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Mujer Prohibida Parte 2: Sueños

7 de Enero de 2010.

 

Jueves, habían pasado cuatro días desde el incidente de las piernas. Las cosas iban normales. Trataba de no darle mucha importancia a lo sucedido. Era mi madre después de todo. No podía verla de otro modo más que así.

 

Sin embargo, algo dentro de mí hacía que me tuviese algo de ansiedad. Era un Jueves, en clases. Mi madre era también mi maestra de matemáticas en la Preparatoria, y cómo siempre daba sus clases de una manera clara, concisa pero a la vez intimidante y algo tiránica, o al menos eso era para mí, después de todo era hijo de la maestra, no podía hacer lo que el resto de mis compañeros hacían.

 

Ella siempre fue muy estricta con los estudios. Si tenía tareas o exámenes estudiaba toda la tarde hasta que terminaba siendo supervisado y cuestionado por ella. Debo decir que este tipo de comportamiento tuvo sus frutos, siempre exentaba los finales y tenía más vacaciones que mis compañeros… pero el proceso era nefasto.

 

En fin… ese día era como cualquier otro, mi madre daba clases de trigonometría y explicaba su clase en el pizarrón. Yo ponía atención como siempre al igual que el resto de mis compañeros, a excepción del típico que está en la pendeja. Y mi madre tenía un ojo de halcón para los que estaban en la pendeja:

 

  • ¡Alex, pasa al frente y has el ejercicio 34! – Le dijo a mi compañero de manera implacable.

 

No sé si tenía ojos en la nuca o el mentado “Sexto Sentido” desarrollado, pero sin ver podía saber quién no le ponía atención, y como ejemplo de su dureza en clases pasaba al pizarrón al distraído a hacer un ejercicio difícil, si no lo resolvía bien tenía un punto menos sobre la calificación final y una advertencia. A las dos advertencias estaba reprobado en el mes. El sacrificado fue Alex, un chavo inteligente pero muy desmadrozo.

 

Alex, como si fuese al paredón de fusilamiento, se levantó con la cabeza gacha y mentando madres entre dientes, a sabiendas que su culo pendía de un hilo. Era inteligente, pero su valemadrismo hacía que ese potencial que tenía se limitara cuantiosamente. Lo último que supe de él es que un día en una fiesta de la Universidad donde estudiaba, agarró una peda tal que en su nebulosa etílica creyó que era una buena idea ir a ver a su exnovia a su casa. Agarró su carro sin que nadie lo viese y en una avenida se impactó contra un árbol. Murió en el acto, a los 18 años. Pobre diablo.

 

En fin, Alex pasó al pizarrón y agarró un gis con nerviosismo tratando de resolver el ejercicio de mi madre, la cual se paró detrás de él como si fuese un capataz. Sólo le faltaba el puto látigo.

 

Esa actitud intimidaba a todos, a tal grado que la concentración aumentaba al 100%, porque si Alex no sabía hacerlo era seguro que pasaría a otro para que lo hiciera. Al igual que todos estaba concentrado en mis apuntes, anotando y tratando de resolver el ejercicio. Entonces, algo dentro de mí hizo que levantara la vista enfocándome en mi madre.

Ella llevaba una blusa de manga larga de color salmón, una falda gris larga plisada, zapatos de tacón pequeño negros, medias cafés, peinada con un chongo y usando sus lentes. Estaba parada ahí, como un capataz, cruzada de manos y prácticamente de espaldas hacia mí. Yo estaba sentado en la sexta fila, asiento tres desde la puerta del salón y mi madre veía hacia afuera del mismo.

Mi vista se quedó fija en ella. Esa postura desde mi perspectiva la hacía verse, no sé, imponente, parada en posición de ¾ y con los brazos cruzados. Me quedé embobado con esa pose por unos segundos. Tenía algo que la hacía resaltar. Esa figura algo regordeta pero de buen ver me tenía hipnotizado.

Regresé a la realidad y observé a mí alrededor pensando que mis compañeros me estaban mirando, pero noté que estaban concentrados en sus libretas, temerosos de ser los siguientes “sacrificios”. Reaccioné y seguí con lo mío, tomando clases como cualquier día normal.

 

Sábado 9 de Enero de 2010. Madrugada.

 

Recuerdo que un Sábado tuve un sueño bastante peculiar. Soñé que una mujer curvilínea me abrazaba mientras se frotaba contra mi cuerpo. Estábamos ambos desnudos. Ella exhalaba y emitía pequeños gemidos sensuales en mi oído que me excitaban, mientras sus carnes apetitosas se rozaban contra mi cuerpo.

