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Punteandole el culo en el metro

~~Qué tal, amigos lectores de este sensacional espacio de lectura. En otras ocasiones he escrito algunos relatos, tres para ser exacto, entre los cuales se encuentra el de la experiencia más excitante que he tenido hasta el momento en el transporte más maravillosamente erótico que tenemos quienes disfrutamos del contacto corporal con personas desconocidas: el metro de la Ciudad de México. Gracias a ese relato conocí a una chica que me invitaba a terminar lo que había iniciado aquella ocasión en mi viaje. Así lo hicimos y la experiencia fue satisfactoria para ambos. Lo que relato a continuación es lo que más se ha acercado en cuanto a intensidad a esa experiencia inolvidable que relaté hace algunos años.
 Era lunes, alrededor de las 9:00 de la mañana. Abordé el vagón del metro en la estación Indios Verdes con destino a la estación Coyoacán. Algunos días atrás había quedado desempleado por situaciones que no vienen al caso, pero, afortunadamente, antes de que eso sucediera, tenía ya algunas propuestas laborales. Precisamente me encaminaba a realizar una especie de examen final a una empresa, luego de haber superado, con bastante éxito algunas entrevistas previas y exámenes psicométricos. Mi vestimenta esa ocasión era impecable: traje de tres piezas en color negro, camisa y corbata oscura y zapatos recientemente boleados. Imagino que todos tenemos días en los que lucimos realmente bien, nos sentimos completamente satisfechos con nuestra apariencia y la imagen de algún espejo o cristal, como el de las puertas del vagón, nos dicen a cada momento que todo está puesto en su lugar; ése era un día así para mí. Desde hace ya algunos buenos años se ha hecho costumbre para mí mantenerme alerta ante cualquier posibilidad de rozar cualquier parte del cuerpo de alguna linda desconocida. Debo confesar, con cierta vergüenza, que inicialmente este tipo de contactos era algo fortuito que yo disfrutaba, sin embargo, cada vez más, son situaciones provocadas por mí, buscadas, incluso, con mucha insistencia, aunque siempre con la premisa de que el mayor placer que provocan estas situaciones es el consentimiento no explícito por parte de las mujeres, es decir, el contacto debe ser para ellas tan placentero como para mí, o por lo menos parecerlo en último de los casos, ella no debe manifestar desagrado por ello. Al llegar a la estación La Raza, nada había sucedido. Alguna mujer había abordado el vagón, que a esas horas está lleno en su mayoría por hombre, puesto que muchas mujeres optan por caminar unos cuantos metros de más con tal de mantenerse lejos de la posibilidad de ser acosadas por los hombres que, como yo, disfrutan de esos contactos. Decidí bajar en esa estación y dejé pasar un vagón más, esperando que la suerte me hiciera coincidir en el mismo espacio de alguna mujer que, por lo menos, no tuviera inconveniente en viajar rodeada de hombres. No abordó nadie así el vagón junto conmigo, pero mi prioridad, como es de suponer, estaba puesta en llegar puntual a mi cita laboral, por lo que decidí dejar mis expectativas placenteras para una mejor ocasión.
 Pasó sólo una estación y, cuando las puertas del vagón se abrieron, lo abordaron tres mujeres; dos de ellas bastante mayores, iban juntas, y la otra, que iba sola, debería estar viviendo la mitad de la tercera década de su vida. Ésta última subió primero y se colocó de espaldas justo delante de mí, que iba agarrado del tubo más alejado de la puerta que se abre, delante de un tipo que iba recargado en la puerta opuesta. El vagón no iba muy lleno, así que entre la recién llegada y yo había una distancia suficiente como para que nuestros cuerpos no se comprometieran. Detrás de ella subieron las dos damas que comentaba; como había un asiento desocupado en medio del vagón, la primera chica, gentilmente, lo ofreció a la mayor de las mujeres que habían abordado junto con ella. Para permitir que éstas pasaran, ella tuvo que pegar su cuerpo con el mío; el contacto fue ligero, puesto que yo, a pesar que habría disfrutado muchísimo el contacto de ese cuerpo, intuí que no era el mejor momento para provocarlo, por lo que me hice un poco hacia atrás, tan sólo lo que mi aversión al contacto con el hombre que estaba detrás de mí me permitía. El contacto, como mencionaba, fue escaso, tan pronto pudo, ella volvió a su posición original. El metro avanzó, ella por poco pierde el equilibrio, pero alcanzó a agarrarse del hombro de un señor que había junto a ella. Mi reacción fue demasiado tardía; segundos después del incidente pensé que había dejado ir una magnífica oportunidad de sentir el contacto de la piel de esta chica, quizás habría podido tomarla de la mano (adoro el contacto de las manos de una desconocida), gesto que ella, por supuesto habría agradecido