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Miradas (Parte 1 de 2)

Desde que conocí a aquel chico tengo que admitir que me sentí halagada por sus miradas; para una mujer separada como yo cercana a los cincuenta años, que un chico que rozaba la veintena se sintiera atraída por mí era una sensación muy placentera. Nunca he sido una mujer provocadora, de hecho una de las razones por las que mi marido me dejó por su joven secretaria era mi anodina personalidad respecto al sexo, pero aquellas miradas de Julián desde que lo conocí hicieron cambiar algo en mí.



Julián era hijo de mi vecina y amiga Nuria; ella siempre había estaba muy pendiente de mí, pero el hecho de que mi animo decayera tanto tras la separación, hizo que me demostrara que era mucho más amiga de lo que yo pensaba. Desde que Juan, mi esposo, se marchó con aquella furcia, mi vida pareció caer en un pozo sin fondo; una profunda depresión que hizo que dejara de salir a la calle, que se me quitaran las ganas de vivir, a lo que no ayudaba, que mi hija Esther se hubiera ido a estudiar una carrera al extranjero, amparada por su padre.. En mi defensa tengo que decir que, desde que me casé con Juan a los veinte años, toda mi vida había girado en torno a él y sus necesidades. La buena posición económica de mi esposo había hecho que me acomodara en un modo de vida burgués sin preocuparme, en absoluta, por mi desarrollo como persona.



La cosa es que Nuria me ayudó a salir de esa absurda autocomplacencia. Me hizo volver al gimnasio, donde asistíamos a clases de aerobic desde hace años; se preocupaba por salir de compras conmigo para que renovara mi vestuario e incluso salimos un par de veces a tomar algo como dos mujeres solas en buscas de aventuras. Por supuesto, ella estaba más adaptada a la vida de separada pues se divorció de su marido cuando su hijo Julián tenía menos de diez años.



Sabía, por su propia boca, que había tenido una serie de aventuras con hombres sin buscar ninguna relación estable, cosa para la que yo aún no estaba preparada, además de que no lo veía bien en una mujer decente.



Todo cambió cuando un día al volver del gimnasio, me convenció para pasar por su casa a tomar una limonada antes de dejarme en la mía. Entramos entre risas en el salón de la casa y allí estaba Julián, con el torso desnudo y , tumbado en el sofá viendo la televisión. No se puede decir que sea un adonis; no voy a engañaros diciendo que tiene un cuerpo escultural, más allá de sus 19 años. De hecho, mi primera impresión de él no fue muy halagüeña porque su pelo largo grasiento, sus algunos kilos de más y su aspecto desaliñado de recién levantado eran la antitesis de morbo masculino.



- Haz el favor de bajar los pies de la mesa, Juli…- le riñó su madre, mientras me decía con gestos que pasara  a la cocina.



El chico, con gesto de fastidio, bajó los pies de la mesa mientras me miraba de arriba abajo con un brillo en sus ojos extraño. En ese momento reparé en que llevaba puestas las mallas de aerobic, que marcaban mis curvas y una camiseta amplia cortada por un hombro para hacer el cuello más ancho; por un momento me sentí avergonzada y caminé rápido hacía la cocina con un cosquilleo en el estomago.



Nuria y yo tomamos la limonada en la cocina hablando de cosas diversas y de la próxima salida que íbamos a planear para ese fin de semana. A ella le gustaba planearlo todo por anticipado, para no dejar nada sin atar. Yo, mientras, escuchaba sus palabras sin quitarme de la cabeza la mirada que su hijo me había echado; y es que hacía mucho tiempo que ningún hombre, si a ese chico se le podía llamar hombre, me miraba de esa forma.



- No sabía que tu hijo estuviera aquí…- dije cortando su planificación, aún sonrojada por recordar como estaba vestida delante de él.



- Sí, ha estado los dos meses de verano con su padre, pero como tiene ya mismo los exámenes de recuperación…- contestó apurando el ultimo sorbo de la refrescante limonada.



