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Categoría: Confesiones

Valentina I

Jamás pensé que ese último viaje, ese último cliente, fuera a ser el motivo de tantos impuros pensamientos.



Soy chofer privado, iba a recoger a mi último cliente de la noche. Llegue al sitio acordado, y allí recogí a dos señoritas, la primera paso desapercibida, estaba harto de recoger gente, era la feria y no había sido sorprendido por ninguna clienta, hasta ese entonces.



Ella era una mujer de media melena morena, se sentó delante, a mi lado, me miro y me dijo la dirección donde había que dejarla.



Afirme con la cabeza que sabía dónde era el sitio que me explicaba, de manera que entendiera que sí, que era yo su chofer. Cuando la tuve a mi lado no podía creer como esa mujer miraba a los ojos, y vaya ojos tenia, vaya mirada, el gesto de su cara, sus rasgos, labios, pómulos, pestañas, y todo el conjunto, eran un mezcla de pasión, erotismo, tentación y sobre todo morbo.



Esa chica sabía lo que desprendía su presencia, veía en su cara seguridad y control, a pesar de estar un poco contenta, normal ya que venía de una feria. Durante el viaje la miraba de reojos para ver como venía, llevaba un vestido verde mar, con lunares negros, muy elegante, a primera vista, parecía más por su corte un vestido de noche, que un traje de flamenca.



Ella iba hablando con su amiga y de reojo observaba que me miraba, en una de las veces que cambie de marcha, sin querer me enganché mi pulsera de plata que tengo en la muñeca con una parte de su falda, fue algo rápido porque se desengancho al instante, pero tiempo suficiente para que la inercia del traje y el peso, abriera una suculenta raja, que al parecer empezaba en el borde del traje y terminaba muy arriba cerca de la cintura. El traje para mi sorpresa, era así, no estaba roto, y no podía creérmelo, el enganche de mi pulsera había ocasionado que su vestido se abriera, dejándole la pierna suya izquierda al descubierto.



No sé, si se había dado cuenta porque ni se inmutó, sus muslo casi estaban al descubierto, al estar sentada en el coche, la falda le quedo un poco más arriba, lo que la raja del vestido prácticamente terminaba en su ropa interior.



La situación empezó a ponerme nervioso, y no era hombre de ponerme nervioso así porque sí, pero mi última clienta lo había conseguido accidentalmente.



Parados en un semáforo pude girar la cabeza un poco más y darme cuenta de cómo era el vestido en su totalidad, y mejor no haber girado la cabeza.



El traje de mi clienta tenía un suculento escote del cual te tentaba a mirar más, un detalle, era un abanico dorado que parecía hacer las funciones de cierre como un broche, seguí mirando hasta que ella giró la cabeza y me miro, a lo que yo volví a mirar de nuevo al frente. Creo que se dio cuenta y me pareció, notarle una leve sonrisa, en el siguiente semáforo ya cercano a su casa no pude evitar mirarla de nuevo aunque esta vez, mire hacia abajo, más concretamente el muslo que tenía al descubierto, lo observé con detenimiento y pude comprobar que efectivamente terminaba en su ropa interior, no se veía mucho pero si se podía apreciar una prenda negra.



Seguí la marcha y acto seguido paré ala derecha, encendí la luz interior, ella al buscar el bolso y ascender a sus bolsillos abrió mas las piernas y ya no había imaginación Esa prenda negra no sé si braguita o tanga no lose, aunque si sabía, que eran de encajes muy sexis y adornadas con un lacito rojo justo en el centro arriba. Todo muy ajustado a su piel y despertando en mi un apetito morboso y lujurioso, y toda una gran excitación que no se si ella llegó a darse cuenta porque notarse se notaba.



Ese lacito fue ya el colmo, reconozco que soy un poco fetiche en el buen sentido de la lencería femenina, prefiero a una mujer en ropa interior que desnuda, para que se me entienda.



Pues bien una vez sacó el dinero y me pago, me dijo con mucha dulzura y no sé si consciente de ello;



—Un placer y espero que te haya gustado venir a recogerme. Volveré a llamarte vale?



Yo respondí —seguro.



Aunque nervioso por su respuesta, y por si se habría dado cuenta de donde miraban mis ojos;



—Claro que si señorita, solo tiene usted que llamarme.



Ella cerrando la puerta y agachándose yo creo que queriéndome dejar ver su escote y sus pechos que se resaltaron aún más, también el sujetador, era negro de encaje con otro lacito rojo en el centro.



Me miró sonrió y picajosamente se despidió diciéndome:



Llámame Valentina.



Continuará....


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