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Una vida marroquí

He visitado todos los hospitales de Madrid y no he encontrado a Alí, mi amigo, mi hermano, mi amor. No sé si mis piernas resistirán el esfuerzo a que las estoy sometiendo y si mi brazo que siento dormido, como si no me perteneciera y ya ha dejado de dolerme, volverá a ser el mismo.

Llevo recorriendo las calles, subiendo y bajando escaleras del metro, entrando alocado a centros sanitarios y requiriendo noticias, desde que sentí en mi corazón, que mi adorado Alí podría estar en uno de los trenes, que unas manos criminales, hicieron explotar esta mañana en Madrid.

Habíamos salido, hoy jueves, muy temprano a la vez como todos los días, de nuestra pequeña vivienda que compartimos en Alcalá de Henares, recorrido juntos el corto camino hasta la estación del ferrocarril y allí nos hemos separado, él ha tomado un tren, que viniendo desde Guadalajara, le llevaría hasta la estación de Atocha y yo otro, que estaba ya dispuesto en un andén vecino, que sigue una línea paralela durante parte del trayecto, pero que se separa al llegar a las cercanías de la capital y me deja cerca del trabajo que tengo actualmente.

Me había sentado solitario, en uno de los asientos libres y miraba ensimismado por la empañada ventanilla, entre la bruma que iba despejando el firmamento exterior, la luz del amanecer del nuevo día y el aparecer y desaparecer, rápidamente ante mis ojos, de los secos campos, talleres y pequeñas fábricas que iniciaban su jornada de trabajo y casas, aun con sus ventanas encendidas, de los arrabales de esta gran ciudad.

Llevamos viviendo en la comunidad madrileña, que nos había acogido, dándonos trabajo y posibilidad de iniciar juntos una nueva vida casi un año.

Mis párpados, por falta de sueño y descanso intentaban cerrarse y mis ideas, dormidas a la realidad de la luz del día, se iban abriendo también lentamente a la espera de la jornada que se avecinaba, cuando he sentido, muy cercana, una terrible explosión que me ha despabilado al instante y a la vez ensordecido mis tímpanos por el terrible impacto ruidoso.

Mi cuerpo ha salido despedido hasta la mitad del pasillo y he tenido la suerte de que mi cabeza no golpeara contra el sostén de las butacas del otro lado, solo me he lastimado el hombro derecho, doblado la muñeca de ese mismo costado y recibido algunos arañazos en mi rostro al rodar por el suelo. Los que viajábamos en este vagón, quitando alguna distensión o golpe, hemos conseguido salir del tren, corriendo enloquecidos por el terror, pero sanos y salvos.

Lo que se ha presentado, ante mi vista, cuando he llegado al andén, era un maremagnum de personas que corrían de un lugar a otro. Algunas intentaban ganar, con los ojos desorbitados por el miedo, las salidas y otras atontadas por el terrible ruido o sordas momentáneamente por la onda expansiva, idas, sin saber donde se encontraban, paradas en medio del andén, sin decidirse lo que hacer o hacia donde dirigirse, se entrechocaban con los que huían corriendo hacia las dos salidas laterales.

En el ambiente había gritos de miedo, alaridos de terror y un sordo taconeo de la gente que corría anunciando a grandes voces lo ocurrido, unido a un olor especial, indefinible, a varias cosas diferentes quemadas a la vez.

Muchos hemos parado nuestra loca carrera al ver que había un vagón totalmente deshecho ante nuestros ojos. Era el tercero contando desde la cabeza del tren. Yo, que había viajado en el quinto, aun no me había dado cuenta que me había acompañado la suerte.

Desde el destrozado vagón veíamos intentaban salir, entre las puertas, ventanas y parte de su estructura reventada, cuerpos ensangrentados, gente que se arrastraba para poder huir y otros que no se movían del lugar en que estaban caídos, atrapados por los hierros retorcidos o porque algo roto en su cuerpo no se lo permitía, que gritaba lastimera por la terrible impresión sufrida o por el dolor que sus heridas les producían, mientras miraban, con la vista perdida en la lejanía, sin saber donde se encontraban ni lo que les había pasado.

El dolor que tenía en el hombro y en mi muñeca se pasó de repente al ver aquella dantesca escena y sin pensarlo, como hicieron la mayoría que conmigo intentaban escapar de aquel terror, nos aprestamos a ayudar a aquella gente que necesitaba ser atendida y separada de aquel infierno de fuego y calor.