- Tenías que haberme avisado…- le espeté en voz baja mientras cogía mi ancha camiseta, mostrándole mi marcado trasero, como me había visto su hijo.



- Vamos, no seas tonta… No me digas que te da vergüenza que te vea así…- sonrió mi amiga con sorna.



- Bueno, no creo que sea una buena manera de que me conozca tu hijo…



- Jajaja, la madre que te parió- rió más aún mi amiga- te has puesto colorada como un tomate.



- Mujer, no me gusta que el chico me vea así vestida a mi edad… Tú eres su madre, pero yo no soy nadie para él.



- Nadie, nadie no eres… Seguramente ahora serás la musa de sus pajas.- bromeó su madre mientras me miraba el culo, y es que Nuria siempre había sido mucho más claro que yo en los temas sexuales.



- No seas cerda, Nuria…- le grité golpeándole en el hombro mientras ella no paraba de reír



Cuando llegué a mi casa, y en la ducha, comencé a imaginarme a Julián masturbándose pensando en mí. Imaginaba su cara casi imberbe congestionada por el placer mientras su mano machacaba su miembro. Me comencé a excitar de una manera brutal, hasta el punto que dirigiendo la presión del agua de la ducha a mi vagina, tuve un orgasmo como no había tenido en mucho tiempo.



Desde aquel día me volví adicta a las miradas de aquel joven; me había hecho sentir más joven y más atractiva que cualquier dieta milagro y cualquier sesión de aerobic junto a su madre. Me arreglaba para él, poniéndome modelitos que me había comprado con Nuria y que no me  atrevía  ponerme. A mis 47 años estaba tonteando con un chico de 19 años cuyas miradas, cada vez que iba a su casa, me hacían arder por dentro.



Cada día me iba una media hora antes a recoger a mi amiga Nuria para ir al gimnasio, aprovechando para subir a su casa y esperarla en el salón. En esos días, mis juegos iban cada vez más lejos: cruzaba las piernas con las mallas de forma insinuante, me hidrataba los labios con barra de cacao, provocando las miradas de reojo de Julián, cuando estaba en el salón. Incluso una de las veces, más incomodo de lo normal, llegó a levantarse para irme a su habitación, pudiendo observar como tapaba una supuesta erección con uno de los cojines del sofá. Mi imaginación volvía a imaginar como se masturbaba, en la soledad de su dormitorio, pensando en mis curvas.



Creo que el peor momento, o mejor según se mire, lo pasó dos fines de semana después. Yo había subido a su casa para recoger a su madre para salir esa noche a tomar unas copas. Al llamar a la puerta, en contra de lo que siempre ocurría, esta vez me abrió Julián sin camiseta como casi siempre. Se había cortado el pelo y no daba ese aspecto desaliñado que daba al principio.



-  Vaya Julián, que guapo estas…- le dije con una convicción de devora hombres que me sorprendió a mi misma.



- Gra…Gracias- contestó el chico bajando la mirada al suelo encontrándose con mis piernas desnudas, ya que la minifalda que llevaba tapaba mucho más arriba de la rodilla.



Su mirada subió para arriba de nuevo, con la cara totalmente sonrojada. Me hicieron gracias sus repentinos nervios de adolescente tardío. Hay que tener en cuenta que puede que éstas fueran las primeras palabras que nos dirigíamos. Entré en el aseo donde su madre se estaba maquillando para decirle que estaba en el salón esperándola y me dirigí hacía el sillón situado justo enfrente de donde estaba el hijo de mi amiga sentado. Crucé las piernas, dejando a la vista buena parte de mis generosos muslos. El pobre chaval trataba de dejar fija su mirada en el televisor, pero veía como se le escapaba alguna mirada hacía el espectáculo carnal que le estaba dando la madura amiga de su madre. Me pareció ver como su mano se ponía a la altura de su paquete acariciándolo disimuladamente.



