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Categoría: Maduras

La señora Ysabela y yo (1)

Recién había terminado la secundaria y bordeaba los 18 años; en esos días tan sólo pasaba el tiempo sin saber a ciencia cierta que carrera estudiar.



Por esa época, yo me quedaba solo en casa y para el almuerzo tenía designado un menú en un restaurant cercano.



Cierta vez, que me encontraba aún dormido, los sonidos del camión recogedor de basura me sacaron a la fuerza de mi sueño. Y así, tuve que sacar las bolsas negras con rapidez pues el camión ya se iba.



Al salir, comprobé que no era el único que corría por botar las bolsas. La señora Ysabela, mi vecina, iba a mi lado portando a su vez dos bolsas.



Nos miramos, y al verla bien pude comprobar que ella sólo tenía puesta su bata, lo cual, permitía que sus senos bailaran debajo de esta.



La señora se percató de la situación.



- Uy, se me salen las tetas.- dijo sonriendo con un tono de voz nuevo para mí.



- Vaya, quién pudiera verlas.- alcancé a responder asombrado de mi propia respuesta.



Nuestras sonrisas se cruzaron cómplices y el silencio se hizo presente. Al regreso sólo escuché unas sutiles palabras.



- Ven a mi casa mañana a las 10 a.m.



El día pasó como una agonía, pues la curiosidad no cabía en mi ser.



A la hora exacta, ya me encontraba tocando el timbre de su casa. Ella salió y sonriendo me hizo pasar.



- Ponte cómodo que ya regreso.- dijo la señora.



Yo estaba en la sala, esperando su presencia. Al poco rato apareció ella, portando un polo pegadísimo y una licra negra.



Ella se sentó a mi lado en el sofá pero los nervios eran muy grandes. El silencio se apoderaba de nosotros y nuestras miradas se encontraban entre sonrisas escondidas y tímidas.



- Bueno, ¿es verdad eso que dijiste ayer?- preguntó la señora.



- Sí.- contesté nervioso.



Una sonrisa se dibujó en su rostro y lentamente se despojó de su polo, y ante mí, sus senos se mostraban turgentes y vigorosos.



- ¿Te gustan?- preguntó ella curiosa.



- Son grandazos.- respondí admirado.



- Tócalos si quieres.- dijo dándome confianza.



Con cierta inocencia acerqué mi mano y comenzé a tantear sus senos.



- También me los puedes chupar.- agregó risueña.



Yo sólo atiné a asentir con la cabeza, mientras mis labios se posaban hambrientos sobre sus duros pezones.



- Así me gusta pequeño, sigue.- dijo ella acariciando mi cabello.



Mi labor no cesaba, mi lengua disfrutaba como si de un recién nacido se tratara. Una mano, al inicio laxa, cayó sobre mi pierna para después posarse sobre la entrepierna, la señora frotaba afanosa el bulto del pantalón.



- ¡¡¡Wouuwww, chico que tienes aquí!!!



No pude evitar ruborizarme ante su sorpresiva expresión, y sonreía nervioso.



- Esto tengo que verlo con mis propios ojos.- dijo ella intentando bajarme el pantalón.



Ella hacía y deshacía conmigo como si de un muñeco se tratara y yo, en verdad, la dejaba en total libertad.



- Vaya, esto sí que es increíble.- dijo la señora sin apartar la vista. Y eso que todavía está a medio parar.



- ¿Tanto así le parece?- pregunté tímido.



- Por supuesto, es la más grande que he visto en mi vida.- respondió mientras acariciaba el miembro. ¿Cuánto mide?



- Pues, la verdad que unos 25cm.- respondí con el color que se me subía a la cara.



- Uyyyyyyy, eso sí tengo que comprobarlo.- respondió emocionada sin soltar mi pene.



Sus movimientos fueron aumentando hasta lograr su erección total. Y así, a dos manos, me masturbaba como hipnotizada.



- ¿Alguna vez has tenido sexo con una mujer mayor?- preguntó con la mirada destilando lujuria.



- Nunca.- respondí.



- ¿Te gustaría hacerlo conmigo?- dijo sonriendo.



- Claro que sí.- dije con los nervios en su más alto grado.



Nos arreglamos un poco las ropas y ella me llevó de la mano hasta su cuarto. Yo miraba en silencio como mi vecina se iba despojando de cada una de sus prendas y quedaba completamente desnuda. Ella sonrió al verme tan obnubilado por su presencia. Yo salí de mi estupor y rápidamente me quité la ropa.



Ella se subió en la cama y de rodillas me llamaba a seguirla. Sin demora me subí y coloqué delante, nuestros labios se unieron mientras su mano se deslizaba agitando mi pene.



- Acuéstate, pequeño.- dijo ella.



Su boca se paseó a lo largo y ancho del miembro con una habilidad propia de la madurez, mientras me observaba disfrutar de su labor, yo sujetaba su cabello que caía sobre su rostro, esta nueva sensación hacía volar mi imaginación a límites que no conocía. Luego ella tomó posición y se acostó abriendo las piernas, yo me acerqué para sentir el aroma venusino de la señora y mi lengua empezó a trabajar(que buen trabajo) su vagina, sin descuidar ningún pliege ni su imbatible clítoris que se elevaba apetecible.



- Para ser primerizo, lo has hecho muy bien.- dijo satisfecha. Pero ya es hora de probar a ese monstruo.



Se volvió a acomodar y yo me coloqué en posición, acomodando sus piernas. Ella dirigió mi pene hasta la entrada de su vagina, que brillaba por sus jugos, y lentamente fui introduciéndome.



