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Categoría: Confesiones

Mi comadre Linda

Tengo que confesar que los encuentros que tuve con ella fueron realmente fascinantes. En cada uno de ellos la deseaba con más fuerza, de tal forma que antes de cada cita sentía que se había convertido en una necesidad para mí, tanto como mujer como amante.

Todo empezó cuando comencé a acompañarla a realizar algunas compras de ropa para damas que ella revendía. Nuestras conversaciones siempre eran amenas gracias a mis ocurrencias que la hacían reír y disfrutábamos a plenitud las horas que pasábamos juntos.

Debido a lo estrecho de los pasillos que separaban a los locales, le sugería que caminara delante de mí para protegerla, lo que me permitía apreciar su ancho trasero. En ciertas ocasiones la tomaba por el brazo para hacernos paso entre la gente, y así sentir la ternura de su piel, la cual alimentaba poco a poco en mí el deseo de poseerla.

Después de cada compra, la acompañaba hasta el terminal de pasajeros, ya que vivía en otra ciudad de donde yo vivía. Permanecía con ella hasta que el autobús partiera a su destino. Durante su viaje nos comunicábamos por celular, le preguntaba por dónde iba y al llegar a su casa me avisaba, conversación que se prolongaba hasta altas horas de la noche. Luego, antes de irme a dormir, recordaba los detalles de cada encuentro, y sobre todo, su espectacular trasero.

Una noche soñé que le hacía sexo oral y al despertar, tenía mi pene tan erecto que no tuve más remedio que masturbarme mientras imaginaba que hacíamos el amor. Como teníamos una relación amistosa y confiable, le comenté que había soñado con ella sin contarle en detalle lo soñado, y como su respuesta fue: "compadre usted y sus sueños locos", decidí cambiar de conversación y alejar de mi mente esas ilusiones eróticas y locas con ella.

Transcurrido unos meses volví a soñar con ella, pero esa vez fue más intenso; podía apreciar sus hermosas nalgas, su clítoris rojizo y sus labios succionando mi pene. Casualmente ese día me envió un mensaje de texto para saludar, aproveché para decirle que había vuelto a soñar con ella pero esta vez me preguntó lo que había soñado, así que se lo conté y le dije que ese sueño fue muy parecido al anterior. Aún imagino su cara de asombro al leer mi confesión.

Como la conversación se tornó íntima, me preguntó cómo había sido su comportamiento ya que su pareja la consideraba una mujer muy fría, a lo que le respondí que su actuar fue el de una mujer muy sensual, apasionante y gozosa. Luego le pregunté si creía que mis sueños se pudieran hacer realidad. Su respuesta fue que no, por lo que dejé el tema hasta ahí.

Durante la siguiente semana volvimos a tocar el tema hasta que decidió ceder y nos citamos para el día 19 de noviembre del 2012. Ese día la esperé como de costumbre en la parada y al verla venir mi corazón comenzó a latir aceleradamente, nos saludamos con beso en la mejilla y pude sentir una frialdad en su piel como de nerviosismo. Confieso que yo también me sentía nervioso. Luego nos dirigimos hasta la estación del metro para llevarla al hotel que había pensado, el cual después tomamos como propio. En la recepción ella no paraba de caminar mientras yo cancelaba la habitación.

Entramos al ascensor y le vi un brillo especial en su mirada mientras nos mirábamos en silencio, pensando en lo que ambos estábamos a punto de hacer. Una vez adentro, me acerqué a darle un beso en sus labios, y cuando menos pensamos, ya estábamos fundido en un beso apasionado, estrujando nuestros labios y enredando nuestras lenguas, ya totalmente dispuestos a emprender la aventura que venía coqueteando en nuestras mentes. Nos acariciamos nuestros cuerpos, particularmente los órganos sexuales por encima de la ropa, olvidando todo los prejuicios y pensando solamente en vivir una aventura excitante.

