Aquel lunes no había sido un buen día en la oficina. Los clientes dando por saco desde primera hora de la mañana, mi jefa tocando las narices. Incluso mi compañera, que solía ser la vela que daba luz en las noches más oscuras, estaba especialmente tensa e irascible. Lo mejor es que el reloj iba a lo suyo y no se detenía con las insignificancias del ser humano por lo que al final llegó la hora de salir.
De vuelta a casa observé el cielo lleno de nubes negras y ajusté la bufanda alrededor del cuello para evitar las ráfagas de aire desapacible que, con malicia infinita, buscaban robarme la poca sensación de calor que tenía. Ni que decir tiene que llegar al acogedor hogar fue algo impagable. En minutos me deshice de la cazadora, los zapatos y el traje quedándome en ropa interior y me dejé caer boca abajo sobre la cama. Luego, con la mano izquierda me rasqué la nalga derecha. Tenía ganas de orinar, pero estaba en plan vago. Me incorporé sentándome en la cama, me bajé los calzoncillos y me entretuve apretando y soltando la punta del pene entre los dedos índice y pulgar. En mi cabeza la imagen de niña buena de mi compañera de trabajo pidiendo disculpas por su comportamiento, ofreciendo su trasero para el castigo. No se lo merecía, claro que no, pero tenía un culito tan rico e irresistible.
Para cuando terminé de propinarle los imaginarios azotes mi falo había crecido considerablemente y la mezcla de ganas de orinar y de semen acumulado proporcionaban placer e incomodidad a partes iguales.
El timbre de la puerta sonó. "¿Quién rayos sería a estas horas?"
Me acerqué a la puerta tratando de controlar lo mejor que pude la situación que tenía entre las piernas.
- ¿Quién es? - pregunté.
- Soy yo, la vecina de enfrente. Habíamos quedado.
- Cierto. Perdona, se me había olvidado. Dame cinco minutos por favor. - conteste sin abrir.
Regresé como pude al baño y forcé la salida de pis y líquido transparente. Tiré de la cadena y aproveché el escándalo acuático para dejar escapar una ventosidad. Me eché colonia y tras "esconder" en el armario la ropa que tenía tirada por aquí y por allá y ponerme unos pantalones de deporte y una camiseta me miré al espejo. Estaba empezando a sacar algo de tripa, pero nada preocupante. Mi pelo se mantenía firme en la cabeza y las carnes, sin ser las de un deportista, ofrecían cierta consistencia. Con un poco más de ejercicio podría pasar por modelo (es broma).
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- Hola. Perdona. - dije mientras abría la puerta para dejar pasar a la invitada.
- Hola. - dijo Laura.
Mi vecina era una chica de mediana edad, cabello recogido en una coleta y ojos marrones. Usaba gafas y tenía un par de lunares sobre el labio superior. Vestía falda hasta las rodillas y camiseta de media manga bajo la que se adivinaban dos tetas de tamaño medio bastante firmes. No era de complexión delgada, pero tampoco le sobraban kilos. Su estado físico era bueno, aunque su tendencia natural era la de sentarse en un sillón y devorar novelas.
- ¿Quieres tomar algo? - le ofrecí.
- Vale. -
La siguiente media hora la dedicamos a tratar un asunto vecinal.
- ¿Y qué vas a hacer ahora? - me preguntó cambiando de tema.
- Pues iba a ver una peli. Pero la verdad es que no tengo muchas ganas. He tenido un día un poco regular.
- ¿Cómo de regular? - indago la chica.
Sin saber muy bien la razón le conté todo el rollo.
- No paro de hablar... ¿cuéntame, en que andas? - dije después del monólogo.
- Estoy leyendo un libro... la verdad es que es una autora nueva y va un poco de amor y erotismo.
- Interesante. - dije sonriendo.
- Sí, lo que pasa es que por muy bien que se cuente lo del sexo y eso una cosa es leer y otra practicar.
- Ya. - dije
- La verdad es que no sé si leer esta tarde... me da pereza. Por ejemplo lo del beso, que si esto, que si lo otro... claro no está claro.
- Menudo lío... oye, si quieres podemos investigar. -
- ¿Investigar?
- Sí, por ejemplo lo del beso. Ya sé que no soy el tío bueno del libro pero al menos la chica sí que está a la altura. - disparé lanzando un cumplido.
Laura me miró unos segundos, luego se quitó las gafas y acercándose a mí me dijo.
- ¿Probamos?
En lugar de responderla apoyé mi mano en su nuca y atrayéndola con delicadeza hacia mí la besé y ella me devolvió el beso con pasión.
- No está mal - dijo. - Pero vamos a probar otra vez.
Me senté en el sillón y ella se sentó a horcajadas sobre mis muslos, su cara a escasos centímetros de la mía. Repetimos beso en la boca. Con la lengua entrenada pasé a ocuparme de su cuello que cual tallo de flor desprendía el aroma de un perfume de rosas.
- ¿De qué crees que tratará el capítulo 2? - le pregunté con voz sensual.
- Creo que va de sexo oral. - me susurró al oído.
Se quitó la camiseta y yo hice lo propio desnudando mi torso. A continuación le desabroché el sujetador. Los senos quedaron al aire. Nos abrazamos sintiendo el contacto de piel sobre piel.
- ¿Sabes una cosa? - me dijo.
- No. - respondí.
- Tengo un lunar más. ¿Te gustaría verlo?
Sin esperar respuesta se levantó y escenificando un baile se quitó la falda y se bajó las bragas. Su culete era simplemente bonito. Sus nalgas algo temblonas tenían una forma de pera de lo más femenina y caían ligeramente, su raja, lejos de ser tímida, reclamaba un papel protagonista. A buen seguro tan acogedora abertura había mantenido prisioneras a más de un par de bragas para regocijo de los glúteos, que libres de tela bajo la falda, practicaban nudismo.
- ¿Te gusta? - dijo mi vecina volviendo su rostro ligeramente teñido de rojo, hacia mí. Los dos lunares sobre el morrito se alineaban con otro que tenía en mitad de la nalga izquierda.
- ¿Puedo? - dije.
Y sin esperar respuesta la besé el culo. No merecía menos. Luego la di un azote.
- Eres un poco traviesa.
- ¿Tú crees?... bueno, vamos por pasos, ya nos adentraremos en ese mundo.
- ¿Tú mandas? - respondí
- Te tomo la palabra. ¡Acércate!. Vamos a ver qué escondes bajo esos pantalones.
Aquel lunes no había sido un buen día en la oficina, pero fuera de ella la historia cambiaba mucho.
(continuará)