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Categoría: Maduras

Recoger a los niños al cole

Hola amigos, me gustaría daros a conocer una más que interesante experiencia que me ocurrió hace ya unos años y de la cual como veréis guardo un grato recuerdo.



 



Desde bien joven, ya de adolescente y cuando los primeros picores empezaban a visitarme, siempre me sentí interesado por aquellas mamás, de treinta y tantos años y de buen ver, en el momento en que pasaban por el cole a recoger a sus niños. La imagen de aquellas mujeres siempre fueron para mí motivo de estímulo, viéndolas en la flor de la vida e imaginándolas felices en sus matrimonios a algunas y a otras no tanto. ¡Cuántas pajas me corrí en el baño de casa o ya por la noche recordando los atuendos y fantaseando con las formas de aquellas hembras!



 



Dicen que en ocasiones las fantasías de uno al final acaban cumpliéndose, y eso es lo que a mí me ocurrió una mañana de verano de hace ya varios años. Por aquel entonces contaba con unos veintiocho años y ya estaba casado y con mi primer hijo a cuestas. Al desarrollar una profesión liberal pasaba la mayoría del tiempo en casa, trabajando y encargándome de la tarea de llevar y recoger del cole a mi hijo.



 



Como podéis imaginar ello me permitía relacionarme con aquellas mamás, de mejor o peor ver, cada vez que llevaba o recogía a mi hijo. ¡Vamos, mi sueño finalmente hecho realidad! Algunas de ellas se mostraban reservadas y tímidas ante aquella especie de patito feo que era yo entre todas aquellas hembras. En cambio, debo decir que con más de una mantenía una relación fluida, conversando de nuestros hijos o de cualquier otro tema durante los apenas cinco minutos que duraban las esperas a la puerta del colegio.



 



De ese modo, aquellas pajas de mi adolescencia volvieron a repetirse en la ducha durante las mañanas, imaginándome en compañía de alguna de aquellas mujeres de abultados pechos y piernas bien torneadas. Incluso, en más de una ocasión, había llegado a imaginarme mientras hacía el amor con mi esposa poniéndola la cara de alguna de ellas.



 



Tal como indicaba unas líneas más arriba, tanto convivir día a día con la tentación, al final el demonio termina imponiendo sus dictados y eso es lo que acabó pasándome. Aquel año apareció en mi vida Teresa, aunque todos la llamábamos Tere. Había llegado a la ciudad poco antes del inicio del curso escolar y debo reconocer que no tardé demasiado tiempo en fijarme en ella. No es que fuera un bombón de mujer pero, a sus cerca de cuarenta años, ofrecía un aspecto más que apetecible con aquel par de senos de buen tamaño, aquel culito bien puesto y unas piernas largas y estilizadas. Vamos, que ya desde el primer día en que mis ojos se posaron en aquella mujer, los pensamientos turbulentos y las pajas pensando en ella empezaron a ser más que habituales.



 



Además, con el paso del tiempo y pese a que no me resultó fácil entrar en contacto con ella pues parecía reservada y discreta, pude enterarme que estaba casada y que a su marido lo habían destinado a la ciudad a principios del verano. Al parecer el marido dirigía una conocida empresa de materiales de baño lo que les permitía llevar una vida más que desahogada. Durante los primeros días y en las pocas veces en que coincidimos recogiendo a los niños, pude apreciar su reserva y discreción pero también que la conversación con ella resultaba agradable e inteligente. Según pude constatar, aquella mujer parecía valer muy mucho la pena. Tenía que conseguir que aquellos encuentros se hicieran mucho más asiduos y ver si podía haber alguna oportunidad de ir más allá con ella.



 



De mirada triste y melancólica, Tere poseía una media melena castaña y lisa la cual enmarcaba un bello rostro ovalado y de finas facciones en el que destacaban aquellos bonitos ojos color miel, una nariz recta y unos labios sonrosados y bien perfilados. La piel bronceada, de estatura media y con algo de sobrepeso, sus redondos y firmes pechos se dejaban entrever bajo sus ropas, mostrándose tentadores y sugerentes a mis ojos al igual que sus abundantes y anchas caderas. Solía vestir de manera formal y elegante, con aquellos vestidos veraniegos y aquellas blusas y aquellas faldas por encima de la rodilla que me hacían imaginar todo lo que debían guardar debajo de ellas.



 



La pequeña Sarita era su tercera hija, una encantadora criatura traviesa, pizpireta y vivaracha que pronto tomó relación con mi hijo, haciendo de este modo que la cercanía entre nosotros poco a poco fuera estrechándose. Aquello me hizo sentir el hombre más afortunado del mundo, poder poco a poco ir conociendo e indagando más y más en el interior de aquella hermosa mujer. ¿Acaso aquello sólo era una atracción física o tal vez me estaba enamorando poco a poco de Tere?



 



Con el paso de los días, las semanas y los meses fuimos intimando más y más, ganando la relación entre ambos en confianza y complicidad, hablando y viendo jugar a los niños a la salida del cole pero, pese a mis discretas indirectas, no conseguía nada más viendo, día tras día, su coche marchar calle arriba hasta acabar desapareciendo una vez sobrepasado el semáforo.



 



Aquella falta de resultados acabó limándome el amor propio aunque, evidentemente, no estaba dispuesto a arrojar la toalla tan fácilmente. Tan sólo debía mantenerme paciente y expectante, tenía que conseguir una forma para que Tere mostrara un mínimo interés hacia mí pero, aunque me estrujaba la cabeza, no encontraba la manera cómo poder entrarle a aquella mujer que, noche tras noche, ocupaba mis sueños. Algunas veces las cosas se producen por sí solas sin saber bien porqué, encendiéndose la mecha en el momento menos esperado. Eso es lo que finalmente ocurrió…



 



Aquella tarde, ya casi finalizando el curso y tras recoger a mi hijo, me encontré a Tere y a la pequeña Sara esperando el autobús de vuelta a casa. Pronto frené el coche junto a ellas y abriendo la ventanilla, asomé la cabeza y con la mejor de mis sonrisas le pregunté si esperaban el autobús.



 



Hola Goyo. Pues sí… resulta que ayer se me estropeó el coche y lo tengo en el taller arreglándolo.



 



¿Algo grave? –pregunté realmente interesado en el problema de su coche familiar.



 



No sé, la verdad es que no entiendo mucho de esas cosas –exclamó mirando al fondo de la calle, seguramente deseando la pronta llegada del autobús.



 



Bueno, espero que te lo solucionen rápido. Menuda molestia justo antes de empezar el verano… ¿Qué te parece si os acerco a casa y así te ahorras el viaje de autobús? –comenté mostrándome cortés y galante.



 



Oh, no te preocupes, tú tendrás tus cosas que hacer… no quiero que te pueda resultar una molestia –respondió a mi invitación devolviéndome la sonrisa.



 



Nada de eso… además me va de camino, así que no resulta ningún inconveniente… venga subid, así los niños lo pasarán bien un rato –la animé y pronto aceptó, abriendo la puerta de atrás para que su hija entrase, tomando asiento junto a mi hijo con el que pronto empezó a jugar y charlar.



