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En el autobús cuando las ganas y excitación le ganan a cualquier cosa

Llevábamos toda la mañana calentándonos por medio de correos electrónicos en el trabajo. Todo porque el día anterior aparecí con falda y tacones en el autobús. Los correos que empezaron siendo los habituales fueron subiendo de tono. Cuando me vio en el autobús me dijo que estaba muy guapa, cuando realmente pensaba que estaba para hacerme de todo. Pero eso no me lo dijo hasta esa mañana tras algunos correos. Sabía que me estaba poniendo a mil contándome aquellas cosas, y yo le seguía el juego. Quizá fue aposta la vestimenta de aquel día. Me había levantado pensando en él y esperando verle en el autobús. Escogí una falda vaquera y unos tacones negros, y por arriba una camisa negra escotada. El conjunto quedaba bastante sexy, quizá era demasiado para ir a trabajar, pero valía la pena probar.

Y se ve que funcionó porque ahí estábamos al día siguiente con nuestras conversaciones. Ese día no me había puesto nada especial, más bien iba como siempre en vaqueros, camiseta y ropa interior a juego. Nada sugerente. Pero con el recuerdo del día anterior y nuestras ganas era suficiente. La mecha ya estaba encendida, solo había que esperar a que detonara. Después de muchos correos terminamos quedando para vernos a la salida del trabajo en el autobús, cogiendo los dos el mismo. Yo insistía en que me iría pronto a casa, y él en que acabaríamos en la suya.

El autobús iba lleno de gente. Pasé hacia el fondo y allí estaba él. Me puse a su lado durante la siguiente parada, en la que aún entró más gente, haciendo que nos pegáramos más unos a otros. A esa hora era normal que sucediera esto. Lo que no era normal era el sobeteo que teníamos, rozando partes de nuestro cuerpo. Sus brazos se movían rozando mis pechos descaradamente, hasta que me giré poniendo mi culo a la altura de su miembro para notar el bulto que ya se insinuaba con el roce. Aprovechó que estaba de espaldas para, agarrándome de la cintura, pegarse más a mí y susurrarme al oído “me muero de ganas de metértela en ese pedazo de culo que tienes”. Ahí fue cuando no pude más y me mojé por completo. Sabía de sobra el efecto que unas palabras de ese tipo tienen en mí susurradas a mi oído. Un pequeño beso en mi cuello me decía que sabía que me tenía totalmente sometida.

Llegamos a nuestra parada. Ahí yo me bajaba para irme a casa y él hacía transbordo para con el siguiente autobús llegar a la suya. Siempre me esperaba a que viniera su autobús haciéndole compañía, y ese día no iba a ser menos. Más en el estado en el que me encontraba. Notaba lo mojada que estaba, y a él se le notaba que la tenía empalmada. Intentaba calmarme hablando con él, pero no me lo permitía. Estaba yendo a por todas. Me contaba cerca del oído lo que pensaba hacerme esa tarde en su casa; mientras que yo le insistía en que no podía ir. Solo que mis argumentos eran cada vez más vagos.

De lejos vimos venir al autobús que nos separaría. Fui a despedirme de él con dos besos, como siempre; intentando alargar el momento, pero al acercarme me agarró del brazo y me subió con él al autobús. He de decir que no puse mucha resistencia por mi parte. Esta vez estaba casi vacío y nos pusimos detrás del todo, lejos de la vista de las pocas personas que había. Nos sentamos y empezamos a besarnos y a tocarnos. Estábamos muy calientes y el morbo de la situación también hacía sus efectos. Metí la mano en su pantalón para comprobar que estaba depilado. Sabe lo mucho que me gusta eso, y llevaba diciéndomelo hacía unos días. Él no hacía falta que lo comprobara, lo daba por echo. Aun así no paraba de intentar meterme la mano en los pantalones sin que yo le dejara, porque esta vez tenía una pequeña sorpresa, me había dejado una pequeña tira de vello, y sabía que si la entraba sería imposible hacer que la sacara. Aparte de comprobar que estaba depilado también comprobé lo dura que la tenía. Estaba deseando sentirla. Me imaginé sentándome encima suya en el autobús, con la falda del día anterior, y clavándomela hasta el fondo. Con los saltos del autobús apenas se notaría y eso debía de ser muy excitante. Solo de pensarlo me puse más caliente. La imagen no se iba de mi cabeza. Me veía botando sobre él sin parar. Empezamos a calmarnos un poco cuando empezó a subir más gente al autobús y se sentaron al fondo. Ya solo estábamos apoyados el uno en el otro y él jugueteando con mis manos entre las suyas. Me miraba con cariño y con deseo.

