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Trío casual final

~Abrí apresuradamente la puerta de mi casa y sin más preámbulos nos dirigimos a la habitación.

Mis labios se fundieron con los tuyos. Un escalofrío recorrió mi espalda y tu sabor entro en mí, como una brisa de verano que da un respiro a mis sentimientos. Poco a poco la intensidad de cada beso fue subiendo de tono. Nos invadía el fuego del deseo.

Tu boca y la mía jugueteaban. Mis manos se perdían recorriendo tu cintura y mis labios abandonaron tu boca para recorrer tu cuerpo. Con cada beso, dibujaba en mi mente un mapa de tu piel. La excitación fue creciendo más y más y cada gesto y cada gemido hacían que mis ojos prendieran de deseo.

Continué quitando cada una de las prendas de ropa que aún llevabas puestas y cada cm de piel al descubierto era una alegoría a mis sentidos. Por fin te tuve desnuda, tumbada junto a mí. Mis caricias te ponían a mil y yo podía ver el brillo de lascivia en tu mirada.

Tus pechos eran maravillosos, aunque pequeños eran completamente firmes y el color de tus pezones evocaba al chocolate, lo que me hizo llegar raudo a ellos para hacerlos deshacer en mi boca.

Con cada pequeño mordisco, tu cuerpo se estremecía y tu respiración se hacía mas intensa. Tus manos tiraban de mi camisa hacia atrás y por fin conseguimos dejar mi torso desnudo. No tenía ningún músculo marcado, pero tampoco había carnes de más en mí, tus manos acariciaban mi pecho y bajaban por mi vientre en busca de deshacerte de las pocas prendas que me quedaban. Al desabrochar mi pantalón, mi erección se hizo presente.

Terminé de quitarme la ropa y sujete tus manos en alto mientras me tumbaba encima tuyo, las sujete con una sola mano, mordí tu labio, tu barbilla, tu cuello y me pare de nuevo en tus pezones, quería de nuevo el chocolate tan exquisito que había tenido hace un instante entre mis labios.

Mi pene se introdujo en ti con un simple movimiento de caderas. Al sentirlo entrar, tus manos se soltaron de su prisión y en un breve ataque de placer, clavaste tus uñas en mi espalda. No tarde en reaccionar y una sonrisa pícara surgió de mi para dar una embestida fuerte y seca. Tu cuerpo se arqueo de placer, me paré un instante , te mire fijamente y arremetí de nuevo con fuerza una vez más. Tus manos cambiaron de destino y acabaron agarrando fuertemente mi culo, para poder ayudar en cada una de mis embestidas y sentirte dominante; pero no estaba dispuesto a que ganaras tú, me sentía fuerte y poderoso encima de ti. Seguía parado encima tuyo, sintiéndote apretar mi culo, cuando volví con otra embestida fuerte.

Tu querías que acelerara el ritmo, pero sentía como te calentabas cada vez más, como cada gemido era mas fuerte, como apretabas los dientes deseando morderme a mi y volví a dar otra embestida más.

Al final tus manos se clavaban en mi culo, hasta el punto de hacerme daño, pero la rabia contenida y la fuerza de mis embestidas te hacían gozar, era como yo quería que fuese y no podías hacer nada.

Finalmente te dejaste llevar y mis embestidas seguían siendo fuertes y pausadas, tus gemidos pasaron de susurros de voz ahogada a gritos de placer y en un momento te dejaste llevar hasta el éxtasis, mi cuerpo notaba las contracciones del tuyo y eso presionaba con fuerza mi pene, que deseaba estallar dentro de ti, así que aceleré el ritmo en el momento en que sentí como te corrías y prolongue tu orgasmo hasta que por fin mi cuerpo estalló junto a ti en un inmenso y placentero orgasmo.

Nuestros cuerpos sumidos en sudor cayeron el uno junto al otro, en silencio, tratando de recomponerse del esfuerzo y tras unos instantes me dijiste que tenías que explicarme las cosas que habían sucedido hoy.

Comenzaste a hablar mientras mi cabeza, aún seguía apoyada en tus pechos, y escuchaba atentamente.

- " Carlos, eres el primer hombre que me ha dado amor el primer día y quiero que sepas, que aunque yo quisiera corresponderte, es un imposible. Hace muchos años descubrí que el sexo para mi era una necesidad, soy ninfómana.

Me casé, porque en un descuido de juventud, mi marido y yo cometimos el error de no poner medios y nació mi hija. El quiso casarse a sabiendas que no le sería fiel, pero no quería perder a su hija y me tiene mucho cariño, pero jamás me quiso de verdad. El hace su vida y yo la mía, en casa nos comportamos como un matrimonio más e incluso tenemos sexo, pero sólo por mi necesidad. Creo que lo mejor es que desaparezcas de mi vida, porque no quiero hacerte daño, jamás podré ser tuya. "

Yo seguía en silencio, en la misma posición y llorando desde el alma, abrazado a ella. Sus palabras hacían eco en mi cabeza y tan sólo pude decir con voz ahogada, tratando de ocultar mi congoja. TE QUIERO

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