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La esposa del síndico (III)

Semanas después del "sarao" que disfrutamos con Cristina y el matrimonio Camacho a bordo de mi yate, llegué a la conclusión que mi síndico era un flor de tipo. Había reaprendido una lección que jamás debí olvidar: "nunca juzgues a nadie por su aspecto".



La cuestión es que Camacho se transformó en uno de mis más leales empleados. Mi situación con su esposa se había blanqueado de tal forma que él la había aceptado sin reparos. Esa actitud motivó que yo aumentara su sueldo y mejorara su imagen dentro de la Empresa.



También ocurrieron algunas cosas. En primer lugar mi esposa decidió abandonarme. La verdad es que no me amargué demasiado: me tenía saturado. La muy bruja se fue amenazándome con dejarme en quiebra sin saber que ya Camacho había arreglado que mis posesiones pasaran a manos de testaferros de confianza.



Y para continuar me nombraron Presidente de la compañía cuando el anterior decidió retirase a vivir de sus ganancias y a disfrutar de los días de vejez entre sus nietos. Para festejarlo, Camacho organizó una cena íntima en su casa, donde yo me la pasé follando a su esposa delante de su nariz, mientras Camacho se masturbaba al vernos y con Cristina se dedicaban a aspirar hasta el polvo de las alfombras, actividad esta que parecían gozar más que practicando el sexo.



Una tarde, Andrea se presentó en mi lujoso despacho. Estaba muy alterada. Y como siempre muy hermosa. La saludé al entrar amasando uno de sus senos y metiendo profundamente mi lengua en su garganta. Si yo estaba loco por ella, la muy perra no resistía ese tratamiento de saber que no podría jamás abrir la boca sin que antes la sodomizara vestida.



Llené su recto con mi leche y la obligué a chuparme la polla unos 10 minutos mientras yo me relajaba. Luego le ofrecí un whisky y recién entonces la dejé hablar. Ella me dijo, que estaba asustada. Había ido al médico por algunos malestares y este le había diagnosticado un embarazo de dos meses. Como Camacho tenía vasectomía desde hacía años, el niño de sus entrañas era de mi pertenencia.



A mí me apresó una inmensa alegría. Yo deseaba ese niño desde que la conocí en Alicante y se lo hice saber. Pero ella me contestó que temía que su embarazo la deformara y que ya no la desearía de la misma forma que siempre. Yo le dije que no lo mejor que pude. No podía contarle la morbosidad de los placeres que en mi cabeza estaba elucubrando.



Así que la besé, y pensando en mis fantasías dediqué el resto de mi tarde a follarla por todos su agujeros hasta dejarla exhausta. Convinimos en no decirle nada a Camacho hasta que este notara su pancita.



Así que durante un par de meses más seguimos nuestra habitual rutina de follar todo el tiempo sin preocuparnos. Desde lo del yate, yo no me preocupaba más por esperar a que Camacho se retirara de su casa a trabajar para aparecer en la casa a follarme a la perra de Andrea. Ella se levantaba con él, y mientras el cabrón hacía el desayuno, ella empezaba a arreglarse para mí. Eso me ponía a mil. Y como siempre, al llegar, disfrutaba cogiéndola vestida, muchas veces con él mirándome y hasta recibiendo mis instrucciones de trabajo mientras bombeaba a su esposa.



Otras veces, ella se arreglaba a mi placer y esperaba a que yo la pasara a buscar para salir a cenar y bailar. Entonces ella se despedía de Camacho con un beso en la mejilla y en mi presencia le decía que no la esperara levantado porque no sabía a que hora yo la llevaría de regreso.



Yo disfrutaba este juego por ambas puntas. Por un lado gozaba haciendo cornudo a Camacho, por otro gozaba el hecho de que toda la sensualidad de la putita de su esposa estuviera volcada sólo a mi placer personal. Era una maravilla sólo verla. Una verdadera muñeca que vivía tan sólo para arreglarse para mí. También me costaba fortunas vestirla. Pero el hecho de ser rico hace que esas cosas sean sin importancia.



