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Categoría: Infidelidad

Su mujer le es jodidamente infiel

Hola, soy Alberto, tengo treinta y algún años, acabo de metérsela a la mujer de mi vecino y mi vecino acaba de hacerme una mamada, pero no se pierdan los detalles, porque terminaran queriendo follar a la mujer de su prójimo, y, posiblemente su prójimo terminé haciéndole una mamada para premiar su osadía.



Verán ustedes, por razones ya explicadas en anteriores relatos, mi adolescencia y mi juventud, sexualmente hablando, se esfumaron tras mi militancia en una orden religiosa que mantenía el principio de la abstinencia sexual como una extraña forma de alcanzar la excelencia, y claro, en mi peregrinar en busca de la excelencia llegué a descubrir lo placentero que puede resultar metérsela a la mujer de tu vecino delante de sus atónitos ojos y, finalmente, que ambos te hagan una mamama disputándose ferozmente el turno de chupártela.



Como ya les anticipé en anteriores relatos, ahora me encuentro en una situación de recuperar el tiempo "no vivido", o dicho de otra manera, de meterla y de que me la metan hasta encontrar la horma de mi polla, de modo que ustedes sabrán disculpar mi osadía al ser invitado por mis vecinos a tomar una taza de té, y, en lugar de aceptar unas pastitas para acompañar la velada, pues no se me ocurriese otra cosa que tirarme encima de su esposa, sobarla, hacerla una mamada de tetas, bajarle las bragas hasta las rodillas, abrirla de piernas, metérsela y finalmente, ofrecerle la polla a su marido para que me hiciera una buena mamada, pero no nos precipitemos y no adelantemos el final porque se sorprenderán de las cosas que suceden en esto de follar si consigues ser sincero y de que se te sinceren.



Como ya sabrán por mis anteriores relatos, recientemente se la he metido a mi madre y ella se ha quedado a vivir conmigo como mi cómplice. Lo que no saben, porque todavía no se lo he contado, es que vivo en una zona de Madrid bastante exclusiva y bastante cara. Ello lleva aparejado que el recinto de unas cien viviendas de lujo este totalmente cerrado y vigilado día y noche por vigilantes que cuidan de nuestra seguridad, pero que inevitablemente nos hace vivir como en una cárcel, y eso hace que de rejas hacía dentro, todos nos consideremos una gran familia y bastante a menudo unos frecuentemos las casas de otros para tomar el té y contarnos las confidencias del vecindario.



Y no sé cómo ni de qué manera, pero es el caso que mi madre se acaba de enterar de que nuestros vecinos más próximos son conocedores de nuestra relación incestuosa, cosa que a ambos nos importa literalmente "un huevo". Ella desconoce cómo han llegado a enterarse nuestros vecinos de esa relación, pero si alguno de ellos, o ambos a la vez, leen los relatos que en esta Web se publican, pues no les habrá sido muy difícil atar cabos y llegar a la conclusión de que los protagonistas del relato "Habitación 304 con mi madre" somos precisamente nosotros, sus vecinos de al lado, porque yo apenas he distorsionado nombres y lugares, de modo que no sería extraño que ahora también ellos puedan identificarse como los protagonistas de la historia que les estoy relatando.



Y a raíz de tal descubrimiento, nuestros vecinos lejos de quedarse "pasmados" y huir de nosotros como apestados, pues no cesan de invitarnos a pasar una velada con ellos, cosa que mi madre siempre rechaza cortésmente, pero es la cosa que mi madre estos días ha tenido que salir de viaje a San Sebastián a pasar unos días con sus padres y yo, quizás más cumplidor que mi madre, quizás más diabólico que ella, acabó de aceptar su invitación a tomar el té y a mostrarme tal como soy: natural, decidido, sincero, diciendo las cosas cómo son e invitando a los demás que hagan otro tanto, cosa que a veces consigo.



Hechas las salutaciones de rigor, nos sentamos los tres cómodamente en un lujoso diván del saloncito ingles y la sirvienta, una negrita dominicana de generoso culo, nos acerca ceremoniosa la bandeja con las teteras y un platito de pastas cremosas. Mientras la señora de la casa, una mujer de buen ver, más o menos de la edad de mi madre, de refinados modales y de mejores tetas, nos sirve el té, el señor de la casa, un hombre de la misma edad mas o menos de su esposa, un tanto canoso, un tanto barrigudo y un tanto atrevido, va y me pregunta, como aquel que no sabe nada del asunto, ¿qué es de mi vida sentimental?, y claro, a la pregunta de: ¿Esta usted casado?, voy y le contesto: "No señor, vivo con mi madre y follo con ella".



Yo creí que les iba a dar un pasmo a ambos, pero aquí empezaron mis sorpresas, porque lejos de rasgarse las vestiduras, ponerse rojos como un tomate o hacer como si no hubiesen escuchado va el señor de la casa y me dice: "vaya, es usted sincero y osado", aunque la contestación de su esposa tampoco tuvo mucho desperdicio: "Así me gusta a mí la gente, que sea sincera y que diga las cosas como son".



