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Sirena 8) Hicimos Amor Como Locos El Rey y Yo

--?No es rica esa? --casualmente les jactaría la reina a algún diplomático y su esposa mientras yo los pasara vestida de gran gala en uno u otro baile del yacht-club.

(Que sí, ...¿Ve Usted?... tras mostrándome campechana y simpática con las reinas mediante jugando desnuda e incómoda con ellas en la piscina bosquera, ellas me votaron una nueva socia del club yatero, cosa que yo había deseado lograr desde era niña. Yo estaba en el séptimo cielo de contenta, igualmente mi mamá y mis tres hermanas. Y por su parte, por más cruentemente me había bromeado a su piscina secreta, la reina mayor parecía de estar la más contenta ante todos que me incluyeran en la nómina y en los actividades del muy exclúsivo club.)

--?No es magnífica esa?... -- jactaría de mi a los diplomáticos en los bailes, y siempre agregando, --¡Hace unos días la tenia brincando desnuda en mi piscina campestre!

En las semanas siguiendo mi ascención al club yo no sabía nada de la película que la reina había hecho grabado de mi a juego desnudo. ¡Si yo hubiera sabido de aquella grabación, en vez de andar siempre contenta y deleitada, yo hubiese andado mortificada y resentida ante la broma que no querría darse un fin apropiado, broma que se había mostrado ya en otra nivel de ultrajosa y traicionante!

Más importante, si yo había sabido de aquella película muy muy avergonzosa de mí, yo me hubiera preguntado acerca de algo muy raro: Si las reinas deseaban mortificar a mí, grabándome desnuda en cinta perdurable, ¿Cómo era que a ellas mismas se les conviniera aparecer igualmente desnudas e avergonzosas conmiga ante el mismísimo rodaje? No. Esa pregunta me hubiera preocupada con mucho si yo supiera de la película. Mas, no sabiendo nada, yo continuía con mi vida de yacht-clubera, de vendedora junior en la mayor empresa de bienes reales del comarca, y de amante secreta de mi amor de por vida: Petrarco, el vero rey del yacht club, esposo de la reina Amarintha.

---

La cosa entre mí y Petrarco empezó semanas antes de mi tarde de desnudez en el bosque con Amarintha. Claro que yo nunca deseaba meterme con el rey del yacht-club, un abogado poderoso, riquísimo, de más edad de mi mamá. Además, yo ya estaba prometida a un otro en esos días, un tal Luis, y muy bien contenta de estar.

Pero viéndome con mi Luis a tal cual velada social, Petrarco se ponía cada vez más interesado conmiga, de vez en cuando captándome en conversación ligera, y para mi, plomosa. Ni yo ni Luis ni Amarintha sospechábamos que Petrarco sintiera deseos por mi, sino las tres lo imaginábamos de estar un rey apropiadamente sociable, si bien tragara un poco más de rón que dibiese.

Una noche, Petrarco, un poco embriagado, me atrapó en un rincón oscuro de la pradera afuera de la casa donde aquella noche tertuliábamos nuestro set social. Luis había ido para buscarme otra bebida. Emborachado, Petrarco procuró besarme, pero me largué de él cuanto antes pude, eso en el momento mismo que la reina apareció en busca de su esposo. Ella se mostraba enfadada con él, pero a mi me pidió que no me molestara de la cosa, sino que le perdonare y olvidare todo.

Petrarco no olvidó nada, sino el día siguiente hizo mandar flores riquísimas a mi departamento, y me llamó por teléfono aquella noche, pidiéndome en voz sobria y sincera que me reuna con él para que me diese una satisfacción honrosa. Yo le dije que no, y gracias, y punto. Pero él me perseguía con más flores, y telefonadas, y con mandando sus fúcares de amigos a mis oficinas para darme riquísimas oportunidades en lo de la venta de bienes reales, oportunidades que les ponían sonrisas grandes en las caras de mis jefes.

Un día yo acedí a reunirme con Petrarco en pleno día, imaginando que yo le iba a mostrar una finca en lo que tenía intrés. Era aquella tarde que trabamos amor, primero caminando una hora alrededor de los campos de la finca, conversando, despues por dentro de la casa, besando, sufriendo, riéndonos, nuestra ropa caída por todas partes, y él y yo caídas por todas partes, siempre amarrados la una con el otro por las desnudas brazos, las desnudas piernas, los almas sinceros, y las desnudas partes gachondosas y sensualísimas.

A los días y noches seguidas, yo hacía excusas por no ver a mi prometido Luis, y me volaba para ver a mi gran amor Petrarco, Rey, él quien estaba haciendo excusas por no estar con su esposa Amarintha, Reina. Nos amamos como locos, yo bailando desnuda por él, él diciéndome que me amaba con todo su alma; cuando el sintiera que no pudiera follarme más, yo tomando su bicho magnífico en mi boca y trayendole a ya otro orgasmo, y otro; él riendose tanto cada vez que le decía (la verdad) que yo nunca mamaba a ningúno antes que a él mismo, y que ni siquiera hube besado a ningún bicho antes del bicho de él mismo, bicho que yo besaba y besaba y besaba, con motivo de amor, fraguando entre macho y hembra las trabas de placer que hacen de dos individuos una (una pareja, una amor) de por vida, no obstante que se vean separados durante muchos y muchos años.

