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Los ejercicios nocturnos de mi madre (2)

Otra noche donde mi madre se viste con una ropa deportiva que no deja casi nada a la imaginación. Me hace de cenar, me da un beso en la frente y sale de la casa a correr por el parque. Yo sé exactamente que no va a correr, va a follar con cualquier pendejo.



En la mañana una companera de mi uni me calentó, pero de ahí no pasamos, por eso vengo cachondo. Ya le agarre un gusto a espiar a mi madre, en husmear en sus cajones donde casi siempre hay tangas diminutas o lencería de puta.



Guarde mi cena, me puse los tenis y salí detrás de ella. Mi madre apenas estaba en la esquina de la calle. La fui siguiendo con mucho cuidado, pero ella nunca volteaba hacia atrás; ni siquiera cuando los vecinos o cualquier desconocido decía con descaro lo buena que estaba.



Esta vez sí fue al parque. Caminó con tranquilidad hasta cruzar la zona de los baños. De repente un hombre se le acerco y ella detuvo el paso. Era un hombre diferente que la otra vez, pero era igual de negro, alto y con aspecto de vagabundo. Vi que se besaron con ganas y él, sin pudor alguno, le agarró el culo a la vista de toda la gente que pasa a su lado.



Después se voltearon y yo corrí a toda prisa hacia los baños públicos del parque. Me escondí en su interior para que no me vieran, pero ellos caminaban hacia los baños.



Enseguida pensé en el estado del baño: asqueroso, descuidado, con una vaga luz alumbrando en el techo. Casi nadie viene hacer sus necesidades en estos baños, y en este momento estaba vacío. Era el lugar perfecto para follarse a una puta asquerosa como mi madre.



Solo había tres cubículos en el baño, me adentre al más lejano y me encerré con los pies levantados. Escuché como entraban a las risas, después escuché como ponían el seguro a la puerta para que nadie los molestara.



El hombre pateó una puerta de los cubículos y mi madre enseguida dijo:



—Está todo cagado.



—No te me pongas exigente, perra, que la próxima te follo en el basurero. Mira, el otro está más o menos limpio.



Entraron al cubículo de en medio, al lado del mío. Sentado en el escusado oía como mi madre besaba a ese pinche negro. Le decía que deseaba tener su vergota en su culo. Yo ya me estaba calentando y ya tenía la verga erecta dentro de mi pantalón. Necesitaba verla de nuevo, verla como lo que es en realidad: una puta sedienta de semen.



Con cuidado me subí al escusado para verlos desde arriba. Era arriesgado pero el foco casi no alumbraba y mis ganas de ver follar a mi madrea eran demasiadas como para conformarme escuchándola.



Me fije al otro lado, ellos no me veían porque estaban muy pero muy ocupados. Mi madre ya estaba arrodillada sobre el asqueroso piso del baño, envolviendo la verga de su amante con sus gigantescos senos mientras chupaba la punta de ese pedazo de carne como si se tratara de una paleta. El tipo grababa con su celular la increíble rusa que le hacia mi madre. Ella miraba al celular con una mirada lasciva de hambre.



—Mira que dura la tienes, papi. Tu vergota está feliz de estar entre mis pechos.



—Sonríe para la cámara, puta. Les mostrare el video a mis amigos para que también vengan a follarte.



—Si, por favor, que quiero más vergas para mí. Más vergas para mi boca, más vergas para mi coño y más vergas para mi culo.



El apetito de mi madre esa insaciable. Creo que su destino es ser usada como contenedor de semen hasta el día de su muerte; y yo seguiré espiándola y jalándomela con placer y culpa.



—Vamos, perra. Muestra para lo que sirve esa pinche boca tuya.



La boca de mi madre solo sirve para tragar vergas, y eso fue lo que hizo. El miembro de ese cabron era gigantesco, tal vez 21 cm o más, y la puta de mi madre se lo metió todo a la boca de un bocado. Y lo mantuvo adentro por varios segundos hasta que los ojos se le pusieron en blanco. El cabron solo se reía de mi madre.



—Eres una excelente mamadora, tu hijo debe de estar orgulloso de su mamita.



—Gracias, amor —le dijo mientras recuperaba el aliento. Creo que se excitó más cuando me mencionaron. Que guarra es. Ser una puta no le basta, debe de ser una madre bien puta.



—Vamos. Mama, lame, chupa y traga. Que sé que te encanta, pinche guarra, vamos traga.