 



Una vez subió junto a mí, arranqué al momento acelerando camino de su casa. Pronto me dijo que tenía que recoger unas cosas en el supermercado y que la acercara, de manera que hacia allí nos encaminamos superando un semáforo tras otro. Mientras los niños jugaban entre ellos de forma inocente, yo aprovechaba de tanto en tanto, y de manera disimulada, para fijar mi vista en el inicio de aquellos muslos que la falda levantada dejaba levemente entrever. Estuvimos hablando de diversas cosas, de los niños, del final del curso y del inicio del verano. Pese a su aparente seriedad, Tere era ocurrente e ingeniosa en sus comentarios lo cual hizo que pronto los dos nos viéramos riendo, no recuerdo bien el motivo. Siguiendo con la conversación, pregunté qué pensaban hacer en verano y, como si tal cosa y sin darle aparente importancia, comentó que estaría en casa, que su marido debía marchar fuera por motivos de trabajo y que se quedaría unos días sola, aprovechando para dejar a la niña en casa de sus padres. Los mayores marcharían esos días de colonias, así que podría disfrutar de algo de tranquilidad y relax.



 



Aquello me hizo abrir la imaginación de golpe, buscando la mejor manera de poder lograr un acercamiento entre ambos. Sin embargo, no hizo falta que buscara mucho pues, dos días más tarde y tras marchar mi esposa a trabajar, recibí una llamada de Tere en el móvil poniéndome al instante en alerta. Dándome los buenos días, me preguntó si estaba ocupado pues necesitaba hablar conmigo de una cosa importante. Preguntándole de qué se trataba, respondió que prefería hablarlo en persona y que me esperaba en su casa si no tenía inconveniente.



 



¿Aquella hermosa mujer me estaba invitando a ir a su casa, estando sola, sin sus hijos y con su marido de viaje? ¿A qué respondía aquel repentino interés en ella? Pensando rápido, le dije que me acababa de levantar hacía poco y que aún tenía que ducharme y afeitarme, a lo que respondió riendo, que no había problema, que me esperaba en un rato, dándome a continuación la dirección de su casa. Era una dirección en una zona residencial a las afueras de la ciudad, de forma que le dije que en una hora más o menos estaría allí.



 



¡Está bien, dormilón… te espero, pero no tardes mucho, ¿vale? –exclamó de manera alegre y también, porqué no decirlo, un tanto enigmática.



 



Una vez colgué, consideré qué demonios podría querer cuando nunca antes me había llamado. En esos momentos no quise pensar en los motivos de aquella llamada, sino solo en dejar que los acontecimientos, si es que algo debía suceder, se desarrollaran por sí solos.



 



Me duché rápido, sin poder evitar que mi amigo pequeño respondiera aumentando irremediablemente de tamaño. Imaginaba un montón de posibilidades visitando la casa de aquella mujer tanto tiempo deseada pero, evidentemente, no sabía las razones que la habían impulsado a dicha invitación. Salí de la ducha en apenas un cuarto de hora y, tras arreglarme y vestirme de manera informal con una camisa verde de lino, unos tejanos y unos mocasines, cogí el coche y me dirigí camino de su casa.



 



No tardé más de media hora en llegar, encontrando pronto la dirección que me había dado. Ya frente a su casa, me detuve en el umbral y pulsé el botón dos veces de manera débil. Pronto apareció Tere ante mí sonriéndome para, a continuación, darme dos besos echándose luego a un lado mientras me invitaba a pasar.



 



Tere llevaba aquella mañana un conjunto formado por una holgada blusa blanca, con mangas de encaje y de estampado de grandes flores, una falda tejana algo más corta de lo que solía ser habitual en ella y unos calcetines largos blancos hasta debajo de la rodilla que combinaba con unas deportivas igualmente blancas. El cabello recogido en dos graciosas coletas a los lados, que le daban un aspecto juvenil y desenfadado. Además, la falta de maquillaje la hacía parecer a mis ojos mucho más fresca y natural. Así se lo hice saber diciéndole que parecía una colegiala, respondiendo ella sonriendo y diciendo que no le dijera aquellas cosas o la haría ruborizar con mis palabras. Lo cierto es que siempre me han gustado las mujeres con poco o incluso faltas de maquillaje, de manera que la apariencia sencilla y la actitud cercana de mi anfitriona consiguió que enseguida me sintiera cómodo en aquella casa extraña para mí. Bueno, ya habíamos roto el hielo –pensé para mí mismo mientras la seguía, sin poder evitar el fijar la vista en el movimiento de sus caderas y en aquel trasero más que prometedor.



 



La casa de Tere era de una sola planta, con un bonito jardín en la parte trasera en la que destacaba una amplia piscina de forma irregular. El jardín estaba bien cuidado, con flores y plantas de diferentes tipos pues, según comentó, un jardinero se dedicaba dos veces a la semana a su cuidado. Tras invitarme a ello, tomé asiento en aquel sofá de tres plazas que presidía el salón mientras, de espaldas a mí, ella preparaba dos copas. La imagen que me ofrecía Tere resultaba altamente sugestiva, viéndola allí frente a mí preparando las bebidas. Antes de que se volviera, tuve que tranquilizar levemente mi pene el cual ya empezaba a hacer de las suyas bajo la tela del tejano. Me iba a costar un mundo mantener el sosiego, pero tenía claro que si alguien debía dar el primer paso hacia algo más esa debía ser ella.



 



Y dime, ¿de qué querías hablarme? –le pregunté de sopetón una vez se sentó a mi lado, brindando ambos no recuerdo muy bien por qué, mientras ella se acomodaba junto a mí cruzando una pierna bajo la otra. Aquella postura me sorprendió pero traté de no hacer ningún gesto que indicara mi extrañeza. Medio muslo quedaba sin recato a la vista de mis ojos. ¡Y menudo muslo que tenía aquella mujer! Un muslo poderoso, firme y rotundo, de hembra en la plenitud de la vida.



 



Bueno, en realidad tampoco es algo demasiado importante. Podemos hablar de ello en otro momento –exclamó sonriéndome para luego dar un pequeño sorbo a su bebida.



 



Dejando la copa sobre la mesa, apartó con los dedos a un lado el largo mechón que caía sobre su rostro, fijando al momento su atención en mí. Aquella hermosa mujer volvió a sonreírme de aquel modo que tanto me gustaba y, amablemente, me preguntó por mi hijo como si pensara que aquella era la mejor forma de propiciar la proximidad. Aguantándome las ganas, pensé en otras cosas mejores de las que poder conversar. ¡Me gustaba… dios, cómo me gustaba! Aquellos ojos ligeramente rasgados y sus gestos tan femeninos, producían en mí un tremendo estado de excitación, manteniéndome alerta y con ganas de cometer cualquier locura junto a ella.



 



Estuvimos charlando de diversas cosas sin importancia, tratando yo de irme ganando su confianza, buscando que Tere se fuera relajando a cada momento que pasaba. Siempre que podía hacía referencia de forma prudente a nosotros dos, para así hacer que perdiera de vista el resto del mundo. Debía lograr como fuera que olvidara por completo a sus hijos y a su esposo, haciendo que en esos momentos tan sólo existiera yo para ella. Empecé a bromear con ella haciendo comentarios tontos sobre cualquier tema, lo cual tuvo el feliz resultado de conseguir arrancarle grandes risas. Además, y de forma aparentemente descuidada, posé dos o tres veces mis dedos en su brazo notando, en una de esas, su piel erizarse como por ensalmo. Aquella respuesta me sorprendió agradablemente, al observar cómo respondía al simple roce de mis dedos por encima de su piel tersa y suave. Por otro lado, Tere parecía poco a poco dejarse llevar por mis palabras viéndosela cada vez más y más relajada. ¡Bien, bien… aquello parecía marchar sobre ruedas! -pensé para mí sin dejar de hablar por los codos como pocas veces había hecho antes.