 

Yo estaba inmóvil, consumido por el placer. Recuerdo que su cabello era castaño y peinado con caireles, siendo adornado por una máscara blanca. Ella me lamía el oído mientras su mano exploraba mi cuerpo en busca de mi miembro. Entre más bajaba su mano, más se incrementaban sus gemidos, siendo embriagada por el placer.

 

Cuando estaba a punto de agarrármela me desperté. Estaba agitado, sudando, como si hubiese tenido una pesadilla, pero, no me sentía asustado. Estaba intrigado. Pensé en ese momento ¿quién era esa mujer? No le ví el rostro, tampoco me acordaba de su cuerpo desnudo. Me percaté entonces que mi mano estaba humedecida y pegajosa y la observé. Entonces supe lo que había pasado. Había tenido un “sueño húmedo” con una mujer que no sabía quién era y ni cómo era. Lo que recuerdo con nitidez es la sensación que tuve, de una incontrolable excitación y morbo combinados. No tenía esa sensación desde que había visto mi primera porno.

 

Recuerdo bien una escena de esa película. Era una película “vintage” de los 70’s que una vez pasaron el cuarto de un hotel de Acapulco en nuestras vacaciones hacía 6 años. Mis papás no estaban y yo me quedé para ver la TV. Le cambié y me encontré con un canal porno. La escena era de una mujer muy hermosa recostada sobre un sillón cama y totalmente desnuda siendo observada por otra mujer de igual belleza, esta vestida con un traje negro. Ella veía a la otra con una mirada de desprecio y deseo. La mujer de negro se acercó a ella y la besó apasionadamente mientras la otra la desnudaba con rapidez. Mi primer porno fue de lesbianas vintage de los 70’s. Esa sensación de emoción no la había sentido desde entonces. De un nerviosismo provocado por la adrenalina y la excitación inigualables.

 

Esa misma sensación era la que sentía en esos momentos, al despertarme de ese sueño húmedo con esa mujer de cabello castaño, caireles, máscara blanca y curvilínea. Me metí a bañar para quitarme toda la lefa que solté tras esa fantasía que mi subconsciente trabajó, haciendo el menor ruido posible para no despertar a mis padres. Pero el baño lo único que hizo fue intrigarme más sobre la identidad de esa mujer.

 

Pasaron varias horas, me levanté tarde ese Sábado, como a medio día. Mi madre había hecho de almorzar y mi comida estaba en un sartén, ya que había salido al mercado. Y es que ella tenía la costumbre de que cada Sábado en la noche se iba a una reunión de lectura con sus amigas. Compraba cosas para botana y algo de vino tinto. Era el único día que realmente ella disfrutaba y que lo consideraba su tiempo libre.

 

Básicamente era como un ritual. Comíamos a las 4 de la tarde. A las 6 ella se bañaba, a las 7 se arreglaba elegantemente y a las 8 tomaba su carro y se iba a su reunión y regresaba como a las 12 o una de la mañana del Domingo, con una sonrisa y relajación que no tenía en toda la semana.

 

Era como si recargara pilas con esas reuniones que tenía. Así que mi padre y yo las respetábamos, porque de no hacerlo, sería enfrentar una pelea con ella, y cuando ella se enfadaba era un energúmeno que podía decir mierda y media que no venían al caso. Así que era mejor llevar las cosas por la paz.

 

Como relojito inglés, a las 8 de la noche mi madre estaba a punto de salir. Iba muy elegante. Vestida con un vestido negro de una pieza con falda amplia adornado con una chaqueta roja con diseños de flores, su bolso negro y peinada para atrás con una cola de caballo, maquillada sutilmente y perfumada oliendo a jazmín.

Se despidió de nosotros y nos dijo que regresaría tarde. Tomó sus cosas y salió de la casa. Había dejado la cena hecha, así que no tuvimos broncas mi papá y yo. Esa noche me puse a ver los partidos de fútbol y después a jugar videojuegos. No noté cuanto tiempo había pasado hasta que escuché como abrían la cochera de mi casa. Mi madre había regresado de su noche de lectura. Entonces ví el reloj y mi sorpresa fue mayúscula. Eran casi las tres de la mañana. Mi padre ya estaba dormido y se me hizo mala onda despertarlo.

Mi madre cerró las puertas de la cochera tras meter el carro, a la vez que yo bajaba por las escaleras para abrirle y ayudarle con sus cosas. Al abrir la puerta noté que ella venía un poco pasada de copas, pero aún en sus cinco sentidos, sorprendiéndose de mi presencia:

 

  • ¿¡Aún sigues despierto?! – Dijo sorprendida.
  • ¡Estaba jugado con mi consola, no me di cuenta de la hora! – Le dije un poco apenado.
  • ¡No deberías estar tanto tiempo metido en esas cosas, no es bueno para tu salud! – Me dijo con cierta displicencia - ¡Ayúdame con mis cosas, que están pesadas! – Añadió mientras entraba a la casa tratándose de cubrir del frío.