No sé el tiempo que permanecí en ese macabro lugar sacando hasta el andén, entre todos los que pusimos nuestras fuerzas, de la mejor manera que supimos, fuera de aquella cárcel de terror, a las personas que nos fue posible, hasta que los enfermeros profesionales, que fueron llegando rápidamente, nos sustituyeron, porque la forma que nosotros evacuábamos los heridos, quizá no fuese la manera más ortodoxa de atender a quien tuviese alguna rotura en su cuerpo.

Al salir de la estación me volvieron los dolores del hombro y de la muñeca, por lo que llevaba el brazo encogido y viéndome tan ensangrentado, me dirigieron amablemente unos sanitarios a que entrase en una gran tienda de campaña, que a modo de hospital de campaña, habían colocado enfrente de la salida de la estación.

Me atendieron y dejaron al momento, porque les indique no tenía nada importante, solo estaba manchado de aquella sangre inocente.

Atender a los que lo necesitan más que yo. ¡¡ Estoy bien !!, solo manchado de sangre - no hablo perfectamente el castellano pero me hago entender suficientemente.

Cuando salí de aquel lugar y me aparté de la estación donde había tenido lugar la explosión, de aquel recinto de terror, miedo y confusión, aun tenía en mí mente una conmoción y aturdimiento que no me permitía pensar debidamente. Leí El Pozo en la fachada del edificio que acababa de abandonar, pues hasta entonces no sabía donde estábamos parados en el momento que sucedió aquel sangriento y sanguinario atentado.

Las escenas que había presenciado, hacía muy pocos minutos, aun las tenía presentes en mi cerebro. Eran instantáneas de horror, sufrimiento y angustia las que pasaban constantemente ante mí mente. Pero también recordaba la amistad, el desprendimiento y la solidaridad humana que se había manifestado en aquel lugar, porque habíamos sido muchos los que, sin pensar en la posibilidad de nuevas explosiones que nos hubieran alcanzado, nos habíamos acercado a atender y ayudar a nuestros semejantes que se encontraban atrapados y sufriendo entre aquel calvario de hierros, madera y plástico quemados.

De pronto, algo en mi interior me asaltó el pensamiento, fue una revelación, como si mi corazón hubiese dejado de moverse, como si mis pulmones no recibiesen aire, como si se me estuviera yendo la vida por momentos. Alguien estaba diciendo cerca de mí, que no solamente nuestro tren había sido objeto de un atentado, que había otros dos más y pronunció el nombre de Atocha.

- Han matado viajeros que iban en dos trenes más, uno en la estación de Santa Engracia y otro en Atocha - al oírlo me di cuenta, que mi amor, había tomado uno de ellos el que iba hasta esta estación.

Empecé entonces un recorrido enloquecido por la ciudad. Para poder ir desde El Pozo del Tío Raimundo hasta la estación de Atocha no había metro y me valí de autobuses cuyas combinaciones preguntaba a la gente. Cuando me veían con manchas de sangre en ropa, cara y manos y decía que buscaba a un compañero, me ayudaban y señalaban el mejor de los recorridos posible.

¿Iba en el tren que ha explosionado aquí? - me preguntaban interesados.

Si, pero ahora busco a un amigo que iba en el de Atocha. Yo estoy bien.

Tenía casi que soltarme de las efusiones y abrazos que muchas personas, de buen corazón, pretendían darme, entre enhorabuenas y blasfemias dirigidas para los que hubieran realizado aquella salvajada.

Intenté buscar primeramente dentro de la estación de Atocha, pero cuando llegué allí no me dejaron entrar, estaba acordonado todo el recinto buscando nuevos explosivos o huellas que detectasen la autoría de aquella hecatombe. Miré por los alrededores y no encontré a mi Alí. Cuando pregunté donde podía estar, si estuviese herido, me señalaron una lista de hospitales porque las ambulancias les habían llevado donde pudieran ser atendidos rápidamente, La Paz, Gregorio Marañón, Doce de Octubre, Clínica de la Concepción . . . .y quizá alguno más habían recibido heridos.