 



Durante cinco o diez minutos continuamos hablando, bueno más bien continué hablando yo mientras la tensión entre ambos parecía crecer más y más. Sabía que ella deseaba lo mismo que yo, ahora estaba bien seguro de ello, que aquella invitación sólo había sido una excusa por su parte para poder conocernos de manera mucho más íntima. Bajo su semblante melancólico se la veía nerviosa, temblándole la voz y riendo por cualquier tontería que se dijera.



 



No conocía demasiado al esposo de Tere pues sólo habíamos coincidido unas tres o cuatro veces en la puerta del colegio, habiendo intercambiado con él apenas unas palabras. Sabía por las otras madres que su matrimonio parecía no ir demasiado bien, así que traté de indagar de manera sutil en esa parte de su vida, imaginándola desatendida a nivel emocional por parte de su marido.



 



Y cuéntame, ¿qué cosas te gustan? ¿cuáles son tus sueños? –pregunté dándole el último trago a mi copa.



 



Uff, hay tantas cosas que me gustan. Pero, lo que más me gusta sin duda es viajar –exclamó estirándose hacia atrás como buscando un mejor acomodo.



 



Viajar, eso está bien… a mí también me encanta. Conocer nuevos países, nuevas gentes, nuevas culturas. Pero tú en eso tendrás mucha suerte, yendo de un lado a otro gracias al trabajo de tu marido –comenté como de pasada.



 



Goyo, por favor… no hablemos de mi marido, ¿de acuerdo? –me cortó bruscamente. Hablemos sólo de nosotros, lo prefiero así.



 



No tardé mucho en ver brillar en sus ojos una tímida lágrima resbalando a través de su rostro, el cual vi tornarse pronto en un rictus de profundo dolor. Apoyándose en el brazo del sofá, Tere escondió tímidamente la cara buscando disimular su turbación.



 



¿Qué te ocurre? ¿por qué lloras? ¿dije algo que te molestó? –le pregunté acercándome más hasta quedar prácticamente pegado a ella.



 



Oh no, no es nada… soy una tonta, sólo es eso –respondió en voz baja, con un súbito gesto de la barbilla.



 



¿Seguro que no es nada? Tere, dime qué te pasa… puedes confiar en mí –aseguré llevando mis dedos a su bonito rostro para así poder secarle las lágrimas que caían por el mismo.



 



Apoyando su cabeza en mi hombro empezó a gimotear y a sollozar amargamente, afirmando lo monótona que se le hacía la vida que llevaba, lo muy sola y desamparada que se sentía. Agarrada con fuerza a mí, explicó que con su marido hacía mucho que no iban las cosas bien, que hacía tiempo que no le hacía el amor y que tan sólo se acostaba con ella las veces que tenía ganas de satisfacer sus más primitivos instintos. Tere, limpiándose ella misma las lágrimas con la palma de la mano, comentó entre balbuceos que pensaba que las cosas cambiarían con la llegada de la pequeña Sara, pero que desgraciadamente no había sido así, sintiéndose casi una extraña para su marido cada día que pasaba.



 



Tere, no puede ser lo que dices. Tienes que estar equivocada respecto a tu esposo. Seguro que él te quiere, igual que quiere a sus hijos. No puedes pensar esas cosas –manifesté mientras trataba de tranquilizarla.



 



Tú no le conoces, Goyo. Hace tiempo que sé que se acuesta con la secretaria que tenía en Madrid. Estoy segura que ha aprovechado estos días para estar con ella… seguramente se encuentren ahora acostados en la cama de cualquier hotelucho –indicó de manera claramente displicente.



 



Teniéndola entre mis brazos traté de calmarla lo mejor que pude. Se la veía tan triste y desamparada que realmente no pude evitar sentir un punto de compasión por aquella bella mujer. Evidentemente no era la primera vez que escuchaba una historia como la suya, pero debo reconocer que me sentí ciertamente conmovido, viéndola allí entre mis brazos contándome sus desventuras matrimoniales.



 



¡Me siento tan triste y sola! No sabes lo duro que es sentirse sola en casa sin nadie en quien poder apoyarte. Si no fuera por mis hijos, hace tiempo que le habría dejado ya…



 



No sufras, por favor. No pienses más en ello. Eres una mujer inteligente, encantadora y en la flor de la vida –exclamé notando cómo se aferraba aún más a mí.



 



¿De verdad piensas eso de mí? –preguntó elevando ligeramente la cabeza, mientras fijaba sus ojos vidriosos y llenos de lágrimas en los míos.



 



Pues claro que lo pienso. Eres una mujer bella y hermosa por la que cualquier hombre podría sentirse atraído –respondí de forma clara y directa sin apartar un segundo mi vista de la suya.



 



Y, sin aguantar más tiempo mis ganas por hacerlo, agaché la cara hacia ella y, echándole los cabellos a un lado, uní mis labios a los suyos en un beso cálido y sincero. Abrazándola y teniéndola así de entregada, sentí su boca húmeda y jugosa devolverme aquel beso de forma tímida, mientras su mano apretaba con fuerza mi brazo. Sus labios me parecieron tiernos bajo el contacto de los míos y su cuerpo tembló como las hojas caídas bajo la brisa de otoño. En esos momentos, tan sólo pensé en entregarme al disfrute de aquel beso y al hecho de poder tener entre mis manos a aquella mujer tanto tiempo deseada.



 



Tras unos segundos que me parecieron horas, me separé de ella abriendo los ojos de vuelta a la realidad que nos envolvía. Igualmente Tere los abrió, mirándome de manera intensa para preguntar al instante con voz entrecortada:



 



Oh, dios mío… no hagas eso, por favor. ¿nos hemos vuelto locos?... ¿qué estamos haciendo?



 



Besarnos… simplemente dejarnos llevar por nuestros sentidos y disfrutar de uno de los más bellos momentos. ¿Acaso no te gusta? –pregunté con voz temblorosa, buscando tal vez una respuesta sincera y genuina por su parte.



 



Sí que me gusta, claro que me gusta –respondió de manera firme y sin mostrar la más mínima desconfianza en sus palabras. Pero, ¿y tu mujer y mi marido?... ¿y nuestros hijos? Goyo, no quiero sufrir más. No me hagas daño, por favor…



 



No temas nada, Tere. No haremos nada que tú no quieras, mi vida –respondí tratando de borrar las últimas dudas de su cabeza.



 



Por favor, Goyo… me estás poniendo enferma, mi vida… ámame y no digas nada más… –exclamó entrecerrando los ojos al tiempo que pasaba su mano por detrás de mi nuca, llevándome hacia ella para que volviera a besarla.



 



Tomándola de la mejilla, le levanté la cabeza besándola con gran ternura. Dejándose llevar por mis besos, Tere gimió sonoramente mientras su cabeza caía lentamente sobre el respaldo. Agarrándole la cara con ambas manos la besé una vez más, buscando mi lengua abrir su boca. Pronto respondió a mis deseos, entreabriendo sus labios y permitiendo la entrada de mi lengua la cual encontró la suya mezclando nuestras salivas en una guerra sin cuartel.



