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Categoría: Maduras

Un sábado con Marta

Mi relación con Marta lleva ya varios años, es casi como si estuviéramos casados.



Gracias a los años de esfuerzo en mi trabajo hoy puedo disponer más de mi tiempo, y lo empleo para vivir como siempre quise y no pude. Mis orígenes son modestos.



 



Hace un tiempo compré un piso en Buenos Aires para que Marta viviera allí con sus dos hijos solteros, ya que su departamento no era muy cómodo. Los hijos de Marta me habían aceptado muy bien, más las hijas que los hijos. Paso muchos días en la Capital disfrutando de todo lo que la vida me pone por delante.



 



Mucho cine, mucho teatro, conciertos, exposiciones, buenos restaurantes y... mujeres.



Sí, no soy un modelo de fidelidad. Marta lo ignora o hace que lo ignora.



 



La sexualidad de mi amante estable es muy calma. Ni cerca de tener relaciones a diario como sería mi deseo. Y generalmente cuando las tenemos se reducen a una sola vez y de la forma que ambos optemos. El resto de mis necesidades lo cubren otras mujeres como pueden apreciar en mis relatos anteriores.



 



Las excepciones son las noches de los sábados. Casi siempre vamos a ver algún espectáculo, luego a cenar, y a nuestro regreso a casa nos gozamos a pleno.



 



En mi relato "Conociendo a Marta" hay una descripción de ella. Dista de ser una belleza, en todos estos años no he logrado desentrañar qué es lo que me atrae de esta mujer. Quizás sea su personalidad, su inteligencia, su sensualidad, la manera en que disfruta del sexo, su entrega para complacerme aprendiendo siempre lo necesario para ello.



 



Si lo nuestro no es amor se le parece bastante. Es una suerte de rara simbiosis de dos seres que se encontraron en momentos muy particulares de la vida de cada uno. Y se adhirieron como hiedra y muro con la esperanza de que sólo la muerte los separe.



 



Ambos sabemos que jamás dejaremos de tener alguna forma de sexo. Si bien "El hombre mientras puede y la mujer mientras quiere" también es cierto que la penetración no es la única manera de tener sexo placentero para ambos. Y cuando mi pene se niegue a dejar su estado de reposo, aún ayudado por la farmacología, habrá otros instrumentos para darle placer a Marta mientras mi lengua y mis manos conserven su aptitud.



 



A veces, charlando, nos imaginamos nuestra vejez. En un sitio adecuado, no en un geriátrico o depósito de viejos. De ello nos preservará el dinero que hayamos guardado.



Pensamos en los dos ancianos compartiendo el lecho, acariciando nuestros cuerpos exangües, aniquilados por el paso de los años. Rememorando los tiempos de tanta satisfacción mutua. Y sentimos que en esos contactos habrá un goce particular.



 



El sábado de mi relato despertamos casi juntos y algo tarde. Los jóvenes dormían profundamente, casi siempre dormían hasta la hora del té cuando no tenían obligaciones.



Nos levantamos y fuimos cada uno a un baño diferente para higienizarnos.



Marta vestía un breve camisón sobre el cual se puso una bata corta. Yo un piyama corto, la temperatura del piso estaba regulada por un equipo central.



Volvimos a encontrarnos en nuestro dormitorio para regalarnos una sesión de cariño sobre la cama, besos y caricias sin mucha sensualidad.



 



Aquí debo aclarar que el cuerpo de mi amante había cambiado sustancialmente desde que la conocí. El mejor bisturí del planeta obró milagros en su rostro, busto, trasero, caderas y piernas. Y un gimnasio elemental instalado en el piso contribuía a conservar las necesarias firmezas de ambos.



 



Gozaba acariciando a Marta, fijaba mi vista en su mirada sensual. Sus ojos adquirían un peculiar brillo húmedo cuando se excitaba. Los labios mojados por los besos cobraban un atractivo especial. En esos instantes sentía que la amaba, que era la mujer de mi vida, y que anhelaba estar cerca de ella para toda la eternidad.



 



La técnica de desearnos hasta el límite nos había dado siempre buen resultado. De modo que nos interrumpimos para desayunar. Marta preparó tostadas de pan de salvado, e instalados en el living con música suave de Astor Piazzolla, las consumimos con queso untable y mermelada, ambos light. Me conmovía como ella untaba mis tostadas y las acercaba a mi boca. En verdad me conmovía todo en ella, su ternura no exenta de sensualidad, sus cuidados para conmigo y su gratitud por haber cambiado sustancialmente su vida.



 



Luego del desayuno nos vestimos y planeamos el día, era un día entero para dedicarnos a nosotros. Resolvimos encargar el almuerzo a un delivery, estábamos demasiado bien en casa como para salir a almorzar afuera.



 



Ensaladas varias, vegetales, aves finamente picadas, fiambres, mariscos y quesos. Chardonnay frío, agua mineral. Frutas frescas. Desechamos el café y el whisky.



 



Dos horas de cariñoso descanso y salimos rumbo al Shopping Abasto, Marta, como toda mujer, quería ver vidrieras, y todas juntas en el mismo sitio para no perder tiempo.



Como estarán suponiendo los lectores se le antojó comprar ropa. Detesto acompañarla en esos tours de impulso, pero esa tarde estaba yo de un ánimo especial. La ayudé a elegir alguna ropa interior, y no colaboré en nada para su elección de otra ropa.



