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"Nunca te he visto pero te conozco... Nunca he escuchado tu voz pero me encanta hablar contigo... Nunca te he sentido pero se que me encantaría... Déjate llevar, quiero llevarte conmigo, que sueñes conmigo, deseo encender tu alma, acelerar tu pulso, agitar tu respiración, quiero hacer que me desees, que me desees como un loco..."
"Quiero que seas mi perra, mi zorra, mi putita... Quiero atarte, follarte, azotarte..."
"Pues hazlo... Átame, fóllame, azótame... soy tu perra, tu zorra, tu puta... Haré todo lo que me ordenes..."
La hora de la verdad había llegado. Comprobé una y otra vez mi imagen en el espejo. Me había vestido tal y como tú me habías pedido: una fina camisa blanca, una minifalda negra tableada y unos zapatos de tacón negros. Mi ropa interior tan sólo consistía en unas diminutas braguitas blancas, no llevaba sujetador y mis pezones se entreveían a través de la camisa. Mi cabello suelto desprendía un ligero aroma a colonia infantil.
Era la hora, llamaste a la puerta y mi corazón se disparó, caminé mientras respiraba hondo. Abrí la puerta y te ví, frente a mi, fuí incapaz de articular palabra, tú tampoco hablaste, pero daba igual, sobraban las palabras, nuestras hambrientas miradas lo decían todo. Diste un paso al frente y yo retrocedí un poco. Llevaste una mano hacia mi mejilla y con la otra cerraste la puerta detrás de ti. Te miré nerviosa, tímida, humedecí mis labios con la punta de la lengua y tú los miraste, te acercaste, lentamente... entonces sentí tus labios, suaves, calientes, húmedos... Tu lengua tanteaba la mía, poco a poco se fueron entrelazando, cada vez más rápido, cada vez más apasionadas... Nuestras respiraciones se iban acelerando y decidí tomar la iniciativa, llevé mis manos hacia tu chaqueta y logré quitártela hábilmente, fuí desabrochando los botones de tu camisa, ansiosa, pero tú me detuviste, giraste mi cuerpo quedando de espaldas a ti y ataste mis muñecas con un pañuelo. Volviste a colocarme frente a ti, bajaste la mirada hacia mis pechos y los acariciaste por encima de la camisa. Fuiste desabrochando todos los botones. Acariciaste mis pechos, suave, fuerte, suave, fuerte, te inclinaste para poder lamerlos y el contacto de tu lengua en mi piel hizo que las rodillas me flaqueasen. Mis mejillas se encendieron, sentí tus labios subiendo por mi cuello hasta detenerse en mi oreja, entonces me susurraron... "Desnúdame... perrita".
Te miré y enseguida comprendí tu orden. Tan sólo quedaban tres botones de tu camisa sin desabrochar, me incliné para alcanzarlos con la boca y con una agilidad que pareció sorprenderte conseguí desabrocharlos uno a uno. A continuación, mientras tú terminabas de desnudar tu torso, puse todo mi empeño en liberarte de los pantalones. Me arrodillé ante ti, mordí la hebilla del cinturón y gracias a mis dientes y mi lengua conseguí desatarla. Desabroché el botón del pantalón y sin dejar de mirarte agarré la cremallera con los dientes y tiré lentamente de ella hacia abajo. Los pantalones comenzaron a caer dejando a la vista tus boxer. Te dediqué mis más pícaras miradas, tenía las manos atadas a la espalda, estaba prácticamente indefensa ante ti y no tenía miedo, sólo te deseaba... sólo deseaba darte placer, sentirte... hacer todo lo que me ordenases...
Procedí a morder la cinturilla de los boxer y fuí tirando muy lentamente de ellos, hasta que quedó al descubierto tu miembro ante mi rostro, erguido, desafiante... Arrodillada ante ti... te miré... miré tu verga amenazante, ansiosa por recorrerla con mi lengua, por envolverla en mi boca, por succionarla...
Decidí tomar nuevamente la iniciativa y comencé a pasear mi lengua por su punta, mientras te miraba, de pronto me estiraste bruscamente del pelo y preguntaste:
―¿Quién eres?