Donde me indicaron estaban acumulando, en una morgue improvisada, los cadáveres de aquella cruel matanza, no quise ir, sería como perder la esperanza de encontrarlo con vida.

Comencé a buscarle por el más cercano, el hospital Gregorio Marañón y en uno de los mostradores que habían puesto para atender a los familiares me preguntaron.

- ¿Cómo es ese amigo?

¿Qué puedo responder? ¿Cómo puedo describir con palabras a mi querido amor?

Bello, muy bello - se me escapó junto a un largo suspiro. Fue la mejor palabra que encontró mi mente, en aquellos trágicos momentos, para definirlo - se llama Alí Mameb ben Alahal.

No hay listas definitivas - me dijeron para darme ánimos, mientras la chica, que me atiende, va deslizando el dedo por unas cuartillas, escritas a mano, ya sucias de las veces que ha resistido el discurrir de diferentes dedos - además estos nombres tan difíciles seguro no están bien escritos.

Al verme con sangre en mis ropas y rastros aun no quitados del todo en mi rostro y un brazo que llevo como colgando, me dice pase a curarme a la sección de urgencias y me señala el pasillo que debo seguir. Hago como que voy para esa parte, pero me marcho hacia la salida, porque primero debo de encontrar a mi amor.

Me dirijo a La Paz porque hay un autobús que me lleva directamente. En el vehículo soy la atención de todos los que van en él al verme ensangrentado y doliéndome del hombro, pero nadie me pregunta nada, porque cierro los ojos para evitarlo, deseo que mis pensamientos estén totalmente dedicados al compañero de mi vida, que temo esté en estos instantes herido, sangrando o tendido, mientras le operan, en una mesa de quirófano.

En La Paz me ocurre lo mismo que en el Marañón, intentan atenderme más a mí, que a las preguntas que les hago sobre el compañero que busco. Están desbordados con los heridos y las consultas que les hacemos, parecen son escuchadas, pero no creo son oídas, ni menos atendidas.

Mi alma ha estado llorando en silencio durante todo este recorrido por la capital de España. Desde las nueve de la mañana aproximadamente que inicié mi loca carrera en busca de Ali no he descansado, comido nada, bebido y tampoco orinado y son ahora ya las tres y media de la tarde.

Cuando salí nuevamente, bajé al metro y aunque es el transporte que siempre utilizo en la capital me sentía incapaz de buscar el itinerario que me llevase a otro de los centros donde debía de mirar de nuevo las listas. Una señora me señaló la línea y el cambio de dirección que debiera de tomar y hacer posteriormente.

Visité la Clínica de la Concepción donde habían llevado muy poca gente herida, supe que Alí no había ingresado, por lo que me dirigí al último gran hospital que me faltaba por recorrer.

Cuando llegué al Doce de Octubre se presentó la misma situación, las listas se estaban haciendo sobre la marcha, poniendo el nombre que daba el enfermo o alguna señal que tuviese.

- No desespere estamos haciendo lo más importante, atender a los heridos, ya pondremos los nombres bien después que terminemos esto - me dijeron.

Tuve que entrar en los servicios que hay en el hall de ese hospital y mientras estuve sentado en el sanitario, he comenzado a llorar hacia el exterior, con hipidos entrecortados, intentando no se me oiga. Se ha unido al desgarrador y silencioso llanto, el cansancio, la pena que me inunda y el miedo a la soledad que empiezo a sentir en el interior de mis huesos.

La congoja me inunda y entrecorta la respiración y es tal el desamparo que siento al no tener localizado aún a mi Alí, que permanezco en aquel extraño sitio, encogido, solitario, lloroso y aterrado ante lo que mi pensamiento teme y me recuerda, ¡¡ Qué mi amor no haya podido sobrevivir a esta terrible matanza indiscriminada !!.

Pensé de pronto que era difícil que hubiesen identificado a Alí y esto me dio nuevos ánimos para seguir buscando, porque si había ingresado con el conocimiento perdido y no dicho personalmente su nombre, no solía llevar encima documento alguno que pudiera ser motivo de identificación por la policía, lo mismo que yo, ni ninguno de los marroquíes que vivimos sin "papeles". Esperamos nos crean cuando decimos que hemos huido de nuestro país por motivos políticos. Mientras solicitan información a Rabat suele pasar tiempo suficiente para diluirse de nuevo entre los miles que estamos en esa condición.

