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Categoría: Maduras

Le comí el culo a la madre viuda de mi amigo

Esto sucedió cuando yo tenía diecisiete años, todavía era un chaval ignorante del mundo y de la vida, un pipiolo, ya no era virgen pero sabía muy poco del mundo y del sexo, un libro en blanco todavía por escribir. Fue un verano. Yo había acabado preuniversitario y me preparaba para entrar en septiembre en la Facultad de Filosofía, soy de letras, nadie es perfecto, y mi propósito era estudiar Historia. Tenía un amigo íntimo, Eduardo, con el que salía con frecuencia, jugábamos en el mismo equipo de fútbol, no soy Messi pero me defiendo, jeje. El padre de Eduardo había muerto de un infarto fulminante dos años antes. Su madre, Alicia, era una cuarentona rubia con unas tetas poderosas y unas caderas que prometían el paraíso, un manjar. “La madre de Eduardito tiene un polvazo”, decían a voces los compañeros del equipo de fútbol cuando ella aparecía por la banda para vernos jugar. Aquel verano Eduardo me invitó a pasar un mes con ellos en la casa que tenían en la playa. Era en Las Marinas, muy cerquita de Denia, en Alicante. El padre de Eduardo había sido un ejecutivo importante en Telefónica y se notaba que había ganado mucho dinero. A mí, que soy de una familia mucho más modesta, el chalé me parecía un paraíso. Tenía un jardín muy bien cuidado con una piscina bastante grande y estaba en la primera línea de la playa, se salía por un lado directamente a la arena y por el otro al jardín. Acepté la invitación. La madre de Eduardo se puso muy contenta cuando me vio llegar.



-A mi hijo le hace falta alguien que le saque por ahí a divertirse –me dijo Alicia al tiempo que me plantaba dos besos en la cara-. Seguro que contigo al lado las chicas se os van a rifar.



-Yo no diría tanto.



-Seguro que sí. Si se te está poniendo cuerpo de atleta, tienes unos muslos de futbolista que impresionan.



Yo estuve a punto de decirle que lo impresionante eran sus tetas, pero me limite a mirárselas con unos ojillos que decían “me encantaría comértelas”. Ella me sonrió con picardía como si se hubiera dado cuenta.



Eduardo y yo salíamos todas las noches con los grupos de jóvenes que se juntaban por la zona, volvíamos medio colocados de madrugada, él mucho más que yo porque le pegaba a la botella como un loco. Su madre nos esperaba casi siempre levantada y nos sometía a un interrogatorio. A Eduardo le metíamos en la cama porque no se tenía en pie y Alicia me pedía que me quedase charlando con ella.



-¿Qué tal os ha ido con las chicas?-me preguntaba casi a diario.



-Se hace lo que se puede –le respondía yo, sin dar muchos detalles.



-¿Y se puede mucho? –me preguntó una noche guiñándome un ojo con gesto de complicidad.



-Bueno…



-No te hagas el tontín que hoy te he visto cómo te dabas un buen achuchón con una morenita. Luego, por la noche en la playa, habrás llegado más lejos, ¿no?



-Algo más, sí.



-¿La has metido mano? –me preguntó ella con mucho morbo. Estaba sentada frente a mí con un vestidito de playa que se le había levantado y dejaba al descubierto unas piernas esbeltas, la tía estaba buena.



-Sí, sí, primero nos hemos besado y mientras, yo me arrimaba contra ella.



-¿Se te habrá puesto muy dura?



-Sí, sí, como una piedra.



-¿Te ha hecho una paja? –ella parecía cada vez más interesadas en mis escarceos con la morenita. A su insistencia me ponía cachondo.



-Sí, sí, hemos extendido una toalla, nos hemos tumbado y me ha hecho una paja espectacular –le expliqué.



-¿Con la boca? –me preguntó Alicia.



-No, no ha querido. Tampoco me ha dejado llegar más lejos, quizá otro día me la folle, iré poco a poco



- Así son las jovencitas, pero seguro que te la follas otro día, y me lo tienes que contar bien.



  Aquella noche Alicia me dio un beso en la mejilla y me mandó a la cama. Yo me fui caliente y me masturbé pensando en las tetas de la explosiva madre de mi amigo Eduardo. Si no hubiera sido tan pipiolo como entonces, me habría lanzado a por ella, porque seguro que estaba deseándolo pero ya os digo que yo estaba en la inopia.