―Soy tu sumisa
―¿Y qué más?
―Soy tu esclava
―¿Y qué más?
―Soy tu perra, tu puta, tu zorra... soy lo que tú quieras que sea...
―¿Te he dado permiso para que me la chupes?
―No... pero...
―¡Levántate!
Terminaste de quitarte los pantalones y totalmente desnudo cogiste una silla y te sentaste.
―Ven aquí zorra, vas a recibir tu primer castigo.
Me acerqué a él, ya sabía lo que me esperaba, no sentía miedo, pero tener que mostrarme ante el en aquella postura me hizo sentir avergonzada. Sin embargo, deseaba ser su sumisa, así que tragué mi orgullo y me coloqué boca abajo sobre su regazo. Sentí sus piernas bajo mis costillas y mi vientre, mis pechos quedaron colgando y mi cabello se posó sobre el suelo. Levantó mi falda y al ver mis braguitas sentí que su verga se erguía bajo mi vientre. Fue deslizándolas lentamente hasta que quedaron enrolladas a la altura de mis muslos y mi culito quedó totalmente expuesto para él. Primero lo acarició con delicadeza, sentía sus manos suaves recorriéndolo y aquella sensación hizo que mi coñito se humedeciese. Él debió notar mi excitación e inmediatamente sentí el primer azote recayendo sobre mis nalgas desnudas e indefensas. Amasó mi culito una y otra vez, suave, fuerte, suave, fuerte... separó mis nalgas para ver bien mi agujero y volvió a propinarme otro azote. Amasó, abrió y azotó. Una y otra vez, una y otra vez. Con cada azote mi coño se humedecía más y más. Sentía el calor y el escozor de cada golpe, oía el sonido que se producía al estampar su mano contra mi culo, y mi mente no dejaba de pedir más... más... más...
―Levántate zorra.
Me puse de pie ante él, con la cara y el culo colorados, las braguitas enrolladas en mis muslos, mis cabellos despeinados y mi coñito latiendo con fuerza.
―Quiero que te vistas, te peines y te maquilles para mi. Recoge tu cabello en una coleta, ponte el vestido ceñido de cuero marrón, el collar y maquíllate como lo que eres... mi puta. Tienes diez minutos.
―Sí...
Me apresuré a cambiarme de ropa, recogí mi cabello y maquillé mis ojos con rimmel, sombra marrón, destaqué mis pómulos con colorete y vestí mis labios con carmín rojo vivo. Cuando regresé a la sala él había sacado varios objetos de su maletín y los había colocado sobre una mesita. Los miré sorprendida y excitada a la vez, una cámara de fotos, unas esposas, un consolador, una venda y una jeringuilla gruesa sin aguja que contenía un líquido denso y transparente.
Me observó de arriba abajo devorándome con la mirada. El vestido era cortísimo y dibujaba y ceñía cada una de mis curvas, además podía quitarse fácilmente, ya que tan sólo se unía mediante unos corchetes a cada costado. El escote palabra de honor dejaba al descubierto mi pecho y mis hombros. El collar, ancho y ajustado al cuello parecía el de una perrita de lujo. Y los zapatos marrones con un tacón altísimo hacían que mis piernas pareciesen aún más largas y esbeltas.
Vi que entre sus manos tenía el mando a distancia del equipo de música, entonces alzó el brazo y una canción francesa muy sensual comenzó a sonar...
―Baila perra, y desnúdate para mi.
Comencé a moverme al ritmo de la música, sin dejar de mirarle fijamente ni un momento, le miraba insinuante, rebelde, y bailaba para él como lo que era, su putita...
Mis caderas se contoneaban intentando seducirle, movía mis brazos y acariciaba mi cuerpo con sensualidad... mi cabello... mi pecho... mi cintura...
Cogí una silla y acompañé mi baile con ella, me coloqué a horcajadas sobre ella, me moví a su alrededor, me senté ante él abriendo y cerrando las piernas sin darle tiempo a ver nada... Él cogió la cámara y me fotografió una y otra vez, yo posaba para él, intentando excitarle y... consiguiéndolo.
