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"Una tarde de invierno y un encuentro cercano entre dos amigos casados."
Era una tarde de invierno y me tocaba esperar a unos clientes en una casa que había intentado vender desde hacía unos seis meses. El barrio en el que la casa se encuentra es muy bonito y acogedor. Relativamente cerca del centro, muy tranquilo y con pequeños comercios alrededor que evita tener que tomar el auto para hacer las compras cotidianas. Una casa bien decorada y con grandes comodidades, pero que por los problemas de la recesión, tenía el precio un poco alto.
Era un martes por la tarde, me encontraba un poco cansada y no me apetecía estar aburrida allí sin hacer nada. Por lo menos, quería cotillear un poco. Llamé a un par de amigas para saber si estaban libres y dispuestas a acompañarme porque por lo que veía, la espera se haría larga. Los clientes me habían llamado cuando ya estaba en la casa y me anunciaron un retraso de un par de horas. Ni tanto como para volver al trabajo ni tan poco como para que la espera fuera corta. Mis amigas no podían acompañarme. Sabía que mi marido estaba ocupado en una reunión importante, así que le descarté de plano.
Se me ocurrió entonces llamar a Adolfo, otro vendedor de la misma inmobiliaria en la que trabajo, para saber si estaba libre y si podía hacerme compañía en una tarde que se me antojaba gris, y en la que había empezado a lloviznar un poco.
Afortunadamente, Adolfo venía en camino porque había terminado sus actividades y estaba libre por el resto de la tarde.
Suspiré aliviada pensando en lo bien que me vendría algo de compañía. Me gusta charlar y suelo llevarme bien con todos en el trabajo, pero no conocía tanto a Adolfo, así es que algo de conversación me llevaría a mejorar nuestra relación laboral. Con él hablábamos en el trabajo, pero no de cosas personales. En más de una ocasión me quedaba mirándole intentando pensar en cómo podía ser su vida, sobre todo porque parecía un tipo interesante.
Cuando llegó le estaba esperando con café recién hecho, que había encontrado en la cocina, y pude ver a un hombre con pinta de ejecutivo, bastante atractivo, bien vestido y de unos 40 y tantos años. Es lo que se dice un ‘madurito’ interesante. En ese momento nunca me hubiera imaginado con él desde el punto de vista sexual, pero la verdad es que si bien éramos compañeros de trabajo desde hacía algunos años, él siempre había resultado reservado. Muy amable y atento en el trato diario, pero apenas sabía que estaba casado y tenía dos hijos universitarios y una adolescente que estaba por salir de la prepa. Creo que sin saberlo, me tenía algo intrigada su reserva. Es un tío con el que se disfruta trabajar porque muestra siempre buen humor y compañerismo. Como en ese momento, claro, en el que había acudido a acompañarme cuando bien podría haberse ido a casa a disfrutar del resto del día. Pero no, estaba allí, con su sonrisa encantadora y el cabello ligeramente mojado por las gotas de lluvia que le habían cubierto en el trayecto de su auto a la puerta de entrada.
En ese momento, si alguna de mis compañeras me hubiera dicho que me enrollaría con un hombre maduro, hubiera pensado que estaban locas.
Nos sentamos en la mesa de la cocina, esperando a mis clientes con el aroma a café envolviéndonos y charlamos entretenidamente por un largo rato.
Definitivamente no soy una mujer lanzada, supongo que porque fuera de mi marido, no encontré a nadie que me motivara, pero justamente ese día algo estaba pasando en esa charla.
No puedo decir si fue la melancolía del día, lo agradable de su charla o su encantadora sonrisa, pero sentí cierta conexión entre nosotros. Noté como se fijaba en mí aspecto furtivamente, cosa que me halagó muchísimo, haciéndome sentir muy bien. Además, se notaba que realmente disfrutaba hablar conmigo.
Después de charlar por varios minutos, sentí mi celular sonar y respondí inmediatamente al ver que eran mis clientes. Habían cancelado la cita y toda la espera se había vuelto inútil.
Le comenté a Adolfo, que sólo se encogió de hombros, y con una expresión despreocupada me dijo que no importaba, que la había pasado bien conmigo disfrutando ese momento. Me sentí tan bien con su comentario que me ruboricé ligeramente.
Decidí que no quería terminar ese momento y en un intento de hacerlo perdurar un poco más, le ofrecí otra taza de café, que aceptó amablemente. Casi sin darme cuenta, la situación que en principio había sido un intento de dar un esquinazo al aburrimiento, había pasado a ser un flirteo inconsciente, pero en el que me estaba involucrando poco a poco.