¡¡ Qué terrible es tener que vivir escondido, cómo si fuéramos realmente fugitivos de la policía !!. Lo único que buscamos es poder vivir, como un ser humano, en una sociedad normal.

Llegada la noche, agotado, lloroso y con mucho dolor por el golpe que había recibido en el hombro decidí volver a nuestra casa en Alcalá por si Alí le hubiera pasado lo mismo que a mí, que hubiese pasado el día buscándome por los hospitales de la capital. Las comunicaciones estaban interrumpidas y cuando llegué noche completa, ante la puerta de mi vivienda y metí la llave para abrir ya sabía que estaba vacía.

Que horrible sensación sentí al entrar y no encontrar a mi amor esperándome. Todos los fantasmas que habían poblado mi cabeza durante el día, se me presentaron de repente.

No encendí siquiera la luz. Sabiendo que no estaba Alí en casa no pude mirar las cosas que me lo recuerdan. Me derrumbé sobre un sofá que habíamos comprado hacía poco en una tienda de muebles usados, que habíamos tapizado entre los dos y estrenado amándonos y lloré como no lo había hecho desde que era un niño, a gritos desgarradores.

Cuando quedé sin lágrimas, creo me dormí, porque cuando me di cuenta había amanecido el viernes.

 

 

 

- - - o o o - - -

 

 

Vi a Alí, por primera vez, en la ciudad de Tetuán. Estaba parado en una acera, mirando al parecer muy interesado un escaparate lleno a rebosar de alfombras. Yo iba al mismo lugar y mí enlace me había indicado que hiciera lo mismo, me pusiera en la acera y mirase hacia el interior de aquel almacén a la espera de una señal.

Nos miramos de reojo, inquietos, porque ambos sabíamos a lo que habíamos ido allí. Queríamos ponernos en contacto personal con una agencia prohibida en Marruecos, que se dedicaba a transportar, en pateras, gente africana hasta España.

Al rato de vernos parados ante el escaparate, un hombre muy engolado y elegante, vestido perfectamente a la europea, salió hasta la puerta del establecimiento y nos hizo señas de que pasásemos al interior y haciendo que nos iba enseñando alfombras nos condujo hasta interior del local. Ya en la trastienda, un negocio tapadera de los muchos que tenía la mafia marroquí, que se dedica al tráfico humano, hablé con Alí por primera vez.

Mientras esperábamos que nos llamaran, sentados en un montón de alfombras, me dijo provenía del interior del país, que había nacido y vivido hasta entonces en mmm.

Yo soy de nnnnn - le informé por mi parte.

Me pareció como si le conociera desde hacía tiempo y sentí una simpatía y confianza hacia él, tan rápida y extraordinaria, muy difícil de definir y explicar en aquel lugar y circunstancia.

Cada uno arreglamos por separado, con el que llevaba la representación de aquella agencia, el pago de la cantidad que solicitaban se hiciese por adelantado y cuando salimos, con unos metros de distancia, para despistar a unos posibles vigilantes, nos esperamos al llegar a una pequeña plaza cercana.

- ¿Cuándo te han dicho que sales de este país de infierno? - le pregunté

- El jueves próximo, parece ser que es el mejor día según las mareas.

- Iremos entonces juntos - le dije sonriendo porque también a mi me habían señalado ese día como el posible de embarque.

Estábamos a martes, por lo que aun tendríamos que pasar en esta ciudad dos días más, siempre que no ocurriera algo anormal.

- ¿También deberás estar en el café España del puerto a las nueve de la noche, ese día?

Se me quedó mirando, quizá pensando que pudiera ser un espía de los muchos que la policía marroquí tiene por las ciudades costeras buscando esas mafias, pero creo que al ver la mirada de embeleso, que le dirigía, me creyó, porque me contestó enseñando sus maravillosos dientes en una sonrisa abierta y franca.

- a la vez que me preguntaba interesado - ¿Dónde te alojas?

Desde hace tres días en una fonda, también cercana a la mar, no es cara. ¿Tu?

En ningún sitio, por miedo y por ahorrar unos dinares he dormido dos noches en la calle. Llegué aquí hace tres días.

¿Quieres venir conmigo?, si compartimos la cama, el patrón nos hará un mejor precio.