 



Enlazándola por la cintura la junté a mí, saboreando aquel beso largo y profundo y haciendo que nuestras bocas fueran tomando contacto paso a paso. Mientras nos besábamos cada vez más apasionadamente, mis manos empezaron a recorrer su cuerpo, sobándole las caderas y sin dejar de frotar arriba y abajo aquel muslo que tan loco me tenía.



 



Respirando con fuerza y medio enloquecida, aquella hermosa mujer me empujó hacia atrás tomando ella la iniciativa. Con sus bien cuidadas uñas, arañó el algodón de mi camisa mientras sus ojos refulgían de deseo. Se la veía perdida completamente la razón y esa imagen me hizo perderla también a mí, abandonándome por entero en espera de sus caricias. Penetrando sus manos bajo mi camisa, sentí el roce sensible de sus dedos y de sus uñas por encima de mi piel. Un temblor de emoción recorrió todo mi cuerpo.



 



Echándose sobre mí, sus temblorosos labios buscaron mi boca en un beso lleno de lujuria y pasión. Poco a poco empezaba a descubrir toda la fuerza que aquella mujer encerraba dentro de ella. Mirándola a los ojos, encontré una mirada desvergonzada que nunca le había conocido antes. Llevando sus dedillos a los botones tiró de ellos con decisión, casi arrancándolos. Al instante, mi camisa voló perdiéndose finalmente en el suelo. Hundiendo su cara en mi velludo torso, noté toda una serie de besos en mi pecho para enseguida enredar sus labios en los pezones, caricia que me hizo gemir sin remedio. Aquella madurita sensible y de fogosidad escondida, sabía perfectamente lo que se hacía así que me dejé llevar por sus manos y sus caricias.



 



Poniéndose a horcajadas sobre mí, mis piernas entraron en contacto levemente con sus muslos y ella, al acoplarse más a mí, pudo sentir mi más que notoria erección. Sonriendo maliciosamente, Tere se movió de manera sutil rozando mi miembro excitado contra su vientre, para seguidamente lanzarse a por mi oreja la cual mordisqueó y succionó muy lentamente, provocándome un puro escalofrío de placer. Acercando sus labios a mi oreja, escuché su voz susurrante, aquel jadeo entrecortado que se mezclaba con un largo suspiro de satisfacción por mi parte:



 



¡Te deseo, muchacho… te deseo… Me tienes loca y sólo deseo que me hagas tuya hasta morir!



 



Todo eso mientras notaba su aliento ardiente golpear mi cuello y su mano dirigirse en busca de mi bulto, el cual masajeó por encima de la tela del pantalón. Estremeciéndose toda ella, estuvo así unos segundos acariciándome con sus dedos como si quisiera hacerse al tamaño que aquella horrible hinchazón presentaba y de la que, no a mucho tardar, disfrutaría por entero. Arrojándose sobre mi pezón, lo llenó de besos y lametazos mientras su mano continuaba frotando mi pene el cual parecía querer romper la tela que lo cubría. Cerrando los ojos dejé mis manos apoyadas en su cintura, gozando del ataque en toda regla que aquella hembra maravillosa me ofrecía.



 



Ella se dedicó a recorrer mi pecho de arriba abajo llenándolo de besos para, de vez en cuando, bajar la mirada en busca de mi paquete observándolo con ojos de verdadero deseo. Aquella madurita tan espléndida, de caderas redondas y senos igualmente redonditos y picudos que yo creía exquisitos… junto a su tímida sonrisa cada vez que me hablaba y su mirada tan atractiva y delicada, hacían de Tere la mujer con la que cualquier hombre hubiese podido soñar alguna vez.



 



En un momento y casi sin darme cuenta, Tere se deshizo con prisas de la blusa y con más rapidez aún de la falda, apareciendo ante mí tan solo tapada con aquel exquisito conjunto de sujetador y braguita en color amarillo pálido. Al desnudarse, lo hizo de manera perversa, mostrándose ante mí sin pudor alguno, enseñando sus voluptuosas formas hechas para el pecado. La deseaba, la deseaba en esos momentos como ninguna otra cosa en el mundo. La baba se me caía, viendo el sensual cuerpo de aquel pedazo de hembra. Pero más se me cayó aún cuando, llevando las manos al cierre del sujetador, la vi deshacerse de la delicada prenda quedando ante mí aquel par de hermosos y tersos pechos. Sus senos eran como dos pequeñas manzanas brillantes, con aquellos deliciosos pezones, de grandes aureolas color café, que se mostraban orgullosos desafiando cualquier ley de la gravedad.



 



¿Te gustan mis pechos? –la escuché preguntar provocativamente mientras los sopesaba entre sus manos, al tiempo que sus ojos se entreabrían lanzándome una mirada maliciosa y de infinita lujuria.



 



Cogiéndome la mano y sin dejarme responder, la llevó ella misma hacia su pecho dejándola allí reposar sin que ninguno de los dos pronunciáramos una sola palabra.



 



Vamos, masajéalo… es todo tuyo, cariño –indicó en un murmullo casi inaudible, manifestando así lo mucho que lo deseaba.



 



Temblando de emoción empecé a acariciar aquella protuberancia, notando la pronta respuesta por su parte al erizarse el oscuro pezón bajo el tímido roce que las yemas de mis dedos le prodigaban. Suspiré con fuerza al ver como Tere gemía silenciosamente al sentirse acariciada de aquel modo tan natural.



 



Así… así, Goyo… trátame de manera delicada… estoy tan acostumbrada a las brusquedades –confesó antes de suspirar débilmente gracias al tratamiento que tan gentilmente le ofrecía.



 



Echándome sobre ella, mi boca sedienta se dedicó a llenar de besos y lengüetazos sus grandes y duros pezones, succionándolos y saboreándolos entre los gemidos y lamentos que profería aquella hermosa madurita. Tomando uno de sus pezones, le di un leve mordisco seguido de un lengüeteo suave y esas caricias hicieron que todo el cuerpo de Tere se sobresaltara de puro placer mientras su mano acariciaba frenéticamente mi muslo. Con ello, la hermosa mujer mostraba lo mucho que lo disfrutaba. Sin apartarme de ella seguí mordisqueando el grueso botoncillo, logrando que sus gemidos ganasen a cada paso en mayor intensidad. Así, fui pasando de uno a otro notando como su deseo aumentaba en proporción a la fuerza que yo ponía en mis ataques. Según pude ver, los roces que mis labios y lengua le daban provocaban en ella toda una serie de agradables placeres. Cogiéndome de la nuca no paraba de ahogarme entre sus pechos, sin parar de gemir mientras me pedía que continuara haciéndoselo. Dándome sus húmedos labios a probar, nuestras bocas se unieron mezclando las lenguas en un morreo de impresión y lleno de las más turbias intenciones por parte de ambos. Sentí su boca arder bajo la pasión que la dominaba, estando tan necesitada de caricias que calmasen el fuego que cubría aquel cuerpo tan apetecible.



