Después de haber pasado un par de años tratando de ganarme una audiencia con el gobernador, por fin lo había logrado. Nos conocímos por casualidad en un bar, y le comenté que mi compañía quería brindar sus servicios al estado, por fines de ganancia por su puesto. Le dijo a su guardaespalda que pagara la cuenta, incluyendo lo que yo debía, y que le avisara al chofer que trajiera el auto porque íbamos a ir a su oficina para hablar de negocios.
En camino a su oficina me hacía muchas preguntas acerca de los servicios que le podía brindar, y yo le contestaba de una manera bastante eloquente, tratando de hacer la mejor impresión posible. Me puse un poco nervioso porque el gobernador se lamía los labios y su vista recorría mi cuerpo entero una y otra vez. Ya que soy bisexual y en ese tiempo ya había tenido relaciones sexuales con más de treinta hombres diferentes, no me quedaba mucha duda de que al gobernador también le gustaban los hombres aunque él era casado.
El gobernador era un hombre alto, de por lo menos 2 metros, calvo, con un poco de pansita y columna encurvada, cosa que en verdad es típico en muchos hombres de su edad, ya que tenía unos 58 años. No me resultaba físicamente atractivo, pero me sentía atraido a él intelectuálmente, y admiraba el hecho de que era gobernador. Al llegar a la oficina me dijo que en vez de hablar de negocios quería llegar a conocerme mejor, porque no le gustaba hacer negocios con gente que no conocía. Después de prepararme un gin tonic, lo primero que me preguntó fue que si me gustaban las mujeres, los hombres, o los dos. Le dije que me sentía atraido a personas de los dos sexos. En eso llegó su guardaespalda y se sentó con nosotros en el despacho del gobernador. Me dijo que su guardaespalda, que se llamaba Juan, tenía una verga muy linda. Mirando a su guardaespalda le dijo “Muéstrale tu verga, Juan.” Juan se paró y en un abrir y cerrar de ojos sacó una verga de unos 24 centímetros. En verdad era una linda verga. Era del tipo de verga con curva hacia abajo que ya había visto antes y disfrutado en varias ocasiones. Aunque tenía un diámetro de unos 5 centímetros, la cabeza parecía pertenecer a una verga más grande, y esto me llamaba mucho la atención. Casi se me cae la baba.
El gobernador me dijo, “te gusta, ¿verdad?”
“Pues la verdad es que sí es muy linda.”
“Quiero que le mames la verga, pero quítate la ropa primero.”
Me paré y me quité la ropa inmediatamente. Me sentía un poco nervioso porque su oficina tenía muchas ventanas que no tenían cortinas, y era de noche y las luces estaban prendidas. Le expliqué mi preocupación y me dijo que no había problema porque los vidrios eran polarizados. De todas maneras sentí que había más gente mirándome, pensé que de seguro tenía una cámara escondida ahí, y esto hizo que me excitara aun más. La silla en la que se encontraba Juan era bastante alta, asi que cuando me acerqué para meter su hermosa verga en mi boca no tuve que agacharme mucho. Ví que el gobernador estaba admirando mi culito blanco y escuché que dijo algo relacionado al hecho de que solamente tengo pelo en la cabeza y pelo púbico, y muy poco en las piernas y en los brazos. Empezé con la mamada lamiendole los huevos a Juan que eran del tamaño de ciruelas. Después de chupar cada huevo por unos instantes, le lamí todo el palo que se ponía cada vez más duro, hasta por fin meterme la punta de su pene en mi boca a la vez que le hacía circulitos con la lengua. Al principio a penas pude chuparme la punta de su pene porque como ya he mencionado era más grande de lo que es normal para un pene, aun hasta para un pene de ese tamaño, pero al excitarme cada vez más, me tragaba más y más de esa hermosa verga mientras saboreaba el líquido clarito que salía de la punta. Se que ese tipo de cosa es normal, pero a este le salía tanto que varias veces pensé que ya había termidado y que me había llenado la boca de semen. A pesar de eso en verdad me gustaba. Tenía la boca llena de una verga enorme con mucho sabor a lechita salada. No sé como hice, pero me tragué toda la verga de Juan. Relajé mi garganta y me aguanté las arcadas lo mejor que pude y me metí toda su verga. Sentí como resbalaba entrando y saliendo de mi garganta, y por fin había logrado lo que había tratado varias veces sin pensar que fuera posible. Aun con la boca toda estirada por el gruesor de su pene, pude sacar la lengua y lamerle los huevos de vez en cuando al tragarme su verga entera.
