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La vida de Carmen

A sus 49 años, la vida de Carmen no pasaba por su mejor momento. Con un marido que no la miraba desde hacía 10 años, y unos hijos que habían desaparecido de casa habiéndose olvidado de su madre, el tedio y la tristeza invadían su ánimo por completo.



          Se sabía poco agraciada de cara, aunque desde jovencita se pintaba con primor y se vestía haciendo resaltar lo mejor de ella misma: su buen culo y unas buenas tetas. Y todo eso aún lo conservaba; para  entregárselo a los personajes de su imaginación.



          Todos los días, mientras hacía las labores de la casa, paraba un rato para encerrarse en la penumbra de su habitación. Allí se pintaba un poco y en ropa interior, se tumbaba en la cama y permitía que su imaginación la llevara con un macho que supiera dominarla. Sus dedos hacían el resto.



          Ocurrió que en el invierno de 2015 su marido pensó que estaría bien pasar unos días en una casa rural de la montaña por lo que encargó a Carmen que preparara todo lo necesario.



          Y allá se fueron.



          Les recibió un antiguo caserón reformado, bien amueblado y con unas vistas estupendas. El marido de Carmen resolvió que allí podría descansar maravillosamente. Carmen resolvió que allí su hastío sería total.



         Pero se equivocaba.



         La casa estaba gestionada por una pareja de una edad similar a la suya con un hijo de unos 25 años.



          Pronto se dio cuenta Carmen de que el dueño de la casa la miraba de una forma especial, con deseo, tal vez con mucho deseo; algo a lo que ella no estaba acostumbrada. Y le gustaba; le gustaba mucho la mirada dominante de aquel hombre.



          Una tarde, el marido de Carmen se fue a visitar el pueblo con el hijo del dueño del caserón. Horas después, al anochecer, ambos llamaron para advertir que no llegarían hasta el día siguiente dadas las condiciones climatológicas imperantes y la nevada que cortaba el camino de acceso a la casa rural. Se quedarían en casa de unos conocidos del muchacho.



          El marido, de forma mecánica, con ese tono del que no le importa nada de lo que dice, recomendó a Carmen que se acostara. Se verían al día siguiente.



          Carmen se acostó, no sin antes, como tenía por costumbre, maquillarse y ponerse en ropa interior para dejar volar la imaginación.



          Tumbada en la cama, en penumbra, pensaba en los ojos dominantes de aquel hombre. Y se excitaba



          En esos pensamientos estaba cuando la puerta de la habitación se abrió.



          Allí estaba él.



          A Carmen el corazón se le salía del pecho.



          El hombre se sentó en el borde de la cama y comenzó a acariciarle las piernas.



        -Estoy casada… balbuceó.



          El comentario fue poco afortunado, pues, con un solo movimiento, el hombre la cogió sobre sus rodillas, le bajó las bragas y le propinó dos buenos azotes.



          Ahora eres mía –dijo.



         Carmen lloraba mientras se ponía de pie, dolorida y excitada, y aún con las bragas a medio subir, se acariciaba el culo.



          El hombre se desnudó y acercándose a ella la apoyó contra la pared. Comenzó a susurrarle al oído:



-¿Sabes? Voy a follarte, por delante y por detrás. Pero antes voy a comerte la raja. Toda. Vas a disfrutar, preciosa. Voy a volverte loca.



          Mientras él hablaba, ella le había cogido el rabo y lo meneaba con ansia. Estaba enormemente cachonda. Se vió a si misma desnuda, salvo las bragas a la altura de las rodillas, excitada y entregada. Pensó en el cornudo de su marido. Le gustaría que la viera. Y que viera todo lo que, intuía, iba a pasar a continuación.



          El hombre, arrodillado, le estaba comiendo todo el coño. Carmen gemía de placer. Suspiraba. Hasta que llegó el orgasmo. Fue alucinante. Ella, apoyadas sus manos en la cabeza de él, chilló, bizqueó, se desvaneció, mientras le decía que era su puta y que hiciera con ella lo que quisiera



          -Me vas a comer todo el rabo, dijo él. Ahora.