Yo, quizás envalentonado por la euforia que me estaba proporcionando la taza de té, quizás empalmado por el par de tetas de la señora de la casa, voy y le preguntó a ella:



-¿A usted no le gustaría follar con un chico joven?- y sin esperar respuesta dirijo mi vista hacía el señor de la casa y le pregunto: ¿Y a usted no le gustaría ver como se follan a su mujer?



-Ya lo creo- respondieron los dos casi al unísono.



A continuación se hizo un silencio, un prolongado silencio, los tres nos miramos entre si, los tres le metimos un sorbido a la taza de té y sin mediar más palabras me abalancé literalmente sobre la señora de la casa, le extraje las tetas del sujetador, se las sobé y se las mamé un buen rato, después alargué mi mano entre sus piernas buscándole las bragas, se las baje hasta la rodilla, le abrí las piernas, me subí encima de ella y se la metí.



De reojo miraba a su marido que, asombrado de ver como su vecino se la metía a su esposa o quizás "pasmao" de ver a su esposa como se abría de piernas para que se la metiese a conciencia, se quedo como petrificado pero con los ojos como platos para no perderse detalle. Aquello ya fue un torbellino de acontecimientos, ella gemía, se retorcía, se abría cuanto podía de piernas, me clavaba las uñas en la espalda, me estrujaba y me pedía más y más polla, pero claro, hacía tanto jaleo que de repente la sirvienta entró apresurada en la salita creyendo que algo estaba sucediendo, y en efecto algo sucedía, pero seguramente no lo que ella esperaba encontrarse porque se quedó literalmente petrificada mirándonos a los tres, aunque también nosotros nos quedamos un tanto perplejos mirándola a ella y sobre todo su cara de regocijo al vernos a los tres en tan embarazosa situación.



El señor de la casa fue el primero en reaccionar y la mandó a paseo, o mejor dicho, le ordeno que saliese inmediatamente a la calle a buscar un mandado. Nuevamente los tres nos quedamos mirándonos y nuevamente los tres le metidos otro sorbido a la taza de té. Yo haciendo gala de una exquisita flema británica voy y le pregunto al señor de la casa: ¿Y a usted como le gustaría que le viese su esposa?, el hombre que no quitaba la vista de mi empalmadísima polla va y me contesta: "me gustaría que me viese chupándosela".



Y me levanté, me acerqué hasta su posición y se la metí en la boca. El hombre la engullo al instante, pero de inmediato su desconsolada esposa se levantó como una leona, le sacó al marido mi polla de su boca y se la metió en la suya, aunque no crean que la cosa fue fácil, porque ambos se disputaban ferozmente la posesión de mi polla en su boca.



Yo durante un instante temí seriamente por la integridad de mi polla, de modo que decidí recuperarla, terminar de follar a la esposa y posteriormente ofrecérsela al marido para que me rematase con una monumental mamada. La esposa mientras tanto, ya suficientemente consolada, le hizo otra buena mamada al marido. Yo creo que ambos nos corrimos casi a la vez.



Y allí estábamos nuevamente los tres en silencio, mirándonos y apurando la taza de té, y justamente en ese momento fue cuando comenzó lo más increíble de esta aventura en casa de mis vecinos. El señor de la casa, rompió el silencio diciendo: "así que usted se la esta metiendo a su madre".



-Sí- le respondí escuetamente, aunque a continuación fui yo quien hizo la pregunta:



-¿Y a usted le gusta ver como se la meten a su esposa?-



-Si, aunque la muy ladina folla a escondidas. Mi esposa me es jodidamente infiel aunque yo hasta ahora no lo he podido disfrutar. Espero que usted nos haga más visitas y a partir de ahora lo pueda disfrutar en más ocasiones-



-No te preocupes cielo- le contestó ella -a partir de ahora te vas a hartar de ver como me follan, pero yo también te quiero ver chupándosela a los chicos de las revistas que escondes en tu armario y de verles cómo te la meten-



Poco más queda por relatarles de esta azarosa taza de té en casa de mis vecinos, bueno, quizás decirles que a los pocos días de suceder este episodio ambos echamos a nuestras empleadas de servicio, ¡Ah!, no se lo había dicho todavía, nosotros también teníamos una sirvienta dominicana y estoy casi seguro que por las noches espiaba cómo me follaba a mi madre. Bueno, quizás también se pregunten si he vuelto a follar a mi vecina y si mi vecino me ha vuelto hacer una mamada: la respuesta es no, todavía no, o quizás la respuesta sea nunca más, porque amigos, si usted es como yo, de los afortunados que se la ha metido a su madre, ya sabrá que no existe mayor placer que disfrutar del morbo de metérsela a su madre.


Datos del Relato
  • Categoría: Infidelidad
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