 

Acaté la orden de ella y recogí su canasta mientras ella caminaba hacia la cocina. Sujeté la canasta con los trastes vacíos de lo que había preparado y la botella de vino tino a medio llenar y entré a la casa cerrando la puerta tras de mí.

Entonces, algo, alguna fuerza hizo que volteara hacía mi izquierda centrando mi atención en una foto vieja de mis padres en el día de su boda. Ambos sonriendo afuera de la Iglesia, mi padre muy elegante y mi madre muy bella.

Algo me hizo helar la sangre y ponerme muy nervioso, y es que el peinado de mi madre en aquella foto y su velo coincidían con la de la mujer de mi fantasía. Cabello castaño peinado en caireles con una corona de olivos blancos.

Y entonces, como una epifanía la imagen de la mujer de la fantasía se aclaró, ese rostro que no pude ver obtuvo forma y era el de mi madre. En esa fantasía mi madre se frotaba contra mí extasiada y embriagada de placer mientras me gemía al oído como hembra en celo.

Después de esa revelación observé a mi madre detalladamente mientras un sudor frío recorría mi espina; ella estaba parada en la entrada de la cocina observándola para ver si no había algo pendiente:

 

  • ¡¿Cenaron lo que les dejé?! – Dijo visiblemente cansada.

 

Yo asenté con la cabeza y nervioso por la situación. Lleve las cosas a la cocina siendo un manojo de nervios tratando de controlarme, lo cual mi madre notó de inmediato:

 

  • ¡¿Te sientes bien?! – Dijo preocupada.
  • ¡Sí, me siento bien! – Respondí nervioso por la situación.
  • ¡No, a ti te pasa algo! – Recalcó un poco intrigada.
  • ¡Me siento bien! – Contesté un poco exaltado.

 

Mi madre sólo se quedó callada observándome con recelo e incredulidad, pero decidió no darle importancia ante mi comportamiento:

 

  • ¡Como quieras! – Dijo un poco sentida por mi contestación - ¡Ya que estás aquí ayúdame a guardar las cosas de la canasta! – Añadió.

 

Yo sólo asentí con la cabeza acatando su orden, pero no quería voltearla a ver, ya que si lo hacía esa imagen de esa fantasía volvería a mi mente. Intenté concentrarme en la tarea que me encomendó. Guardé los trastes que estaban aún limpios en los gabinetes respectivos, con cierto nerviosismo. Eso provocaba que golpeara los trastes los unos contra los otros mientras los guardaba, generando mucho ruido que interrumpía el silencio incómodo que inundaba la cocina.

Mi madre sólo me volteaba a ver con mirada penetrante, disgustada por el “escándalo que hacía”. De esas miradas que te dicen todo. Entendí el mensaje y, tratando de controlarme, continúe con mi tarea. Al mismo tiempo, mi madre guardaba la botana en la alacena, pero había algunas cosas que debían ir en la parte más alta.

Ella tomó una silla y se subió en ella para poder alcanzar los estantes más retirados para seguir acomodando las cosas. Al mismo tiempo, yo había terminado mi labor, fue cuando ella me llamó para que le ayudara:

 

  • ¡Sostenme la silla mientras acomodo estas cosas! – Me dijo mientras seguía acomodando las cosas.

 

Sin decir una palabra, me acerqué a ella y le detuve la silla sosteniéndola de los filos laterales del asiento. Pasaron unos segundos y me percaté de algo que hizo que mi corazón y mi verga estuvieran a mil.

Levanté la vista y enfrente de mi estaban las piernas de mi madre, cubiertas hasta la parte superior de los tobillos por esa falda negra. Subí la mirada un poco y me fijé que ella estaba concentrada acomodando las cosas en la alacena. No sé lo que me impulsó, un instinto primitivo quizás, pero no dudé en ese momento, tragué saliva y decidí aprovechar esa oportunidad.

Aprovechando la amplitud de esa falda, lentamente empecé a subirla poco a poco, mostrándome ese bello panorama de esas portentosas piernas maternales que yacían frente a mí.

Voltee de reojo a ver a mi madre, seguía concentrada en lo suyo, y seguí con mi atrevimiento. Lentamente la imagen de los tobillos se convirtió en un par de pantorrillas bien torneadas y definidas, endurecidas por el esfuerzo de sostener ese cuerpo regordete pero deseable.