          -¡Oh, sí, sí¡ -dijo ella. Y arrodillándose, se metió aquella polla en la boca y empezó a mamarla.



          Oía jadear al hombre, que marcaba el ritmo de la mamada con las manos en su cabeza. Ella, además, le acariciaba los huevos y cuando el avisó de que iba a correrse y que quería que se tragara toda su leche, ella, ejerciendo de buena hembra, no se dejó ni una gota. Tragó todo lo que el hombre le dió. Ejerció de mujer, de hembra en celo, de puta. Y todo ello la llevó al paroxismo.



          El macho era mucho macho por lo que, después de correrse, levantó a Carmen y llevándola a la cama la puso a cuatro patas. Ella, loca de placer, veía como el hombre se la iba a follar como a una perra. Giró la cabeza para observar como él disfrutaba de la vista de su maravilloso culo y esperó a que se la clavara. El pollazo fue tremendo. Se la clavó toda de una. Hasta dentro. Carmen aullaba de placer. Él disfrutaba con su coño. Era un buen follador. Con la polla dentro, dejaba un pequeño espacio que era el que utilizaba para el mete y saca. Carmen chillaba al ritmo que le marcaba aquel poderoso rabo. El macho la dominaba y ella se corría como una perra.



          -Arréglate, ponte ropa interior y un vestido, -dijo el hombre. La fiesta no ha hecho más que empezar.



          Mientras se arreglaba sonó el timbre de la puerta de la calle y el hombre bajó a abrir. Se oyó la voz de otro hombre.



          Intrigada, Carmen terminó de acicalarse y se encaminó hacia el salón. La luz estaba apagada y necesitó unos segundos para descubrir a los dos hombres sentados en el enorme sofá.



          -Es el hijo de un vecino de aquí cerca. Amigo de mi hijo.



          Carmen saludó al muchacho, que no tendría más de 20 años, y este correspondió con cierta timidez.



          -Ella es Carmen, -dijo el dueño de la casona al muchacho. Una hembra de la que estoy seguro te vas a llevar un grato recuerdo.



          Carmen le miró.



          -Siéntate aquí, Carmen, entre los dos.



          Ella obedeció. Estaba excitada. Ese hombre la ponía a mil con solo mirarla.



          Se había puesto un vestido negro por encima de las rodillas por lo que al sentarse quedaron a la vista sus piernas.



          El más joven solo miraba, el otro, sin embargo, comenzó a besarla. Ella se entregaba a la vez que pensaba que ese chico tenía edad para ser su hijo. Pero eso no hacía sino excitarla más.           



          Se habían movido mucho y ya el vestido se había subido lo suficiente como para enseñarle al muchacho las bragas empapadas por la excitación.



          -¡Cómele el coño¡, -dijo el mayor



          El joven, inexperto e indeciso, no se movía



          -Ayúdale, Carmen.



          Carmen cogió la mano del muchacho y la llevó hasta sus bragas para apartarlas.



          -¡Cómeme la raja, por favor¡ -suplicó.



          El joven hundió la cabeza entre las piernas de la hembra y comenzó a comerle el coño. Mientras, el otro se había sacado la polla y se la metía en la boca para que se la mamara.



          El muchacho, demasiado excitado, decidió que era el momento de follarse a la mujer, por lo que, cogiendo a Carmen por las piernas se las abrió por completo. Empezó a follarla. Carmen creyó morirse. Dos hombres, uno joven y otro maduro, se la estaban tirando, la trataban como una verdadera zorra. Y ella se moría de placer.



          -¿Te han dado alguna vez por el culo? –preguntó el hombre.



          -No, dijo ella.



          -Bien, pues aún queda noche …



La historia continúa por lo que os agradeceré que, en su caso, me hagáis llegar vuestro interés por la segunda parte. Acepto cualquier tipo de sugerencias.


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