 



Mis manos llenaron sus caderas, apretándolas con fuerza y aproximando nuestros cuerpos hasta hacer la cercanía excitante al máximo. Sus empingorotados pechos se pegaron a mí y mi pene enhiesto se situó sobre su vientre, mientras mis manos la recorrían desde la cabeza hasta los pies entre los incesantes suspiros que Tere emitía. Orienté mis dedos hacia sus nalgas y no pude evitar un temblor al notarlas desnudas, firmes y poderosas bajo el manoseo que mis manos les propinaban. Lo que cubría la intimidad de aquella hembra tanto tiempo deseada era un pequeño tanga, tal y como me demostraba el contacto directo con la fina piel de melocotón de su trasero. Acaricié aquellas redondeces con verdadero fervor, haciendo con mis manos pequeños círculos alrededor de ellas.



 



Tras emitir un lamento satisfecho, la boca de aquella hembra tan fogosa y pasional se apoderó de la mía besándome como si fuera lo último que hiciera en su vida. Mis manos se dirigieron hacia arriba apretando su espalda, para bajar al momento hacia su culillo masajeándolo de manera desenfrenada. Uno de mis dedos se encaminó entre la hoz que separaba ambas protuberancias y, buscando la rajilla de su culo, presioné ligeramente provocando que la telilla del tanga se introdujera mínimamente en el estrecho agujero. Arqueándose como una gata en celo, sus cachetes se removieron bajo mi caricia al tiempo que su cuerpo vibraba de intensa emoción.



 



¡Eres un chico malvado! –exclamó temblándole la voz y sin dejar de mirarme con aquella sonrisa maligna y llena de misterio, como si revelara designios inquietos y diabólicos.



 



Llevando una vez más su mano hacia mi entrepierna, se entretuvo un rato pasándola arriba y abajo, sintiendo cómo mi sexo palpitaba agradecido bajo el roce que sus dedos me daban. Tomando asiento, me hizo levantar hasta quedar parado frente a su cara. Dirigiendo sus dedos hacia el cinturón lo soltó con premura, para enseguida hacer lo propio con el botón, bajando finalmente la cremallera. Al momento mis pantalones cayeron a la altura de las rodillas, quedando ante ella con mi hinchazón tan sólo oculta bajo la tela del slip. Clavando sus ojos en los míos, la vi sonreír de manera lasciva mientras pasaba su lengua por encima de los labios, humedeciéndolos como si con aquel gesto quisiera hacerme ver lo mucho que me iba a hacer gozar. Sin decir nada, Tere fue dejando caer la tela del slip a través de mis muslos, hasta que finalmente mi orgullosa hombría brincó hacia arriba mostrándose en todo su esplendor. Un brillo de satisfacción inundó su rostro mientras su mirada quedaba fija en el tesoro que le mostraba.



 



Ella arrimó su mano y se apoderó de mi pene, acariciándolo lentamente para así poder gozar de su vigor y robustez. Sus dedos recorrieron aquella presencia hercúlea reconociendo cada centímetro, mientras yo me movía buscando un contacto más intenso. Sin parar de gemir, noté sus largos y nervudos dedos iniciar un delicioso movimiento adelante y atrás, permitiendo que la piel se deslizara hasta dejar aparecer el rosado glande. Su siguiente paso fue empezar a lamer mis inflamados testículos, dejando correr su ardiente lengua por encima de los mismos, saboreándolos y apretándolos débilmente entre mis jadeos de placer.



 



Besándolos con infinita dulzura, acompañaba aquel roce con el movimiento lento pero continuo de sus dedos. Entreabriendo sus ojillos, contempló el poderoso y delicado animal que se mostraba palpitante y deseoso de unas caricias que calmasen su total inquietud. Sacando la lengüecilla golpeó débilmente la sensible cabeza, provocando en mí un estremecimiento pocas veces conocido hasta ese momento. Entonces hizo deslizar su húmeda lengua, cubriendo el glande con su saliva, para seguidamente descender por el tallo lamiéndolo y humedeciéndolo con la lengua. Así estuvo arriba y abajo unos interminables segundos, rozando de vez en cuando las bolas, para acabar subiendo al grueso champiñón el cual instaló poco a poco en su boquita hasta llevarlo al fondo de la misma. ¡Aquella diosa de mis sueños se había tragado mi dura herramienta hasta el final, sin dificultad alguna y yo alucinaba en colores entrelazando mis dedos en su desordenado pelo! Teniéndome bien cogido de las nalgas, me apretaba con fuerza contra ella como si temiera dejarme escapar, mientras su voraz boca absorbía la temblorosa cabezota, haciendo que la punta rozara el paladar de tanto en tanto.



 



Sacando mi polla de su boca, me miró sonriéndome una vez más de manera lasciva y, sin esperar, volvió a tragársela empezando a comérsela con desesperación, chupando a buen ritmo y haciendo un ruido con su saliva que me ponía cachondo a rabiar. Mientras acompañaba las succiones con el movimiento de su mano alrededor del tronco, la vi retirarla ligeramente de su boca para, de nuevo, introducirla ocupando su mejilla con aquel bulto imparable que la llenaba por entero. La velocidad de su mamada crecía en intensidad al ritmo que lo hacían mis jadeos satisfechos y entrecortados.



 



¿Te gusta lo que te hago? –preguntó ofreciéndome un pequeño respiro en mi creciente placer.



 



¡Me encanta… me estás volviendo loco con tu boca, cariño! –respondí animándola con mis gestos a que continuara.



 



Aquella experta madurita me hizo experimentar nuevas sensaciones que con mi mujer nunca había conocido antes. Avivando el ritmo acompasado de su succión, disfrutó con total complacencia del rápido mete y saca en su boca, empujándole su cabeza para que tragara más, dificultando su respiración y provocándole arcadas al alcanzar su garganta. ¡Dios, cómo chupaba aquella tía… ni en mis mejores sueños habría podido imaginar algo así!



 



Loca de pasión, la boca femenina insistió lamiendo y chupando, haciendo que los labios resbalaran, rodeando la dura barra por completo y sin parar de degustarla segundo a segundo. Concentrada en su labor, Tere persistió succionando y mamando cada vez más y más deprisa, haciendo su locura cada vez más y más apasionada. Notando mis piernas temblar, supe que no tardaría en eyacular y se lo hice saber tratando de apartarla de mi lado, cosa que no aceptó continuando con su frenética mamada hasta llevarla a un punto sin retorno que me obligó a cerrar mis ojos ante la inminencia de la corrida. La avezada boca siguió y siguió chupando, mientras su mano masturbaba de manera enérgica el grueso miembro en busca de la tan anhelada recompensa.



 



Vamos Goyo córrete, córrete, sé que lo estás deseando… córrete encima de mí, vamos, vamos dámelo todo –exclamó casi gritando mientras sus manos enloquecidas buscaban acabar con mis últimas resistencias.



 



Imposible resistir ante semejante reclamo, así que reventé lanzando mi potente eyaculación sobre sus tersos pechos y el suelo, mientras creía perder el mundo de vista durante unos breves segundos. Mi hermosa compañera recibió mis chorros de semen entre gemidos de placer, y siguió masturbándome el miembro vanidoso y soberbio haciéndolo perder poco a poco su tamaño hasta acabar hecho un simple guiñapo.



 



Desde mi posición privilegiada, pude ver sus pechos llenos de semen y su pezón cubierto por el líquido viscoso. Con un gesto de sus dedos, la observé recoger parte de mi corrida y cómo se la llevaba a la boca relamiéndose de gusto al saborear el fruto de mi placer.