Se sonrió de aquella manera tan especial con que lo hacía y que llegué a amar intensamente, asintió con la cabeza y me siguió hasta mi habitación. Desde aquella noche, no me he separado de Alí en ningún momento.

Alí tenía 22 años, yo acababa de cumplir 24, y era el chico más hermoso que nunca había visto hasta ese momento. No era muy alto, quizá algún centímetro menos que yo, delgado, con un cuerpo cimbreante y muy moreno. El pelo cortado un dedo por encima de su cabeza, se le notaba ensortijado si lo hubiera permitido crecer.

Pero lo que más me atrajo de él fueron sus ojos, negros, vivos, brillantes, que traslucían la íntima bondad que poseía. Eso y su sonrisa cautivadora, me dejaron rendido desde el primer momento que le vi parado en la acera, ante aquel cristal iluminado de Tetuán.

Cuando nos acostamos me puse mirando hacia arriba, al techo y él hizo lo mismo. Me contó lo que le había costado reunir el dinero que aquellos malvados nos cobraban por transportarnos hasta España. Que había trabajado en los oficios más dispares, dejando sus estudios de ingeniería técnica, para ponerse a trabajar y ahorrar los dinares necesarios para comprar la libertad que esperaba obtener en Europa.

Tenía sus padres en el pueblo en que nació y varios hermanos más pequeños que él a los que pensaba ayudar en cuanto pudiera.

Yo le conté parte de mi vida hasta entonces. La busca de la libertad en mi caso era más exacta que en la suya. Había participado en algunas manifestaciones estudiantiles y me sabía fichado la policía. Había sido mi familia la que me había aconsejado marchar de Marruecos y era ella la que me había dado el dinero necesario para que lo hiciera.

Estaba deseando darme la vuelta, besarle y decirle que le amaba con locura desde la primera mirada que me había concedido en la calle, pero por temor a ser rechazado me abstuve, le desee las buenas noche y dándonos ambos la espalda nos dormimos.

Fue la siguiente noche cuando no pudiendo aguantar más y ante su mirada acariciadora, cuando hablaba con él y le miraba de frente, me atreví a acercar mis piernas a las suyas. Las recibió y aceptó colocando las suyas encima de las mías. Ya sin necesidad de decir nada más entre nosotros, acercamos nuestros labios hasta juntarlos en un beso interminable.

Aquella noche nos amamos locamente, juntamos enardecidos nuestros cuerpos y nos declaramos mutuo amor jurándonos sería eterno.

El último día que pasamos en Africa estuvimos paseando nerviosos esperando la noche, mirándonos continuamente a los ojos, sonriendo como bobos y haciendo planes futuros para cuando estuviéramos en España.

Seremos felices Alí - le decía yo - ahora que te he encontrado ya tengo una aliciente en mi vida. Pensaba, si conseguía llegar, tendría que permanecer solitario en aquel país. Ahora sé que llegaremos los dos y viviremos juntos.

¡¡ Qué Alá te oiga !! - me respondió.

En ningún momento pudimos besarnos ni manifestar nuestro amor porque si alguien nos veía y denunciaba, podíamos estropear el camino que pensábamos recorrer juntos.

Llegada la noche, escondidos en la bodega de aquel café que nos recibió a la hora convenida, en la oscuridad, junto a una veintena de personas, nos dimos la mano y así permanecimos callados por orden del dueño del local, esperamos las órdenes de montar en la patera que esperaba fondeada en el puerto.

Salir a la mar en una barca de recreo debe de ser una experiencia maravillosa, pero hacerlo en una patera más bien pequeña, donde han embarcado veintidós personas, de noche, escondiéndose de la policía, para lo que nos pidieron nos echáramos al suelo, es algo que te produce miedo y desesperanza.

Cuando nos dijeron podíamos sentarnos, Alí y yo pudimos hacerlo juntos. Íbamos pegados unos a otros y Alí a su derecha compartía asiento, con una mujer de unos treinta años, que muy pronto comenzó a dar arcadas porque el mar la estaba mareando. Cuando se dio cuenta de ello se dedicó a atenderla porque le daba pena lo mal que lo estaba pasando y ayudó a que el mar recibiese su vómito sosteniéndola la cabeza.