Tragué saliva ante mi nerviosismo y excitación. ¡Carajo, le estaba levantando la falda a mi mamá!

Quise ver más, así que de manera muy cuidadosa seguí levantando, pero no mucho ya que ella podía darse cuenta. Así que decidí agacharme para observar más a detalle.

Al hacerlo vislumbré un panorama mucho más erótico, esos muslos de apariencia dura y regordetes, cubiertos hasta la mitad por esas medias sensuales. Como niño en dulcería, estaba extasiado.

Sin embargo quería ver más, pero la oscuridad de la falda y la posición en la que estaba me hacían muy difícil el panorama. Intenté agacharme más, pero en ese instante ella hizo un movimiento brusco que hizo que reaccionara y dejara ver. Nervioso y aparentando como si nada pasara, levanté la vista y ví que mi madre me observaba de reojo con una mirada seria y penetrante:

 

  • ¡¿Qué estás haciendo?! – Me dijo mientras me observaba y a la vez seguía acomodando las cosas.
  • ¡Nada! – Respondí muy nervioso y alejando mi mirada de ella.

 

Ella siguió observándome con mucha sospecha, pero al cabo de unos segundos, regresó a lo que estaba haciendo. Por mi parte, esa mirada me dejó congelado. No sabía qué pensar. ¿Me cachó viéndola por debajo de su falda? ¿O simplemente no se dio cuenta y pensó que estaba haciendo otra cosa?

Las ideas eran un torbellino en mi cabeza, y no podía pensar claramente. Mi deseo de seguir viendo contra mi instinto de supervivencia. ¿Cuál de los dos pesaría más en ese momento? Debo confesar que la supervivencia ganó en ese momento, pero perdería la guerra en los meses venideros.

Pasaron unos minutos, mi madre terminó de acomodar las cosas en la alacena y la ayudé a bajarse de la silla, como si nada hubiera pasado. Apagamos las luces de la cocina y nos subimos a dormir, ella en su cuarto a lado de mi padre y yo al mío.

Me encerré, apagué mi consola, me desvestí y me fui a dormir. Intenté conciliar el sueño, pero las imágenes combinadas de la fantasía erótica que tuve con las imágenes de ese par de piernas debajo de esa falda, no me dejaban hacerlo.

De manera instintiva, mientras pensaba en ello, llevé mi mano a mi verga y empecé a jalármela pensando en mi madre. En esas gloriosas piernas y en esa fantasía donde ella era mi hembra. Esa chaqueta fue de las que más me duraron, estuve como una hora fantaseando con ella y tuve una corrida impresionante.

Después de venirme y de pensar detenidamente, me vino un sentimiento de culpa y remordimiento. A fin de cuentas, me masturbé pensando en la mujer que me concibió. Sin embargo, esa conciencia que me decía que lo que hice estuvo mal estaba entremezclada con un poderoso sentimiento de erotismo, de excitación y deseo. Un deseo prohibido sobre una mujer prohibida por todos los estándares sociales conocidos.

Eso era lo que lo hacía genial, esa prohibición, esa gran muralla. Los hombres siempre se han sentido atraídos hacia lo prohibido, y lo han desafiado desde que la humanidad es humanidad, y entre más inalcanzable sea ese objetivo, más deseos descontrolados tenemos sobre este.

Mi Monte Everest, mi Viaje a la Luna apenas daban inicio. Di el primer paso de un camino que no sabría cómo iba a terminar y no sabía cómo recorrerlo. Lo único que pensé en ese momento después de masturbarme es que quería más. La imagen de mi madre había cambiado para mí. Ya no era esa mujer que podía ser estricta pero cariñosa, mandona pero caritativa, regañona pero amable. Ya no era esa maestra de preparatoria que se vestía de manera muy conservadora o esa madre que me ponía a estudiar como loco para sacar buenas calificaciones.

Mi madre, a partir de esa noche, se convirtió en mi affair, en la imagen de mis fantasías, en una puta que sería sometida a innumerables posiciones sexuales dentro de mi mente y que las disfrutaría embriagada de la excitación. Sería vestida con incontables disfraces fetichistas, me acompañaría en mi lujuria para satisfacer cada célula de mi cuerpo. Mi objeto sexual, mi concubina, mi amante, mi prohibición.

El camino apenas acaba de iniciar…

Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
  • Media: 6.17
  • Votos: 6
  • Envios: 1
  • Lecturas: 6875
  • Valoración:
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
mery
invitado-mery 05-07-2017 06:43:05

we! continúala! !

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