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Maribel hace tiempo que dejó de trabajar en la hamburguesería. Encontró otro trabajo mejor y se fue.
Yo, me quedé en el mismo sitió. Quemando hamburguesas y recalentando patatas, pero nunca me pude olvidar de Maribel. Tenía unos años menos que yo, unos veintitantos. Conmigo siempre fue simpática, a pesar de que su carácter era más bien hosco. Y tenía cierta confianza conmigo.
Al cabo de unos meses volvió por la hamburguesería como clienta. Se había mudado con su novio a un apartamento cercano. No sé cuál de las dos sonrisas se iluminó más al vernos, pero me pareció que la suya era sincera. Después de ciertas confidencias mutuas, se despidió con un "volveré por aquí".
Las visitas eran cada vez más continuadas y las confidencias también. Su novio parecía el típico macho celoso que pretendía controlarla las veinticuatro horas del día, y eso parecía agobiarla bastante.
Un día vino triste, no había pasado buena noche y las ojeras se notaban, a pesar del maquillaje que pretendía ocultar las señales. "No sé, creo que tal vez me haya vuelto a equivocar con un hombre" me confesó. "Tal vez" sólo acerté a responder.
Apoyada en la barra, bajó la cabeza. Nuestra confianza mutua no era suficiente para que yo la viera llorar. Le cogí una mano, se la apreté suavemente, más bien fue una acaricia. No le dije nada, no hacía falta consolarla. Un momento después levantó su cabeza, me apretó la mano ella a mí y me dijo "gracias, sé que puedo confiar en ti". Su sonrisa se volvió a iluminar.
Días después, sin que ella volviera, me encontraba ordenando las estanterías. Afuera llovía con fuerza. No había clientes. La puerta se abrió. Era ella de nuevo, empapada completamente, se quitó la gabardina y se puso delante de la estufa para calentarse. Empezó a hablar como si todo fuera perfecto en su vida, lo contenta que estaba y el futuro que tenía por delante. Pasó rápidamente detrás de la barra y me dio un beso en los labios. Me quedé sorprendido. "¿Por qué?", "porque sólo me falta hacer eso contigo".
La abracé. Noté sus pechos contra mi pecho. La besé ya con toda mi pasión. Nuestras lenguas se encontraron. Nuestros suspiros se mezclaron. Risas nerviosas. "Cierra la hamburguesería y vamos al almacén" me sugirió mientras se metía en el almacén.
Cerré todo lo rápido que pude la hamburguesería, apagué las luces, quedando únicamente la bombilla del cuarto donde tenía el economato. Nervioso y excitado me acerqué a la entrada de la habitación.
"Maribel". Repetí varias veces su nombre. "Ven", me llamó de detrás de unos estantes. Allí estaba, sonriéndome. Encima de los manteles doblados de las mesas, estaba ella. Su ropa interior blanca de encaje lo único que la vestía. Miré su cuerpo. Sus pechos no eran muy grandes, pero se veían turgentes. A través de sus braguitas podía observar su vello oscuro y denso.
Me puse sobre ella. Me bajó los pantalones y agarrando mi más que creciente pene erecto, empezó a moverlo rítmicamente. Yo sólo acertaba a acariciar sus muslos, que ella me aprisionaba con su entrepierna. Su sexo, ya bastante humedecido, despedía un olor excitante. Notaba sus labios vaginales a través de las bragas. Le agarré un extremo de ella, y se las subí hacia arriba. Metidas profundamente contra su sexo, los labios le aparecían por los lados. Acerqué mi boca, agarrando alternativamente sus labios sexuales. El olor y el sabor me hicieron perder mi voluntad.
"Aprieta más fuerte cabrón. Méteme las bragas hasta el fondo" ordenaba. Si yo parecía perder mi voluntad, ella parecía querer dirigirla. "Muérdeme" ordenó. Apreté con los dientes los lados de su vagina. "Más fuerte, más fuerte", obedeciéndola ya no sólo la mordía, sino que estiraba. Sus jadeos eran largos y profundos. "El clítoris, búscame el clítoris y chúpamelo hasta reventar. Venga hijo puta, haz algo bien". Me quedé sorprendido, su carácter estaba cambiando, pero me gustaba el rumbo que estaba tomando la situación.