De vez en cuando, mientras la atendía, extendía la mano que estaba más cerca de mí y me acariciaba el muslo. Entonces yo miraba hacia él y veía brillar en la oscuridad de la noche aquellos maravillosos ojos encima de un destello de luna que se reflejaba en su blanca dentadura. Esta acción calmaba mi miedo.

 

 

- - - o o o - - -

 

 

Me duché con agua fría para despejarme. Aunque mi cuerpo volvió a alcanzar el vigor necesario para lanzarme rápidamente en busca de Alí, mi cabeza solo repetía lastimosa su nombre cuando salí a la calle.

El día comenzó siendo una repetición de parte del día anterior. Con la diferencia que mientras el jueves los hospitales inundados de enfermos y desbordados por el ingente trabajo, atendían solamente los heridos y las labores burocráticas quedaron abandonadas, el viernes, seguramente a instancias del gobierno, que quería satisfacer las lógicas reclamaciones de las familias, las listas se pusieron en orden y cuando visité de nuevo los hospitales ya eran definitivas y contrastadas. Ahora los nombres que figuraban en ellas, en una proporción casi del cien por ciento, eran fieles.

Habían colocado listas mecanografiadas en los mostradores de recepción y era posible cotejarlas uno mismo. Lo hice lentamente, latiéndome el corazón cada vez que avanzaba en su mirada y aunque las repasé varias veces, el nombre de mi amor no figuraba en ninguna de ellas.

Tuve que hacer al final lo que mi mente se había negado desde el principio, ir hasta el IFEMA, al pabellón número seis, donde habían formado la morgue, con los cadáveres que había ocasionado esta terrible catástrofe y donde los médicos forenses estaban identificando los cuerpos.

Cuando llegué me comunican que han recibido ya 193 cadáveres y que no serían desgraciadamente todos, porque había varios heridos, casi a punto de morir, en los hospitales.

Me dicen también que de los que han identificado ya hay listas, y me señalan donde están, pero que en aquellos momentos les falta por hacerlo a 86 cuerpos y que trabajan denodadamente para poder comunicar a las familias, que buscan allí después de haberlo hecho por todos los centros hospitalarios, la horrible confirmación de la muerte de sus deudos.

Me piden rellene un cuestionario con lo que considere ayude a identificar la persona que busco, si no está en la lista que debo comprobar, poniendo en él la descripción física, señas personales, marcas en el cuerpo y que aporte si me es posible, algo que le pertenezca, de donde se le pueda tomar muestras para determinar su ADN y cotejarlo con los cuerpos que tienen guardados pendientes de identidad.

Tembloroso, con el temor de ver escrito el nombre de mi amor, miro las listas, al lado de gente que ansiosamente, como yo, leen aquellos nombres, algunos musitando sin darse siquiera cuenta, los nombres de manera que los demás cercanos les oímos.

Es terrible sentir que aquella larga lista, en estos momentos son 107 nombres, pueda ser de gente que ha desaparecido en un instante, que hayan muerto por culpa de unos locos asesinos que seguramente no saben ni lo que han querido conseguir con esta salvajada.

Alí no está en ella, pero no deseo repasarla, si lo hiciera parecería que intentaba que estuviese.

Intento rellenar el papel que me han dado, pero la vista se me nubla de lágrimas después de haber escrito su nombre, pienso en su cuerpo, repaso en mi mente como es Alí, hablo siempre en presente de mi amor, porque tiene que estar vivo, a pesar de que me encuentro indagando en esa terrible morgue.

Conozco centímetro a centímetro todo su cuerpo por la multitud de veces que lo he acariciado y hasta lamido y no le recuerdo ninguna imperfección. ¿Cómo puedo poner en aquel papel como era su pecho, caliente, acogedor con aquellas puntitas negras, con unos cuantos pelos largos alrededor, que se endurecían en cuanto las tocaba? ¿Aquella cintura sin gota de grasa extra? ¿Aquellos glúteos redondos, duros que apretaba contra mí cuando hacíamos el amor? ¿Aquel pene, que inhiesto, era el más hermoso y proporcionado que hombre alguno haya tenido?

Rompo el papel y salgo de aquel sitio de muerte y desolación, sin volver la cabeza, porque necesito ver de nuevo la luz y encontrar un lugar donde mi mente pueda llorar solitaria.

