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Paquita (11)

-21-

-¿Te dijo alguien, antes, la maña que te das para contar tus cosas? -alabo entusiasmado- Tu relato me ha captado con tanta fuerza, ¡qué si no te apresuras vas a perderte el elixir que está a punto de brotar de esa pieza que acaricias con tanto mimo! ¡Anda, cielo, apúrate!
Y su boca recibe oportuna toda la sustancia que a borbotones sale disparada del tarugo que se estrangula en el cerco de sus labios. ¡Y mi goce se acrecienta al observar las contracciones de la garganta al tragarla en su integridad! Me gustaría saber por qué la mujer se supedita tan fácilmente a las vejaciones que le impone el hombre, y como a éste le causa placer el exigirlas. Cuantas veces me pregunto, y aún les pregunto a ellas,el motivo porque consienten, sin reparos ni objeciones, a la caricia bocal o a la más dañina y vejatoria de la sodomía, a lo que me contestan que lo hacen por el placer que con ello nos brindan a nosotros. Tal vez sea cierto, ¡pero me parece absurdo!
Al incorporarse Paquita en el asiento, la recojo entre mis brazos y sorbo en el estuche de su boca el sabor especial que destilan las mieles de la pasión vivida. Mis manos revolotean, se posan, estremecen, recorren, se extasían al contacto con suaves planicies, embriagadores montículos, curvilíneas superficies, poblado valle, hasta recalar en húmeda y excitante caverna que investigan con dedicación de espeleólogos. Paquita reacciona con saltos y contorsiones, hasta que mordiéndome el labio, queda rígida, su tórax se expande y contrae en fuerte suspiro y la cabeza, separándose del beso, cae postrada sobre el pecho. Huelga todo comentario para reconocer que todo lo que ocurre no es más que la reacción de un clímax satisfactorio y feliz.
Ambos necesitamos unos momentos de respiro para recuperarnos de los excesos a que nos hemos entregado y, cuando lo logramos, pongo el coche en movimiento y partimos para Marsella, a fin de llegar a tiempo al restaurante de la playa, que en definitiva es lo que constituye la meta de este viaje.
Intrigado, le pregunto a Paquita:
-Y lo de tus hermanos, ¿cómo acabó?
De nuevo impera el silencio entre nosotros y nada hago por truncarlo. Espero que Paquita, que está como aletargada, se reponga de su postración. Al cabo de un rato oigo su dulce voz, pero en un tono ausente e impersonal, que se queja:
-Me haces hablar de cosas que hasta ahora a nadie he contado. Solo recordar lo que te he dicho me llena de vergüenza y hasta has logrado que me ruborice. Te ruego no insistas en que te cuente nada mas... tal vez en otra ocasión...
Respeto su decisión y nada digo, pero ella me sorprende pidiéndome:
-¡Sigue contando lo que decías de tus amigos!
Me brinda la ocasión para tener en algo que hablar y no mantener por más tiempo el pasado mutismo de dos en compañía.
-¡Bueno! -acepto, y me lanzo a contar mis aventuras que, dicho sea de paso, me complace y entretiene.

