~~Toda
Ella sea puro sexo. Tenía los ojos más hambrientos del
mundo. Y es que con solo una mirada te daba a entender que tenía
un hambre de sexo irreprimible hambre de sexo, si, pero sin
rayar la vulgaridad. Y el sexo puede dar miedo. Ella tiene algo perverso
en su mirada, algo antinatural, morboso, perverso. Creo que fuimos
muy pocos quienes realmente la conocimos, porque no hay nadie que
pueda decir de dónde salió, dónde vive, qué
hace, quién es ni tan siquiera cual es su verdadero
nombre. Por eso yo la voy a llamar simplemente la Chica. Sin embargo
yo, que tuve ese, llamémosle privilegio en tanto
que era algo inaudito, no me enorgullezco precisamente de haberla
conocido aquella bruja era el mal personificado. Ella estaba
y no estaba. Era como un ente. La
primera vez que la vi fue una noche de verano, en alguno de esos pubs
de la calle Alonso Martínez, en la capital. Solo llevaba puesto
un vestido negro de tirantes, casi descolorido, como de lino y unas
sandalias de cuero marrón. Sin maquillar, el pelo desgreñado,
pero con todo me pareció la mujer más impresionante
de las que había visto jamás. Ni me quise imaginar qué
aspecto tendría estando bien arreglada En serio, era
una mujer impresionante. No es que tuviera un cuerpo es que
ella era El Cuerpo. Ella era la perfecta personificación de
la belleza femenina universal. Cualquier hombre, de cualquier nacionalidad,
cultura o religión, hubiera perdido el juicio por ella. Todo
aquel que la miraba quedaba avasallado, sometido a su influjo. Hasta
las mujeres.
Tal vez la Chica fuera consciente de su poder y por eso jamás
se arreglaba. Quizás fuera una feminista reconocida.
Quizás fuera la mismísima Lilith resucitada. Traté
de acercarme a ella aquella noche. Antes necesitaba un trago para
tranquilizarme, y sin embargo, en el instante de acercarme a la barra,
pedir una copa y girarme para buscarla, la Chica ya había desaparecido.
No la
volví a ver hasta pasados unos meses. No fue nada especial,
nada de toques de campanas ni fuegos artificiales, aunque creo que
sentí su presencia mucho antes de verla. El caso fue que yo
iba conduciendo por la Gran Vía, cuando de pronto sentí
una fuerte punzada en el pecho. Era hasta doloroso. Entonces miré
hacia un lado de la calle, como atraído por un imán,
y allí estaba aquella diosa, aquella sacerdotisa del Mal, Lilith
avasalladora, Ella, deslizándose por la acera, como si fuera
una aberración que sus pies tocaran el sucio suelo de Madrid.
Aceleré cuanto pude y traté de aparcar con el fin de
seguirla, pero no hubo modo: volvió a escapar. Aquel día
regresé destrozado a la oficina, y el siguiente y el siguiente,
pasando todos los días y a la misma hora por Gran Vía,
jurándome que volvería a verla. Me fui consumiendo poco
a poco, pero Ella no aparecía. Y yo sin poder olvidarla. Desde
aquel día, desde que la vi por segunda vez, el desastre comenzó
a acechar desde el fondo de todos los caminos. Fue en pleno invierno.
Hacía mucho frío y estaba diluviando. Yo estaba en mi
pequeño estudio de la calle de Maudes donde a veces me recluyo
para escribir mis novelas (tengo un piso más amplio en Ortega
y Gasset), cuando tocaron al portero. El mundo estalló en mis
manos cuando abrí la puerta de entrada y me encontré
a un empapado Josechu y a la Chica, mirándome desafiante con
aquellos ojos hambrientos. Hambrientos de sexo. No fui capaz de articular
palabra. Ellos entraron y Josechu me comentó algo sobre que
les había pillado la lluvia por Raimundo y que decidieron hacerme
una visita. Y así te presento a ***
dijo delatando el nombre de la Chica . Ni respiré. Creo que
me dio una leve taquicardia cuando Ella se inclinó hacia mí
para darme un único beso, en la mejilla derecha. No dijo nada,
pero me sonrió. Llevaba exactamente la misma ropa que cuando
la ví por primera vez, pero llevaba un grueso abrigo de paño.