De pronto comencé a sentir una extraña y peligrosa sensación de seguridad, yo era la que estaba controlando la situación, era él el que estaba suplicando mi cuerpo, le tenía ante mi, tomando fotos, con la verga apuntando al cielo...
―Empieza a desnudarte... guarra.
―Ven y desnúdame tú si quieres... – respondí con una malévola sonrisa.
Su expresión se volvió fría, seria y la seguridad en mi misma se encogió de golpe.
―¿Qué has dicho, zorra?.
―Nada, no he dicho nada...
Se levantó y se acercó a mi con aquella encendida mirada. Me agarró del escote y de un tirón seco me quitó el vestido dejándome totalmente desnuda. Me estiró con fuerza de la coleta y preguntó:
―¿Quién eres?
―Tu sumisa.
―¿Y qué más?
―Tu zorra, tu perra, tu puta...
―Ponte de rodillas sobre el sofá y apóyate en el respaldo.
Obedecí inmediatamente su orden y me coloqué de rodillas en el sofá, con el cuerpo apoyado sobre el respaldo.
―Abre bien las piernas zorra, así, enséñame ese culo de puta. Las manos a cada lado de la cabeza.
Cogió las esposas, las cuales estaban unidas por dos cadenas, así que introdujo mi cabeza entre ellas y esposó mis muñecas, una a cada lado, impidiéndome cualquier movimiento.
Llevó mi mano hasta mi raja y sentí vergüenza por estar tan excitada después de cómo me estaba tratando. Presionó mi clítoris con fuerza, introdujo un par de dedos, los sacó y me propinó un par de cachetes en el coñito. Abrió mis nalgas con fuerza e intentó introducir un dedo en mi ano, al encontrar resistencia azotó mis nalgas con fuerza.
―Abre tu culo para mí, perra.
Lo intentó de nuevo pero estaba demasiado seco. Cada intento fallido terminaba en un sonoro azote en mi culo, por lo que volvió a ponerse totalmente rojo. Disfrutaba azotándome y a mi cada azote me acercaba un poco más al cielo...
De pronto sentí que intentaba introducir algo más grueso, de plástico, era la jeringuilla, la metió hasta la mitad y descargó todo su contenido en mi ano. Una vez bien lubricado, colocó la punta de su verga en la entrada y de una estocada me la metió hasta el fondo. La impresión me hizo gemir por lo que recibí otra tanda de azotes. Comenzó a follar mi culo con fuerza, me agarró de la coleta y me cabalgó salvajemente.
―Recuerda... no puedes correrte sin mi permiso, zorra...
―Pero... no se... si podré resistir mucho más...
A penas terminé de hablar mi comentario fue castigado con un sonoro azote, lo que hizo que me excitase todavía más. Sus embestidas se hicieron más lentas, alargó su brazo hacia la mesita e inmediatamente sentí que intentaba introducir algo en mi coño, estaba frió y era bastante grueso, era el consolador... Deseaba con todas mis fuerzas no correrme, deseaba ser una buena sumisa, pero me estaba volviendo loca, me estaba matando de placer. Las embestidas continuaron, su verga y el consolador se rozaban una y otra vez dentro de mi. Me insistía en que no debía correrme y diciéndome aquello sólo conseguía que lo desease aún más... Sus azotes me sorprendían y resonaban hasta en el último rincón de mi cuerpo. No podía más... no podía más...
―Aaahh... no seas cabrón... por favor...
El insulto, lejos de hacerle enfadar para que se apartara de mi, hizo que me follara aún más salvajemente, hasta que me corrí gimiendo como una loca. No disimulé mi éxtasis, me dejé llevar sin importarme nada más. Él, sin embargo, no terminó, se separó de mi, me liberó de las esposas y sacó el consolador de mi coño. Me sentí como un juguete en sus manos, débil, incapaz de obedecer una orden tan sencilla, pero él me provocaba, él me llevaba al límite...
- Vamos a darnos una ducha... La noche va a ser larga... nenita...
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