Cuando su madre salió del baño, perfectamente arreglada y maquillada, se rompió aquella situación de morbo; el pobre chico no sabía donde meterse y me miraba incluso un poco molesto por la provocación; estaba en mis manos y me gustaba sentirte atractiva para un chico de casi la edad de mi hija.



- Bueno, ya estoy lista, ¿nos vamos?- dijo Nuria dando una vuelta delante nuestra para que viéramos el modelito que llevaba, bastante provocador también.- ¿Estoy guapa, hijo?



- Si, muy guapa…- dijo cortante, levantándose del sofá y yéndose a su cuarto.



- Este niño cada día es más serio- dijo un poco enfadada mi amiga y, levantando la voz para que Julián la oyera gritó.- ¡Lo que tiene que hacer es salir más y echarse una novia!



Yo estaba anonadada, porque al levantarse Julián y más preocupado por quitarse de en medio lo antes posible, descuido de taparse el bultazo que le marcaba el pantalón del pijama. Y yo no es que hubiera visto muchos penes alo largo de vida, pero ese bulto me parecía descomunal y más para un chico de su edad.



- Deja al chico, mujer.- le defendí yo tratando de borrar esa imagen de mi cabeza y levantando la voz también para que me oyera exclamé- ¡Qué está muy guapo con ese corte de pelo!



Nos marchamos en mi coche a un bar de copas al que solíamos ir algún fin de semana que otro; comentando en el coche los planes para esa noche. Bailar un poco, tomar unas copas y, si encartaba, dejarnos seducir un poco.



- A ver si esta vez te atreves mujer. Que te vas a hacer virgen otra vez.- me espetaba Nuria.



- Mira por donde quizás hoy me deje meter mano- dije bromeando mientras conducía y la imagen del bultazo de Julián volvía a mi cabeza.



Esa noche no fue mucho más especial que otras. Nos sentamos en la mesa que solíamos frecuentar y el camarero que ya nos conocía nos sirvió dos copas de cava bien frías mientras miraba nuestras piernas. Éramos casi todos los fines de semana el centro de atención de muchos hombres solos en aquel bar de copas para gente madura. Casi siempre por las posturas de Nuria y por sus miradas, pero hoy se añadía que yo estaba mucho más desinhibida que nunca. Aceptamos la invitación de un par de hombres que estaban solos en la barra y que se sentaron a nuestro lado.



Se presentaron como Javier y Antonio, dos oftalmólogos que estaban de paso en la ciudad por un simposium que había sobre su especialidad, que habían decidido salir a tomar algo a este bar porque estaba cerca del hotel. La verdad que no eran el prototipo de hombres atractivos que cualquier mujer puede tener en la cabeza: Antonio, el que charlaba conmigo, rondaría los 50 años o un poco más; con grandes entradas y el resto del pelo canoso, muy corpulento y de tez rojiza del abuso de alcohol y de la excitación que sentía, pues no hacía nada más que mirar mis piernas.



Nuria siempre jugaba con este tipo de hombres porque decía que era mucho más fácil sacarle un par de invitaciones, dejarlos mirar un poco, tocar un menos y prometerles, para otro día, un todo. Pero yo estaba muy caliente con lo sucedido con su hijo y me dejé meter mano un poco más de lo recomendable. Antonio ya tenía una mano en mi muslo, mientras con su aliento a alcohol me decía cosas en el oído. “Me encantan las mujeres como tú”,”Hay que saber vivir la vida”, “Tienes unas piernas preciosas”.



Yo miraba a Nuria que seguía mucho más tranquila al otro lado del sofá que rodeaba nuestra mesa charlando amigablemente con Javier, sin dejarle tantas confianzas. Cuando nuestras miradas se cruzaron, creo que pudo leer lo que pasaba por mi mente en ese momento y se limitó a sonreír y me guiñó un ojo, como si fuera una hermana mayor que me diera permiso.



- Perdona, Antonio… Voy a ir un momento al servicio.- me excusé con mi acompañante.



