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MI SECRETO ENTRE DOS HOMBRES

MI SECRETO ENTRE DOS HOMBRES

El silencio del recinto se rompió con los primeros tres versos de un soneto olvidado de Pablo Neruda. Las palabras se sostuvieron un instante y luego sólo quedo el rescoldo de una voz firme y secreta.
Me detuve en silencio contra el mármol espectacular de aquella Quinta preservada de la tortura del tiempo y me resigné a inventarme un criterio poético y a sonreír por el impulso fatídico de mi ignorancia acerca de la poesía erótica en los Cien Sonetos de Amor.
No es que mis 20 años estuvieran predispuestos contra la poesía pero hubiera preferido un tema frívolo y menos analítico para esa noche húmeda y oscura de agosto.
Pero el amor parece tener más inercias obligatorias que cualquier asunto de física. Esa noche el padre de Carlo dictaba una conferencia en el recinto universitario y de paso venía con la bandera del retorno a las nostalgias hereditarias.
No sé si era el embrujo lento de las palabras o la fascinación inédita de un personaje que repetía como suyos los versos encantados de cada soneto, pero el recinto permanecía atento a cada palabra lanzada contra esas sensibilidades de revista quincenal.
Después de la media hora mis piernas empezaban a olvidar el disimulo de las poses estoicas y flaqueaban constantemente. Mi prometido habría dicho que era culpa de mis caprichos femeninos y mi irresponsable atentado contra las horas establecidas.
Los aplausos inevitables interrumpieron el letargo provocado por las palabras y el sonido a intervalos de la lluvia. La conferencia fue un éxito y lo único que pensaba era que mis piernas merecían todo el crédito.
El padre de Carlo llegó hasta nosotros luego de una constante vuelta al ego provocado por los estudiantes de Letras, los desamparados intelectuales y la firme burocracia cultural, abrazó a Carlo efusivamente y luego se detuvo un instante con una mirada firme sobre mis ojos.
Pensaba escribir toda la serie de emociones que me provocó esa mirada, trazar un poco los enigmas de su voz diáfana y describir los ritmos lentos de una pasión inédita cuando su mano sujeto la rabia que me provocó su “es un encanto”, pero las palabras son sólo síntomas confirmados de nuestra incapacidad para contar los sentimientos.
Hubiera deseado tomar su mano y llevarla a mi sexo húmedo, poner sus palabras en mi cuerpo y que me recorriera con su “es un encanto”, escucharlo una y otra vez decirme “desnuda eres tan simple”. Fue un encuentro impactante.
Poco antes de las diez de la noche la lluvia parecía una pintura permanente sobre el lienzo de la oscuridad. Carlo fue por el coche dos cuadras atrás mientras Osvaldo – su padre- y yo permanecimos tejiendo un silencio evidente en la entrada del centro cultural.
-“Dame una señal para saber que no estoy equivocado”- me dijo confiado y con la certeza de que lo haría. Hacía una hora conocía al hombre y fue directo a donde yo esperaba. No podía negar la excitación que me provocaron sus palabras pero por Dios, es el padre de Carlo, podría ser mi padre y sobre todo eso lo deseaba de forma irracional.
Carlo llegó y estacionó el carro en la entrada principal. El padre me tomó del brazo y caminamos rápidamente hacia la puerta lateral que se abrió al sólo impulso de la llegada.
Durante el trayecto, Osvaldo desnudó mi vida íntima con una urgencia evidente. Olvidó preguntarle a Carlo su situación en la universidad, su vida solitaria en una ciudad accidental y todas esas referencias que se retoman del tiempo perdido.
Llegamos a casa de Carlo y revivimos las escenas infalibles de la cena, las preguntas y los planes hasta que me decidí a darle la señal que esperaba.
Mientras Carlo se consagraba al dilema de la música propicia para el reencuentro miré a Osvaldo en la barra sirviendo dos copas y mirándome insistentemente. Sus ojos se sostuvieron un instante en mi cuerpo y luego dijo una palabra inteligible que provocó un caos en la sala desde lo miraba.
Miré a Carlo en su entusiasta oficio de descifrador de enigmas musicales y cuando tuve la certeza de que no voltearía abrí mis piernas para Osvaldo y me recosté un poco en el sillón. Mis manos se detuvieron en mis rodillas y fueron levantando mi vestido negro lentamente hasta que quedo descansando en mis caderas. Osvaldo me miró con algo de pánico previsto y volteó a ver a Carlo que vociferaba por su disco de Canciones Urgentes en el cuarto contiguo.
Mis piernas cedieron al deseo y a la excitación. Metí dos dedos en mi boca y los mojé con mi lengua húmeda y desesperada. Los bajé hasta mi sexo, separé mis bragas de encaje de mi clítoris y los puse directamente en el delirio de mi carne íntima. Me masturbé un momento hasta que la presencia de Carlo interrumpió el trance inicial de la noche.
Pero las inercias siempre son misterios para los asuntos del amor. Deseé que Carlo desapareciera esa noche de esa sala, deseaba que Osvaldo me tuviera sin reservas y que la noche nos invadiera de sexo y de placer pero tuvimos que entrar en los abismos delirantes de la espera.