Procedí a quitarle la ropa, quedando sólo en pantaleta frente a mi fija mirada. Bajé mis labios y me dirigí a sus pezones que para entonces estaban erectos por la excitación que la invadía. Nos acostamos sin dejar de besarnos, y casi al mismo tiempo nos quitamos nuestros última prenda. Aquello fue simplemente maravilloso, sublime, tierno y ardiente a la vez. Acerqué mi rostro a su vulva rasurada y rosada, empecé a lamer su exquisito clítoris y a chupar sus labios vaginales mientras acariciaba sus formidables nalgas. Estaba yo extasiado de placer, y me excitaba el hecho de pensar que tenía ante mi a una mujer con la que difícilmente alguna vez me acostaría. Estuve disfrutando de sus labios vaginales y de su clítoris por un largo tiempo, mientras sus gemidos me indicaban que alcanzó su primer orgasmo, estremeciéndose de una forma por demás satisfactoria, en medio de un placer infinito, delicioso. Qué rico, me decía.

Cambiamos de posición y me dio un ardiente beso en mis labios y enseguida comenzó a descender sobre mi cuerpo, primero chupo mi pecho, enseguida mi estómago, y finalmente, con la punta de su lengua, recorrió hasta donde la esperaba pacientemente mi pene, abriendo su exquisita boca y tragándoselo por completo para empezar así una exquisita mamada, saboreando golosamente mi erecto miembro que orgulloso entraba y salía en medio de los labios de mi caliente amada.

Posteriormente dejó de chuparme, para enseguida montarse sobre mí, abrió sus piernas poniendo su ardiente vagina frente a mí verga tiesa para dejarse caer lentamente, deslizándose suavemente hasta lograr que mi pene llegara hasta el fondo de su vagina. Los quejidos placenteros surgieron de manera espontanea entre ambos, empezando así a cabalgar sobre mí, hasta que finalmente ya no pudo más y con un ahogado gemido de placer se vino de manera formidable, un orgasmo que me hizo sentir feliz, sobre todo porque empezaba a comprender lo ardiente que es ella.

Después de eso le pedí que se levantara, la coloqué en cuatro patitas sobre la cama y me puse detrás de ella, la tomé de su ancha cintura, coloqué mi pene en vagina y lo metí suave y lentamente hasta el fondo logrando en esa posición acariciar con extremo placer formidable sus hermosísimas nalgas, regocijando mi mirada ante el bello espectáculo que me ofrecía su precioso culo. Empecé a meterlo y sacarlo con fuerza hasta que ya no soporté más y deposité todo el sémen que tenía acumulado en el fondo de su deliciosa vagina. En medio de un placer infinito, delicioso, mientras yo seguía metiéndole mi tieso pene.

Caímos acostados en la cama dándonos un exquisito beso para entrar en un momento de relax. Nos pusimos a platicar abrazados acariciando nuestros cuerpos. La unión había sido perfecta. Le pregunté si le había gustado nuestro primer encuentro. Mucho, respondió. La experiencia fue realmente estremecedora.

La historia que ambos vivimos como amantes está llena de muchas anécdotas que están grabadas en mi mente porque cada uno de nuestros encuentros, incluyendo los más simples, los he disfrutado plenamente. En mi vida he conocido a muchas mujeres pero estoy convencido de que ninguna me ha hecho disfrutar tanto como ella.

Por mi mente cruza a cada rato los días que me quedaba en su casa bajo infinitos pretextos, como el día que fui a reparar una lapto a su vecina y confidente. Aprovechando que sus dos hijos jugaban fuera de la casa, me le acerqué y comencé a besarla, luego saqué mi pene, se lo puse en la boca y empezó a mamarlo. ¡Por Dios, qué clase de chupada me dio! Yo sentía que tocaba el cielo al sentir la inminente eyaculación sobre su boca. No pudimos evitar las risas al recibir los chorros de sémen en su abertura bocal, al tiempo que escupía mi sémen y extraía con su mano lo que quedaba en mi pene. ¡Qué delicia!

Pero volviendo a lo que hicimos en su casa, una noche después de un viaje a la playa, ella miraba televisión y me percaté que sus hijos dormían con la puerta del cuarto abierta, así que me le acerqué, saqué mi pene y lo puse en su boca, luego me agaché ante ella y le hice a un lado el short y pataleta para penetrarla. Preocupada ante la posibilidad de que los niños se despertarán por mis incontrolables quejidos, tapó mi boca con su mano mientras la llenaba de mi caliente leche. La mañana siguiente yo estaba sentado en un mueble de la sala y los niños viendo televisión en el cuarto. Así como manera de desquite, ella se montó sobre mí apartando nuevamente su short y pantaleta y comenzó a meterse mi erecto pene. Mientras yo vigilaba a los niños, ella empezó a moverse deliciosamente, en un vaivén al cual nos acoplamos perfectamente los dos hasta depositarle mi leche en su ardiente vagina.

