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"Tras muchos años negándome, acabé sucumbiendo a algo normal y tremendamente placentero."
Hola a todos. Me llamo María y a continuación paso a contaros “algo” que os parecerá una tontería, pero que me llevó por la calle de la amargura durante varios años. Todo, absolutamente todo el mundo, ha tenido unas prácticas sexuales placenteras y otras que no le gustaron nada. No es que yo haya sido una mojigata en temas de sexo, pero ocurrió algo con mi primer novio “formal” que hizo cambiar mis preferencias de una forma drástica.
Una tarde, al salir del cine y tomarnos una copa, volvíamos a casa en su coche. Hasta ahí todo normal. Lo que también era normal era buscar algún rincón antes de despedirnos para darnos algún que otro magreo, cosa normal en cualquier pareja de novios. Enrique, que así se llamaba él, era algunos años mayor que yo y sabía lo que se hacía. También sabía exigirme. Eran nuestros primeros escarceos sexuales y a mis 19 años (él tenía 24) no habíamos pasado a gran cosa. Hoy todo es más deprisa. Pues eso, me había sobado las tetas, alguna mano debajo de la falda, algún chupetón en el cuello y yo por mi parte pues me dejaba hacer y le sobé alguna vez por encima del pantalón, notando así su “dolor” opromido, que era bastante importante.
Siempre llegaba a casa mojada y me tenía que cambiar de braguitas. Enrique me las dejaba chorreando de tanto sobarme y ponerme muy cachonda. Yo suponía que tarde o temprano debería hacer “algo” más durante nuestros encuentros y así me predispuse la siguiente cita. Me volví a poner una faldilla muy suelta, un buen escote sin sujetador y fuimos de paseo por la costa. Tomamos algo como de costumbre y me propuso irnos antes para estar un ratito más juntos. Accedí de inmediato. No había pasado una hora y allí estábamos, en el coche, dando rienda suelta a nuestras manos. Mis manos repasaban su enorme entrepierna por encima (como de costumbre) mientras sus dedos manoseaban mi chochito. Me echó entonces hacia atrás y metiendo su cabeza entre mis piernas comenzó a lamer mi mojadísima almeja. Yo disfrutaba cada lametón como loca. Además, se notaba que no era el primer coño que se comía pues sabía donde dar, morder y repasar.
Empecé a notar un calor sofocante en mi entrepierna y cuando pegó su lengua a mi clítoris para retocerlo fuertemente de arriba a abajo comencé a expulsar todos mis jugos en su boca. Él, encantado de oir mis gemidos, repasaba una y otra vez mi almeja con su lengua dándome más placer y alargando mi orgasmo durante un buen ratito. Al acabar, me senté e intenté recomponer mi vestimenta como pude. Él, por su parte, se desabrochó el cinturón y se quedó en calzoncillos, pudiendo apreciar la dureza de su entrepierna. Me recosté de lado sobre sus piernas para poder “trabajar” mejor la zona mientras él reclinaba el asiento hacia atrás. Después de pasar mi mano unos minutos sobre su paquete, le retiré el slip, quedando ante mi su polla, ancha y muy dura con un capullo redondeado y bastante grueso. Calzaba un buen cacharro mi amigo Enrique.
Y empecé a manosearlo a lo largo, hacia arriba y bajaba mi mano hasta sus cargados huevos para subir otra vez. Me decía mientras lo muy caliente qie se había ido a casa en nuestros últimos encuentros y lo deseando que estaba que llegara un momento como aquel. Entre tanto vaivén, su polla se endurecía cada vez más. Un poco de semen asomaba por su glande y su respiración se hacía cada vez más agitada. Tenía su polla a escasos 30 centímetros de la cara y él no dejaba de resoplar. Entonces me dijo algo que no esperaba: -”Mamámela, por favor... Métela en la boca y juega con ella...Lo deseo cariño”!!.... Por un moment no supe qué hacer. No me apetecía para nada chuparle la polla, pero luego pensaba que él sí me había acariciado a mi y lo mucho que me hizo disfrutar. Pensé que lo disfrutaría y, muy a mi pesar, me metí su capullo en mi boca. Un sabor salado invadió mi lengua, mi saliva no dejaba de repasar su cada vez más enorme glande que apenas me entraba en la boca. Sujeta por sus manos que agarraban mi pelo, arqueó su espalda y pensé que se colocaba mejor en el asiento, pero al instante, mi boca se llenó de algo salado, espeso y con un olor asqueroso. Como no pude retirarme a tiempo, un pequeño chorro se coló en mi garganta y me lo tragué, no sin alguna arcada. Me limpié como pude y fuimos a casa.