- Si, claro.- se disculpó sacando la mano que ya estaba metida muy en el interior de mis muslos.



Me levanté, me acomodé la falda y me dirigí al aseo meneando mi culazo y sintiendo observada por mi pretendiente que ya estaba morado de la excitación. Nuria se levantó justo detrás de mí y dijo que me acompañaba, cosa que los extrañó por la absurda manía que dicen los hombres que tenemos de ir juntas al baño.



- No me digas que te lo vas a follar- me dijo con cara de colegiala mi exultante amiga.



- Hija, no seas burra…- le contesté con una sonrisa en los labios, mientras subía mi falda bajaba mis bragas y me sentaba en el inodoro para orinar.



- Bueno no es que sea Paul Newman, pero para romper el hielo no está mal- decía mientras se retocaba el maquillaje en el espejo del lavabo.



Yo mientras observaba lo húmedas que estaban mis bragas y, como por arte de magia, la imagen de Julián masturbándose su gran polla volvió a mi cabeza.



- Pero no se como hacerlo, me da corte… Además no pienso llevarlo a mi casa.



- Mujer, no te preocupes si dicen que tienen el hotel aquí al lado… Además solo tienes que decirle un par de burradas y tendrás suerte si no se corre en los pantalones antes de bajárselos.



- Desde luego Nuria…



- “Que burra eres…”- completó la frase imitando mi tono de voz.- Anda te ayudaré; yo me iré con Javier así te lo pondré más fácil.



- ¿Harías eso por mi?- le dije bajándome la falda después de orinar.



- Por ti, y porque esta situación me ha puesto cachonda perdida. Anda para acelerar las cosas… Quítate las bragas.



- ¿QUÉEEEE…?- grité sorprendida por su petición.



-Quítatelas y se las das en la mano a Antonio- sonrió mientras se mordía el labio inferior.



Creo que esta mujer se ponía más cachonda planificando mi polvo que con los suyos propios. Pero, sin saber porqué y mirándola a los ojos, me levanté de nuevo la falda para quitarme las empapadas braguitas. Y, encerrándolas en mi puño, me dirigí de nuevo a nuestra mesa, escuchando las risas de Nuria detrás mía ante mi atrevimiento.



Me senté de nuevo junto a Antonio y cogiendo su mano la puse de nuevo en mi muslo. Parece que mi reacción lo pilló por sorpresa porque su color morado pasó en un instante a un pálido cadáver.



- Te he traido un regalito…- le dije al oído mientras sentía la mirada de Nuria en mi espalda y la mano de Antonio apretaba mi muslo hasta casi el limite del dolor del nerviosismo que sentía el pobre.



- Un… ¿Un regalito?- me preguntó mi simpático cincuentón con sus ojos clavados en mi generoso escote.



- Toma, guárdalo. Es algo muy íntimo para mí- le dije, apretándome contra su costado, a la vez que ponía mis bragas hechas un ovillo en su sudorosa mano.



Antonio abrió lo justo la mano, para darse cuenta de lo que era ese regalo y la cerró de nuevo presa del nerviosismo. No sabía el pobre que decir y su agitada respiración empezó a hacerme temer que le fuera a dar un infarto.



- ¿Por qué no vamos a vuestro hotel a tomarnos la última en vuestras habitaciones?- rompió la incomoda situación, Nuria acudiendo en mi rescate.



- Por mi de acuerdo- dijo risueño, Javier, que se levantó como un resorte haciéndome fijarme en su incipiente erección marcado en su pantalones.



Nos dirigimos a su hotel, caminando nosotras detrás de ellos, porque dijo Nuria que teníamos que darle tiempo a que Antonio le contara lo sucedido a Javier, para que terminara de convencerlo. Desde atrás vi como Antonio le mostraba, abriendo su puño, mis bragas y como Javier sonreía rodeando los hombros de su amigo.