Se me hace de noche en el pabellón número seis de de IFEMA donde me encuentro apoyado contra una pared. No sé si tengo transporte hasta Alcalá de Henares y como tampoco tengo deseos de hacerlo porque no tengo allí a mi compañero esperándome, decido permanecer en aquel lugar, hasta que al amanecido vuelva repetir de nuevo la ronda de visitas a los hospitales por si un hubo un error de filiación y mi Ali se encuentra en alguna habitación o quirófano sin poder decir su nombre.

Un guarda de seguridad, que me ve en aquel estado, llama a un de las enfermeras-psicólogas que atienden a los familiares y me pasan a una sala, me dan un café y un bocadillo que como sin hambre a instancias suyas y me permiten extenderme a descansar sobre tres butacas unidas.

Es tal el agotamiento que tengo que quedo dormido al instante y no oigo ninguna de las palabras que aquella chica me ha empezado a decir para calmarme.

 

 

- - - o o o - - -

 

 

Nadie hablaba a bordo de aquel bote marroquí y todos mirábamos hacia la lejanía por ver si en la oscuridad veíamos aparecer una patrullera de la policía española que nos podría devolver a tierra del Magreb.

La parte más difícil del viaje, nos habían dicho, se presentaba al descender a tierra porque había muchísima vigilancia policial, tanto en la costa, como en el interior y además informaron que cualquier súbdito español que ayudase a un emigrante, llegado sin los papeles correctos, se le castigaba con una fuerte multa.

Llevábamos dos horas avanzando por aquel mar que aunque no estaba demasiado encrespado notaba las corrientes contrapuestas del estrecho por medio de un balanceo que hizo que ya varios de los que viajábamos en aquella patera sintieran el mareo y comenzasen a vomitar.

Seguimos la ruta que los patrones, que se encargaban de llevar personas a Europa seguían normalmente, podría parecer que hacerlo de esta forma era darle facilidades a las patrulleras españolas, pero según ellos evitaban lo más posible pasar por la parte de mar correspondiente a España haciéndolo por aguas marroquíes y gibraltareñas en casi todo el recorrido.

Cuando estábamos acercando a tierra el patrón que dirigía la patera nos avisó.

Nada de voces altas, ni golpear de cosas metálicas. Nos acercaremos todo lo que podamos a la orilla con el motor parado, solo con los remos hasta que podáis hacer pie,. Cuando yo diga ¡¡ saltar !! lo haréis rápidamente todos. Llegaréis sin problemas por vuestros propios medios a tierra. La playa es lisa y no tiene ningún peligro. Cuando la barca esté vacía viraré y volveré a Marruecos. Quien no haya saltado al oír mi orden, volverá conmigo o se tendrá que tirar al agua donde le cubra. ¡¡ Que Alá os ayude !!

Cuando saltamos Alí siguió ayudando a aquella mujer, pero me buscó también con la mirada y cuando comprobó iba a su lado andando, a través de aquella fría agua que nos llegaba hasta la cintura, volvió a sonreírme y animarme.

- ¡¡ Ya hemos llegado !!. ¡¡ Alá ha sido magnánimo !! - me dijo entusiasmado.

Trepar por aquellos acantilados de piedras y arena, aunque no eran demasiado pronunciados, empapados con aquella fría agua atlántica, fue muy penoso para muchos, no tanto por la dificultad física, sino por la tensión, el miedo y que el día empezaba a clarear. Avanzamos a veces agachados y hasta reptando por el suelo para no ser vistos por los habitantes de aquella región.

Cuando la mayoría del grupo salimos a una carretera cogí de la mano a Ali, que quería seguir ayudando a varios de los que habían viajado con nosotros y daban fuertes muestras de cansancio, y le obligué a escucharme.

Alí debemos separarnos de los demás si no queremos que nos atrapen a todos a la vez.

Dudó un momento pero el tirón que ejercí sobre su brazo le hizo reaccionar debidamente y nos separamos del grupo, que inició la marcha hacia la derecha, mientras nosotros lo hacíamos hacia la izquierda.

No he sabido si al resto los cogieron o si consiguieron llegar a su destino, pues nunca llegué a ver a ninguno de los que viajaron desde Marruecos con nosotros.