Mi amigo empezó a pasearse lentamente de un lado a otro en la cocina, con su café en la mano. Cada vez que coincidía conmigo me miraba primero abajo y luego directamente a la cara. Sé que yo iba muy atractiva. Vestía un chaquetón marrón, con una camisa blanca que dejaba traslucir un corpiño negro, unos vaqueros ajustados, unas botas por encima de la rodilla y algo de tacón. Estoy segura que le gustó mi look y en algunas de sus miradas le sorprendí mirando discretamente mis caderas, mi pubis y mis pechos, intentando encontrar algo más detrás de las transparencias de mi camisa.
Una de las veces que me miró, le sonreí discretamente y él me respondió de la misma manera.
Cada vez que sus ojos se cruzaban con los míos, nos mirábamos intensamente y nos sonreíamos de forma muy suave, como si intentáramos ocultar lo que nos estaba pasando. Tratábamos que no fuera evidente, pero nada podía ocultar el deseo que experimentábamos.
Me puse algo nerviosa y comencé a preguntarle cosas del trabajo que yo sabía de sobra, en un intento de evitar que él se diera cuenta de mi confusión. Contestaba de forma cordial y segura, lo que lo hizo aún más atractivo para mí. En esa tarde, su voz sonaba varonil y transmitía una energía fuerte y envolvente. Algo dentro mío me decía que deseaba terminar líandome con él.
Como teníamos tiempo, comenzamos a pasear por la casa mientras seguíamos hablando. En un momento, nos detuvimos distraídamente y, enfrentados, continuamos charlando. No había ningún sonido en la casa, sólo el susurro de nuestras palabras podía sentirse suave y claro. Adolfo me cogió de las manos y yo sentí que mi rostro se ruborizaba intensamente. Estaba claro que el juego de seducción había pasado y ahora me sentía extrañamente relajada mientras mi corazón parecía en plena ebullición.
Acercó su cuerpo al mío y quiso darme un beso. En un último intento por no perder la cabeza, retiré mi cara para evitarlo, pero no me lo iba a poner tan fácil. Sonriendo, tomó mi rostro entre sus manos y cuando sentí su aliento cerca de mis labios, cerré mis ojos y me dejé llevar.
Continuó besándome por el cuello suavemente… sentía mi cuerpo responder con estremecimientos. De alguna manera mis temores quedaron de lado. Estábamos solos, en una casa desierta y lejos de nuestras parejas. Las sensaciones que sentía me estaban gustando tanto que mis defensas se bajaron por completo y me dejé llevar. Sentí el cuerpo erizado y acabamos dándonos un buen morreo. Notaba que mi tanga se había empapando mientras me sentía cachondamente perdida.
De alguna manera llegamos al dormitorio, allí él se bajó los pantalones, con sus manos agachó mi cabeza y mientras me arrodillaba, me obligó a hacerle una felación. Era una sensación muy morbosa, notaba cómo movía sus caderas introduciendo su miembro en mi boca. Podía sentir su respiración agitada y por algún motivo, mientras me hacía sentir como una auténtica meretriz, mi excitación fue en aumento.
Me sostenía la cabeza firmemente mientras follaba mi boca. Me sentía una auténtica puta porque nunca nadie me había poseído de esa manera. Para una puritana como yo, la idea de una felación podía parecer un poco humillante, pero me encantaba todo lo que estaba ocurriendo.
Su miembro estaba duro y era bastante ancho. Mientras me deleitaba con su falo, él me tiró sobre la cama, y acostándose como para un sesenta y nueve, volvió a follarme por la boca mientras bajaba la cremallera del pantalón y empezaba a masturbarme con su lengua. Dios mío, estaba tan excitada que noté como parte de mi jugo vaginal mezclado con su saliva, se expandía por mis muslos. Los dos nos corrimos casi a la vez.
Nada más al acabar, terminó de quitarme los pantalones por completo, me arrancó la tanga y después se quitó el resto de su ropa. Estábamos completamente desnudos en la cama cuando empezó a penetrarme vigorosamente mientras azotaba sus caderas contra mi cuerpo. Sentía su miembro deslizarse dentro de mí, y las oleadas de placer llegaban inundando mi mente y mis pensamientos al ritmo del glande que se deslizaba por mi vagina.
Su miembro salía y entraba con gran facilidad y cada vez que arremetía llenaba profundamente mi cuerpo. Sus manos tocaban mis pechos, que tenía los pezones erectos. Su lengua me lamía el cuello, y podía sentir cómo Adolfo saboreaba las gotas de sudor que cubrían mi piel.
Acabé nuevamente con un gemido, pero esta vez antes que él. Sin darme ningún tiempo para el descanso, me puso de rodillas frente a su polla y me obligó a chuparle su miembro mientras entraba y salía de mi boca. Después de pocos minutos, sentí cómo se corrió en mi boca. Mientras tragaba su semen me sentí una auténtica guarra.
Nos tranquilizamos un poco recostándonos sobre las sábanas. Me sentía completamente exhausta. Adolfo me cogió dulcemente entre sus brazos.
Después de algún tiempo, decidimos que era hora volver a nuestras casas.
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