Subimos donde el ascensor donde otra vez se produjo un incomodo silencio, que de nuevo fue resuelto por Nuria, acercándose a su acompañante y dándole un morreo. Javier no perdía el tiempo y metiendo las manos por dejado de la falda de mi amiga, dejó medio culo al aire sobándoselo directamente en los glúteos. Yo miraba atónita la escena , pues no estaba muy acostumbrada a aquello, cuando la mano de Antonio me cogió la mía poniéndola directamente sobre su paquete y acercándome a él, me metió su húmeda lengua en mi boca, dándome un morreo como llevaban sin darme desde el instituto.



Al llegar el ascensor a la planta cada pareja nos fuimos para su habitación entre risas y caricias. Nuria me echó una mirada cómplice antes de entrar con Javier cogiéndolo de la corbata.



Antonio abrió la puerta me invitó a pasar y, una vez dentro, cerró la puerta con el talón abalanzándose sobre mí. Empezó a besar mi cuello mientras sus manos, al igual que las de su amigo, entraron bajo mi falda para sobar mi culazo desnudo.. Yo empecé a desabrochar su bragueta que le sujetaba aquella tremenda erección; él se quitaba la chaqueta, se aflojaba el nudo de la corbata y se desabotonaba la camisa.



Mientras terminada de desnudarse, yo me puse de rodillas y directamente me metí aquel rabo en la boca; a no ser muy grande de tamaño me cupo entero en la boca, calentando aquellos huevos caídos con mi aliento. La verdad que llevaba tiempo sin chupar una polla pero la situación me había superado y me estaba empleando a fondo, mientras acariciaba mi coño con los ojos cerrados.



- Ohhh, dios mío… Qué bien la chupas, joder…- decía él a la vez que dejaba caer la camisa al suelo y con su mano acariciaba mi pelo.



- ¿Te gusta?- le dije, jadeando, mirándole a los ojos mientras daba lametones a su capullo.



- Mucho… Buff te podrías dedicar a esto, ¿sabes?



Una insinuación de ese tipo, que hace unos minutos me habría escandalizado, me puso más cachonda aún, haciendo que el ritmo de mi mamada subiera.



- Espera, mujer… Que vas a hacer que me corra enseguida…- dijo ahogando sus gemidos y levantándome cogida de las axilas.



Me dejó suavemente sobre la cama y me hizo tumbar siendo él quien, situado de rodillas a los pies de la cama, comenzó a besar mis muslos, abriendo mis piernas. Estaba a punto de recibir la primera comida de coño desde hace casi cuatro años; eso hizo que al primer lametón sobre mi abultada vagina hizo que casi me corriera con un sonoro gemido.



- Mmmmmmmmm…- arqueando la espalda a la vez me agarraba a las sabanas de la cama.



- ¿Te gusta a ti también?- me preguntó al igual que había hecho yo.



- Tú también…Ufff…Te podrías dedicar a esto…. Ummm.



Entonces Antonio, comenzó a comerme el coño me forma magistral, sus dedos jugaban con mis labios mayores mientras su lengua golpeaba con la punta mi clítoris. Yo ahogaba mis gemidos en la almohada, abriendo las piernas lo más posible. Llegué a un brutal orgasmo mientras él se amorraba a mi coño como un sediento bebiendo de una fuente.



- Vaya, que rica estás, chica…- dijo levantándose y aproximándome al borde de la cama.



Se situó entre mis piernas y noté como su polla rozaba mis labios vaginales; la presión de su glande en mi coño hizo que éste se abriera para recibir aquel trozo de carne.



- Uffffffff… Joder, ¡cuanto tiempo!- dije sin que Antonio pudiera oirlo pues creo que estaba concentrado en no correrse.



Empezó a bufar y a mover sus caderas, penetrándome cada vez más fuerte; me sentía llena por dentro, con un placer indescriptible. Mis manos acariciaban su sudorosa espalda.



- Tóma, tóma polla…- decía totalmente fuera de control.



- Eso es, fóllame duro… Así…Ohhhh… Por provocarte…- le decía yo alentandole.