En los principios de la madrugada Carlo parecía un fiel adorador de los principios de Baco y supuse que el Dios preservado había tenido la firme cooperación de Osvaldo que retornaba una y otra vez a la pequeña barra de vinos.
Diez minutos antes de la una de la una de la madrugada Carlo parecía estar extraviado de su razón y equilibrio. Caminaba insistentemente por los pasillos de la sala y se sentaba en los bordes de la escalera lateral de su recámara. Se disculpó un momento para ir al baño y entonces sucedió: Osvaldo se colocó detrás del sillón donde yo permanecía expectante de sus palabras y acarició mis hombros sobre las costuras de mis sostén negro. Acarició mi cabello y acercó su boca a mi cuello indefenso. Sentí su lengua recorrer mis hombros y mi nuca, los contornos de mi oído, pasar por mi cara en un recorrido húmedo que dejaba palabras regadas sobre las mejillas y mis ojos.
Sus manos abrieron mis piernas y regresaron a mis senos, pasaron por mis caderas y se detuvieron en mi cintura mientras su lengua buscaba mis labios y los recorría una y otra vez.
Sentía una sensación de miedo, misterios y excitación en medio de la sala de mi prometido mientras me cogía su padre con toda la alevosía del amor y sus distracciones sexuales.
Osvaldo dio vuelta al sillón y se colocó frente a mí, abrió su pantalón y yo me lancé a su pene con mi boca desesperada, puse mi lengua en sus testículos y los mordí lentamente mientras mis manos empuñaban y revivían la firmeza palpitante de su miembro. Mis dientes mordían con algo de desesperación su glande y él parecía estar invadido por una excitación irreprimible. Lo tomé con las dos manos, lo apreté con furia y lo masturbaba con algo más que pasión, mi lengua lo exploraba sin detenerse, lo metía hasta el fondo de mi garganta y recogía su humedad que tenía el sabor acumulado de la espera.
Carlo salió del baño después de quince minutos cuando nos besábamos recostados en el sillón y fue un milagro pospuesto que no nos mirara porque caminó directamente hacia la cocina y con todo y el mareo evidente de su estado empezó a platicar sobre cuestiones inauditas para ese momento.
Le dije a Carlo que tenía que retirarme porque era tarde y Osvaldo se ofreció a llevarme debido al estado en que se encontraba mi novio. No sé si aceptó pero nos despedimos en un instante y subimos al carro de Carlo. Desde afuera miramos la casa en penumbras sin el menor rastro de luz y nos detuvimos un momento en silencio.
La lluvia ofrecía el rescoldo de las nostalgias pasadas. Dentro del auto, Osvaldo acarició mis piernas suavemente, recorrió sus dedos hasta mi conchita y los metió sin aviso hasta el fondo. Me acerqué a su boca y nos detuvimos en un beso profundo, inquieto que chocaba siempre contra su propio deseo. Sus dedos se movían y apretaban mi clítoris.
Sin separar nuestros cuerpos llegamos hasta mi casa. Fue una proeza llegar a salvo a mi casa después de manejar besándonos y mientras le hacía el amor con la boca. Entramos con urgencia a mi recámara, sin preámbulos si indecisiones. Me tomó impulsado por el deseo contenido apenas de algunas horas y me recargo contra la puerta que se cimbró al puro contacto con mi espalda.
Mi vestido cayó al suelo estrepitosamente. Sus labios empezaron en el cuello y fueron bajando en un descenso delirante y caliente. Pasaron por mis hombros, sobre mis senos, recorriendo mis caderas y mordiendo sin piedad mis piernas, volvieron a subir a mis pezones y los mordieron sin consideración mientras sus manos apretaban mi culo y rasguñaban mi espalda.
Me tomó de la cintura y me volteó con rudeza. Abrió mis piernas y rompió mis bragas con una decisión excitante. Puso su lengua en mi cuello después de recoger mi pelo con violencia y fue bajando hasta que se detuvo en mi culo y empezó a morderme y a meter su lengua hasta donde era posible. Yo estaba en pleno delirio sexual, le pedía que me cogiera y que se comiera mi culo sin detenerse. Los gemidos invadieron toda mi recámara en claroscuro y se impactaban contra la madera hinchada de la puerta que recibía el sonido inexplicable de mi excitación.
Mientras me cogía, Osvaldo se desnudo completamente y se incorporó en mi espalda. Sentí como su verga iba subiendo desde mis pantorrillas hasta mi culo y cómo entraba sin dificultad en mi vagina húmeda como nunca.
Colocó sus manos en mi cintura, sus labios en mi oído y empezó a cogerme con embestidas fuertes que sentía recorrer mi piel y mi excitación.
Los gemidos y el estruendo de nuestros cuerpos contra la puerta abochornada me impidieron oír los golpes contra la misma puerta. El pánico me invadió, y apenas empezaba a forzar la imaginación cuando la puerta se abrió de par en par. Miré casi en cámara lenta el movimiento dulce de la puerta al abrirse y sentí el rumor de los goznes cuando una silueta se apoderó del espacio rectangular de la entrada: era Carlo.