El viaje en autobús se nos hizo muy corto y cuando nos dimos cuenta estábamos en su parada. Nos bajamos de él y caminamos por su barriada. Llegamos a su casa agarrados de la cintura, intentando guardar la compostura. Abrió el portal y en el ascensor volvimos a besarnos hasta llegar a su planta. Tardó un poco en abrir la puerta de su casa, notaba que estaba nervioso. Entramos, no había nadie, sus compañeros no estaban. Cerró la puerta por dentro y nos fuimos directamente a su cuarto. Nos encerramos allí, pusimos música “slow” y me tiró en la cama poniéndose encima. Sus besos se volvieron más salvajes y a veces jugaba conmigo haciéndose desear. Poco a poco me fue quitando la ropa a la vez que se quitaba la suya. Conforme me iba quitando prendas me iba besando por todo el cuerpo. Al fin pude agarrar su polla con mi mano y empecé a recorrerla. Me incorporé para poder lamerla y él acabó tumbado en la cama mientras yo le sacaba brillo a su miembro. Cuando ya estuvo lo bastante reluciente me incorporé para besarle en los labios. Me pierden esos labios tan gruesos succionando los míos para acabar mordiéndolos. Ansioso por volver a tener el control de la situación me agarró por las muñecas y me tiró junto a él. Se subió sobre mí y empezó a lamerme los pechos mientras que con la otra mano recorría la tira de vello púbico que me había dejado. Las lamidas empezaron a ser succiones y pequeños mordiscos propinados a mis pezones, que me hacían soltar sonoros gemidos, mientras que su dedo gordo se introducía en mí ya inundado coño. Si me gustaban sus labios, más me gustaban sus dedos, igual de gruesos y juguetones. Siguió haciéndomelo hasta que mis gemidos se ahogaron por una tremenda corrida.

Sin darme tregua se puso un preservativo y me penetró. Comenzó un mete-saca frenético que le hizo sudar como siempre. El cuarto empezaba a oler a sudor y como él siempre decía “a sexo”. Los goterones caían sobre mi cuerpo poniéndome aún más caliente, porque sabía que él estaba dándolo todo en la cama, y yo se lo iba a recompensar. Cuando noté que estaba a punto le agarré obligándolo a parar y lo eché hacia atrás para dejarlo tumbado y así poder subirme sobre él. Me senté clavándomela hasta el fondo y lo cabalgué dando botes sobre él hasta que se corrió.

Llegó la hora de hacer un pequeño descanso y me tumbé junto a él, posando mi cabeza sobre su pecho. Su piel estaba cubierta de perlitas de sudor. Como otras tantas veces me puse a tocarle los pelos del pecho. Así estuve hasta que él volvió a agarrarme por la cintura para que me pusiera sobre él. Nos besamos, nos mordimos los labios y volvió a hacer que me quedara tumbada en la cama. Sus dedos se introducían en mi coño a la vez que me susurraba lo que le encantaba como me mojaba. Me pellizcó los pezones aumentando mi ansiedad. Un susurro haciéndome imaginar que en vez de sus tres dedos estaba su polla y logró que me corriera entre sus dedos, mientras escuchaba sus gemidos y veía como él se corría a la vez sobre mi vientre. No hay nada mejor que hacerme llegar al orgasmo que oírle gemir. Me agarré como pude a las sábanas, arqueando mi cuerpo totalmente en tensión y me dejé llevar por aquella sensación de frío que tenía por fuera y calor que me quemaba por dentro.

