosearla. Los tres se concentran en la parte de debajo de la cintura. Toquetean las piernas, subiendo a los muslos, las nalgas, que descubren dura de tanto ejercitar, y su sexo. Ella se contrae intuitivamente, mueve las piernas como intentando retroceder, pero sigue en el mismo lugar, encima de la cama, parece un nadador que mueve las piernas para mantenerse a flote. Incluso en esa situación le da vergüenza cuando descubre la mano tironeando la bombacha empapada. Sin embargo al hombre que se la está sacando no le molesta, al contrario, cuando por fin la tiene en su poder se la lleva a la cara, frotándosela, y la huele con una larga aspiración “mmm que rica sos” le dice.
Tamara está pasando por un infierno, sin embargo los hombres se sienten en el paraíso. Muy pocas veces tenían oportunidad de disfrutar de una mujer tan hermosa como ella, con esa piel parecía una diosa del caribe, y los ojos verdes brillaban en medio de la oscuridad. Y para colmo estaba dispuesta a hacer lo que le ordenasen. “arrodíllate en el colchón, y poné las manos atrás de la cintura” ella lo hace inmediatamente, no quiere que se enojen por tener que repetirle las cosas dos veces. “ahora nos la vas a chupar a los tres, y más vale que no uses la mano” le ordena la misma voz.
Entonces los tres se bajan de la cama y se desnudan, y comienzan a discutir en qué turno irían. Cuando finalmente lo deciden Tamara siente el peso del cuerpo que se apoya a su lado. La agarran de las orejas con ambas manos, “abrí la boca”, ella así lo hace, y entonces le mete la pija adentro. El tipo comienza a entrar y salir con fuerza, como si estuviera cogiendo en lugar de estar recibiendo una mamada. Por suerte no tiene el miembro muy grande, y no llega a la garganta. Tamara cierra los ojos y trata de pensar que está mamando un pene más, como muchas veces lo hizo, pero cada tanto le dan arcadas cuando siente el fuerte olor que despide el miembro. A diferencia de las parejas con las que estuvo, el hombre que le hacía tragar la verga no se había molestado en higienizarse para estar con una dama, además los testículos tenían abundante vello que se extendían hasta el nacimiento del tronco, vellos que ella se veía obligada a llevarse a la boca junto con el miembro que la invadía.
Los otros dos tipos se masturban mirando cómo su compañero embiste con violencia. Uno de ellos realiza la paja utilizando la bombacha mojada que le había quitado a su víctima, llevándosela cada tanto a la nariz, para oler el aroma de la hembra que estaba siendo sometida, que ahora se mezclaba con el hedor de su propio sexo.
Cada vez que el tipo que la está sometiendo introduce el miembro por completo, su barriga cubre el rostro de Tamara, ahogándola por unos momentos. A ella le cuesta respirar con su boca ocupada por el falo intruso y cuando su nariz es cubierta necesita unos segundos para recuperarse.
En un momento se traga uno de los pendejos que se veía obligada a llevarse a la boca. Siente la molestia en la garganta y se ve obligada a librarse de la verga para empezar a toser. Los tres victimarios se ríen a carcajadas, mientras la ven tosiendo y escupiendo encima de la cama.
Tamara está con la vista gacha tratando de expulsar el vello, mientras escucha las risas odiosas y los gemidos de la mujer del otro cuarto que sigue siendo cogida por el gordo. De repente siente el tirón en el pelo “¡ay!”, se queja, y cuando levanta la vista ve los movimientos frenéticos de la mano del tipo que la había tironeando, pajeándose intensamente. Por suerte ya iba a acabar. Apunta su miembro a su boca. “abrila, chiquita” le ordena. Tamara lo hace. El tipo grita como un animal y le llena la boca del líquido pegajoso y caliente. Ella no quiere tragar, no acostumbraba hacerlo, salvo con los hombres que la cogían bien, como un premio a la virilidad. Pero este no era el caso, le daba asco sentir la leche del violador en su paladar, si lo retenía más tiempo iba a vomitar, por lo que escupe a un costado de la cama, manchando el piso de blanco.
Le legó el turno al que atesoraba su bombacha. Se le acercó, sigiloso. Le acarició la mejilla con ternura con la bombacha todavía húmeda. Ella percibió su propio olor mezclada con la del hombre. No pudo reprimir el gesto de repulsión. El hombre la vio borrosa en la penumbra, pero no se sintió ofendido, siguió acariciándola, recorriendo la tela blanca por todo el rostro de Tamara, yendo de la mejilla al mentón, hasta posarla en la boca. “lamé”, le dijo en un susurro desagradable. Tamara saca la lengua y lame su propia bombacha. Para hacerlo tuvo que pensar en otra cosa. Se decía que la próxima vez que César quiera acercarla hasta su casa, aceptaría la invitación, y si se la quería coger, bueno, seguramente la trataría mejor que esos tres roñosos. Pero luego piensa que nunca más estará con los hombres, que son todos iguales, y sólo quieren coger a toda costa.
