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En Praia Brava de Caiobá, Matinhos, Brasil
Se nos presentó una nueva oportunidad para nosotros en enero de 2018, yo Eduardo, ya a punto de cumplir 59 años y tú Aurelio, con 33 años recién cumplidos. Ese verano con mi esposa fuimos viajando en nuestro automóvil desde Buenos Aires, pasando por las Cataratas del Iguazú, a la misma ciudad balnearia que tú irías, la de Matinhos, en el estado de Paraná. Un viaje total entre ida y vuelta de casi 25 días. Ya me habías informado que estarías allí solamente 5 días, coincidiendo los últimos con el tercer fin de semana de enero. Convencí a mi señora de alquilar un departamento frente a la misma playa que concurrías, la Praia Brava de Caiobá.
Llegamos un jueves, el mismo día que lo haría tú, y sabía que te quedarías hasta el lunes siguiente. Nosotros estaríamos 10 días en ese lugar. Al día siguiente de nuestra llegada, viernes, decidimos ir a la playa y disfrutar del mar. A mi esposa le encantan muchísimo las olas y resolvió pasar toda la mañana dentro del agua. Yo, luego de un breve chapuzón y habiéndome secado aprovechando el caliente sol, preferí caminar y pude verte a aproximadamente unos cien metros de donde estábamos. Cuando estuve lo suficientemente cerca de ti, te hice una seña y me dirigí hacia un lugar lleno de arbustos con la esperanza de que me siguieras.
Lo hiciste, me miraste, te sentaste a mi lado en la arena al lado de un arbusto que nos cubría de miradas indiscretas y nos besamos apasionadamente. Nuestras lenguas bailaban juntas alternando en cada una de nuestras bocas. Nos acariciamos e instintivamente buscamos nuestras vergas. Con desesperación agarraste mi pija y la colocaste dentro de tu boca. La besaste y chupaste con frenesí hasta que mi leche brotó abundantemente dentro de tu boca. Yo quería devolverte el favor, pero me detuviste porque querías beber hasta la última gota de mi leche. Seguiste chupando mi verga hasta que la dejaste limpia y brillante. Nos besamos de nuevo, pero notamos que algunos varones adolescentes se estaban moviendo alrededor de nosotros. Preferimos retirarnos de allí y volver cada uno a nuestros lugares. Con la mirada nos dijimos todo. Nos encontraríamos de nuevo ese mismo día durante la tarde en esa misma playa.
Alrededor de las 15.00 hs regresamos con mi esposa a la misma playa de la mañana. Cuando ella decidió meterse en el agua yo también lo hice y la acompañé, ya que no logré encontrarte en las proximidades de donde estábamos. Tu pudiste observarnos a lo lejos, y entraste al agua manteniéndote a una distancia segura de nosotros, unos veinte o veinticinco metros. Mi esposa, como siempre, le gusta quedarse antes de la rompiente de las olas para poder deslizarse con ellas hasta la orilla; yo, por el contrario, prefiero pasar la rompiente y quedarme con el agua a nivel del cuello para flotar y/o nadar.
Viendo que mi esposa y yo estábamos separados por más de cuarenta metros, poco a poco te fuiste acercando hacia mí. Mi esposa no podía vernos porque las olas con sus movimientos impedían por momentos que ella pudiera visualizarme. Te acercaste tanto a mí que instintivamente los dos colocamos nuestras manos derechas en el bulto que la pija de cada uno marcaba en nuestras prendas. Yo rápidamente saque tu verga de dentro de tu zunga y tu hiciste lo mismo liberando mi pija de su encierro en mi short de baño. Ambos con la verga del otro en la mano comenzamos a masturbarnos mutuamente.
Yo prefería jugar con mis dedos en el glande de tu verga, mientras que a ti te gustaba más subir y bajar tu mano a lo largo de todo el tronco de mi pija. Nos quedamos así por infinitos minutos hasta que yo fui el primero en acabar con dos potentes lechazos. Fue entonces que acelere mi ritmo para pudieras terminar lanzando al agua tres chorros de abundante leche. Mi esposa me llama. Te miro y me alejo de ti, esperando un nuevo encuentro. Salgo del agua junto con mi esposa y nos quedamos conversando en la playa. Tú haces lo mismo y te quedas a unos cincuenta metros de nosotros. Yo estaba seguro de que habría una nueva oportunidad para estar juntos antes de que partieras a Ponta Grossa.
En Praia Mansa de Caiobá, Matinhos, Brasil
La ubicación de nuestro alojamiento era privilegiada, estábamos a un par de cuadras de la zona céntrica de Caiobá. Luego de ducharnos, decidimos recorrer todos los alrededores y buscar un buen lugar para cenar. En el paseo llegamos hasta la Praia Mansa de Caiobá y finalizamos en una especie de espigón de piedras denominado Trapiche. Mi esposa, sabiendo que no soy muy amante de pasarme horas y horas dentro del mar, observó varios negocios en los alrededores y me dice:
- “Crucemos la calle. ¿Aquellos no son negocios que ofrecen pesca embarcada? A vos que tanto te divierte y hace años que no lo haces, ¿no tienes ganas de averiguar y si no es demasiado caro te embarcas?”
- “No sé. No traje mi equipo de pesca y hay que ver lo que te cobran el alquiler de un equipo.”
Eran cinco locales bastante similares, aunque uno de ellos me llamó poderosamente la atención. Todos ofrecían prácticamente lo mismo con dos valores diferenciados, con equipo propio de pesca o con el equipo que ellos alquilaban. Los precios parecían razonables, salvo el que me había llamado la atención, que era el más oneroso y solo ofrecía la opción de alquilarles a ellos el equipo. Intrigado, decido entrar a este último a averiguar. Mi esposa me espera afuera.