La penumbra no impidió que sintiera la mirada de Carlo sobre nuestros cuerpos desnudos. Nos miró con la desolación extraña que provocan los acontecimientos inéditos y me pareció que los segundos tejían un momento insoportable. Sin embargo, el impulso de Carlo fue un violento y desconcertante impacto de indiferencia. Miró a su padre y le suplicó que continuara. Luego volteó a mi cuerpo y lo recorrió con fascinación, caminó hacia el closet y sacó un conjunto de lencería que me había regalado para el día de nuestra boda y lo acomodó en la cama trémula, volvió al peinador y nos miró desde la imagen provocada por el espejo.
Osvaldo vaciló ante la situación, estaba pálido y desconcertado pero no se movía del lugar de mi cuerpo. Nadie dijo una sola palabra, me senté en la cama y empecé a ponerme la lencería invadida de un miedo increíble hasta que miré a Carlo directamente a los ojos ardientes y perdí el miedo inicial de la situación.
Osvaldo se recostó en el borde la cama y Carlo permanecía en el peinador construyendo la imaginación en penumbra. Lo sentí respirar cuando subía las medias hasta mis muslos, cuando el encaje suave de mi liguero rodeaba mi cintura y las bragas de seda ocultaban la evidencia de la noche en los brazos de su padre. Sentí sus palabras escondidas cuando el corsé sujetó mi vientre y los zapatos revivían otra estatura innecesaria en la cama. Sentí una excitación evidente cuando colocaba mis aretes y la gargantilla blanca después de haber ocultado mis senos excitados en el sostén blanco y ligero.
Me recosté en la cama con una timidez e inhibición inimaginada una hora antes, esperando una señal o una acción que nos despertara de esa desesperante circunstancia. Entonces Carlo se incorporó y empezó a desvestirse, lanzó una mirada ofensiva a su padre y lo llamó a mi cuerpo.
Osvaldo titubeó pero se acercó a mi cuerpo desmayado en medio de la cama. Los dos flanquearon mi cuerpo, sentí su respiración intranquila y sus manos dirigirse a mis piernas, los abracé por una sensación que parecía lanzarme a un abismo asfixiante.
Me arrastré hasta el medio de la cama, me hinqué entre los dos y los invité a mi cuerpo con mi lengua. Sus cuerpos se acercaron intimidados por la situación. Osvaldo se detuvo detrás de mi cuerpo y Carlo empezó a besarme con desesperación, sentí la lengua de Osvaldo recorrerme de nuevo por mi espalda y sus manos abriendo mi culo para meter un dedo. Carlo apretaba mis senos sin dejar de besarme, luego se apartaba y besaba mi cuello y el contorno de mis senos mientras la boca de Osvaldo mordía mis hombros y bajaba hasta mi cintura, con su lengua levantando el elástico de mi liguero y escondiéndose dentro de mis bragas.
Tenía sus cuerpos pegados a mi piel y era delirante. Me volví a recostar y abrí mis piernas para que Osvaldo me penetrara. Me recosté hacia su lado y levanté una pierna, él movió mis bragas y sentí su pene entrar cada centímetro hasta quedar oculto en mi sexo. Carlo subió un poco y dejó su verga a la altura de mi boca, luego de reposar los gemidos provocados por las embestidas de Osvaldo lo tomé con mis dientes y lo chupé sin detenerme un instante. Sentía las dos vergas entrando en la profundidad de mi cuerpo al mismo tiempo y era una sensación infame y enloquecedora.
Sus manos empezaron a desnudarme lentamente con una actitud de resentimiento y excitación. Sacaron las medias blancas y los zapatos reservados para mi boda, cada uno en una pierna, bajaron los tirantes de mi sostén y lo desabrocharon entre los dos, cuando dejó mis senos descubiertos se acercaron uno en cada pezón y empezaron a chuparlos y a morderlos mientras sus cuatro manos recorrían mis piernas y los lugares menos explorados de mi sexo.
Arrancaron mi liguero y mi corsé y lo aventaron lejos de la cama, entre los dos quitaron mis bragas y la respiraron con urgencia y entonces quedé completamente desnuda y a su merced. También ellos se desnudaron completamente y se prepararon para compartirme como lo tenían planeado o forzado desde esa noche.
Osvaldo se recostó y yo subí de espaldas a su cuerpo, él mojó sus dedos y acarició mi culo para lubricarlo, me tomó de las caderas y me acomodó en su verga hasta que me penetró hasta el fondo y yo solté un gemido que pareció excitar a Carlo. Él se acercó a mi cuerpo, besó mis senos, mi vientre, mis piernas y luego las abrió y apuntó su pene en mi vagina quieta y trémula que sintió como entraba y me llenaban de placer por los dos lados.