- ¿Te gusta provocar a los tíos, verdad? Pues esto es lo que provocas: que te follemos como a una zorra.



Sus palabras sucias me excitaban más aún y su frase relativa a lo de provocar tíos, hizo que Julián viniera de nuevo a mi mente. Fue aparecer en mi imaginación y empezar a notar crecer en mi interior otro orgasmo que me quemaba los ovarios.



- Antonio, me voy a correr… dios mio, que me corrooo… joder que rico…



- Córrete puta- me decía envalentonado ante mi permisividad a la hora de insultarme.- Que estoy a punto de echarte todo…



Me levantó las piernas lo que pudo y subió el ritmo todo lo que su barriga le permitía. Sentía como su polla entraba y salía de mí y como mi coño se derretía por ese tratamiento. Cerré los ojos y pude ver perfectamente la imagen de Julián masturbándose, porque no me lo podía imaginar follando.



- Me voy a correr… Ahhhh, dios… Toma mi lecheeeee…- gemía Antonio mientras se corría en mi interior.



- Ahhhhhh…- exhalé el aire de mis pulmones.- me estoy corriendo como una burraaaaahhh.



Se quedó quieto encima mía durante unos minutos, para después con un notable esfuerzo debido a su peso, echarse a un lado… Charlamos unos instantes, mientras yo le acariciaba la flácida polla.



- No creo que reaccione, nena…- me decía él que trataba de recuperar la respiración.



- No te preocupes, es solo que me apetece tocarla…- decía mintiendo tratando de ocultar mi decepción porque no me pudiera ofrecer otro polvo.



Nos tomamos la copa prometida mientras yo me colocaba bien la ropa, pues Antonio no había llegado ni a quitármela. Me preguntó si volvería a verme en esta semana que estaría en la ciudad y lo dejé en el aire, diciéndole que nos veríamos por el bar de copas, seguramente.



Bajé al hall del hotel desde donde llame a mi amiga Nuria, que mediante un mensaje me dijo que tardaba diez minutos. Me tomé una copa en el bar del hotel, mientras esperaba a mi amiba. Los diez minutos se convirtieron en una hora y la copa se convirtió en cuatro. Cuando bajó venía risueña y feliz.



- Joder, menudo descubrimiento el Javier éste… Me ha echado tres polvos casi sin sacarla…



- Pues yo cuatro…



- ¿Cuatro te ha echado el gordito…?- preguntó sorprendida.



- No, que cuatro copas me he tomaba esperándote, so puta.- dije sonriéndole- El gordito no me ha durado ni un asalto, pero al menos me he corrido dos veces como una zorra…



- ¿Pero que clase de lenguaje es ese? Parece que mi niña ha salido del huevo…- me dijo riendo y dándome un beso en la mejilla.- Anda vámonos a casa que por hoy ya hemos sido suficientemente furcias.



Al levantarme me costaba mantener la verticalidad por los efectos de la bebida, lo que hizo reír a mi amiga que me sujetaba por el brazo.



- Madre mía, menuda cogorza llevas… Tú no puedes llevar el coche así, mejor cogemos un taxi y mañana venimos a recoger el coche.



- Bueno, pues si tú lo dices te creo.- le dije riendo con síntomas de embriaguez.



- Y esta noche te quedas a dormir en mi casa, que dormiremos juntas y nos contaremos la experiencia.- dijo mientras nos dirigíamos a la parada de taxis que había justo enfrente de la puerta del lujoso hotel.



- Pues si me invitas a una copa en tu casa, soy tuya…- bromeé



- Lo que tienes que hacer la próxima vez, es buscarte alguien un poco más joven que tenga más aguante…



La imagen de su hijo Julián, de su bultazo y de sus miradas lascivas hacia mis piernas volvieron a rondar mi cabeza.



- Eso haré, nena, eso haré…- dije subiendo al taxi con ella con dirección a su casa


Datos del Relato
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