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Categoría: Maduras

La monitora

Llevaba desde los 12 años yendo de campamento, así que cuando comenzaron mis primeras salidas nocturnas, tenían lugar con personas de ese entorno. Normalmente eran personas de mi edad o de edad similar, pero a medida que fuimos creciendo era cada vez más común pasar algunos ratos con nuestros monitores en aquellos maravillosos botellones, los cuales, si bien eran una gran molestia para los vecinos del lugar, eran todo un hervidero social para jóvenes de todas las edades. Recuerdo que Jose, uno de mis mejores amigos, estaba enamorado de Ana, una monitora de 29 años. Tras varios tropiezos con la realidad después de declararse ebrio en aquellas noches de alcohol a espuertas, y tras las numerosas negativas de Ana, cosa que era de esperar teniendo en cuenta la diferencia de edad, aquello se convirtió en una obsesión para él. Curiosamente, Ana tenía mucha complicidad conmigo, y era normal que nos lleváramos horas conversando, así que como era de esperar, las conversaciones comenzaron a centrarse en mi amigo, para lo cual era necesario distanciarse del resto del grupo para hablar con normalidad del asunto, ya que eran numerosas las quejas de ella al respecto. A raíz de aquello, empezó a ser bastante común que terminara acompañando a Ana a su casa para poder explayarnos sobre Jose a nuestro antojo. De ese modo y sin esperarlo ni pretenderlo, empezé a fijarme cada vez más en Ana, en los paseos nocturnos hasta su casa, había aprendido a deleitarme con ella y a seguirle la conversación a la vez. Ana era una mujer rotunda, de estatura media, con unos rizos negros que caían a ambos lados de su cara, la cual se encontraba presidida por una sonrisa pícara y unos profundos ojos negros. Estaba un pelín pasada de kilos, pero la forma en que su cuerpo repartía esos kilos de más era una delicia, unos pechos grandes y turgentes, unas caderas propias de la diosa de la fertilidad y un culo redondo y respingón.



Ahora bien, yo no iba a hacer el tonto como Jose, sabía de antemano que no iba a rascar bola, yo era un chiquillo por mucha apariencia que tuviera, y ella ya era una mujer. Aunque una noche todo dió un giro sorprendente. Estaba acompañando a Ana a comprar tabaco, ella se dispuso a entrar en un establecimiento y yo opté por esperarla fuera. Absorto me encontraba en mis pensamientos cuando...



-¿Sabes? Hoy llevo un tanga negro- fue un susurro en mi oreja, casi una caricia, que me estremeció desde la coronilla hasta la punta de los pies, y había sido Ana. Me quedé atontado, pero aun así, no me arredré, y en cuanto regresé de nuevo a la tierra le dije -No, y es imposible que lo sepa en tanto no lo compruebe.



No contestó nada, se limitó a cogerme de la mano y llevarme de vuelta al lugar donde estaba el grupo, pero a unos 30 metros de nuestro destino, introdujo mi mano en su pantalón, a lo que a pesar de mi sorpresa conteste palpando todo cuanto pude. -Ahora ya lo sabes- me dijo dando un mordisquito en mi oreja, y sacando mi mano de su suave culo, volvimos con los demás a seguir de botellón. Como podeis imaginar la erección que se me quedó era de campeonato, recuerdo que me miraban la entrepierna todas las que pasaban cerca de mi, cosa que no me hubiese disgustado si la erección no hubiera ido acompañada de una ingente cantidad de líquido preseminal que me esforzaba por disimular, era todo hormonas. La noche se presentaba ante mí con una clara posibilidad de sexo con Ana, pero nada más lejos de la realidad, solo se que llegué a mi casa erecto y mojado, y que me hice una de las mejores pajas de toda mi vida a la salud de Ana y su maravilloso culo, pero no se como, en algún momento de la noche nos perdimos de vista.



Pasaron dos semanas y dos docenas de pajas y volvimos a encontrarnos en pleno botellón. En esta ocasión la noche transcurrió con normalidad, eso si, procuré no perder de vista a Ana, y creo que ella tampoco me perdió de vista a mí. Y concluida la bebida, me dispuse a acompañarla a su casa. Fue raro, pero en todo el camino no dio signos de querer nuevos juegos eróticos y yo desistí de cualquier propuesta, imaginaba que había recapacitado y no iba a olvidarse de que yo era un niño. Así, que le di dos besos. -Buenas noches- le dije cordialmente, y me di la vuelta. -¿A que no sabes con quien he soñado esta noche?- me dijo, y al volver a girarme y sin esperar respuesta me dijo -contigo. He soñado que me tenías amarrada a la cama, bocabajo, con tu polla bien dentro de mi, y dejándome caer gotas de cera caliente sobre la espalda.



Mi polla saltó como un resorte me acerqué hasta ella y la besé, suave pero con infinita pasión, mi lengua acarició el interior de su boca, su lengua, dientes, encías, paladar; y ella hizo lo propio con la suya, le mordí, me mordió, besé su labio inferior, el superior, me apretaba contra ella para que notara el ser que crecia en mi pantalón, y a cada roce gemía suavemente llevándome a la locura. De repente paró en seco -vamos a la playa.