El gobernador aprovechó la posición en la que me encontraba para masajearme las nalgas y meter sus dedos en mi ano. Escuché como decía detrás de mí lo lindo que es mi culo, decía “qué lindo agujerito, lo tiene bien limpio, ni siquiera apesta. No creo que puedas meter tu verga en este agujerito Juan, que lo tiene muy chico. Mira lo perra que es Juan, le encanta tu verga, se la come toda, creo que le llega hasta el estómago. Y le encanta Juan, lleva todo el rato con su verguita parada, en verdad le gusta, ¿te gusta, perra? ¿te gusta?”
Yo gemía que sí sin sacarme la verga de mi boca, y el gobernador empezó a darle cachetadas a mi culo pero con muchísima fuerza. Me preguntaba que si me gustaba chuparme esa verga tan enorme y como yo no me sacaba la verga de mi boca no me entendía cuando le decía que sí, y me pegaba cada vez más fuerte. Ya estaba por llorar del dolor que sentía cuando tuve que dejar de mamarle la verga tantito para decirle que sí. Juan aprovechó para ponerse un condón, y el gobernador dijo “vamos a ver cuanto te gusta que te coja por el culo con ese pene gigantesco. Juan se puso detrás de mi, y eché un salivazo a mi mano para lubricarme el ano para lo que estaba por suceder. Me cojió de una manera violenta. Al principio sentí un poco de dolor cuando me metió esa cabeza enorme, y sentí un poco de dolor cada vez que me metía la verga entera. Aun asi me encantó. Creo que me movía hasta más que él, levantando mi culito lo más que podía hasta sentir el borde de la cabeza de su pene salir de mi ano, y luego me la enterraba de una sola embestida, cada vez más rápido hasta que ya no era posible aumentar la velocidad y su pene entraba y salía unas dos veces por segundo. Mis nalgas se sentían como gelatina en un terremoto. Mis piernas temblaban y yo seguía gemiendo como una perra. Los huevos de Juan golpeaban contra los mios a un ritmo que parecía imposible de mantener pero sin embargo no se detenía. De repente sentí que su verga se puso más tiesa, y sentí el calorcito de su leche aun adentro del condón.
Después de eso le chupe la verga al gobernador mientras su guardaespalda miraba. No me gustó tanto porque lo tenía como del tamaño del mio que es de unos 15 centímetros, y tenía un gusto más amargo. De todas maneras lo hice porque él me lo estaba pidiendo. Sentí que estaba por acabar y al sacar su verga de mi boca me lleno la cara de esperma. Me citó para la próxima semana y me dijo que iba a invitar a un amigo que tenía una verga que era más grande que la de Juan. Le dije que no me parecía posible pero que ahí iba estar para verificarlo. Su chofer me llevó de regreso al bar y me dejó ahí. Un moreno se acercó y ofreció comprarme un trago. Le dije que sí, y varios de los hombres me miraban medio riendose. Pronto me di cuenta de que era porque todavía traía parte de la cara embarrada de la esperma del gobernador. Después les cuento lo que pasó luego, y la proxima semana en la oficina del gobernador.
No, Tightaplle, tú estás loco. No leeré este relato, al menos hoy. Con el del shorcito tengo de sobra.