 



¿Qué te pareció? ¿Te gustó? –me preguntó de aquel modo perverso que tanto me ponía.



 



Ha sido estupendo, cariño. Me has dejado completamente seco –exclamé cayendo junto a ella en busca de sus abultados labios.



 



Ahora te toca a ti. No querrás dejarme así de cachonda –susurró en voz baja junto a mi oído, provocando con sus palabras que mi cuerpo vibrara imaginando las miles de posibilidades en compañía de aquella hermosa hembra.



 



Está bien, pero dame un respiro. Déjame recuperar, pequeña –dije antes de ofrecerle mi boca, uniéndonos en un beso morboso y lleno de erotismo.



 



Así desnudos ambos, comenzamos a hablar de aquella locura que nos había invadido y de lo que todo aquello podía suponer. La cercanía de nuestros cuerpos hizo que no soportáramos más nuestros deseos y, de ese modo, sentí su cálida lengua entrar en mi boca y cómo su respiración se aceleraba con la pasión de los besos. Tere ronroneaba como una gatita teniéndome fuertemente agarrado por la espalda, mientras yo masajeaba sus pechos y con la otra mano le sobaba desesperadamente la redonda montaña de su culo. Bajo mis manos sus sinuosas curvas se veían húmedas y sudorosas, rezumando deseo por cada uno de los poros de la piel. Ella exhalaba pequeños gemidos satisfechos al tiempo que me acariciaba la nuca y el pecho con sus largas uñas. Trepando sobre mí, aquella madurita de espléndida figura se apoderó de mi oreja llenándola de dulces y sutiles mordisquillos que me hicieron ver el mundo al revés, sintiendo correr por todo mi cuerpo una sensación única y nunca vivida hasta ese momento. Situada detrás de mí, noté el lento deslizar de su lengua a través de mi espalda, recorriéndola de abajo arriba hasta alcanzar mi cuello el cual besó suavemente antes de murmurar con voz caliente:



 



Umm, me encanta ese olor tan masculino… Ven, acompáñame al jardín. Allí estaremos más cómodos.



 



Llevándome de la mano me hizo seguirla al jardín. Mirando su rollizo trasero, contemplé extasiado como la tirilla de su tanga se embutía en el estrecho canalillo que formaban sus firmes posaderas. El tiempo aparecía claro y el sol brillaba resplandeciente por encima de nuestras cabezas. Tere tomó asiento en la tumbona que había junto a la piscina y se estiró, cuán larga era, recostándose en el respaldo y quedando finalmente con las piernas dobladas y ligeramente abiertas.



 



Al momento empezó a tocarse uno de los pechos, haciendo movimientos circulares con la mano por encima del mismo mientras la otra mano reposaba sobre su muslo. Acercándola tímidamente, la vi tirar a un lado la tela que ocultaba su sexo el cual atisbé brillante y con la oscura y rizada mata de vello situada por encima de sus voluminosos labios y perfectamente recortada en un encantador triangulillo. Se la veía mojada y excitada y pronto empezó a tocarse delicadamente, haciendo resbalar los dedos entre las piernas. Levantándolas, se deshizo con habilidad de la diminuta prenda para así poder masturbarse más fácilmente. Entrecerrando los ojos, exhaló un gemido de satisfacción para enseguida morderse el labio inferior, imaginé que buscando controlar el placer que la dominaba. Su precioso semblante evidenciaba el profundo gusto que ella misma se regalaba. El estrecho coñito se contraía y relajaba al compás de los embates que sus dedos le hacían sentir. El minúsculo botoncillo se ocultaba bajo la palma de la mano, para luego ser su dedo el que se agitaba produciéndole incontrolables sacudidas. Pasando el dedo por la abertura acuosa de su vulva, lo encajó en su vagina, masajeando con la yema el clítoris en movimientos circulares y enterrándolo levemente al mismo tiempo. Mientras tanto, se pellizcaba violentamente uno de los pezones retorciéndose y suspirando de puro placer. Respirando de forma acelerada, se arqueó hacia atrás entre movimientos espasmódicos y lanzando un último suspiro, cayó derrotada y satisfecha.



 



Tendida con las piernas abiertas, pude ver todo su cuerpo temblar como respuesta al último orgasmo vivido. La imagen de sus cabellos revueltos cubriendo aquel rostro desencajado por el esfuerzo, me hizo desearla aún más. Mi excitación no tenía fin y aproveché su cansancio para regalarme con su presencia desnuda. Resultaba realmente apetitosa, con su figura de hembra madura que tanto me tenía sorbido el seso.



 



Posicionándome entre sus piernas, fijé mi total atención en Tere, cuyas curvas deseaba humedecer con el calor de mi saliva. Subiendo hacia arriba le manoseé las tetas, tomándolas entre mis manos para luego rozarlas de forma casi imperceptible con el dorso de la mano. Descendiendo, acaricié sutilmente su cintura algo gruesa y llené de besos su abdomen plano, adorándola como la diosa que era. Al mismo tiempo, mi mano recorría su poderoso muslo notando la piel erizarse bajo el roce que mis dedos le dedicaban. La sensual veterana sólo replicaba con sollozos y más sollozos y con sus manos sacudiendo mi cabeza muy alterada, parecía incitarme a probar su sexo.



 



No me hagas sufrir más… cómeme el coñito, Goyo… cómetelo, es todo para ti –me ofreció con voz trémula mientras con los dedos se abría los labios, mostrando la rosada flor de su vulva.



 



¿De veras deseas que lo haga? –pregunté provocándola con mis palabras.



 



Oh, cállate maldito cabrón y hazlo de una buena vez –gritó cogiéndome de la cabeza con sus dedos y llevándome entre sus piernas entre las cuales me hundí obediente.



 



Abriéndole las piernas tanto como pude y lamiendo la rajita empapada de Tere, percibí el fuerte olor a hembra que su sexo producía. Aguantando la respiración a duras penas para acabar gimiendo profundamente, se dejó hacer sometiéndose al intenso deleite que mi lengua rasposa le ofrecía. Pocas veces había saboreado una concha tan mojada como aquella; realmente parecía estar meándose de gusto cada vez que mi lengua pasaba por encima de sus hinchados labios. Tirándose hacia atrás, siguió gozando su placer mientras sus dedos se enterraban entre mis cabellos, tratando de conseguir que la trabajara de forma más furiosa. Dirigiendo dos de mis dedos hacia la húmeda entrada empecé a acariciarla por encima para, una vez la vi dispuesta, meterlos en el interior de aquella maravillosa flor femenina la cual se abrió entregada a la pasión. Entre mis piernas noté mi pene responder despertando nuevamente.



 



Recorrí las generosas formas de su cuerpo, frotando sus caderas y luego sus robustos glúteos hasta que mis manos acabaron posadas en su duro y redondo pompis. Lubriqué la totalidad de sus nalgas poniendo especial cuidado en su estrecho agujerillo el cual rodeé con mi dedo, hasta que presionando ligeramente lo fui encajando poco a poco. Tere protestó dando un tímido respingo, pero pronto acalló aquel quejido con una amplia sonrisa demostrando lo mucho que aquello le gustaba. Llenando su trasero con las marcas de mis dientes, me dediqué a estimular el anillo del esfínter mojándolo hasta lograr entrar la punta de mi lengua, entre los tremendos aullidos que ella pegaba. ¡Dios, qué manera de gritar! Desconocía si con su marido practicaría el sexo anal y realmente poco me importaba. De lo que sí estaba bien seguro es que sería incapaz de negarme mis ganas de sodomizarla.



