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Categoría: Confesiones

Empinada

Muchas veces tuve encuentros con dos hombres que me traspasaron por la vagina y el culo. En alguna ocasión fui penetrada por ambos lados y sujeté dos vergas mientras las llevaba a mi boca. Otra vez recibí las descargas de semen en mi rostro y boca de hasta cinco hombres. Todas esas veces fue sensacional, sin embargo, no puedo dejar de recordar y hasta cierto punto agradecer a aquél hombre que fue el primero que me ensartó una verga en mi vida y que a la postre marcaría el rumbo de mi vida sexual.



Desde luego, luego de tener una regular, buena o estupenda sesión de sexo no pueden faltar las preguntas: ¿te gustó? ¿disfrutaste? ¿te supo rica mi leche? ¿te dolió?



En fin, lo bueno de todo es que he disfrutado la mayor parte de las veces. Cierto, no podía faltar uno que otro estúpido que pasó por mi vida y que me maltratara. Mi primer hombre pareció no maltratarme pero al final lo hizo. Aquí mi relato:



Lo conocí en la calle cuando iba con algunas compañeras de secundaria. Yo apenas con 14 abriles y él con 14 años más. Era feo, más o menos de 1.75 de estatura. Algo de bigote aunque en realidad era lampiño de su cuerpo. Siempre olía a sudor pues el baño no era una de sus predilecciones. Vestía casi siempre pantalón vaquero, tomaba brandy y fumaba mucho. En ocasiones mariguana aunque yo creí que sólo era por gusto.



Me lo presentaron y me agradó. yo no tenía mucha experiencia, si acaso una que otra chupada, metida de dedos en mi vagina, que me hayan besuqueado y mordisqueado los senos pero hasta allí, nunca imaginé que este fulano fuera a ser mi maestro en el arte del sexo.



Fue en una fiesta en donde lo volví a ver. La clásica fiesta en donde podía faltar comida, pero jamás el licor y los cigarros. Mis amigas bailaban y no era muy buena para ello, sin embargo, el tipo de acercó y me preguntó si quiería bailar con él. Le dije que no, sin embargo, le permití que se sentara. Comenzó a hablarme de mil cosas, me preguntó mi nombre y de allí iniciamos amistad. La fiesta terminó y mis hermanas y yo nos fuimos a casa.



Lo volví a ver hasta noviembre de ese año. Una amiga me conversó que lo había detenido la policía pero no le creí y creo que en ese momento no me importó.



La fiesta era en honor de una quinceañera. Él acudió con una playera naranja y unos jeans ajustados, con sus clásicos tennis. Yo llevaba puesto un vestido azul muy lindo y esa noche varios chicos intentaron flirtear conmigo aunque nunca accedí. Sólo conversé con él y si acaso bailé con él una o dos piezas. Hacía mucho calor y preferí sentarme a tomar una copa con él. Ya había probado cerveza y algo de brandy aunque fue por él que hasta la fecha tomo brandy, mi licor favorito.



Su plática no era muy profunda, contaba chistes y en algún momento pretendió hacerse el gracioso, lo cual se me hizo normal. El tipo se creía un galán pero no lo era, sin embargo, habían cosas que me gustaban de él que no podía explicar. Casi al final de la fiesta salimos del salón y comenzó a besarme. Me gustó. No podía faltar el clásico abrazo, besos en el cuello y por supuesto, caricias en mis senos y nalgas. No pasó de allí.



A partir de allí no dejé de pensar en él. Me buscaba cerca de mi casa. No le permitía llegar pues ya era un tipo con experiencia y mi familia lo rechazaría. Siempre sospecharon que andaba con él pero jamás me dijeron nada, si acaso mi hermana Karen que siempre me advirtió que no me convenía.



- Déjame en paz, yo sé lo que hago, le respondía con enojo.