Me sorprendió el volante explicativo que me ofrecieron. Una fotografía de un crucerito que lo que menos parecía era que fuera un barco de pesca. En varios párrafos recalcaban que era exclusivo para hombres y que el cupo máximo era de 10 pescadores. La gran diferencia, además del lujoso barquito, era que no hacían dos salidas diarias por la mañana y la tarde, como el resto de los otros locales. Ofrecían una única salida bien temprano por la mañana, y se volvía casi al atardecer. Incluía el almuerzo. Parecía el más interesante, y teniendo en cuenta que era una especie de “all inclusive” de pesca, no resultaba excesivamente caro el servicio. Salgo a la puerta, hablo con mi esposa y decido contratar el servicio para el día domingo. A ella le parecía razonable el precio, teniendo en cuenta el almuerzo y estar todo el día en alta mar. Además, sabía que ella, iba a poder disfrutar del mar a su antojo todo el día.
Se produce el siguiente diálogo con el vendedor:
- “Quiero contratar la pesca embarcada para el domingo próximo.”
- “Bien, necesito sus datos y el de su acompañante.”
- “No tengo ningún acompañante.”
- “No se preocupe si no tiene acompañante, una vez embarcado le proveeremos uno de su agrado y preferencias. Igualmente, si usted consigue antes del domingo un acompañante, dígale que se acerque y le tomaremos los datos.”
- “Disculpe, pero no comprendo la necesidad de un ‘acompañante’. Tengo cierta experiencia en pesca embarcado y creo no necesitar ayuda.”
Me hace una seña para que acerque mi oído hacia él y me susurra:
- “Entonces tal vez, usted deba contratar en algún otro local. Esta pesca incluye dentro del servicio, camarotes para que usted pueda tener sexo con su pareja o con el acompañante que nosotros le ofrecemos.”
Cuando escuche cual era la verdad sobre la pesca embarcada ofrecida, descubrí que esta era la llave con la que podría tener sexo contigo. Le solicité inmediatamente:
- “¿Me podrían enviar por WhatsApp información ‘más detallada’ del servicio?”
- “Ya mismo se lo envió y acá le dejo este otro folleto con explicaciones del servicio que brindamos a bordo.”
- “Necesito que mi esposa, que me está esperando en la vereda, no se entere de cómo es verdaderamente el servicio.”
- “Por supuesto, somos muy cuidadosos con nuestros clientes, la discreción forma parte del servicio brindado. Páseme el número de su celular y ya mismo le envió toda la información.”
Le anoto mi número en un papel que me ofreció y me aseguró que en no más de 10 minutos tendría toda la información en mi celular. Le pregunto:
- “¿Si vengo mañana antes del mediodía con mi acompañante, podré contratar para este domingo?”
- “Por supuesto. No siempre el barco sale con la capacidad máxima ocupada, hoy, por ejemplo, viajaron solo cuatro pescadores.”
- “Perfecto. Mañana vuelvo.”
Al salir mi esposa me interroga:
- “¿Qué paso? ¿Contrataste?”
- “Voy a contratar acá, pero como necesitan mis datos y no tenía mi DNI, volveré mañana antes del mediodía.”
Esa noche, antes de acostarme te envié un mensaje contándote de esta novedad y te reenvié toda la información que me habían mandado. Te confesé las ganas que tenía y la gran oportunidad que se nos presentaba. Por supuesto, aceptaste inmediatamente. Al día siguiente, llegamos a las 8.00 hs. a Praia Brava y cuando inmediatamente mi esposa se metió en el mar, te envié un mensaje avisándote que iría caminando por la playa rumbo al local. Me avisaste que me esperarías en la puerta del local. Le avisé a mi esposa que volvería caminando por la playa. Que si ella decidía volver antes al departamento que me mandara un mensaje.
A las 8.30 hs. nos encontramos en la puerta del local, y sin importarnos quienes estuvieran mirando, nos dimos un profundo beso de lenguas durante un prolongado minuto. Entramos y el mismo vendedor se me acerca y me dice, mirándonos a ambos:
- “No se van a arrepentir. La van a pasar muy bien. Les pido sus datos y por ser la primera pareja que se anotó para el domingo van a salir beneficiados.”
- “¿Por qué? ¿Algún descuento por ser los primeros?”
- “No. A los que se anotan primeros en cualquier viaje, siempre le damos el camarote N° 5.”
- “¿Y qué tiene de especial ese camarote?”
- “Ya lo van a descubrir. Por ahora solo les digo que nosotros lo llamamos ‘Suite Nupcial’. Je, je, je…”
De solo imaginarlo la pija la tenía durísima debajo de mi short de baño. Tu zunga no podía contener a tu verga de lo rígida que estaba. Le dimos nuestros datos, abonamos el servicio, nos entregaron a cada uno un montón de folletería explicativa, que evidentemente era exclusiva para los “pescadores” que ya formaban parte del pasaje. Salimos del local. Nos sacamos las prendas que nos cubrían el torso, guardamos todo en tu morral, incluido los folletos, cruzamos la calle y decidimos meternos en el mar de Praia Mansa.
Pasamos gran parte de la mañana dentro del agua, con la misma a la altura de nuestros hombros, y siempre detrás de la rompiente. Nos teníamos tomados con las manos aferrando al culo del otro, de forma tal de acercar nuestras vergas y poder frotarlas entre sí. Tácitamente acordamos solamente besos, caricias, abrazos y franela. Cada uno acabó dentro de su prenda de baño no menos de tres veces. Después de una hora de estar dentro del agua, salimos para que el sol secara nuestros cuerpos. Nos despedimos con un hermoso beso de legua hasta el día siguiente. Deberíamos madrugar ya que el barco zarpaba a las 8.00 hs.
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