Y dicho esto me cogió de la mano y comenzamos el largo paseo de camino a la playa, y digo largo no por que estuviera lejos, ya que se encontraba a unos escasos 100 m, pero las numerosas pausas para besarnos hicieron que tardásemos como si estuviera en la otra punta de la ciudad. La polla me iba a estallar, el pantalón comenzaba a mancharse por fuera. Y a pesar de todo, a mis inocentes 17 años, no me había atrevido a avanzar con mis manos. Y curiosamente ella tampoco, luego comprobé que no quiso asustarme antes de tiempo. Bajamos a la playa, me senté y ella se sentó a horcajadas sobre mi, y después de otro largo rato besándonos me miró con la mayor mirada de lascivia que había visto, y me dijo -yo no tengo edad de venir aquí a comerme la boquita e irme para casa- y dicho esto se abrió la blusa que llevaba y aparecieron ante mí dos hermosos pechos contenidos por un provocativo sujetador negro. Acto seguido tomo mis manos, las colocó sobre sus senos y yo comencé a acariciarlos a través de la tela del sujetador, notando como se iban endureciendo unos pezones, que si bien no parecían muy grandes, respondían a mis estímulos de maravilla. He de decir, que a pesar de no ser virgen, tan solo había tenido tres torpes experiencias con una novia que había tenido anteriormente, así que allí mandaba Ana.



De pronto, se bajó de encima mío como quien desmonta del caballo y comenzó a acariciar mi polla por encima del pantalón. Viendo el estado de mi miembro, no tardó en sacarlo de la prenda al completo, y tras darle un par de lametones me miró con cara de viciosa y me dijo -me encanta que tengas una polla tan gruesa, me gustan las pollas gordas- y dicho esto se la metió entera en la boca para empezar la mejor mamada que me habían hecho hasta el momento, pasaba su lengua por el glande, lo absorvía, chupaba todo el recorrido del pene, hasta su base, acariciaba y lamía mis huevos. Suerte que me había hecho dos pajas ese día, y que el alcohol aumenta mis tiempos de corrida, por que si no no hubiera aguantado aquella delicia.



De repente, se levantó, se bajó las bragas, y levantando un poco la minifalda negra que llevaba, se sento de nuevo a horcajadas sobre mi, rozando mi polla con su empapado coño. Acaricié con mis manos aquel regalo que me ofrecía esparciendo bien todo el flujo, y tras esa operación ataqué su clítoris con mis dedos llevándola al borde del orgasmo, y fue al borde por que me hizo parar y me dijo -quiero correrme con tu polla dentro de mi, quiero sentirla hasta el fondo mientras me retuerzo de placer- y se introdujo de un golpe toda mi gruesa polla. Tuve que contenerme mucho para no correrme, y para distraer un poco la atención de la polla, le quité el sujetador, quedando ante mi dos de las mejores tetas que he visto y veré en mi vida, tetas grandes, blancas y blandas, pero en su sitio, sin efecto gravitatorio alguno, y sin silicona, y coronadas por dos pequeños pero duros y oscuros pezones, que me esforcé en besar, morder, lamer...Entonces comenzó ella un movimiento de caderas mágico a lo que yo respondí amasando su culo sin dejar de devorar sus pechos, mas que para besarla a ella de vez en cuando y mirarla a los ojos. Gemía profundo, sin exageraciones pero sin parar, y mirándome fijamente a los ojos me dijo - ya me he corrido tres veces, ya es hora de que inundes mi coño con tu zumo de vida, y no te preocupes, tomo la píldora.



Mi inexperiencia no me había dejado ver que había tenido tres orgasmos, su flujo resbalaba por mi gruesa polla, pasando por los huevos, el perineo, y llegando hasta mi culo lleno de arena, estaba en una nube, quería correrme, llenarla de mi, pero no quería que acabara aquello. Pero ella quería sentir mi semen ya, y así fue. En cuanto me dijo aquello, comenzó a moverse con un frenesí que no había mostrado hasta aquel momento, y fue imposible detener la corrida, así que por fin me dejé llevar, uno, dos, tres, cuatro, no se cuantos chorros salieron de mi aquella noche, pero parecía que el corazón se me iba a salir por ahí, sentía el pulso en mi polla, y Ana dió el grito más grande que había dado hasta entonces y soltó un abundante chorro de flujo al tiempo que contraía y abría los músculos de su empapada y caliente vagina. Nos acariciamos, nos besamos largo rato, yo dentro de ella aún, y recordé que aún tenía impuesta hora de llegada, y ya iba con una hora de retraso. Así que muy a pesar nuestro, nos vestimos, y nos despedimos con un profundo beso -cuando quieras, repetimos, pero recuerda, esto es sólo sexo, y no se te ocurra contárselo a nadie.



CONTINUARA....


Datos del Relato
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