Parecía una pordiosera. No llevaba medias, nada, las piernas
totalmente desnudas. Josechu se escabulló al baño para
arreglarse y ponerse una de mis camisas, pues teníamos más
o menos la misma talla. La Chica y yo nos quedamos solos. ¿Sabes
que tu cara me resulta muy familiar? se acercó a mi
con paso felino, calculado .
¿Yo? No sé buenono sé
– sentí un frío sudor en las sienes . Y
sin más preámbulo, mirándome fijamente a los
ojos para que yo no pudiera apartar la mirada, me lamió el
cuello con la punta de la lengua, la parte izquierda, por debajo del
lóbulo. Me estremecí y un súbito mal humor me
invadió. Sin embargo no pude apartarme, estaba como clavado
en el suelo. Ella rozó con los dedos el bulto creciente de
mi sexo a través de la tela de los pantalones y respiró
sobre mi cuello, apenas haciéndome sentir sus labios sobre
mi piel. Yo comencé a respirar por la boca necesitaba
que el aire entrara a bocanadas en mis pulmones, porque me sentía
como un pez fuera del agua. La Chica se apartó, cogió
el mando de la televisión y la encendió, justo cuando
entraba Josechu. Yo
giré sobre mis talones y me apalanqué en la ventana.
No quería mirarla, pero tampoco salir de la habitación.
Fuera la lluvia no escampaba. Jose permaneció unos instantes
en la puerta, en silencio.
¿Tienes algo para llevarse al gaznate?
En la cocina
¿Te hace?
No. Josechu
vaciló. Se acercó a la ventana para preguntarme que
qué me pasaba.
¿A mi? Si, estás muy raro.
Qué
va, tío, no es nada, en serio, es que estoy un poco desangelado
con este tiempo.
¿Quieres que salgamos a tomar algo?
¿Con éste tiempo!?
Es verdad. Regresó
al sofá, olvidando lo de la bebida, y fijó la vista
en las imágenes que ofrecía la televisión, un
documental sobre las profundidades abisales. La Chica apoyó
su cabeza en el hombro de Josechu y yo continué mirando por
la ventana, triste, absorto. Todavía no podía intuir
a dónde quería ir a parar, me faltaba saber muchas cosas
sobre Ella (como por ejemplo, saber cómo se habían conocido),
pero por debajo empujaba un deseo que empezaba a amenazarme con reventar
de pura necesidad, una necesidad parecida al hambre y a la sed, a
la solución de esos misterios por los que la gente llega a
dar la vida. Y fue ese presentimiento, la inquietante sospecha de
que yo, sin enterarme, ya había apostado mi vida en aquel juego.
Ya estaba dentro, no sé cómo, pero aquella mujer me
tenía atrapado en sus garras, bien cogido por los huevos. Necesitaba
estar con la Chica a solas. Me
giré hacia ellos. No sabía cómo me iba a librar
de Josechu, pero no había más remedio que hacerlo.
Jose, aquí no tengo nada para comer y ya casi es hora de
cenar. ¿qué tal si bajas a por algo?.
¿Yo solo? ¿Lloviendo? ¡Ni lo sueñes!
¿Qué de malo tiene que vayas solo!?
Nada, olvídalo, tío. La
miré y ella me comprendió. Sin decir ni una palabra
se abrió un poco de piernas, dejándome ver más
de la orografía íntima de su cuerpo.
Vamos, Jose
He dicho que no. Y Punto. Me
dirigí a la cocina. De verdad que no sé qué me
pudo pasar, que maldita sombra atravesó mi mente por unos instantes
porque cuando me quise dar cuenta, Josechu ya estaba muerto.