Las penalidades que sufrimos durante la marcha por el sur de España para despistar a los policías que vigilaban los caminos, los sitios tan extraños donde dormimos, lo poco que comimos y lo mucho que nos amamos, no podré olvidarlo nunca. Forma parte de nuestra historia mutua, de esos recuerdos que ahora vuelven a mí, vívidos, enternecedores, como tatuajes indelebles que han quedado marcados en la piel de mi cerebro para siempre.

Aquellos días a su lado me hicieron conocer al ser más maravilloso que la tierra dio nunca, su afecto, su bondad, su desprendimiento, su simpatía, su saber entregarse sin pedir nada a cambio, capaz de transmitir un amor y un cariño hacia mí, que llenó totalmente mi vida desde entonces, de forma que todas las penalidades se empequeñecieron y desaparecieron rápidamente por haber podido estar junto a él.

La llegada a Madrid, ayudados por algo de dinero que mi familia me mandó, compartir vivienda en Alcalá de Henares donde nos dirigió un compatriota amigo, el encuentro de trabajo, el inicio de la vida común amándonos con locura, son hitos ya de nuestra feliz vida en España.

 

 

 

- - - o o o - - -

 

 

Amanece el sábado en aquella pequeña sala donde me han alojado, mi brazo ha tomado un color morado y está tan hinchado y sensible que cualquier movimiento me hace chillar de dolor. Cuando pido un calmante a una de las enfermeras, que veo allí, me dice que necesito ser atendido en algún centro.

¿Como no te han curado en algún hospital? - me pregunta.

Ella misma gestiona mi traslado, aprovechando una de las ambulancias que están yendo y viniendo hasta aquel lugar y echado en una de las camillas, que seguramente acababa de trasladar algún cadáver, me llevan al Doce de Octubre.

La zona de urgencias ya ha tomado la rutina del diario quehacer del centro, después de los dos días locos, que han agotado al personal.

Me vendan la muñeca, me colocan una especie de corsé y dejan mi brazo en cabestrillo colgado del cuello. Me hacen tomar una pastilla, metiéndome en el bolsillo superior de mi camisa, varias por si tengo dolor y como consideran que mi lesión es leve me dan el alta inmediatamente.

Hacia las once entro en una cafetería para poder orinar y tomar algo caliente y mientras lo hago oigo la televisión que tienen encendida.

- ¡¡ Dios mío !! - me digo al escuchar lo que está diciendo - ¡¡ han sido mis compatriotas los que han hecho esta salvajada !!.

Aunque no lo deseo, lo único que puedo hacer es ir hasta Alcalá donde recojo un cepillo de dientes y el último calzoncillo que Alí había usado y dejado para lavar y vuelvo de nuevo a la morgue.

Ahora si estaba pendiente de las noticias que los medios de comunicación iban informando. Ya había cinco detenidos, tres, los principales de mi nacionalidad. Al pasar por unas obras que se hacían en una carretera oí a un compatriota que comentaba en alta voz a sus compañeros de trabajo.

Esos asesinos no son marroquíes. Son unos locos fanáticos.

Estoy casi de acuerdo con él, pero ninguno de los que vivimos aquí podemos evitar que lo sean.

A las dos de la tarde estoy de nuevo en IFEMA en el pabellón número seis. Los cuerpos sin identificar son solo 36 y Alí no está entre los que ya tienen nombre en las etiquetas que han colocado sobre sus ataúdes que comienzan a salir hasta los lugares donde los exhumarán.

Me prometieron decir si el primer análisis de ADN daba resultados y podía ponerse su nombre a alguno de los cuerpos que aun permanecían innominados. Si este análisis no daba resultados deberían repetirlo en un laboratorio más sofisticado, cuyo nombre no retuve y no sabría nada hasta el lunes.

Me senté en una de las salas de espera que han habilitado para las familias cuando entregué el cuestionario que tuve que rellenar, y las prendas de Ali y aquí sigo esperando me confirmen una información que ahora, de pronto, sé.

¡¡ He tenido una revelación !!.

Ahora ya no dudo que Alí haya muerto. Lo conoce mi alma fijamente, lo siente mi corazón, está ya metido en el interior de mi cerebro.

¡¡¡ Siendo el mejor de los marroquíes que ha nacido, Alá lo ha inmolado, ha entregado su vida para pagar al pueblo madrileño y español, con su sangre, el mal que unos locos, asesinos, fanáticos integristas, han causado a esta nación maravillosa !!!.

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