Succioné con todas mis fuerzas el clítoris. Empezó a levantar su cadera contra mi cara, buscando más placer. Intenté llevar la delantera. Sin previo aviso, le introduje el dedo en su culito, con lo estrecho que estaba, seguramente no había sido muchas veces introducido.
"¡Ya era hora, mamón, de que hicieras algo por tu cuenta!". Me quedé sorprendido. Maribel no parecía la chica que conocía. Decidí tomar el mando de la situación. Le quité las bragas, a pesar de sus protestas.
"Te quiero ver las tetas", con un "te jodes, maricón" me dio un golpe con su rodilla izquierda en mi pene erecto.
Caí en redondo a sus pies.
"Con que me quieres decir lo que he de hacer, prepárate cabrón".
Apenas podía respirar. Mi pene estaba volviendo a su estado de flacidez.
"Con que se te pone floja" se rió mientras me miraba, "¡menéatela!". Poco a poco mi pene volvió a su dureza. Maribel empezó a masturbarse delante de mí. Se separó los labios mientras me miraba. Su mirada ya no era la de esa chica que trabajó conmigo, ni la que me daba sus pequeñas confidencias. Su mirada era...
"No sabes hacerme gozar y me tengo que hacer el dedillo. ¡Calzonazos!". Sin duda, se estaba poniendo un pelín borde. "Chúpamelo", me volvió a ordenar. Me agaché volviéndolo a succionar de forma desaforada todo su sexo. Su humedad se pegaba por mi rostro, lo cual acrecentaba mi excitación. Sus jadeos volvían a ser ruidosos. "No te muevas, sigue.., no saques la boca de mi co.., coño... parecía que llegaba al orgasmo. Un grito y el apresamiento de mi cabeza con sus piernas al cerrarlas me lo confirmó. "Espera, espera..." repetía entre jadeos. No entendía nada. De improviso, un chorro de orina impactó contra mi cara. Maribel se estaba orinando contra mi cara. "¿Qué mierda haces?", grité enojado. "Te callas. Las mujeres no nos quejamos cuando nos mojáis con vuestra leche. No te quejes ahora que te pringo con mi cerveza". Un último chorrito de orina impacto contra mi cara.
Me separé cómo pude. Cogí uno de los manteles y me sequé la cara. El olor a orín inundaba el almacén. "Me voy, me tienes harto", le mascullé con mi impotencia. Empecé a vestirme. "Espera", su voz era de nuevo la de la Maribel de antes, "no deseas correrte, sin duda te lo mereces".
Me cogió, bajó mis calzoncillos y comenzó a succionarme mi pene. A pesar del dolor del golpe, rápidamente se me puso en erección. Desde luego lo hacía bien. "Quiero que cuando te corras, me avises, quiero tragármela toda" decía entre vaivén y vaivén. Le cogí de la cabeza, para acompañar su ritmo a mi gusto. Ella me cogió de los testículos, acariciándolos con sus uñas. Estaba llegando al límite...
"Me corro, Maribel, me corro...", gemí de placer. Mis suspiros repentinamente se pararon.
Hubo un silencio mínimo.
Ya no recuerdo más. Por lo qué sé, el vecino de arriba oyó mis gritos de dolor. Asustado llamó a la policía. Cuando llegaron, me encontraron solo, semi-inconsciente encima de los manteles, en modo fetal, con mis manos entre las piernas, y musitando el nombre de Maribel.
Me trasladaron al hospital con un más que importante desgarro en mi pene, producto, parece ser, de un mordisco. Agravado por el estado de erección y excitación en el que me encontraba. Todavía no sé qué explicación he de dar a los que me rodean. Me miran interrogantes sin saber qué sucedió realmente.
Ayer vino a verme Maribel. Acompañada de su novio que se quedó fuera. Me sonrió. Se acerco a mi oído y con un "gracias, se que puedo confiar en ti" se marchó.
Nunca más la volví a ver.
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