Una tarde que venía de la escuela, camino a casa, me encontró y me preguntó si lo acompañaba a su casa. Como era temprano acepté y fuimos para allá. Su casa era sencilla, pero grande. Él vivía en un cuarto que estaba fuera de la casa. Era bien atendido pues era un hijo de mami. Su cama bien hecha, un estéreo. Afiches de mujeres desnudas y por supuesto, un mueble en donde tenía sus botellas de licor. El cuarto olía a mariguana. Ya la había fumado frente a mí pero nunca la quise probar. Por supuesto, en mis épocas de estudiante me puse unas buenas borracheras y algún día probé cocaína que inhalé de un palillo, sin embargo, no sentí ningún efecto ni la volví a probar. Pero este tipo sí me mareó en ocasiones con el fuerte olor de la mariguana, decía que le proveía de una fuerza inusitada.



Aquella tarde de viernes, en la última semana de noviembre estaba marcado en mi destino que este hombre me clavaría su verga. No podía ser de otra forma. Me dijo palabras bonitas que quién sabe a cuántas se las había dicho. Me acarició y apretó los pechos y me fue quitando lentamente prenda tras prenda. Yo estaba excitada ante tantas caricias y atenciones. Cuando ya estaba desnuda él también comenzó a quitarse la ropa. Su cuerpo era normal, nada atlético y sí se veía una marca en su abdomen producto de una puñalada en una pelea que tuvo cuando era un adolescente.



Me acarició con maestría y me acercó su verga dura. Larga, delgada y cabezona. Algo deforme, pero rica. Aunque no lo quise meter en mi boca sí le lamí su pene que se puso más duro. Era un auténtico fierro que estaba listo para desflorar -creo- a la jovencita que se dejó llevar hasta ese cuarto apestoso. Inclinó su rostró y chupó mi vagina hasta que se lubricó. Yo no sabía qué decir, sólo quería que siguiera pues esos lengüetazos me estaban excitando mucho. Reconozco que tenía miedo de ser clavada por esa verga que se veía grande. Me chupó los pezones y me recostó boca arriba en su cama. Me miró fijamente, pensando en lo que estaba haciendo y me clavó su miembro lentamente. Yo emití varios quejidos ante lo duro del garrote pero soporté. No era virgen debido a que no sangré. Quizá porque una tarde un compañerito de mi escuela me fajó en un paraje rumbo a mi casa y me metió varios dedos en la vagina. Sangré algo pues mi calzón blanco llegó manchado.



No importó esa tarde. Nunca me preguntó si era virgen ni muchos le importó que su verga entró inmediatamente a mi hueco. Él comenzó a gemir y yo le seguí el paso. Era una completa estúpida y supongo que esa primera vez, todo consistía en que dejara que metiera y sacara su pito. Me habló al oído y me pidió que me moviera un poco. Me fue enseñando cómo. 10 minutos después yo hervía de pasión y gemía a más no poder al sentir ese hermoso garrote.



Fue allí, esa tarde cuando me empinaron por primera vez. Me pidió que me pusiera en posición de perrito y me volvió a meter su rica verga. Sentí que subía al cielo al sentir su aparato en mi vulva. Yo estaba lubricadísima y de repente comencé a sentir algo que nunca me figuré: Era mi primer orgasmo. Decir que grité como loca es poco, yo quería más y él se encargó de darme una buena dotación de carne. Mi piel estaba chinita y yo escurría mucho. Él lanzó su primera descarga en mi espalda y sentí que su semen quemaba. Era cremoso y caliente. Se levantó de la cama y fue por papel higiénico. Me trató muy bien, pues se encargó de darme todas las atenciones.



Con 14 años, ni siquiera tenía idea que eso era un delito. Yo era menor de edad y él todo un hombre, no muy mayor pero ya con 28 años. Su madre me tomó cariño y las veces que me quedaba con él retozando en su cuarto fui muy bien tratada. Hasta de cenar nos llevaba su mamá.



El romance duró casi dos años. Hubo rupturas e infidelidades intermedias, pero eso no impidió que siguiéramos cogiendo. El tipo me enseñó todo, me penetró por todas partes y me convirtió en una experta en el arte del sexo. Además, fue el primer hombre que me empinó en la vida.



Para quienes no lo saben, él fue detenido por vender mariguana y pasó un buen tiempo en la cárcel. No volví a verlo más...


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