Ella obedecía a las órdenes de su macho. Él disfrutaba de los labios de su puta. Yo me masturbaba viendo como mi madre se tragaba toda esa barra de carne con tanta desesperación, placer y facilidad.



—Detente, perrita. Ya me canse de tu boca, ahora quiero tu coño.



—Mi coño húmedo es tuyo, papi.



Se levantó, se dio la vuelta y se quitó el pantalón deportivo. El negro abrió bien la boca al ver el culo de mi madre. Extendió los brazos para manosearlo, nalguearlo y meterle los dedos por sus sucios agujeros.



—¿Te gusta tu cena, amor?



Me dieron ganas de decirle que sí. Me gusta tu culo, mami. Me gusta ver cómo te lo destruyen. La idea de pensar en eso hizo que me viniera en la pared del baño, pero continuaba teniendo la erección. Era imposible perderla en este momento.



—¡Me encanta, zorrita!



Mi madre se sentó sobre la verga de aquel mugroso hombre, soltando un gran gemido que hizo eco por todo el baño. Se apoyó en las paredes de cubilo y empezó a moverse como si estuviera bailando: de un lado para otro, sacudiendo el trasero con esa tremenda verga adentro de su coño. Desde mi posición no podía ver mucho. Estaba pegado a la pared, sintiendo un asco profundo por lo sucias que estaban. No podía ver la cara de placer de mi madre, no podía ver como penetraban su coño, pero si podía ver sus grandes tetas rebotar en el aire. Pero eso se terminó cuando ese pinche negro agarró las tetas de mi madre, para apretarlas y retorcerle los pezones.



—¡Grita para mí, putita!



Ella gritaba entre dolor y placer, mucho más placer que dolor.



—Párate. Apóyate en la puerta y abre bien tus nalgas.



Y como no, mi santa madre obedeció. Tanto su amante como yo nos quedando embobados viendo su ano, donde ya muchas vergas han entrado.



El hombre se levantó, se tomó su tiempo para brindarle unos azotes a su perra.



—Gracias, papi, por darme lo que merezco.



Dale más fuerte a esa zorra, pensaba yo mientras me pajeaba. El negro escupió en el ano de mi madre y poco a poco fue metiendo su vergota.



—Dios santo, las zorras como tú siempre tienen el culo apretado sin importar cuantas vergas han entrado.



—Mi culito tiene hambre, así que dame verga, dame duro, papi —exigió ella entre gemidos.



No se puede ser gentil con putas como ella. Desde un inicio debes de darle fuerte, en compañía de nalgadas. Ese maldito negro con aspecto de indigente se folló a mi madre con tanta brutalidad que pareciera que la odiara. Le dio tan duro que parecían que una muchedumbre de niños aplaudían. Tan fuerte eran las embestidas que sus huevos impactaban con su coño y el vientre de mi madre chocaba con la fría pared del cubículo. Y lo peor de todo, y tal vez lo más excitante, es que ella pedía más. Mucho más.



—Tengo una idea.



El negro, sin remover su verga del culo de mi madre, abrió la puerta del cubículo y la obligó caminar enculada hacia el lavamanos donde la apoyo para seguir dándole por el culo, pero esta vez podía ver su retorcida cara de cerda en el espejo. Yo me baje del retrete y me acerque a la puerta de mi cubículo. La abrí un poco con cuidado para asomarme y ver mejor y de cerca como culean a mi progenitora. Estaba agachado, así que mi reflejo no aparecía en el espejo. Desde esa posición podía ver a la perfección como esa verga negra entraba y salía del culo de mi madre, como esos huevos peludos chocaban contra su coño; y si alzaba la mirada podía ver la cara de placer que ponía por ser enculada por un maldito negro adentro de unos baños asquerosos.



—¡Puta! Ya llego, ya llego.



—Llena mi culito de leche, papi, por favor llénamelo.



Después de un gran gruñido el cabron vació sus huevos en el interior del culo de mi madre. Cuando sacó su vergota una gran cantidad de semen cayó al suelo.



—Perra, no desperdicies.



—Sí, papi. Tienes razón.



Mi madre se puso en cuatro en el piso y empezó a lamer el semen que se había caído de su culo como una perra. Esa imagen de humillación total fue demasiado para esta noche. Volví a encerrarme en el cubículo con las piernas levantadas.



Escuche como seguían hablando obscenidades mientras se vestían. Después se fueron por la puerta. Yo espere ocho minutos para salir de los baños. Llegue a mi casa ante que ella. Cuando mi madre llegó se veía feliz y cansada.


Datos del Relato
  • Categoría: Voyerismo
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