Dos días después de aquella conversación, Eduardo organizó una excursión en bicicleta. La idea era marchar hasta Gandía, llevar la comida en las mochilas, pasar el día por alguna de las playas de la zona y volver por la tarde. A mí aquel plan no me gustaba. No me seducía nada hacer tantos kilómetros en bici, habrá unos treinta desde donde estábamos hasta Gandía, con el calor. “Saldremos temprano”, me animaba Eduardo. “Y pararemos mucho, vamos a ser más de quince, y viene Inés”.  “Yo prefiero no darme esa paliza en bici”, respondí. Y Alicia, su madre, me apoyó: “No seas pesado, Eduardito, deja al chico que se quede si no le apetece ir”. “Que haga lo que quiera”.



La expedición se marchó a las nueve de la mañana. Yo me quedé en la cama hasta las 10:30. Cuando bajé a desayunar Alicia me había preparado un plato lleno fruta (naranjas, kiwis, melón y sandía), todo muy partido en pedacitos. Después, un vaso de leche con cereales. “Con ese cuerpazo que tienes debes desayunar bien”, me dijo Alicia, que se había puesto un bikini negro espectacular, llevaba un tanguita que dejaba al descubierto la mitad de su culo. Yo no le quitaba la vista. “Hoy podrías quedarte a tomar el sol conmigo en el jardín de la piscina en lugar de bajar a la playa. He preparado las dos hamacas a la sombra”. “Vale”



Nos fuimos a tomar el sol al jardín, ella se tumbó boca abajo en la hamaca. Estaba para comérsela. “Hoy me vas a tener que dar tú la crema en la espalda, seguro que lo haces mejor que Eduardito”.



Me puso un tubo de crema en la mano. “Venga que estoy esperando, desabróchame la parte de arriba del bikini que te será más fácil”. Yo empecé a acariciarle la espalda suavemente, bajé con mi mano hasta la cintura con mucha timidez. Me detuve cuando llegué al borde del tanga y me detuve, pero ella me animó. “Bájame un poco el tanguita, que hoy que estamos solos puedo tomar un poco el sol en el culete”. Yo le bajé un poco el tanga, sólo hasta la mitad de su culo y seguí acariciándola. Tenía un culo magnífico. “Casi es mejor que me bajes del todo el tanguita”, me dijo Alicia. Se lo bajé pero sin quitárselo. Allí estaba ella, la rubia impresionante con el culo al aire y yo acariciándoselo pero con mucha prudencia. “Seguro que te gustaría tocármelo bien, venga, hazlo, méteme bien la manita por el culete, guapo, a mí me encanta”. Mi mano recorría sus carrillos, su rabadilla, la acariciaba haciendo circulitos hacia su ano. “Sí, sí, méteme el dedito muy suavemente”. Yo la obedecía en todo. Mi polla se había puesto en erupción, estaba dura y tremenda, ya os he dicho que mi polla es espectacular y por su tamaño me llamaban “el negro” en el equipo de fútbol.



-¿Por qué no me comes un poco el culito? –me dijo Alicia con una voz en la que ya se traslucía el deseo. Era una mujer morbosa que lo quería todo con lentitud. Ella se había dado cuenta de que mi polla estaba en plenitud pero quería hacerme esperar.



-Méteme la lengua en el culito, guapo, ¿te gusta?



-Sí, sí.



Mi lengua recorrió toda la raja de su culito hasta llegar al ano y se la introduje. “Métela y sácala, métela y sácala, guapo, sí, sí, así”. Yo seguí comiéndole el culo y poniéndome a cien mil, estaba deseando meterla la polla pero estaba decidido a seguir sus instrucciones al pie de la letra. No quería cometer errores. Desde entonces siempre me ha encantado comerles el culo a las mujeres que lo disfrutan. Alicia me marcó.



-Ahora deberías quitarte el bañador para que veamos esa montaña que se te ha puesto.



No la hice esperar



-¡Oooh!, dijo Alicia-. Ven, acércate, quiero tocar esa polla que tienes.



Ella se había dado la vuelta y yo me fije en sus tetas gloriosas. Grandes y firmes, sus pezones estaba duro y tenía una aureola grande y marrón. Me tiré a comerle las tetas desesperado.



-Despacito, despacito –me dijo Alicia-.



Pero yo estaba desatado. No podía aguantar tanta tensión, mi polla necesitaba una recompensa, ella me la agarró, se la metió en la boca.



-Sí, sí, que bien la comes, eres una maravilla.



Su lengua se movía glotona por todo mi prepucio, sus manos me agarraban los huevos, luego metió toda la polla en la boca y me llevó al cielo.



-Córrete en mi boca, me lo voy a tragar todo, todo.



Me corrí en su boca como me había pedido y casi no dejó escapar ni una gota de mi semen. Entonces se volvió a tumbar en la hamaca con las piernas muy abiertas.