y quizás eso hubiera servido para iniciar una conversación. La chica tenía algunos kilos de más, pero era muy atractiva. Su rostro era lindo, realmente lindo; los kilos de su cuerpo no se retrataban en absoluto en su rostro. Su nariz era perfecta, sus ojos claros, su piel más bien blanca, sus dientes, en camino de ser perfectos gracias a los brackets que usaba. Su estatura era aproximadamente la misa que la mía. Yo no soy un tipo alto, pero en una mujer, esta estatura sí podría considerarse así. La tardanza en avanzar del metro en la estación siguiente me permitió contemplarla detenidamente y pensar lo que hubiera pasado si tan sólo la hubiera sujetado cuando estuvo a punto de perder el equilibrio. La gente, como es obvio cuando el metro tarda más tiempo del normal en cerrar sus puertas, comenzaba a entrar y reducía poco a poco los espacios libres del vagón. Aún así, la distancia entre ella y yo era todavía inofensiva. Bueno, en cierto sentido lo era, pero en otro Mi rostro estaba muy cerca de ella. Podía aspirar perfectamente el aroma de su cabello, de hecho, de haberme decidido, fácilmente podría haber depositado un beso en su mejilla. Obviamente, no lo hice, pero la idea me cruzó coquetamente por la cabeza. En un momento, ella dio un paso hacia atrás, con el fin de dejar un poco más de espacio libre a la gente que entraba, o por lo menos eso pensé yo. En este movimiento, alcanzó a pisar ligeramente la suela de mi zapato, ante lo cual, ella volteó apenada y me pidió disculpas. Yo sólo hice una mueca como diciendo no importa y le sonreí. Allí pude observar que realmente era hermosa. Pero había habido ya contacto verbal, es decir, para ella yo ya existía más que como un bulto entre la gente, por lo que, si acaso por mi mente había cruzado la idea de provocar y disfrutar el contacto con su cuerpo, debía desechar la idea. Es una regla no escrita que sigo: una vez que ha habido contacto verbal con una mujer, las intenciones deben ser serias , no puede ser de otra manera. Por lo tanto, aun cuando el movimiento del metro y el ir y venir de los pasajeros continuamente provocaban que su cuerpo se acercara al mío, mi impulso inmediato era poner algunos centímetros de distancia entre ella y yo.
 Por extraño que pueda parecer, la cercanía con esa mujer me agradaba. No había contacto como tal, pero intuir que ella notaba mi presencia detrás suyo, era excitante.
 Bueno, eso de que no hubiera contacto no es del todo cierto; una vez transcurridas algunas estaciones, me percaté de que su mano, colocada por encima de la mía en el tubo vertical del metro, mantenía una distancia tan mínima como la de nuestros cuerpos. El movimiento, en este caso, no fue tan difícil. Simulé un reacomodo en mi manera de tomar el tubo, quizás para estar sujeto de mejor forma, para eliminar esos centímetros que nos separaban. La palma de su mano no estaba en contacto con el tubo, sino que eran casi solamente sus dedos los que se sujetaban, de manera que no tuve mucho problema para colocar mi pulgar por debajo de su mano, y mi dedo índice en estrecho contacto con sus dedos. Eso fue todo, así recorrimos varias estaciones más, sin avance alguno por mi parte, por temor a que el contacto, accidental quizás por parte suya, pero completamente intencional por mi parte, no fuera lo que yo estaba imaginando. El tipo que estaba detrás de mí, debió notar algo, pues de inmediato colocó su mano por encima de la de ella, lo más cerca que le permitió su audacia. Eso entorpeció en cierta manera mi percepción. Trataré de explicarme: el contacto entre nuestras manos para ella bien pudo deberse a la inercia del movimiento; si ella tuviera la oportunidad de retirarla y lo hiciera, eso me habría demostrado que me equivocaba; en cambio, si tuviera esa posibilidad, pero mantuviera su mano allí, me pintaría un panorama más prometedor. Pero el tipo éste había estropeado esa prueba al poner su mano en una posición en la que hacía difícil para ella recorrer su mano o quitarla. Como se imaginarán, ella dejó la mano allí, pero yo no supe si se debía a que disfrutaba, como yo, el contacto, o por que no tenía mucho espacio para recorrerla.
 Unas estaciones más adelante, las señoras a quienes ella había cedido el asiento bajaron. Para poder brindarles paso, nuevamente debió hacer su cuerpo hacia atrás, sólo que esta vez, el espacio entre ambos había disminuido, de manera que cuando la redondez de sus nalgas se recargó en mí, no pude, ni quise, evitar el contacto. Por otra parte, aunque lo hubiera pretendido, no había mucho espacio hacia donde yo pudiera hacerme. El contacto duró lo necesario para que las dos damas pasaran. Su estatura, además del hecho de que mi miembro esta ocasión apuntaba hacia abajo, hizo casi imposible que ella percibiera mi erección entre sus nalgas. Bien pudo ser, nuevamente, algo accidental.