Yo me excusaría del trabajo en los días que yo sabía que Petrarco estuviera jugando golf al club, de modo que yo pudiera estar tostandome en bikini chiquitita cuando él y sus compañeros pasarían la piscina, camino de una cancha al otro. De vez en cuando yo estaría tostandome sobre el mismo patio que se tostaran la reina y sus monaguillas. Yo me sentía segura de que ella no sospechaba nada.

Eso de mis actividades sexuales, besando el bicho de Petrarco y mamandole, engañando a la esposa de él, etc,... No sé que decir, ... me imagíno que durante esos días se me apareció "la tigresa" en mi. Por más respetuosa y simpática yo fuera de niña y de doncella, ya por primera vez me encontraba una mujer apetecible ante el hombre mismo con quien yo deseaba hacer una familia. Me encontraba de ser como una tigresa, cazando y jugando en puro serio.

Una noche Petrarco se asomó a mi puerta, pero le dije en voz seria que se largara. El se rió, imaginando mi rechazo de ser de broma. Forzó la puerta, y no obstante yo peleara para mantenerlo lejos de mi, logró quitarme de toda ropa por más yo insistiera tanto con la boca como con las manos que me soltase. El me sujetaba desnuda sobre la loma del sofá y me besaba y me osaba de las caderas, la pudenda y de los senos con toda la fuerza y con todo el amor que conjuntos hacen passión poderosa e exquísita; pero a la primera oportunidad le dí con un palmazo fuerte y me huí a mi recámara y procuraba cerrar la puerta a un golpe, pero él era muy rápido y la cogió antes.

--¡Largate de la puerta o grito violación! -- le insistí entre dientes.

--¿¡Pero qué te pasa, mujer?! --demandó.

--Tenemos que hablar. --le dije. --Quedese fuera de mi recámara --le mandé en voz formál. --Puede sentarse sobre el suelo, y yo voy a dejar la puerta abierta solo un poco. Así hablaremos, o Usted deba marcharse ahora mismo y para siempre jamás.

Petrarco se sentaba asombrado en el suelo mirándome a travéz de la abertura entre la puerta y la jamba. Yo, plenamente en su campo de visión, me sentaba desnuda sobre mi cama, las piernas cruzadas, acepillándome de la cabellera, mis senos desnudos bailando y redondando con el trabajo. Sin mi control, pero tanto mejor que lo hicieran, mis pezuñas se irguieron muy largos y duros hasta darme pena. Estaban como dos admiraciones, llevándole la vista de mi travieso de amor, y a la vez indicando lo serio con que yo hablaba.

El mirándome tras la puerta, yo le conté cuántas son cuarenta. En breve, si él querría seguir viéndome, tendría que divorciarse muy pronto de su esposa, la reina Amarintha, y casarse conmiga, y punto. Al principio él no deseaba cambiar de camino, pero yo me levanté de la cama y cerré la puerta un poco más, y dentro de poco Petrarco se rindió por completo. Hicimos amor como locos, y, a algún momento yo debía de haberle pedido que me regala con una tobillera, que a la noche siguiente él se asomó a mi puerta con una tobillera riquísima.

Era exquísita, muy delgada, no obstante fuera gastado con diamantes y joyas deleitísimas. Me explicó que un buen amigo joyero le había prestado esa misma para mostrarme, y si me gustara, me harría una semejante por mí mismo.

--Pero a mí me gusta esta. --dije.

--No mi amor. Esa es la propiedad de otra pareja; es que el joyero lo tiene tras limpiarlo y debe devolverlo a los otros a cada instante. Yo tengo que traerlo conmigo cuando salga de aquí.

Nos hicímos amor durante muchas horas, y cuando Petrarco se cayó dormido, yo me quité la tobillera y la escondí en mi meseta de cama. A la mañana, hicimos amor de nuevo; yo le dí tantas deleites que al salir, él no pensaba en nada de tobillaeras, sino del amor entre nosotras y la dulce calentura de mi boca cuando alrededor de su bicho grande. Tras despedirle con besos de amor verdadero, yo corrí a mi recámara y me puse la tobillera de nuevo. Puse música, y llevandome solo la tobillera magnífica, bailaba desnuda en mi departamento durante más de una hora. ¡Yo estaba enamorada como loca! -- Y de ñapa, --pensaba --dentro de unas semanas, ¡yo misma estaré la nueva reina del yacht-club!

Más tarde aquella manana me entré en el patio del yacht-club vestida en mi bikini chiquitísma (de mi período de tigresa). Yo tenía la tobillera exquisita destellando muy fina alrededor de mi tobillo izquierda. ¿Qué importa si la pareja venga al joyero en busca de su tobillera?, yo pensaba. Yo solo deseaba llevarmela durante un día entero.

Tropecé con las reinas sobre el patio. Pero cuando nos saludamos, Amarintha irrumpió la plática, diciéndome, --¡Pero qué tobillera más interesante, cielito,... Dime, ¿Dónde la conseguiste?

[A continuar...]
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1 comentarios. Página 1 de 1
manuel
invitado-manuel 03-09-2004 00:00:00

me parece fabuloso este relato cuando tengan otro relato de este autor me lo hacen llegar

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