 



Aquel aroma a mujer ardiente me embriagaba y besé la parte interna de sus muslos para volver a caer sobre su vulva la cual rezumaba flujos sin cesar. Rápidamente me topé con su botón y hacia él enfoqué mi presión mordisqueándolo y envolviéndolo con mis labios hasta exprimirlo. Todo su bello cuerpo era un volcán en erupción. Tere disfrutó el remover de su pelvis y sus suspiros como alma que lleva el diablo. Elevando su mirada para ver mis operaciones, nuestras miradas chocaron. Haciendo más punzante mi caricia, forcé la entrada de su ano quedando mi dedo prisionero del mismo. Un placer irrefrenable la hizo estremecerse encima de la tumbona, emitiendo palabras sin sentido, gritando como una desesperada y de pronto la vi caer en un callado, dilatado e interminable orgasmo que la dejó completamente exhausta.



 



Separándome de ella me vi con un empalme brutal, aquella madurita sabía hacer brotar mis peores instintos. Tere advirtió pronto mi estado y, arrodillándose frente a mí, comenzó a comerme al instante. Su boca era puro fuego y volvió a demostrarme lo mucho que conocía aquellos menesteres. Subiendo y bajando su cabeza, sus mamadas estuvieron a punto de hacerme correr de nuevo, tan bien lo hacía. Sin embargo, yo buscaba otra cosa en ese momento…



 



Sin darle tiempo a reaccionar, la obligué a sacarla de su boca echándole la cabeza hacia atrás. Agarrándola del muslo la recosté hacia atrás colocándome sobre ella. Incorporándome levemente ella volvió a subir su pierna hacia mi cadera y, de un golpe certero, ya tenía parte de mi polla enterrada dentro de su ser. Un gemido de alivio escapó de entre los labios de la veterana mujer. Abriéndole las piernas y sin sacársela, llevé una de ellas sobre mi hombro y entonces choqué con firmeza haciendo que la penetración fuera total.



 



Ahhh –lanzó un grito ahogado al notar el empuje de mi potente herramienta.



 



Tómala toda… toda para ti, cariño –afirmé poseyéndola sin prisa alguna para así poder disfrutar más de aquel mágico momento.



 



Eso es… así, dámela toda –jadeaba Tere con los ojos fuertemente cerrados.



 



Empezamos a movernos de forma acompasada, besándonos al tiempo para acallar los gemidos que buscaban perderse en el silencio de la mañana. Con cada golpe que yo daba, mi pene se escurría con facilidad entre las paredes de aquella vagina tan esponjosa y jugosa. Aceleré el ritmo, cada vez más rápido, saboreando sus labios trémulos, lamiéndole el cuello y deleitándome con la imagen que proyectaban las facciones satisfechas de aquella mujer. Se lo metía todo lo profundo que podía, tomándole las piernas en alto para un mejor acomodo. Cogiéndome de los brazos me pedía que le diera más. Ella se agarraba a los lados de la tumbona, ofreciéndome sus rotundos pechos y sobre ellos me lancé, chupando y mordisqueando el grosor de aquellos pezones.



 



Sacándola unos segundos para hacérselo desear más, jugué con mi polla pasándola por sus labios, por encima de su clítoris y luego hostigando la entrada de su ano que vibraba excitada.



 



Métemela… métemela duro… hasta el fondo y con fuerza –vociferó perdida ya la razón de sus actos.



 



Era pura sensualidad, toda una madurita fogosa y apasionada. Quién podía imaginar que aquella hembra discreta y amable, amante de su marido y sus hijos, resultaba ser toda una fiera salvaje en el sexo. Aquellas palabras produjeron en mí un efecto perverso. Estaba más que claro que aquella mujer demandaba guerra y yo estaba dispuesto a dársela aunque me fuera la vida en ello. Entrando de un solo impulso una vez más, inicié un lento entrar y salir pero, con su experiencia inaudita, respondió con el movimiento de sus caderas acelerando la acción. Yo embestí dándole con fuerza, y ella sonreía extrañamente mientras yo insistía dándole con empellones renovados Sus bonitos senos se mecían voluptuosos a un lado y a otro y aparecían tensos por la excitación. La bella Tere levantó sus piernas y doblándolas, me enganchó por detrás con maestría manteniéndome sujeto por las nalgas. Parecía desvanecerse de placer, arañándome los glúteos entre sus sudores y sus sollozos entrecortados. De ese modo, me mantuve con ese ritmo hasta notar la incontrolable fuerza de mi placer. Abandoné aquel tesoro hecho pecado pues quería alargar aquello por más tiempo.



 



Con mi pene listo para el combate, cambiamos de posición quedando yo cómodamente estirado boca arriba. Ella, desnuda y desvergonzada, se colocó encima abriendo sus recias piernas. Sentándose en mis muslos agarró mi enhiesto miembro entre sus manos y acercándose más, situó la punta en la entrada de su concha, dejándose caer lentamente para así disfrutar la penetración en su total intensidad. La vulva caliente y bien mojadita se abrió, dilatándose al máximo y permitiendo el ingreso dentro de ella del grueso animal. Quedamos empotrados y una placentera sensación envolvió mi polla. Sin hablar ni moverme, la sentí montar con extrema habilidad, notándome completamente lleno de ella. Dejando que fuera Tere quien llevara el mando de las operaciones, cerré los ojos al tiempo que apoyaba mis manos sobre sus posaderas. Ella misma se la clavó hasta el fondo, haciendo que mis testículos hicieran tope en la base de su culito.



 



Tere se quejó, mezcla de dolor y placer, empezando a subir y bajar imponiéndose su propio ritmo. Un balanceo cada vez más rápido y sostenido, llevando en todo momento el control de las penetraciones. Tan pronto estaba arriba con solo el glande adentro como se acoplaba a mi pelvis hundiéndose hasta el final. Sus labios volvieron a besar los míos, reclamando más placer, mordiendo la piel de mis hombros. Atrapado entre sus piernas la podía sentir arder en su locura. Cada vez que su cuerpo cabalgaba, con el subir y bajar podía notar el roce continuo de sus pechos y eso me excitaba al ver sus duros pezones y la forma en que se estremecía. Tere me follaba como una máquina, brincando una y otra vez como si en segundos se fuera a acabar el mundo. Puedo asegurar que había conocido pocas mujeres que lo hicieran tan bien. Sentía su concha apretadita, pese al mucho uso que debía haberle dado en sus largos años de experiencia. Bajo el ardiente encuentro del que gozábamos, la atmósfera del jardín se llenó con sus aullidos y jadeos de satisfacción.