Josechu muerto sobre la raída alfombra de mi estudio de Maudes.
Creo que grité cuando vi el cuchillo ensangrentado caer de
mis manos, aunque no estoy muy seguro. Lo siguiente que recuerdo es
su cuerpoel de Ella. Porque acabamos follando como locos allí
mismo, junto al cadáver de mi amigo. Y lo hice como en una
ensoñación, como si me hubieran drogado. Estoy seguro
de que fueron sus ojos. Cuando bebí de su sexo, sentí
un sabor amargo que hasta ahora he tenido que soportar y no creo ser
capaz de vivir eternamente con este sabor siempre dentro de mí.
Porque
la Chica tiene un sabor amargo, a pesar de oler tan bien. Su piel
es tan suave y tan tersa que da hasta miedo y su tacto estremece.
Sin embargo, pese a la situación, ella estaba totalmente entregada.
O al menos lo parecía. Recuerdo que cuando cobré el
sentido y fui consciente de haber matado a Jose, ella me cogió
del brazo y me arrastró hasta el especioso diván, esparciendo
con un solo gesto del brazo todos los folios que yo antes, cuidadosamente,
había colocado. Era mi última novela que ya por siempre
permanecerá inacabada. Me tumbó de espaldas y me acarició
suavemente por encima del pantalón, cerrando la mano sobre
mis testículos y mi pene, apretándo, calibrando mi estado.
No quedó decepcionada: yo tenía una enorme erección
que amenazaba con reventar la fina tela de mis pantalones. La
Chica nunca pierde el tiempo. Apenas se esforzó en desnudarme,
aunque yo solo era ligeramente consciente de lo que me estaba pasando
y no la ayudé. Cerré los ojos, y sentí cómo
ella se colocaba a horcajadas sobre mí, sobre mi sexo, cómo
poco a poco, tan lentamente que pude sentir cada centímetro
de piel, Ella fue engullendo mi pene. Permaneció así
unos segundos, seguramente notando los latidos de mi hinchado miembro.
Después empezó a cabalgar sobre mí muy despacio,
primero introduciéndose solo la punta de mi polla, cada vez
más rápido, más violentamente, hasta que comenzó
a gemir y le sobrevino un orgasmo. Apretó los músculos
de su vagina alrededor de mi glande y se movió con furia, saltando
sobre mí, golpeando con su culito mis muslos. Una punzada atravesó
mi columna y me corrí dentro de ella. Ya no recuerdo más.
Supongo que perdí el conocimiento. Al
despertar, ella estaba arrodillada en el suelo, con la cara hundida
en mi entrepierna, lamiendo mi pene sucio de semen y de sus propios
fluidos, acariciando con una mano mis encogidos testículos.
Suspiré. La Chica me miró y con el ceño fruncido,
como molesta por algo, se incorporó y sentándose sobre
mi cara, me besó con sus labios vaginales. Fue entonces cuando
probé su sabor amargo. Un sabor inconcebible para el sexo de
una mujer. Cuando la limpié, se bajó el vestido y calzó
las sandalias, sin dejar de mirarme, sin decirme nada. Se acercó
al cadáver de Josechu, lo observó durante un rato y
joder, estoy convencido de que sonrió. Luego, sin mirarme,
salió del estudio, dando un portazo. De
verdad, tenéis que creerme, aquella chica no era normal, era,
ES un monstruo. Tiene algo perverso en su mirada, algo antinatural,
morboso, perverso. Debe
morir. La Chica debe morir. Pero no será de mi mano. Ya no.
Ahora es tarde. La bañera de mi estudio de Maudes está
lista, llena de agua hasta los topes. El mismo cuchillo con el que
maté a Josechu está justo al lado, sobre un taburete,
ya limpio de su sangre. Sé que voy a tener el valor. No me
queda más remedio, porque desde la bañera se puede ver
medio cuerpo de Josechu, tumbado inerte sobre la raída alfombra
del salón