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Categoría: Incestos

Mi Familia 1

Me llamo Felipe. Tengo 21 años actualmente y soy hijo único. Mi mamá (Andrea) no tiene hermanos. Mi papá (Julio) tiene dos: uno mayor y una melliza. El mayor (Carlos) tiene dos hijas, una de 24 años, Camila; y la menor, de 17 años, Fernanda. Mientras que la melliza de mi papá (Julia) tiene a su vez también dos hijas: la mayor, Paloma, de 25 años; y la menor, Rocío, de 14. Esas son mis únicas primas hermanas, sumado a mí, somos 5 primos.

Siempre fui muy tímido cuando niño. No podía acercarme a la gente que acababa de conocer sin ocultarme detrás de las piernas de alguno de mis padres. Pero había alguien a quien sí me acercaba. Al frente de mi casa vivían mi tío Carlos, su esposa y sus hijas. Ambas chicas –en el momento de esta primera parte de la historia tenían 13 y 5 años respectivamente- eran iguales, definitivamente eran hermanas de madre y padre, pero no era tan claro si eran “de ese padre”. Su madre, Melissa, era una mujer… “liberal”, por decirlo así.
Todos los sábados era lo mismo. En la noche, la casa de al frente se volvía una fiesta que seguía ciertas etapas: licor, risas, entretención, más licor… luego algunos gritos, peleas. Mi tío Carlos entonces llevaba a ambas chicas a mi casa, mis papás dormían cuidando a Fernanda, que como dije tenía 5 años en ese entonces. Yo, que tenía 10 años, compartía la cama con mi prima Camila. Eran momentos que me parecían algunos de los más lindos de mi infancia. En ese momento no sabía lo que pasaba al frente. Veía de lejos como mi tío salía en su auto a toda velocidad, mientras que su esposa se quedaba en casa con muchos de los invitados… los hombres. Las mujeres se iban, pero no me llamaba tanto la atención en ese entonces, porque dormía con mi prima. Camila era mi amor platónico de infancia. Una chica rubia, de ojos avellana, cuerpo atlético para su edad, y uno de los rostros más hermosos que he visto en mi vida, si es que no el más. Su sonrisa me iluminaba la vida a esa tierna edad. Durante algunos meses, todos los sábados era la misma rutina, que terminaba con mi prima abrazándome como a un hermano menor, y yo la veía como mi ángel guardián. Dormíamos juntos, y al día siguiente jugábamos con Fernanda en mi casa.