 



Pedimos en todos los casos que enviaran los paquetes el lunes a nuestro domicilio.



Era el momento de elegir una película, en el Shopping hay varios cines. Tenemos gustos similares en la materia de modo que optamos por un filme liviano de aventuras. No deseábamos complicar nuestras mentes con nada profundo.



 



Al salir del cine caminamos hasta un sitio cercano para disfrutar de la carne argentina. Los bifes angostos y altos, cocidos bien a punto, estaban deliciosos, igual que la ensalada de rúcula. Malbec, helado y café.



 



Ya de regreso, en el auto, Marta se puso cariñosa, acariciaba mi pierna derecha, muy cerca de mi miembro que despertaba lentamente.



 



En el ascensor desde la cochera a nuestro piso nos besamos con todas las ansias que habíamos contenido a lo largo del día. Ahora su mirada estaba francamente mojada.



 



En el dormitorio nos desvestimos lentamente, y en un acuerdo tácito no nos pusimos nada antes de acostarnos. Era obvio que lo nos hubiésemos puesto iba a permanecer muy poco tiempo sobre nuestros cuerpos.



 



Nuestras caricias en la cama ya eran totalmente diferentes de las de la mañana y la siesta. Yo lamía los pezones erectos y estimulaba su clítoris erecto también. Ella apretaba mi verga que estaba muy dura.



 



Alternativamente nos dimos un poco de sexo oral. No me gusta el famoso 69.



Marta había perfeccionado notablemente sus técnicas de fellatio. No alcanzaba las cimas de su hija menor pero le agregaba el plus de su sensualidad extrema de hembra adulta. Aunque ya había aceptado que eyaculara en su boca, y se bebía todo, no lo quise en esa ocasión.



 



Ella sí tuvo tres orgasmos con mi lengua en su vagina, derramó sus abundantes jugos en mi boca.



 



Sergio, cogeme.



Sabe que cuando me dice así me excita al máximo.



Sí mi vida, ya. Ponete en cuatro.



La penetré con ternura, muy lento.



 



Aclaro que la vagina de Marta también había sido tocada por la cirugía para devolverle la estrechez que los partos se habían llevado consigo.



 



Era tal nuestra compenetración en el sexo que todo se deslizaba de forma muy placentera.



No era preciso decir nada. Lográbamos de inmediato el ritmo más adecuado.



Mi miembro entraba y salía de su vagina, mientras mis manos alternaban de sus nalgas a sus caderas, de dónde la tomaba para acercarla a mí y penetrarla más profundo. Sabía moverse a mi satisfacción, y lo hacía provocándome un intenso placer.



 



No demoraron los orgasmos de ella, reprimió sus gritos hasta recordar que la habitación contaba con una total aislación acústica. Y gemíamos y gritábamos los dos al unísono.



Es extraña la capacidad de orgasmos de Marta, le he contado hasta siete antes de que yo acabe.



No los contabilicé en la ocasión que relato, pero fueron varios.



 



También yo estaba gozando con ganas, mientras procuraba retardar mi eyaculación. Duré algo más de veinte minutos metiendo y sacando cada vez con más frenesí.



Cuando sintió mi semen en su interior tuvo el orgasmo más fuerte de la noche.



 



Entre caricias eróticas fumamos los dos un cigarrillo.



 



Nunca fuimos rutinarios, pero ella sabía de sobra cuánto me gustaba el sexo anal.



Yo había estrenado su entrada posterior enseguida de conocernos. Y se aficionó a esta práctica aprendiendo a disfrutarla. Seguro que no tanto como a un coito vaginal, pero lo gozaba, tenía orgasmos anales muy sonados.



 



Se colocó en la posición adecuada, boca arriba con las piernas bien levantadas, separó sus nalgas con las manos. El gel era imprescindible, tanto como mis dedos que pronto estaba cumpliendo con su cometido.



Ella se relajaba totalmente, lo que facilitaba la dilatación. (Ah la sabiduría del yoga).



 



Con mi glande apoyado firme en su ano dejé que fuera ella quien elevara sus caderas hasta sentir como le entraba la punta, le dolió todavía un poco, lo advertí por el tono de su gemido que no era de placer precisamente.



 



Con toda la delicadeza posible le fui suministrando cada centímetro, siempre a su pedido, a medida que se iba adaptando me decía que se la metiera otro poquito.



Así hasta que la tuvo toda adentro, allí me detuve un minuto.



Y empezamos a movernos lentamente, le sacaba un pedazo para volverlo a meter enseguida. Fuimos acelerando, aferrado yo a sus muslos, y ella friccionando su clítoris.



Dos orgasmos separados por un par de minutos fue cuanto demoró mi semen en fugarse, con violencia, de mi pene.



 



Media hora en la bañera de dos plazas, gozando de mirarnos mientras el hidromasaje nos quitaba un tanto la fatiga. Eso necesitábamos para disfrutar de un sueño reparador.



Sabíamos que el domingo a la siesta íbamos a repetir la unión.



 



Amigos lectores, quise relatarles un sábado cualquiera con Marta. Quizás algunos piensen que ella ya no me atrae, dados mis relatos posteriores. Error, me sigue atrayendo tanto como la primera vez.



Ya les conté que es calma, ejercemos una dosificación de nuestra sexualidad. Ella me satisface y se satisface.



Mi remanente lo emplean otras, en especial su hija menor Lu.



Y así convivimos todos en paz y plenos.


Datos del Relato
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