Suficiente trabajé el mes entero para sentirme tranquilo hoy y si bien mi salario no es alto, sí tiene un monto que, espero, me permita enhebrar algunas de mis ideas con la realidad. La expectación, por tanto, no viene únicamente del encuentro entre mi cheque y yo sino a que este es realzado por la más bella mensajera. No es solo su postura, muy quieta en la silla sin apenas turbar el aire que la rodea, sino también su cabello ondulado que se arracima sobre el escritorio y sus manos, de largas uñas, que son una aventura hacia lo desconocido, lo exótico, lo inimaginable. Al encontrarme con sus ojos serenos la emoción me embargó por completo: tomé mi paga con sudorosa palma y ella dejó que mi vista se paseara, por unos breves instantes que hubiera querido prolongar eternamente, en sus piernas contorneadas y cristalinas, no en una insinuación, sino más bien en una delicada invitación. Salí de la oficina turbado. Al revisar los papeles que me entregó me sorprendió encontrar un papel de color azul, doblado, del que emanaba un sutil perfume. Dentro, tronchada por los dobleces, una palabra: ESPERO.
No dejó de sorprenderme esto, me produjo una curiosa dualidad ESPERO-DESESPERO. ¿Qué actitud tomo ante esta situación? ¿ Debo ser romántico y delicado, sumiso y suave o agresivo y exasperado?. Curiosa sensación enfrentarse uno consigo mismo y reconocer no ser el aventurero imaginado. Para un dilema de estas proporciones, de estas estupendas proporciones a juzgar por lo visto, planeé algo que, dadas las circunstancias, me pareció lo menos descabellado.
Al día siguiente, al llegar a la agencia, ella estaba inclinada sobre la computadora muy concentrada y muy bella. Me acerque sigilosamente por detrás, corrí su maravilloso pelo largo y le toque delicadamente el cuello con los labios. Se estremeció a mi contacto pero simuló no darse cuenta de mi beso, si es que beso puede llamarse a ese soplo fugaz sobre su piel, y siguió trabajando. Esa noche fue muy larga y pase horas en vela pensando si era correcta mi acción.
Al encontrarla al otro día concentrada frente al computador, moviendo suavemente el mouse con sus uñas largas y sensuales, repetí la maniobra de apartar su cabello pero ahora le mordí suavemente la translúcida piel del lóbulo de la oreja izquierda. No dio señales de que yo existiera y siguió trabajando como si nada. Mi angustia esa noche debió quedar registrada en los anaqueles de las emociones humanas.
Cual sonámbulo, sin apenas comer nada, llegue a la agencia al otro día. Al entrar no me atreví a mirarla pero luego de un rato, al salir, lo hice. Tenía el cabello recogido en un austero moño que magnificaba la curvatura de su nuca y la esbeltez de su cuello. Enceguecido me acerque y la toqué, tomando su cuello en mi mano y recorriendo libremente su espalda y hombros. Solo entonces pareció darse por enterada de mi presencia y me miró de soslayo, dejando percibir una nota de precaución en su mirada. Inteligentemente me aparte de ella y me marché. Dormí profundamente esa noche y al llegar a la agencia, a la mañana siguiente, me apersone de las afueras del edificio y la esperé. Ella al salir no me miró y comenzó a caminar. Yo la seguí. Caminaba en una forma que no se olvida fácilmente: un pié tras otro, un centro de gravedad perfecto y un equilibrio eficaz que concentra todo su peso en un eje imaginario en torno al cual gira la tierra entera. Embelesado, sin apenas respirar, vi como los pastelones se combaban al recibir su peso. La seguí por calles herrumbrosas y marchitas, con casas que abrían sus ojos sin pupila sólo para sentir el cálido encanto que de ella emanaba. La seguí por avenidas estrechas y por anchos callejones sin salida. La seguí por parques desolados y terrenos baldíos, llenos de vegetación lujuriosa y exuberante. La luna mostró su rostro y yo no podía mas que seguirla en una marcha demencial, cuando la vi desprenderse de su ropa, prenda por prenda y al final caminar desnuda por las calles vacías, quietas, silenciosas, pendientes solo del ondeo de su cabello. La acera, cada vez que su pié la hoyaba emitía ligeros suspiros que se mezclaban con el viento de la noche, embalzamandolo.
Llegamos a un jardín, florido jardín de espesos matorrales y arboles oscuros que ofrecían un dulce amparo a juegos amorosos de todo tipo. Ella finalmente paró y se sentó. Me desnude antes de sentarme a su lado y por primera vez nos miramos de frente. Ella, sin apartar su vista de la mía, cortó una rosa roja y pasando delicadamente los pétalos por entre los labios de su vagina, me la ofreció. Tomé la flor y su olor, mezclado con el de ella, me conmovieron tan profundamente que mi sangre comenzó a fluir ardiente e impetuosa, deseosa de ella. Rápidamente se acumuló en mi sexo, el cual, a la luz de la luna, semejó un altar orgulloso erigido por los antiguos a los dioses de la fertilidad. La tomé entre mis brazos y delicadamente conocí la oscura profundidad que antecede el arrebolar de sus mejillas, el brillo de sus ojos, el gemir de sus labios. Sus piernas se abrieron, sorprendidas, en un arco que abarcó el firmamento entero. La besé largamente y su boca roja era una fuente que me unía a su propia y oculta gruta sexual, formando un circulo de mucosas vibrantes, húmedas y sangrantes que trepidaban movidas por un deseo tan antiguo como la vida. Al final, en un trallazo casi cruel, bañe su interior con mí interior, mordí su boca y la abrace desesperadamente buscando prolongar ese instante y así multiplicarlo, para sentirla por siempre en cada célula de mi organismo vivo.
Nos separamos lentamente y me miró sudorosa, desecha y sonrió satisfecha. Me acarició con sus uñas violetas y beso mi frente, deteniéndose largamente entre mis ojos. Desprendiéndose de mí, lentamente se adentró en la oscuridad y desapareció.
Al día siguiente todo transcurrió en la rutinaria forma acostumbrada. Yo solo la veía al pasar, muy bella y muy quieta sentada frente al computador. Al fin el día de pago llegó y yo había trabajado bastante, lo suficiente como para enhebrar mi realidad con las ideas reinantes. La expectación, por tanto, no viene únicamente del encuentro entre ella y yo sino a que este es realzado por una suma importante. Me acerque y, sin mirarme, extendió el cheque que recibí con sudorosa palma. Del papel emanaba un sutil perfume y se desprendió de él un pétalo de rosa. Al salir de la agencia lo sople al sol, donde reverberó algunos segundos antes de ser arrastrado por el viento. Miré mi cheque con ojos húmedos de emoción y, silbando una tonada surgida del medioevo, camine con paso firme entre palmeras y simicoros mirando, de cuando en cuando, las muecas que hace la gente en su vano intento de no mirarse los genitales.