Nos movimos un rato al unísono, penetrados por la misma sensación y yo sintiendo los dos cuerpos apretando mi excitación y las dos vergas entrando casi en silencio en mi cama húmeda y nocturna.
En medio de la oscuridad, desnudos y cogiéndonos sin pausa, una relación casi comunitaria nació esa noche entre los tres. La cama parecía participar en el juego de sonidos y gemidos que los tres habíamos creado, se movía con cadencia, soportando los tres cuerpos uno sobre otro, casi sin resistir los compases profundos en que nos movíamos.
La boca de Carlo permanecía en mis labios soltando palabras excitadas y desesperadas –“¿esto es lo que querías verdad? , disfrútalo entonces puta, no dejes de gemir, te vamos a coger hasta terminar contigo”- me dijo mientras apretaba mi labio inferior con sus dientes. Debajo de mí, Osvaldo me sujetaba por mi cintura y se movía poco dentro de mi culo por una sensación que parecía no soportar, con la expresión alejada por la excitación y la circunstancia de estar cogiéndose a la prometida de su hijo.
La penumbra de cuarto se volvió se volvió desoladora cuando nos metimos debajo de las sábanas de seda quizá para ocultar el pudor y que nuestros gemidos y palabras obscenas no fueron un problema de conciencia.
Recosté a Carlo y a Osvaldo en medio del tálamo cuasi incestuoso – diría Shakespeare- y eso provocó un golpe de conciencia. Apreté sus vergas con mis manos desnudas y las empecé a masturbar con furia mientras los miraba a los ojos y movía mi lengua invitándolos a mi boca para provocarlos.
Me hinqué en medio de ellos y comencé a mamarlos uno por uno y a ofrecerles mi culo que desde su perspectiva se veía altivo y listo para los dos. Mi garganta se sentía colmada de sus vergas que entraban con suavidad y humedad.
Miré a Carlo y lo aparté un poco de la cama. Desde el borde lateral miró cómo empezaba a besar a su padre desde la frente, bajar a sus labios y su lengua dirigida a la mía. Sintió el gemido que le provoqué al morder su cuello y la respiración agitada cuando mordí sus pezones y fui bajando por su estómago hasta llegar de nuevo a su verga y comérmela sin piedad. Mis ojos dirigieron la mirada a un Carlo extasiado por lo que veía, moví mi cuerpo hacía donde él estaba y coloqué mi culo justo enfrente de su cara. Lo movía en círculos para él mientras seguía comiéndome la verga de su padre. Carlo intentó poner su lengua en mi culo pero me moví para seguir en el cuerpo de Osvaldo. Mi lengua bajó por sus piernas, rozó sus rodillas y luego lo volteé y mordí su trasero firme y su espalda sudada.
Luego fui hacia Carlo y pensé hacer lo mismo pero él me detuvo con cierto resentimiento y me lanzó contra su padre, Osvaldo me recibió recostado con su pene encumbrado, me monté en él y comencé a besarlo desesperadamente sientiendo mis senos y sus pezones raspando nuestros cuerpos. Entonces Carlo se colocó detrás de mí y con una embestida decidida me la metió hasta el fondo de mi culo. Tenía mi cabeza sujeta contra los labios de su padre y estiraba mis cabellos con una rabia que se tornaba delirante, sentía sus dientes lacerándome la espalda y mi cuello y tuve un momento de dolor evadido por la sensación inexorable del sexo.
Las manos de Carlo golpeaban mis caderas y estiraban mi cabello, Osvaldo mordía mis pezones sin saber que me provocaba dolor y juntos parecíamos más un cuadro de alguna lid antigua que una sesión de amor.
Sin embargo, llegó un momento en que perdí el sentido de la realidad, mi cuerpo se extravió sensorialmente y sólo sentía un flujo de rosas en mi vientre que estalló en un orgasmo increíble y en un grito de placer que cimbró algo más que nuestra cama y nuestra conciencia.
Los orgasmos son estrategias del sueño también y luego de tenerlo me recosté en la cama y sólo miré a los dos hombres que ponían sus vergas en mi cara y en mi pecho y que me inundaban de un semen caliente y descontrolado.
El silencio construyó una fortaleza inexpugnable en mi recámara aunque no impidió que las manos y las palabras siguieran tejiendo el erotismo de esa noche y las que vendrían después.