Pero un día fue distinto. Fue en verano. Ese sábado se escuchaban los gritos de mi tío más claramente, ya que estaban en el patio de mi casa discutiendo.
-¡Eres una puta! ¡UNA MALDITA PUTA! –gritaba
-¡¿Ahora te molesta?! –decía mi tía Melissa en obvio estado de ebriedad. –Te encanta que te haga cosas de puta mientras estamos en la cama…
-¡Estoy seguro que te has acostado con todos esos huevones en la fiesta! ¡PUTA, ZORRA! –gritaba, hasta que interrumpieron mis padres, que como siempre seguían esa rutina. Mi papá intentaba calmar a su hermano y su nuera. Mi mamá fue por mis primas, y las trajo a casa. Mi papá con mi tío se fueron a hablar, mi mamá le gritó algo a la tía, y se fue a acostar con Fernanda. Camila estaba conmigo en mi pieza.
-¡Sí, soy una puta! ¡Una calienta-penes! –Gritó mi tía entonces, y se fue a su casa, con sus “invitados” -¡Vengan, mis machos! –se alcanzó a escuchar cuando entró su casa.
En mi pieza, estábamos con Camila. Pero algo era distinto. Hasta el momento, cuando ella llegaba, solo sonreía angelicalmente, y se acostaba. Pero ahora estaba llorando. En silencio, no quería que mi mamá la escuchara, para que pudiera cuidar a Fernanda. Pero yo no sabía qué hacer.
-Camila, ¿Estás triste? –le pregunté. Una de las cosas más tontas que he preguntado en mi vida. Ella me miró con pena.
-Mi mamá y mi papá no se quieren. Es una puta, está con otros- me dijo sollozando.
-¿Otros? –No entendía muy bien.
-Es como si fueran… otros pololos (novios) –ella siempre me explicaba las cosas así, como a un niño, y lo era. Pero realmente algo entendía… Su mamá tenía más pololos.
-Eh… bueno, durmamos. Mi tío y mi papá nos van a llevar con la abuela.
Repentinamente me abrazó. Dejando mi hombro mojado de lágrimas. No pude moverme ni llamar a mi mamá. Era triste, pero me agradaba. Le devolví el abrazo, y ella se tranquilizó un poco.
-Eres tan tierno, Felipe –me dijo. Me besó en la mejilla, tomó mi mano, y nos acostamos. Nuevamente me abrazó.
Durante la noche, un ruido y un movimiento extraño en la cama me despertaron. Fue como un gemido. Me levanté, y fui al baño. Hice mis necesidades con mucho sueño, pero se me quitó casi por completo cuando volví a la cama. Mi prima estaba despierta, con los ojos semi-cerrados, acostada boca arriba con las piernas dobladas y un poco abiertas. Respiraba agitadamente mientras movía su brazo. Su mano estaba adentro de su pantalón de pijama, moviéndose extrañamente.
-Camila, ¿Qué te pasa?
-Felipe… esto es divertido, tú no puedes… ah… -decía ella, lanzando un gemido.
-¿Qué haces? –dije sabiendo que estaba colorado.
-Mi mamá estaba haciendo esto… hoy… la vi haciéndolo antes que mi tía Pilar me trajera aquí. Se siente bien… ven… -me dijo, y yo como un robot al que se le da una orden, fui.
Me acerqué y vi lo que hacía. Su mano estaba en su parte, por donde hacía pipí -Así veía yo todo eso en ese entonces-. La movía, se tocaba, gemía. Me miraba con los ojos de ángel de siempre, pero estaba colorada.
-¿No te duele? –le pregunté, con la mirada enfocada en su mano. El pantalón cubría lo que se tocaba.
-No… es rico. Es como… ah… ¿Cómo es? –me dijo, bajando un poco su pantalón para que yo viera lo que se tocaba.
-Es, diferente a lo mío –le dije, tocando con vergüenza mi parte, aunque la solté inmediatamente cuando noté que se sentía extraño. –Tiene como pliegues, te estás tocando una cosita chiquitita… está muy mojado.
-Sí… ah…
-¿Te hiciste pipí? –le pregunté con un poco de asco
-No es pipí, es distinto –me dijo, cerrando los ojos de repente, y moviendo su mano más rápido –Mi mamá parecía que le gustaba también. Un señor le dio un beso, y ella gritó, pero no era malo, sino que estaba sonriendo… ¿Felipe?
-¿Hm? –le pregunté sin quitar la vista de la mano y lo que sus dedos tocaban.
-¿Me darías un beso?
Yo me puse como un tomate. Nunca había hecho eso, sabía que ella se refería a un beso de boca, como los que yo veía solo se daban los adultos.
-¿Segura?
-Sí… hm… ah… -movía su mano más rápido, y estiró sus labios rosados como lo hacían las niñas cuando bromeaban sobre los besos.
Me acerqué con temor, aunque con curiosidad también. Me quedé quieto un momento, pero ella levantó la cabeza y puso sus labios sobre los míos rápidamente. Mi primer impulso fue alejarme, era mi primer beso, no sabía cómo era, pero me quedé ahí, y estuvimos unos segundos dándonos un tierno, precioso beso. En ese momento, arqueó su espalda.
-Hm… hm… ¡Ah! ¡Hm! –dijo dando un pequeño, casi inaudible gritito y cayó como un cadáver en la cama. Yo me quedé petrificado, pensé que le había pasado algo malo. Ella transpiraba mucho y respiraba muy rápido. Repentinamente se levantó, me abrazó, me arrojó a la cama, y en silencio, se quedó dormida, sonriéndome. Yo también hice lo mismo al rato.

Al día siguiente, Camila me despertó con un dulce beso en los labios. Me puse rojo otra vez. Me dijo que no teníamos que contar lo que había pasado. Durante unos días, aún nos dábamos besitos para saludarnos, pero lamentablemente al sábado siguiente no pasó nada, y mis tíos se fueron con sus hijas a vivir con mis abuelos.
Datos del Relato
  • Autor: Felipe
  • Código: 25252
  • Fecha: 09-02-2012
  • Categoría: Incestos
  • Media: 4.93
  • Votos: 40
  • Envios: 2
  • Lecturas: 14845
  • Valoración:
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