-22-

-Dejamos, como te dije, a las hermanas que conocimos en Marsella -prosigo en el punto en que antes interrumpí la narración.- Cuando nos hubimos reunido los cuatro amigos emprendimos la ruta, parando en Bandol para comer. Lo hicimos en el restaurante del hotel Goënland, que disfruta de una terraza sobre el mar. Antes de sentarnos a la mesa nos bañamos y trabamos relación con una morena preciosa, judía, que estaba con sus padres, personas sumamente agradables, pero cuya presencia nos impidió cualquier extralimitación, y tres modelos que poseen la elegancia propia de su profesión, y que opusieron resistencia a nuestro intento de besarlas y, además, nos aleccionaron: ¡qué debemos ser más pacientes, si queremos obtener alguna concesión de las mujeres!... En vista del fracaso, inmediatamente después de comer abandonamos el campo y seguimos el camino. Pasamos por Toulon sin detenernos y casi a la entrada de Le Lavandou acogimos en el coche a dos chicas muy jóvenes, muy desenvueltas y muy ligeritas de ropa que hacían autostop, y que a partir de ese momento se adhirieron al grupo. Al reunirnos todos, buscamos alojamiento. Pero nuestro intento fue vano, porque ni en domicilio particular había una plaza libre, según nos advirtieron. De modo que tuvimos que hacernos a la idea de pasar la noche repartidos entre los dos coches, los cuales quedaron aparcados en la playa, en paralelo, dando frente al mar.
"Ya somos seis, con las dos advenedizas, y todos juntos cenamos en un restaurante cercano al punto donde dejamos los vehículos. Cuando acabamos, nos dirigimos al Casino a tentar la suerte, pero sin ninguna fortuna, siendo cierto, una vez más, el refrán: desgraciado en el juego, afortunado en amores, porqué, en vista del éxito, Joaquín y yo dejamos de jugar y nos dedicamos a mariposear por la sala, donde conocemos a dos chicas que dicen ser hermanas. De la conversación entresacamos que la mayor, que aparentaba unos veintitrés o veinticuatro años, estaba casada y ejercía la abogacía en París y la otra, poco más joven, dice ser estudiante. Como a ninguno de los cuatro le apetece jugar, nos encaminamos a la playa a dar un paseo y gozar de la agradable brisa marina. Al parecer, la pequeña de las dos no se muestra muy simpática y Joaquín, con el que forma pareja, me dice de dejarlas, como así lo hacemos. Cual no fue mi sorpresa, que cuando estaban ya bastante distanciadas, la abogado viene corriendo y sin decir palabra me da un apretado beso en la boca, y del mismo modo corriendo se vuelve a reunirse con su hermana.
"Al filo de la media noche volvemos a reunirnos todos y nos retiramos al forzoso refugio de los coches.
Debe ser la hora de los camiones, pues hace poco nos cruzamos con uno y ahora alcanzamos a otro. La calzada frontal está libre y sin alterar la marcha lo adelanto; cualquier obstáculo en el camino es suficiente para sumirme en expectante concentración, en esos momentos mi mente no da para otros cuidados.
-Antes de acostarnos decidimos tomar un baño -sigo contando, después del paréntesis- y los seis en pelotas nos lanzamos al mar. La cosa se animó y organizamos tal jolgorio, que todos los vehículos que en hilera interminable estaban aparcados frente al mar encendieron los focos y la playa y el mar cercano se iluminaron como si fuese de día. No conformes con esta luminaria, en protesta hicieron sonar los kláxones, ¡y el alboroto que organizaron fue de campeonato! Realmente avergonzados, y como estabamos desnudos, no nos atrevimos a salir del agua, de la que solo emergía la cabeza. Y así nos tuvieron, castigados, durante un gran rato, hasta que se apagó el último foco de coche y volvió a reinar la obscuridad y el silencio.
Hago una pausa y dejo descansar mi mano derecha sobre el halda de Paquita, quién, cariñosa, posa su mano sobre la mía.
-Menos mal, que durante el tiempo que estuvimos zambullidos las dos zagalas se prestaron a todos nuestros caprichos, y los cuatro amigos pudimos hallar cobijo en la región dístoma de las dos náyades, intercambiando en cada boquita, por turno, la introducción de nuestra arma de combate. De modo que cada una se tragó cuatro varas por la boca de delante y otras cuatro por la de atrás. Se sobreentiende que me refiero a las bocas dístomas de entrepiernas. De ahí, que las dos advenedizas acogieron en sus receptáculos privados ocho visitas, pues éramos dos, al unísono cada vez, los que nos adentrábamos en los acogedores reductos, que gracias al agua del mar y a la sustancia que cada uno iba depositando en su interior, se lubrificó lo suficiente para que, de otro modo y de pie, la labor hubiese resultado harto penosa. Antes de que cesara el alboroto y quedara todo tranquilo, depositamos sustancia suficiente para colmar las apetencias de cualquier empedernida "salope". Unánimemente ensalzamos a la dos putillas por su capacidad, predisposición y buena voluntad para fornicar con tanta dedicación y fortaleza. Alegando que no había espacio suficiente para dormir todos, les aconsejamos busquen otro cobijo para pasar la noche. El recuerdo de tan bastardo comportamiento me convence mayormente que la mujer tan fácilmente obtenida se convierte en simple mercancía, desechable una vez que el hombre ha satisfecho su capricho. ¿Será por qué él sospecha que esta clase de mujeres pretende siempre cobrar los "favores" del modo que sea? ¡No lo sé! Y la verdad es, ¡qué tampoco me importa un comino saberlo!.
(Continuará)
Datos del Relato
  • Autor: ANFETO
  • Código: 1511
  • Fecha: 26-02-2003
  • Categoría: Varios
  • Media: 5.11
  • Votos: 57
  • Envios: 0
  • Lecturas: 4167
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