 La distancia entre nuestros cuerpos volvió, pero no así la de nuestras manos. Poco a poco me animaba a hacer algún movimiento, con mi pulgar o mi dedo índice; algo sutil, que bien pudiera ser un movimiento natural, pero suficientemente evidente como para que ella lo notara y percibiera como algo que esperaba respuesta por parte suya. No la había, pero tampoco había rechazo. Eso era bueno.
 Unas cuantas estaciones más adelante, entró más gente, no la suficiente para que quienes viajábamos en el vagón estuviéramos apretados, nos gustara o no, contra nuestros compañeros, pero sí debió serlo para que ella tomara confianza y se decidiera a recargar, de una vez por todas, su cuerpo contra el mío. El contacto, noté, fue completamente voluntario. Aun así, dudaba un poco, pero decidí arriesgarme y, mientras sentía esas deliciosas nalgas en estrecho contacto con mi zona genital, me levanté ligeramente de puntillas para permitir a mi enardecido miembro entrar en contacto con ella y notar su reacción. No la hubo, nuestros cuerpos siguieron pegados, entonces, confiado un poco más, pegué completamente mi cuerpo al de ella. Mi presión inicial fue tímida, pero poco a poco se fue haciendo más firme y percibí que ella correspondía. Mientras tanto, mi mano sobre la suya era un poco más evidente, sin ser descarada. Mi dedo índice recorría ya el borde de su meñique y mi pulgar, periódicamente, se levantaba para entrar en contacto con la calidez de su mano, ante lo que ella no ofrecía reacción alguna.
 Dejé pasar la estación en la que debía bajar, la sensación era demasiado agradable como para ponerle fin tan pronto. Pero apenas habíamos avanzado unos cuantos metros, la voz del tipo que se encontraba detrás de mí me preguntó si bajaba en la estación siguiente, a lo que yo contesté que no y me hice un poco a un lado para dejarlo pasar. No perdí el contacto con el cuerpo de mi chica y mucho menos con su mano, sin embargo, muy pronto los ademanes de ella me hicieron ver que bajaría en la misma estación en la que yo había declarado abiertamente que no iba a bajar. Mi cabeza ambas empezó a funcionar precipitadamente. Mi mano se colocó, ahora sí, con descaro, sobre la suya; la acaricié y ella no ofreció resistencia, sin embargo, sí sentí su cuerpo alejarse, en pos de la salida de ese espacio. Cuando el tren se detuvo y sus puertas se abrieron, no tuve más opción: descendí junto con ella.
 La miré caminar con decisión delante de mí. Por un momento había imaginado que quizás ella intuiría mi presencia y se detendría, que incluso voltearía para buscar a su compañero de viaje, pero no fue así. La estación era Viveros. Ella se dirigió a las escaleras eléctricas y pensé en abordarla allí, pero la suerte no estuvo de mi lado en esta ocasión y otro tipo se situó justo junto a ella en las escaleras. Yo me coloqué detrás.
 Cruzamos los torniquetes y ella se dirigió a la salida del lado izquierdo. En ningún momento vaciló. Comenzó a subir las escaleras y entonces pensé, es ahora . Caminé lo más aprisa que pude y la alcancé. Yo estaba todavía un escalón por debajo de ella cuando toqué su hombro y le dije hola . Ella volteó sorprendida, pero no molesta. Antes de que pudiera hablar le dije que no sabía si lo del metro había sido accidental, pero que había sido muy agradable. Algo dijo que no escuché y cuando pregunté por ello, me dijo que no era nada. Seguimos subiendo las escaleras y cuando estuvimos afuera, ella me pidió disculpas, dijo que no pensó que fuera a bajarme del metro, que ella nunca había hecho algo así. Bueno, el primer paso estaba sorteado, ella admitió haber hecho algo . Siguió caminando y yo le dije que me gustaría volver a verla; ella no se negó tajantemente, pero no accedía a ello. En la salida de ese metro hay taxis que ya esperan a los pasajeros con la puerta abierta. Ella estaba a punto de subirse a uno de ellos, de hecho, ya había subido una de sus piernas cuando le dije repetí que me gustaría volver a verla, que lo que iba a hacer era darle mi número de celular, sin pedirle el suyo y así, si ella quería llamarme, lo hiciera. Entonces, ella accedió. Se bajó del taxi, pero me dijo que nos hiciéramos un poco más allá, pues por allí pasaba gente que la conocía. Así lo hicimos. Charlamos un poco todavía. Me dijo que eso había sido sólo un experimento, pues su novio le había comentado que cosas como ésa pasaban en el metro y ella había querido experimentar. Le di mi número y, tal como prometí, no intenté conseguir el suyo. Nos dijimos nuestros nombres. Antes de despedirnos, ella me pidió disculpas, yo le dije que, por el contrario, le agradecía por el momento tan agradable que me había regalado y dije que esperaba que la próxima vez que sonara mi celular fuera ella.
 No ha llamado no sé si algún día lo haga, pero sería maravilloso.

Datos del Relato
  • Categoría: Varios
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