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Mi gran amigo y desconocido

~Hola, me llamo Cristina.
Voy a contar algo que me pasó el año pasado y no me atrevía a decir a nadie.

Todo comenzó una mañana, en la que quedé para tomar algo con Carlos, un amigo que conocí hacía un par de meses.
La verdad es que me caía muy bien, llevábamos tiempo hablando y saliendo de fiesta los fines de semana y debo de reconocer, que en algunas ocasiones incluso me ha llegado a atraer.

Ese día yo llevaba unos leggins negros que realzaba bastante mi figura y una camiseta holgada para ir cómoda. Siempre he sido muy coqueta en cuanto a mi físico; me maquillo para ir guapa a todos lados, uso cremas, cuido mi cabello...
La verdad que para mis 24 años, tengo una figura muy bonita y bien cuidada.

Iban a ser las 13:30 del mediodía, cuando me dijo Carlos de ir a su casa para cocinar él mismo y comer algo juntos. Yo acepté ilusionada, ya que no todos los días se conoce a un hombre como él, tan atento, simpático, gracioso, que cocine para mí...

Llegamos a su casa y la verdad, es que no era muy grande, pero sí acogedora. Muy familiar diría yo. Me invitó a sentarme y me ofreció agua fresca ya que fuera hacía mucho calor.
Me dijo que me pusiera cómoda, que él se ocuparía de todo en la cocina, que aquel día yo era su invitada. Amigos como él, no se encuentran todos los días, y después de ése día iba a darme cuenta de verdad.

Carlos se fue a la cocina y yo me dispuse a sentarme en el sillón del salón y ponerme a ver la TV hasta la hora de comer.

No habían pasado ni 5 min. cuando me llamó para que le ayudara con ciertos alimentos mientras él fregaba algunos platos.
Me dirigí a la cocina y ahí estaba él, con un plato en la mano y un delantal que parecía de abuela. Estuve riéndome de aquella escena durante minutos enteros mientras él me devolvía su típica mirada de “a mí no me hace gracía”, a lo que yo me burlé de él por el poco sentido del humor del momento.

Después de llorar de la risa durante bastante rato, por fin me pudo decir que me pusiera a calentar agua en una olla. En ello estaba cuando él termina de fregar, se dirige a mí por detrás y con la excusa de coger unos vasos del estante de arriba, se roza conmigo desde atrás y siento su bulto justo en la parte de en medio de mi culo. Al coger los vasos, se separa de mí y rozando mi oído me susurra “perdona”.

Confieso que en ése momento, me recorrió como una pequeña descarga eléctrica por todo mi cuerpo que fue desde ponerme la piel de gallina, hasta excitarme.
No le dí demasiada importancia al asunto, ya que él no pasaba nunca de simples roces y alguna que otra caricia. Pero siempre desde la amistad y con pequeñas bromas.

Estaba ya hirviendo el agua de la olla, fui a echar la pasta en el agua y siento una mano en mi trasero acariciándomelo. Me giré y le pregunté que hacía, a lo que me contestó que ése día estaba muy guapa, que solo quería palpar un poco pero que al verme tan enfadada, que no volvería a intentarlo.

Se me bajó la excitación, ya que éso ya era pasarse. Yo no quería nada con él, por lo menos ya no desde hacía tiempo.
Se disculpó de nuevo, pero se le dibujó una mirada en la cara que no me dejaba tranquila.

No le dí mayor importancia y seguí con la comida, dándole de nuevo la espalda. Noté entonces que me agarró de la cintura y asomándose por encima de mi hombro, se puso a observar como removía la pasta en el agua. Pensaba que ya había dejado de hacer ésas estúpidas bromas cuando de pronto, con un rápido movimiento, metió la mano por dentro de los leggins y mi ropa interior, y comienza a palparme mi trasero con descaro.
Me giro para darle un tortazo, pero con la otra mano me agarra de la cintura y me aplasta contra la barra de la cocina. Le grité con furia que me dejara, que ya no tenía gracia. Intenté con todas mis fuerzas que me soltara, pero con otro rápido movimiento, la mano que tenía en mi cintura, la resbaló por dentro de mi camiseta y empezó a apretarme un pecho por debajo del sujetador y pellizcarme con ansia el pezón.

Quise gritar, pero sentía más rabia que miedo a lo que intenté de nuevo separarme de él para pegarle, con tan mala suerte, que abrí mis piernas y él tuvo total acceso a mi depilada vagina con su mano derecha.

Empezó a bajar la mano hasta topar con mi poco mojada entrepierna y comenzó a acariciarme y meterme varios dedos mientras pellizcaba ya mi dolorido pezón con la otra mano.
Noté como crecía su bulto detrás mía y como mi vagina, aún por la circunstancia de estar siendo forzada por quien pensaba por aquel entonces que era mi amigo, empezó a mojarse de nuevo.
No entendía porqué, pero empecé a excitarme. Pero no quería que él lo notara. No quería seguir, quería que parara, pero poco a poco empecé a quedarme sin fuerzas.

Él notó mi entrepierna mojada y que empezaba a relajarme por el cansancio, a lo que él lo identificó como si yo quisiera lo que estaba pasando.

- Carlos: Veo que te estás poniendo cachonda... Si yo ya sabia que eras una maldita zorra como todas las demás. Pues ahora como castigo, hoy seras mi putita y te follaré como mereces.

Yo suplicaba que me dejara, que no se lo contaría a nadie, que podríamos dejarlo todo en un descuido. Pero por favor que parara.

Ya estaba llorando, a lo que él como respuesta, me agarró del pelo y me llevó a su habitación, me tiró sobre la cama con fuerza y empezó a manosearme por todo el cuerpo.
Ahí empecé a revolverme y luchar por deshacerme de él.
Carlos, al ver que no me estaba quieta, me agarró del cuello con fuerza, empecé a ahogarme y ahí es cuando aprovechó para quitarme toda la ropa mientras yo ya no oponía resistencia ante el miedo de que me hiciera algo más de nuevo.

Se quedó unos segundos contemplando mi cuerpo desnudo y se volvió a abalanzar con deseo hacia mí. Me abrió con fuerza las piernas y comenzó así una comida de coño con un ansia nunca conocida. Me comía, relamía, me mordía de vez en cuando el clitoris, me metía la lengua lo más que podía, mordía de nuevo mis labios vaginales, subía sus manos para agarrarme los pechos y pellizcarme con maestría los pezones, que en ése momento los tenía muy duros.

Yo ya no era dueña de mi cuerpo, que empezaba a convulsionarse y a mover mis caderas pidiendo más y más.
No se porqué.
Era una violación en toda regla, un abuso en contra de mis principios y de cualquier mujer en éste caso.
Pero ahí estaba yo, pidiendo como una loca que me comiera más fuerte, apretando su cabeza contra mi entrepierna super mojada y excitada. Jadeando, humillada, calentándome más y más, sintiéndome como una verdadera puta.

En realidad me gustaba ésa sensación, pero nunca la había llevado hasta tan lejos. Quería que siguiera, que no parara nunca. Estaba apunto de llegar al orgasmo y cada vez, gritaba más fuerte.

Perfectamente, podrían oírme todos los vecinos del edificio. Estaba por llegar a ese increíble orgasmo, cuando de repente hizo algo que me sorprendió de improviso.

Datos del Relato
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