Aquella corrida merecía un descanso. Nos sentamos y él se fue a la cocina a beber agua. Yo me puse su camiseta y entré en el baño a secarme un poco. Cuando salí ya estaba en la cama así que volví a cerrar la puerta del cuarto y a tumbarme a su lado. Sin quitarme la camiseta metió sus manos por debajo para tocarme los pechos. Los masajeaba mientras se mordía el labio inferior. Yo hacía lo mismo, dejándome llevar. Se acercó a mi oreja y empezó a lamerla y a coger el lóbulo entre sus dientes. Fue en ese momento en el que perdí completamente la cabeza. Me subí a él y me la clavé hasta el fondo, a pelo. Esta vez sin nada de por medio. A él debió de írsele también porque no puso impedimento cuando empecé a botar sobre él. Cuando me cansé me tumbé a su lado, dándole la espalda. Él me agarró de las caderas acercándome hacia él para penetrarme desde atrás. Levanté la pierna para facilitarle la tarea. Fue acompasar el ritmo y empezar los dos a gemir como locos. Cambiamos de posturas varias veces, unas llevando él el ritmo de la penetración y otras yo. Hasta que acabé a cuatro patas sobre la cama con él penetrándome desde atrás. Me encanta esa postura, así que estaba en la gloria, como para acordarme de la protección. Sus embestidas eran cada vez más salvajes y sus dulces susurros habían pasado a ser palabras más subidas de tono. Con un tirón del pelo consiguió que me corriera un par de veces seguidas. Estaba llegando al segundo orgasmo de la tarde cuando la sacó para correrse fuera, echándome todo el semen sobre mi culo. Pero yo estaba apunto y sabía que no podía dejarme así. Rápidamente se la limpió con su camiseta, que aún llevaba yo puesta, y volvió a penetrarme antes de que se le bajara la erección. Segundos después me retorcía de placer con cada una de las palmadas que daba en los cachetes de mi culo, haciendo que me corriera hasta caer sobre la cama. Él cayó detrás sobre mí, aún con su polla insertada en mí.

Se incorporó un poco y empezó a extenderme su semen alrededor de mi ano. Como acababa de correrse no me preocupó que jugara un poco con mi culo. Me introdujo un dedo, luego dos. Me lo estaba preparando para su polla. Solo me había penetrado por ahí una vez y por error, con lo cual dolió bastante. Pero sabía que quería probarlo, me lo había dicho en varios correos y en el autobús. Y yo estaba lo bastante cachonda como para que lo hiciera si me lo abría antes. Pero para ponerle un poquito de emoción empecé a negarme. “Por ahí no, le decía”, a sabiendas de que me ataría si hacía falta pero no saldría de allí sin que hubiera probado mi culo. La puso en la entrada y yo me moví para que no la entrara. Él al principio pensó que no quería y se incorporó, pero al ver mi cara me siguió el juego. Juntándome las manos me sujetó con una por las muñecas y con la otra me empezó a dar cachetes en el culo cada vez más fuertes, que en vez de dolerme me excitaban cada vez más. Se metió dos dedos en su boca y a continuación los entró bien lubricados en mi culo. Intentaba resistirme, pero mis gemidos le indicaban que me gustaba. Así que se puso sobre mí y grité cuando me la metió. Al principio hubo un poco de dolor que se convirtió en placer con cada embestida. Bombeaba sin parar y yo notaba como si me taladrara. Me soltó las manos y me agarró del pelo y de la cadera. Siguió y siguió hasta que me agarré fuerte de las sábanas y un nuevo orgasmo se apoderaba de mi cuerpo mientras sentía su semen en mi interior. Me inundó el culo y se tumbó a mi lado a descansar.

Miré la hora y ya era tarde, tenía que irme. Le dejé en la cama y me fui al baño. Me sequé el sudor del cuerpo, me vestí y cogí mis cosas. Quiso que me quedara a pasar la tarde o a comer al menos pero tenía que irme. Nos dimos un beso y acercándome a su oído le dije “mañana te veré en el autobús y llevaré la falda de ayer, sin nada debajo”. Se relamió los labios y me contestó: “Como te gusta ponerme caliente, guarra. Pues prepárate porque te voy a ensartar allí mismo, y esta vez no te me escaparás en toda la tarde”

Datos del Relato
  • Categoría: Hetero
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