-Ahora te toca a ti comerme el chochito, lo estoy deseando.



Yo era un inexperto, ya os lo he dicho, un atontolinado con una polla descomunal. Empecé a comerla de arriba abajo, como ella me había pedido, con mucha lentitud. Mis manos acariciaban aquellas tetas que tanto deseaba, mientras mi lengua iba bajando hasta su ombligo, sentía como crecía su deseo.



-Sigue, sigue, no te detengas.



Cuando mi boca llegó a su monte de Venus empezó a emitir primero gemidos ahogados. Mi lengua alcanzó a su clítoris, lo bese, lo moví de un lado a otro, lo agarré con los labios, lo chupe. Sus gemidos ya no eran ahogados sino alaridos.



-No pares, no pares.



Con mis dedos acariciaba los labios de su vagina, mi lengua seguía tocando el timbre de su clítoris, le introduje un poquito mi dedo en la vagina.



-Ayyyy, ayyyy, ayyy.



Ella gritaba desesperada, se corría como una loca y a mí la polla se me había vuelto a poner enhiesta, lista para un nuevo asalto.



-Quiero follarte –le dije.



-Sí, sí, fóllame, fóllame, méteme esa polla de caballo que tienes, lo estoy deseando, fóllame, fóllame.



Yo ya me había tumbado sobre ella y mi polla estaba en la entrada de su vagina, expectante, la puse sobre su clítoris y la moví de arriba abajo, la masturbé con la polla.



--Ayy, ayy, me vas a volver loca, ayy, ayy. Ahora follame, fóllame.



Puse solo la puntita de la polla en la puerta de su chochito. Y ella gritó.



-Sí, sí, métemela, métemela.



Ella parecía estar en otro mundo, tenía los ojos iluminados. Pero la hice esperar. Me había dado cuenta de que su morbo era la lentitud, la lasitud, ir paso a paso, a cámara lenta.



-Estoy deseando follarte –le dije al oído.



-Sí,sí, fóllame ya, fóllame ya.



Y empujé, le metí la polla poco a poco y cuando la tuvo toda dentro ella seguía gimiendo.



-¡Ayy, ayyy, ayyy!



Entonces se acabó la lentitud. Me puse a galopar como un potro enloquecido, como un caballo salvaje.



-Toma, toma, toda para ti.



-Sí, sí, Así, así, fóllame así, sigue, sigue, no pares nunca, sigue, sigue.



Ella temblaba en mis brazos, yo lo notaba, disfrutaba sintiendo su deseo, disfrutaba con los tremendos orgasmos de aquella rubia cuarentona que me llevaba al cielo. Nunca he galopado como aquella mañana.



-Ayy, ayyy…



No pude aguantar más y mi semen volvió a brotar en oleadas. Pero yo sabía que mi polla todavía no había tenido toda su recompensa. Sólo de pensar en aquel culo que me había comido mi polla se volvía a poner dura. Ella, Alicia, entonces, se levantó y se metió en la piscina, yo la seguí, estuvimos nadando un poco en el agua. La piscina tenía una zona para niños, en la que cubría muy poco, ella me llevó hasta ese lugar, se puso de rodillas y empezó a caminar como si fuera un perrillo. Sus caderas se movían cadenciosamente, su culo estaba allí apetitoso, llamándome.



-Sé que lo estás deseando –me dijo Alicia levantando la cabeza hacia mí-.Pero házmelo con mucho cuidado, que hace mucho tiempo que nadie me folla el culo y tú tienes una polla demasiado grande.



Ella seguía sonriendo como un perrillo, yo me puse de pie y me agarré la polla para que ella viera que estaba otra vez listo. Ella caminaba lentamente moviendo las caderas y yo me acerqué por su espalda, me puse también de rodillas como si fuera otro perrillo. La mordisqueé un poco el culete, me coloqué detrás de ella, primero la metí un dedito en el culete, después dos, después coloqué la cabecita de la polla en su culo, sólo la cabecita.



-Poco a poco, poco a poco, me decía ella.



Yo estaba excitadísimo, metí un poquito más la polla.



-Sigue, sigue, métemela toda –me dijo.



Pero yo continué lentamente hasta que toda mi polla estuvo dentro de su culo. Después me moví y me moví. Fue una explosión de placer. Me corrí por tercera vez, ahora no lo conseguiría, vale, lo reconozco.



Me caí destrozado y satisfecho en el agua de la piscina, ella siguió tumbada a mi lado. Fue el principio de una relación morbosa. Ella es una folladora tremenda y yo me dejé seducir por su mente calenturienta. Pero esa es otra historia.



Se admiten comentarios y sugerencias.


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
  • Media: 10
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