En otra ocasión ella ayudaba a su hijo menor con la tarea del colegio, como estaba de pie, me coloqué detrás de ella, aparté su short y pantaleta y la penetré mientras ella distraía al niño para que no viera lo que hacíamos. Otra noche hicimos el amor en "mi cuarto", como ella me decía. Después de acabar, inmediatamente salimos a la sala y lo hicimos en una hamaca que allí colgaba. En esta ocasión hicimos realidad una fantasía que habíamos conversado. Fueron dos polvos seguidos que jamás olvidaré. La nota mala fue que su hijo mayor, mi ahijado, nos encontró ya casi terminando, pero como la luces estaban apagadas, él no pudo vernos con claridad y ella lo convenció que estaba soñando ya que frecuentemente se levantaba dormido.

Nunca, jamás olvidaré la cogida que nos dimos una madrugada. Todos los encuentros con ella me han fascinado, pero nunca, nunca, como en aquella ocasión que la penetré por el culito. Había decidido pasar la navidad con ellos, nos bebimos unos tragos y luego nos fuimos a dormir cada quien en su cuarto. Yo me acosté completamente desnudo esperando como de costumbre su llegada pero me quedé dormido, ya de madrugada desperté repentinamente y para mi sorpresa, ella estaba parada observándome, vestida con una franela larga y sin pantaleta, la acerqué y le besé su vagina húmeda. Luego se montó sobre mí y empezamos hacer el amor de manera silenciosa. Le dije al oído que quería cogerla por el culito lo cual ella accedió al ponerse en cuatro patas sobre la cama. Me encanta cogerla así, estábamos más excitados porque no debíamos hacer ningún ruido que despertara a los niños. Sus hermosas nalgas se abrieron para dar paso a mi pene, cuyas venas estaban por reventar al ir entrando poco a poco en su exquisito agujero. Al primer empujón se agarró fuertemente de las sábanas con lo cual me excité todavía más. Jamás he vivido una experiencia semejante. Empecé a meterlo y sacarlo en su delicado ano y a medida que lo hacía me di cuenta, una vez más, que nuestros sexos estaban hechos exactamente el uno para el otro. Finalmente no pude aguantar más y empecé a lanzar disparos de sémen, percibí su felicidad cuando ella sentía que mi leche inundaba su delicioso culito. Después ella se fue a su cuarto mientras que por sus piernas resbalaban todavía residuos de mi esperma.

Nos acariciábamos en lugares impensados. Un día asistimos a una fiesta en la casa de su mamá y al terminar la reunión, contratamos el servicio de un taxi para que nos llevara de vuelta a su casa. Durante el recorrido puse mi bolso encima de nosotros de manera que me cubriera las manos y empecé a acariciar su vagina hasta llegar a su casa.

Pienso que es mucho lo que me he aficionado con ella. Esto obviamente afecta los sentimientos y después de algunas reflexiones, me he dado cuenta que siento algo especial por ella. Al momento de esta confesión, hace mucho tiempo que no tenemos uno de esos encuentros que nos llenaron de placer, satisfacción y plenitud. Reconozco que me hace mucha falta. He intentado encontrar en otras mujeres todo lo que hallé en ella, pero definitivamente he llegado a la conclusión que es imposible. Ninguna se puede comparar con ella.

Extraño sus besos, sus palabras cariñosas, sus quejidos de placer y su sonrisa lujuriosa cuando recibía mi leche, tanto en su vagina como en su culito. Sigo extrañándola y no sé si volveré a estar con ella, qué no daría por acariciar sus anchas nalgas y besar su vulva rasurada y rosadita, así como su clítoris.

Lamento que lo nuestro haya terminado inesperadamente como muchos que nos conocen lo esperaban.

Datos del Relato
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