Cristina Carlo
Datos del Relato
  • Categoría: Infidelidad
  • Media: 5.72
  • Votos: 54
  • Envios: 10
  • Lecturas: 6858
  • Valoración:
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Comentarios


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2 comentarios. Página 1 de 1
JULIO
invitado-JULIO 13-06-2004 00:00:00

ESTE RELATO ES TAN BUENO COMO EL ANTERIOR TIENE MUCHO IMAGINACION, PARECERIA QUE TIENES QUE HACER REALIDAD TUS FANTASIAS, SE QUE CON ESO TUS RELATOS SERIAN EXTRAORDINARIOS, UN ABRAZO Y ESCRIBEME

Lidia
invitado-Lidia 15-04-2004 00:00:00

Este relato eròtico ,si ,està mejor que el otro.Se nota la lìnea narrativa mejor expresada que la anterior.Bueno en este mundo de escritores cada uno es un mundo y perdonen la redundancia ,tiene que haber de todo en esta vida.Esto es como el color,si hubiese solo uno serìa muy triste ,por ejemplo el paisaje al tener diversidad de ccolor se vè màs bonito.Asì los relatos que te expresan todo màs claro son un manjar exquisito para los devradores de ellos.Bueno no quiero ser tan didactica y pesada,solo decir que sigan escribiendo relatos como estos son muy buenos. Paloma

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