Andrea era tan espléndidamente puta, que todos los hombres la deseaban. El día que Camacho descubrió la preñez, apareció hecho una furia en mi despacho. Yo lo abracé y felicité. El muy cornudo sería el padre de mi hijo. Merecía un premio y se lo di. Lo tenía preparado desde el día que supe la noticia: Una semana de vacaciones en Canarias junto a Cristina, totalmente pagadas y con 10 mil dólares para gastos. Podría empolvar muchas narices con ese dinero.



Cuando Camacho partió, aún me quedaba el regalo para Andrea: Sería una fiesta en mi finca. La fiesta era privada, pero había contratado un grupo de música para que tocara toda la noche solo a nuestro placer. Eran tres negros jamaiquinos que ejecutaban el mejor reggae de la península. Una de mis placeres era follarla al son de la música.



Así que cuando mi chofer la dejó, ella solo se sonrió como diciendo "debí esperar esto de ti".La fiesta empezó conmigo besando todo su cuerpo a la vista de los negros, que no paraban de alimentar con ron su inspiración. Ron y alguna de esas porquerías que ellos fuman impregnando el ambiente con un espantoso olor.



Mientras rompía el culo de Andrea, noté que la muy puta miraba de reojo los musculosos torsos de los negros como tratando de adivinar si sus pollas eran tan gigantes como la mitología local cuenta. A mi me encantaba cogerla embarazadita. Ella perdía el control como de costumbre. Gritaba, gemía, pedía más y tomaba la leche con avidez. Cuando noté que las fuerzas me flaqueaban, hice una señal a los negros para que se acercaran. Esa noche, como premio, Andrea sería follada sin descanso.



El primer negro se aproximó mientras aún mi polla estaba en el culo de Andrea. Se paró delante de ella y, ante sus ojos asustados, sacó de su pantalón una verga descomunal. Ante la indecisión y la sorpresa de mi puta, la alenté:" Vamos perrita, cómetela. Acaba con ella ,quítale a nuestro amigo toda la carga de esas pelotas " .



Y ella abrió su boca y comenzó por besar el capullo del africano. A lamerlo con la lengua como si fuese un helado. Ese espectáculo hizo que mi leche brotara en su recto una vez más y que un grito de placer saliera de mi boca. Pero yo no daba más, así que llamé al segundo negro. Este ya vino con la verga erecta y cuando yo retire mi pija él la reemplazó con la suya en el culo de Andrea sin ningún miramiento. Los ojos de Andrea giraban locos en sus órbitas por el placer. Tenía la verga del primer negro metida casi toda en su boca y la del segundo negro arremetiendo con furia su trasero. Yo me senté cómodamente con un whisky para gozar el espectáculo y una vez acomodado hice señas al tercer negro. Son geniales los negros.



No sé cómo mierda hizo este tipo para acostarse espaldas al suelo entre esa maraña de tres personas enchufadas y clavar en la raja de la zorra su descomunal instrumento.



Andrea hacía rato que acababa en continuado. Daba señales no poder más, pero...¡Qué coño! , tenía que aguantarlo si de veras se creía tan puta. Después de todo, hay mujeres que nacen para laburar, otras para sufrir y Andrea estaba destinada a que se la follaran.



No sé cuanto tiempo estuvieron esos negros intercambiando puestos de atención a los agujeros de mi puta. Pero los despedí cuando ella empezó a pedir basta a los gritos. Antes de hacerlo, me acerqué a ella y le pregunté:



"¿ Quieres que los eche?" "¡¡¡Siii!!!, no puedo más" "Me amarás solo a mí?" "¡¡¡SÍ!!!, ¡Lo juro!



Recién entonces les ordené dejarla. Aún estaba vestida, pero su conjunto de 2 mil dólares estaba arruinado, roto y lleno de esperma de negro. Su boca estaba sucia con semen que le escapaba de sus labios.



La hice cargar por las criadas, quienes la condujeron a mi suite personal donde procedieron a bañarla con sumo cuidado. Luego la secaron, la peinaron, la vistieron lujosamente y la trajeron donde yo estaba, en el parque disfrutando de las estrellas. No había caso. Podría follarla una tropa de elefantes, pero Andrea siempre sería una belleza. Lástima que le gustara tanto mamar troncos ajenos. La besé en los labios dulcemente y juntos dejamos que la cálida noche nos envolviera.


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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