No volví a salir con él. Le cogí asco. Sólo recordar el momento de su eyaculación me hacía sentir sucia y su sabor subía por mi boca. Entonces os podéis imaginar el panorama. Cuando un chico salía conmigo y me pedía que se la mamase, al día siguiente lo enviaba al cuerno. Hasta que conocí al que sería mi marido. Aparte de muy comprensivo, siempre se mostró como un caballero conmigo. No era el típico pesado novio restregón y manoseante lo cual me agradaba. Y me casé con él a los 28 años. Nunca fuimos unos prodigios en la cama y nos limitábamos a pasarlo bien y punto. Una amiga me decía que José tenía pinta de aburrido, de bueno pero aburrido y yo por mi parte siempre le decía que ya me iba bien. Ella, por el contrario, como conocía mi reticencia al sexo oral, no entendía cómo no me podía gustar “comerme una buena polla”, palabras textuales. Pero, como no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo aguante, llegaría la cura que arreglaría mi mal.
José llegó a casa un día del trabajo y me comentó que esperábamos un cliente y amigo de su empresa. Yo, de seguida, le pregunté porqué debíamos acoger un cliente de su empresa cuando para ello estaban los hoteles. No es que me importara, pero me explicó que era muy amigo del director, por lo que entendí al instante que se le debía tratar a las mil maravillas. Así, ese mismo viernes, llegó a mediodía desde Brasil nuestro amigo Mauro. Alto, moreno y muy guapo, todo hay que decirlo. De seguida noté su mirada en mis tetas, que a sus por entonces 34 años y sin niños, se conservaban de maravilla. Enseguida congeniamos durante ese fin de semana previo al trabajo en mi casa. José, Mauro y yo cenábamos y charlábamos hasta muy tarde. Era un tipo genial y muy simpático, que además, no perdía de vista mi culo y mis piernas. Alguna vez le oí decirle a mi marido lo bien servido que estaba de mujer.
El viernes siguiente, salíamos a cenar. José se mostró muy divertido en la cena y algo más parlanchín de lo habitual, cosa que se incrementaba con el vino que servían, para rematar con los licores, lo que hizo que se le notase algo contento. Mauro, por su parte, se mostró siempre muy recatado y educado mientras no perdió nunca detalle de mis tetas. Llegamos a casa hacia las dos de la mañana. José se quedó frito en el sofá y me dispuse a pasar por el baño antes de acostarme. Después de darme una ligera ducha y vestirme de corto para dormir escuché un ligero ruido en la cocina. Llegué y Mauro intentaba sacar hielo para servirse una copa, cosa que hice yo con mucho gusto. No me dí cuenta de mi pantalón corto, mi escote y mi ausencia de sujetador, llenaron los ojos de Mauro al instante. Él, por suparte, también se había cambiado e iba en pantalón corto de pijama también por lo que, cuando me fijé un poco, aprecié su erección que empezaba a hacerse patente. Me serví una copa con él y la conversación se hizo más suelta y amable.
En un instante ocurrió lo que debía pasar. Aprovechó que me giré y me rodeó por la cintura pegando su boca a la mia y llenando mi lengua junto a la suya. Noté al momento la presión lógica en mi vientre de su polla cuya dureza era ya importante. Me subió en sus brazos y me llevó al dormitorio. Yo estaba despistada pero llena de morbo y sensaciones de locura. Me despojó de mi pijama, me lamió las tetas, me mordía los pezones, mis gemidos aumentaban, el calor de mi coño se hizo líquido y empecé a jadear como una guarra. Me abrió las piernas y me comió el coño como nunca nadie me lo había hecho durante media hora de reloj y mis primeros orgasmos no tardaron en llegar. Se fue girando, dejando su enorme polla delante de mi cara. La masturbaba y acariciaba pero era incapaz de mamársela por lo que se levantó y me la puso en la cara. Me apetecía un montón y, fue entonces cuando me besó tiernamente y me pidió que se la mamase. Abrí la boca y empecé a saborear el néctar. Sabía diferente, más dulce y suave. Al rato, la sacó y me folló dándome el placer atrasado de los años de matrimonio: Encima, detrás, debajo...su polla no dejaba de machacar mi coño golpe tras golpe. Se tumbó entonces y empecé de nuevo a comérsela pero me avisó de su corrida por lo que me aparté pero, al ver asomar su primera gota, algo me llevóa meterme su capullo entero en la boca y empecé así a recibir mi primera corrida de animal en mi garganta. Mauro llevaba semanas sin sexo y su semen era de lo más rico y sabroso que me he comido nunca.
Antes de irse, follamos un par de veces y ahora viene alguna vez por España pero de visita y en hotel. Es un placer follar con él. Me hace disfrutar como una loca. Más vale tarde que nunca. ¿No os parece?... Un beso y espero que os haya gustado.. Hasta pronto
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