La señora Ysa abrió los ojos al sentir mis primeros centímetros que se deslizaban a través de su cuerpo, que a pesar de sus 34 años, se conservaba más que apetecible. Cada movimiento producía en ella gemidos lastimeros y gozosos, y yo no me detenía por nada, al sentir la dulce opresión que su vagina le daba a mi pene. Así, centímetro a centímetro avanzaba en su interior caliente y húmedo en desmedro de sus quejidos.



Una última embestida fue acompañada del salvaje grito de mi vecina, que de esta manera sabía que mi pene se encontraba completamente dentro de ella.



La imagen que se mostraba ante mí, quedó grabada para siempre en mi mente. Ahí se encontraba la mujer más hermosa que conocía, desnuda y caliente, disfrutando con mi sexo en el suyo, en ese momento no me importó su esposo ni sus hijos, ella era mía.



Excitada me jaló hacia sí, y abrazados nos besamos mientras sentía sus piernas cruzarse trás mi espalda.



- No te muevas que quiero sentirte.- dijo cerrando los ojos.



La naturaleza fue haciendo su parte y lentamente fuimos iniciando los movimientos coitales. Mi pene se deslizaba con suavidad, mientras ella soltaba una mezcla de gritos y gemidos, que con el aumento de la velocidad, incrementaban en volumen. A su vez, la temperatura iba en descontrolada subida.



- Señora, ¿se encuentra bien?- pregunté inocente.



- Sííííí... papito, tú no te detengas.- dijo a mi oído.



- Pero, los vecinos pueden escuchar.- dije dudando.



- Que me importan en este momento los vecinos.- replicó excitada. Tú dame nomás.



No volví a decir nada, y seguí con mi labor, tal cual lo había pedido la señora Ysa. Nuestras lenguas se encontraron en más de una ocasión y yo no perdía el ritmo de mis embestidas profundas y recias.



- ¡Cógeme, pequeño!- susurró la señora agitada. Es delicioso.



- Sí, me gusta mucho.- respondí embistiendo con frenesí.



El tiempo parecía detenido o éramos nosotros quienes escapábamos del mismo; sin embargo, eso no era obstáculo para detenernos, pues estábamos solos; y si había alguien que podría pararnos, pues en esos momentos se encontraba trabajando, y completamente ajeno a lo que ocurría en su casa.



- Ay, que rico se siente, sigue papito, no te detengas.- susurró la señora con su voz de hembra arrecha. Si hasta siento que golpeas la entrada de mi útero.



- Eso le quería decir pero no sabía cómo.- contesté algo turbado.



- ¿Tú también lo sientes, pequeño?- preguntó curiosa.



- Así es señora.- respondí sin parar mis arremetidas.



- Ay, que inocente y lindo eres, mi niño.- dijo riendo.



Un chasquido, producto del choque de nuestros sexos, me hacía saber el torrente de fluídos que emanaban de ella. Nos abrazamos más fuerte ante la inminente culminación del acto sexual. Las contracciones de su pared vaginal me hicieron soltar una copiosa lluvia de leche seminal que la inundaba por completo. Poco a poco mis caderas fueron disminuyendo su ritmo desbocado para sosegarse con la tibieza de su cuerpo.



- Mi pequeño, ha sido lo más delicioso de mi vida.- dijo con el aliento entrecortado. Es una suerte que seas tan bueno para aparearte.



- Gracias, señora Ysabela.- respondí aún ahogado.



- Te portaste de las mil maravillas.- susurró besándome. Sabes, me gustaría volver a repetirlo.



- Yo también.- contesté entusiasmado. Pero no hemos usado condón, ¡va a quedar embarazada!



- Ay, mi pequeño, no te preocupes de eso que yo me cuido.- dijo segura.



- Aya, es que no sabía eso.- respondí sonrojado.



- Bueno, pues, entonces desde hoy somos amantes.- dijo frotando su nariz con la mía.



- Como usted diga señora.- respondí con la emoción propia de un adolescente. Yo por mí lo haría todos los días.



- Ja,ja,ja... mi pequeño, que lindo eres.- dijo mirándome tiernamente. Pero eso es difícil.



- ¿Por qué?- pregunté curioso.



- Pues, sería extraño para los vecinos que vengas a mi casa todos los días.- dijo explicando su punto de vista.



La decepción se apoderaba de mí, y así fue que mi mente se puso a pensar en las opciones con el ímpetu de la juventud.



- Ya lo tengo, señora.- dije entusiasmado.



- A ver dime que cosa has pensado.- dijo tanteando mi idea.



- Pues, lo primero, es que somos vecinos.- dije explicando.



- Así es mi niño.- respondió.



- Y que yo podría pasarme fácilmente a su casa por el patio de atrás.- dije.



- Ya veo bien lo que tramas.- dijo sonriendo. Continua.



- Entonces, yo pongo mi escalera para subir al techo y luego me bajo a su casa por las rejas de la ventana.- agregué.



- ¿Y si te ve alguien?- preguntó probándome.



- Eso no es problema con el tremendo árbol que tiene en su patio y que no deja ver casi nada.- dije dando por terminada mi idea.



Ella sonrió por mi ocurrencia.



- Entonces, está dicho.- susurró acariciando mi cabello. Así será como nos veamos.



Seguimos conversando sobre esta nueva experiencia para los dos. Y las muchas cosas que aún teníamos por descubrir.



Y así, siguieron muchos encuentros más, que ya contaré en próximas historias.


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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