 



Levantándome con ella en brazos nos separamos, mostrándose Tere a cuatro patas con su culito en pompa. No lo pude evitar y me acerqué, posando mi mano en su culo para acariciárselo con gran devoción. ¡Qué pedazo de culo tenía la cabrona! Removiéndose como una gata en celo, aquella hembra viciosa me ofrecía el camino a escoger. Girando la cara, me sonrió guiñándome un ojo y, pasando la lengua por sus labios, me dijo con cara de caliente:



 



Vamos clávamela fuerte… me encanta sentirla dentro… no hay nada mejor…



 



No sé qué extraña razón me llevó a ello, pero eludí el estrecho agujero para apuntar directamente hacia su sexo el cual se veía empapado de jugos. Sin avisar, la tomé de la cintura e ingresé de un solo empujón dentro de ella con facilidad pasmosa, pues como digo se hallaba lubricada por la humedad de su néctar. Apoyado en sus caderas empecé a metérsela y sacársela con brusquedad, haciéndola gritar y gemir. Tumbada como estaba y con las piernas cerradas, el avance resultaba muy ajustado, sintiéndome apretado y follándomela con celeridad mientras ella gimoteaba desconsolada. Estuve así golpeando profundamente, para enseguida ralentizar el martilleo a un ritmo más lento, clavándosela entera y sacándosela para una vez más resbalar hasta el fondo. Estas entradas y salidas enloquecían a Tere, la cual se retorcía agarrándose a la parte alta del respaldo con desesperación. La sensación del rebotar en aquel duro trasero, combinada con el sonido del mete y saca, me hacían sentir totalmente en la gloria. Aceleré mis embestidas moviéndome con desenfreno y, cogiéndola del cabello, la apreté contra mí haciéndola notar mi virilidad por completo cada vez que chocaba contra su culo.



 



¿Te gusta cómo te lo hago? –exclamé preguntándole con mis cálidas palabras pegadas a su oído.



 



Mi vida… dame más fuert… dios, qué bien lo haces… –respondió gritando de placer.



 



Noté su femenina figura estremecerse de nuevo y caer rendida, mientras un nuevo orgasmo la visitaba, haciendo que sus palabras y gemidos se convirtiesen en toda una retahíla de sonidos incoherentes:



 



Me corro… es fantástico, cariño… qué gusto me das… cómo me pones, Goyo…



 



Estuve mirándola unos segundos, disfrutando de la imagen de Tere rota de cansancio pero relamiéndose de gusto al mismo tiempo. Jugueteando y arañando sus deliciosas montañas traseras, empecé a chuparle los labios de su coñito otra vez, subiendo hasta llegar a la entrada del ano donde le hice un beso negro enloquecedor, lamiéndoselo e introduciendo mi lengua para ofrecerle la mejor comida de culo de mi vida. Ella, entre espasmos incontrolables, pasaba sus dedos de largas uñas y de un intenso color rojizo por encima de su sexo acariciándoselo lentamente, para luego llevarlos a su boca saboreando sus jugos de hembra dominada por la locura. En su rostro se dibujó una media sonrisa beatífica cuando le metí uno de mis dedos haciendo presión en la boca de su estrecho canal.



 



Umm… eres un chico malvado… qué bueno, qué bueno es esto…-confesó arqueando la espalda y echando la cabeza hacia atrás al tiempo que abría más las piernas.



 



Arrimé mi miembro y me apreté a su trasero, entre sus grandes nalgas. Al notarlo, ella se echó hacia atrás haciendo movimientos circulares por encima de mí mientras emitía un largo suspiro. Con su culo delante, agarré mi polla y presioné viendo su ano dilatarse según iba haciendo fuerza sobre el esfínter. Los bonitos ojos de mi compañera de aquella mañana se desorbitaron poniéndose en blanco por el sobresalto. De su garganta salió un grito desgarrado que se ahogó con un gemido placentero mientras me deslizaba con facilidad entre sus paredes, hasta sentir gran parte de mi sexo en el interior de su canal posterior. Toda ella se puso rígida, con la cabeza levemente inclinada hacia atrás, mostrando ese gesto de deleite y de placer absoluto y aguantando como pudo la respiración durante un breve tiempo Yo me quedé quieto dentro de ella, permitiendo que Tere se fuese haciendo poco a poco al tamaño más que considerable de la barra de carne que le ofrecía. Ella, con el cabello cubriéndole el rostro del que me pareció ver caer una lágrima por la mejilla, cerraba su ano oprimiéndome en su interior, pero de forma lenta fui entrando hasta que la totalidad de mi pene se hundió, acabando por hacer tope sobre la tersa piel. Al notar su culo relajarse, acomodándose a mi miembro viril, empecé a moverme entrando y saliendo con suavidad para enseguida iniciar un vaivén mucho más rápido, sodomizándola entre los jadeos llenos de locura y pasión por parte de ambos.



 



Empuja… empuja con fuerza… ¿tenías ganas de hacerlo, eh? –preguntó entrecortadamente al tiempo que su sonrisa maliciosa se convertía en un rictus de dolor al sentirse llena por entero.



 



Hacía tiempo que tenía ganas de follarte ese culito tan rico que tienes… es como un sueño pero ciertamente es tan real…



 



Nos besamos mezclando nuestros sudores y pronto ella se movió, rotando sus caderas para hacer el balanceo de los dos mucho más intenso.



 



Sigue… venga sigue, dame por el culo y no te pares –aullaba como una perra en celo cada vez que mis golpes se hacían más y más salvajes.



 



Así y siguiendo sus exigencias, continué sodomizándola hasta hacer el bombear irresistible. Quedándome quieto noté mis piernas aflojarse y cómo me llegaba el orgasmo. Explotando como un burro dentro de ella, me corrí llenando su culo con el calor de mi líquido viscoso. Varios latigazos de mi esencia masculina golpearon con fuerza las paredes internas de la mujer, la cual alcanzó su placer, segundos más tarde, antes de caer rendida conmigo pegado a ella.



 



Haciéndome un sitio me tumbé junto a Tere, sin pensar en otra cosa que no fuera ella. En esos instantes no tenían cabida en mis pensamientos ni mi mujer ni mi hijo. Sólo los dos y sin pensar en cómo podía acabar todo aquello. Cobijándola entre mis brazos, le di mi boca besándonos de manera delicada y sensual, acariciándola y mimándola durante un largo rato para que nuestros cuerpos cansados alcanzasen el punto de relajamiento tan necesario.



 



¿Y qué pasará ahora? ¿qué vamos a hacer? –dijo apoyando su cabeza en mi pecho mientras jugaba con sus uñas pasándolas sobre mis tetillas.



 



No sé qué ocurrirá y la verdad es que tampoco quiero pensar en ello. Tan sólo deseo gozar de lo nuestro y aprovecharlo al máximo todo el tiempo que pueda durar.



 



¿Sabes?, hacía mucho tiempo que no sentía lo que me has hecho sentir. Hacía mucho tiempo que nadie me amaba como tú lo has hecho, que nadie me trataba como tú lo has hecho, haciéndome sentir importante y alguien especial.



 



Tras descansar convenientemente, me invitó a bañarnos en la piscina donde volvimos a desahogar tensiones, llenando nuestros cuerpos de caricias y besos. Todo aquello acabó alargándose seis meses más, hasta el día en que volvieron a trasladar al marido de Tere a un nuevo destino, una nueva ciudad, una nueva vida. La despedida entre ambos fue dura como siempre lo es en estos casos, pero ambos sabíamos que lo nuestro tarde o temprano debía terminar. No supe más de ella, pero puedo asegurar que, muy a menudo, la recuerdo notando un estremecimiento recorrer todo mi cuerpo…


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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