Vuelve al presente cuando siente la carne dura chocar con sus labios. El hombre le había dicho algo, no sabe qué, pero está segura de lo que el tipo quiere. Abre la boca y cruza las manos detrás de la cintura. Esta pija es un más grande que la otra. Tiene que abrir mucho las mandíbulas para no morder. Saca la lengua y siente cómo un hilo de baba cae sobre su pecho. Este tipo la mete más despacio, por suerte para ella no parece pretender metérsela hasta la garganta, si lo deseara, podría causarle mucho daño. Tamara trata de escapar de la realidad nuevamente, piensa en los medicamentos del padre, en los exámenes de la facultad, en si le va a dar bola a César o no. Nuevamente es traída a la realidad con los gemidos del tipo que eyacula sobre sus tetas, una eyaculación copiosa que incuso mancha su vestido.
La tercera mamada representó un trámite. Fue una corta repetición de lo que ya había hecho. Escupe el semen a un lado. Se siente sucia, puta, rota y vacía. Se pregunta si ya la van a liberar, pero sabe que la noche todavía no termina, y que era muy probable que no la liberen nunca.
Los tres cuerpos caen sobre el colchón, rodeándola. Siente muchas manos meterse por debajo del vestido. Unas le manosean el culo, otra el sexo, otra los muslos, alguna de ellas sube hasta las tetas, pero la mayoría se concentra en la parte inferior, le acarician las piernas, recorriéndolas, para introducirse de nuevo por debajo de la tela para alcanzar las partes más deliciosas. Tamara se siente como flotando en el aire, tiene los ojos cerrados, no ve nada y sólo siente esas manos que la frotan todo el tiempo. Se siente dentro de uno de esos animés porno donde la víctima es violada por un monstruo que en lugar de manos posee muchos tentáculos. Los tres violadores, en la penumbra resultan indistinguibles unos de otros, bien podrían tratarse de un solo ser, con un único cuerpo que extendía sus numerosas extremidades para disfrutar de todas las partes de su cuerpo.
La hacen moverse de un lado a otro para acceder al pedazo de carne que más le apetecen. Siente un mordisco en el culo, un beso en el cuello, y una mano callosa haciendo a un lado los labios vaginales para introducir luego el dedo rasposo. El pezón, traicionero se endurece por los masajes y las mamas se hinchan. Alguien la abraza y le arrima el pene. No piensa abrir los ojos, no quiere recordar esas imágenes, con los recuerdos del tacto ya tendría suficientes pesadillas. La penetran con violencia, introducen la pija en su totalidad de una sola embestida. Grita de dolor, y los ecos de su propio grito parecen la imitación de los gritos de la mujer que no dejaba de ser empalada en la otra habitación. Se la meten una y otra vez, cada vez con más fuerza, Tamara transpira copiosamente, siente el vestido empapado pegado a su cuerpo. El tipo sigue embistiendo mientras otro la agarra de atrás y le estruja las tetas. Ya no tiene noción del tiempo, no sabe si recién habían empezado a cogerla o si ya se la habían metido doscientas veces. El tipo eyacula sobre su clítoris salpicando su semen en los muslos y en el vello púbico.
Una nueva sucesión de manoseos y mordidas se extendieron por unos minutos, hasta que de alguna forma alguien la puso en cuatro. Uno de los violadores apoyaba la mano en el culo y con la otra ayudaba a su miembro a apuntar en la dirección correcta. Entonces otra vez fue penetrada sin preámbulos, de una sola vez. Tamara se sacude, y cuando grita por la violenta penetración se encuentra con un tronco duro que se abre paso dentro de su boca. Le hubiese gustado morderlo, le encantaría hacerlo sufrir, pero no se anima, abre la boca lo más que puede, y mientras el que está a su espalda la embiste con penetraciones cortas y rápidas, petea lo mejor que puede al que tiene adelante.
De repente nota que el tipo había parado de cogerla y que al que estaba mamando retiraba su sexo de su boca. Un fuerte sonido retumba en la noche. Es un disparo, piensa Tamara. Siente que su corazón para, no puede reprimir las ganas de orinar, y sólo se da cuenta de esto cuando siente el líquido caliente chorrear entre las piernas.
Sin embargo los tres violadores están tan alterados como ella. Se amontonan detrás de la puerta para mirar a través de la mirilla. Entonces un nuevo disparo corta el silencio, y el que miraba hacia afuera cae desplomado con un agujero rojo en lugar de ojo.
Los otros dos retroceden y corren por toda la habitación como ratas tratando de encontrar un hueco donde meterse.
La puerta se abre y entra una mujer desnuda con la pistola en la mano. Tamara se concentra en el arma, es la misma que vio cuando la metieron al local por la fuerza. Luego ve a la mujer: Se trata de aquella que estaba con el gordo en la otra habitación, la misma cuyos gritos la atrajeron hacía ese lugar de espanto. La mujer dijo algo inentendible y apretó el gatillo varias veces, hasta vaciar la pistola. Vio a Tamara, que estaba en un rincón empapada de semen, orina, sudor y lágrimas. Tamara tardó en salir de su aturdimiento, sólo logró hacerlo cuando la mujer se acercó, dejando el arma en el piso, le acarició la cabeza con ternura y le dijo “ya terminó todo nena”.
invitado-Carlos 22-06-2017 04:46:28
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Excelente cuento. Muy morboso, y sobre todo muy realista.