La mujer era muda. Había quedado muda una tarde de lluvia y miedo, pero esa es otra historia. Esta es la historia del hijo. La historia de los ojos y de la falsa calma del hijo de la mujer.
El hijo cortaba las tardes con un cortaplumas diminuto. Lo clavaba en los ojos de las gallinas, cuando la siesta deshabitaba su mundo mínimo. La madre sabia, pero fingía no darse cuenta. Era su único hijo y no quería enterarse de ninguna verdad molesta. El hijo dejó a todas las gallinas sin ojos, día tras día, ojo tras ojo. Al día siguiente de quedarse sin ojos de gallina, intentó con el gato. Quería más ojos. Logró clavarle la primera punzada en el ojo derecho, pero el animal se zafó de sus manos y desapareció para siempre. El se quedó escarbando con el cortaplumas los arañazos que le había hecho el animal en un brazo. La mujer no estaba. Escarbaba pacientemente, cada vez más profundo, mirando el rojo turbio de su sangre. Quería sangre. Fue al gallinero y le clavó el cortaplumas a una gallina en el vientre. Se desnudó y se restregó el animal muerto por todo el cuerpo. Se pintó con la sangre.
La madre llegó al atardecer y encontró a la gallina muerta frente a la puerta. Siguió el reguero de sangre y encontró a su hijo desnudo, acostado en su cama, todo manchado. No hizo nada. Como todos los días, al otro día se fue al amanecer. Pero no regresó. No regresó jamás.
El se crió solo, como pudo. Cuando creció comenzó a usar las ropas de su madre, las que había dejado. Comenzó a actuar como una mujer. Una tarde se cortó el pene con el cortaplumas y apareció en el pueblo, tirado sobre un caballo, sangrando, casi muerto. En el pueblo lo curaron.
Lo conocí en el prostíbulo de Margarita, que estaba pegado a la casona vieja, donde vivíamos con mi hermana: teníamos apenas diez años. El trabajaba ahí, cantando y haciendo puntos. Cantaba todas las noches, vestido de mujer. Se hacia llamar con el nombre de Valeria, como mi hermana. La tarde que cerraron el prostíbulo lo encontré llorando, sentado bajo la sombra del paraíso que estaba frente al local.
-La vida es puta, nene, una puta paradójica -me dijo, y luego me contó toda esta historia. Recién cuando terminó me reveló que su madre era muda. -Era muda -me dijo- muda como yo. Y sacó el cortaplumas y se cortó la lengua.
A mi me ha gustado todo este cuento yo lo encuentro muy interesante,sigue escribiendo mas que me gustaria leerlos.