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La depilación (I)

Siempre me había dado morbo afeitarme el pubis y los genitales, de hecho lo hacía de vez en cuando y aquello llamó mi atención con poderoso atractivo. Ahí estaba, lo leía y releía una y otra vez y me excitaba imaginar que llamaba y concertaba una cita... Se trataba de un anuncio en la sección de contactos del diario. El texto decía:



Gabinete íntimo profesional. Especialidad en depilación íntima y depilación integral. Unisex. Concertar cita previa. Teléfono ...



Llamar a un anuncio así era una tontería, lo sabía, pero fue un impulso. No sé cómo ni porqué, simplemente lo hice.



Llamé y concerté una sesión para el viernes por la tarde.



Cuando por fin llegó el día y acudí a la cita, encontré que, tras llamar al timbre y ser recibido por una señorita, aquello era un Gabinete de Estética por todo lo alto. Estaba montado lujosamente y con muy buen gusto.



Desde luego el negocio no debía ir nada mal a juzgar por la decoración. Me hizo pasar a una salita de espera y me comentó que en seguida me atendería Pablo, el esteticista.



Me senté en un confortable sillón, tomé una revista cualquiera y me dejé relajar por aquella música ambiental, suave y agradable.



Al ratito entró el tal Pablo. Maduro (unos 40 años), muy moreno y cuidado, de trato amable y blanca sonriente. Se presentó y hablamos sobre lo que yo quería. Él explicó que su especialidad era la depilación o retoque de las zonas íntimas y que la clientela podía pedirle cualquier cosa, que por rara que pareciera él la hacía. Me dijo que lo que ahora se llevaba, lo que estaba de moda en la estética aplicada a hombres era la depilación integral. Que a las mujeres les atraía enormemente el cuerpo de un hombre de tacto suave y lampiño. Que era lo último de lo último y que tenía muchos caballeros que venían a hacerse el pecho, vientre, sobacos, pubis y genitales. También me dijo que muchos decidían no afeitarse brazos ni piernas ya que socialmente era más comprometido y preferían no delatar su depilación.



-Bien, y eso... ¿cuánto me va a costar? -¿Una integral? 60 euros y 100 si hay que hacer brazos y piernas.



-¿No es un poco caro? -No cuando veas el esmerado servicio que doy ¿te animas?



Sigo sin saber cómo, pero el caso es que accedí (¿por morbo?). Le contraté un servicio de 60 euros y me pasó a su cabina de trabajo. Una habitación amplia y confortable.



Nos sentamos en su mesa de trabajo e introdujo mis datos en el ordenador. Después me invitó a pasar detrás de un bonito biombo y me pidió que me desnudara.



-¿Del todo? -¡Pues claro! ¿cómo iba a depilarte sino? ¡Anda, ponte en pelotas y no seas vergonzoso justo ahora, hombre!



Cuando abrí la cremallera de los pantalones y me los bajé (nunca uso ropa interior), una erección comenzó a apoderarse de mi sexo. ¡Estaba excitado, si, muy excitado! Iba a posar desnudo para otra persona que me iba a estar toqueteando durante un buen rato, y eso me ponía cachondo.



-¿Ya estás? -¡No, un momento, enseguida salgo! Hice un esfuerzo urgente de concentración y cuando sentí que la cosa se relajaba, salí como si nada pasara.



-¡Así me gusta, sin inhibiciones! ¿Ves como no pasa nada? ¡Ni que fuera la primera vez que veo a alguien desnudo! ¡Tu estate tranquilo y relájate!



Hizo ademán de que me estirara sobre una camilla y así lo hice. La verdad es que estaba algo tenso.



-Primero voy a recortar con maquinilla todo este vello largo para luego poder depilarte mejor ¿vale?



Y sin mas, empezó a pasar una rasuradora eléctrica por el pecho. Resultaba agradable, así que cerré los ojos y me relajé. La máquina avanzaba a buen ritmo, de modo que enseguida pasó a limpiar el vientre. Luego me pidió que levantara los brazos y se concentró en los sobacos. Antes de que me diera cuenta, ya estaba atacando el vello del pubis. Notaba la maquinilla haciendo presión sobre él, suavemente, delicadamente... ¡sensual diría! Tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no tener una nueva erección. Notaba perfectamente el recorrido de la maquinilla, de modo que podía calcular el grado de afeitado que ya había recibido y sabía que ya no debía quedar nada o casi nada. Sin embargo la maquinilla seguía atacando, con suavidad, haciendo recorridos largos que terminaban golpeando con delicadeza mi pene. De vez en cuando, el calor de su mano acariciaba sin querer mi sexo.



Noté que, poco a poco, de forma irremediable, la polla dejaba de ser una cosita arrugada para pasar a ser una verdadera polla con ganas de presentar armas, así que me concentré más y más intensamente en impedir que eso ocurriera. Y cuando más concentrado estaba... ¡sonó la campana del primer asalto!



-¡Bueno, esto ya está! ¡Anda, levántate y ponte este albornoz! -¿Qué? -¡Sí, póntelo, no queremos que te enfríes al salir de la ducha! -¿Tengo que ducharme ahora? -¡Claro, es para quitarte todos los pelitos sueltos que han quedado por todo el cuerpo y para abrirte los poros!



La cabina de ducha estaba en un baño ultramoderno, a la última en lo que a estilo se refiere. Griferías de diseño, lavabo de acero inoxidable, luces de última tecnología, música ambiente... ¡Genial! El agua corría por mi cuerpo a una temperatura increíblemente agradable. El chorro salía de una alcachofa de aspecto carísimo, de tal manera que en vez de chocar contra mi cuerpo, parecía querer enroscarse a él. Caía como a rosca, sin salpicar, produciendo burbujeo y caricias. ¡Gratificante!



-¿Ya estás? ¿qué tal la ducha? -¡Uff, increíble! -¡Bien, me alegro! ¡Bueno, vuelve a la camilla y pon las piernas en estos soportes!



Mientras me había duchado, él le puso a la camilla unos accesorios que le daban aspecto de cama ginecológica. Me recosté y puse las piernas apoyadas en aquellos soportes.



Él los ajustó a la medida de mis extremidades y cuando terminó, me sentí verdaderamente desnudo. Estaba allí, completamente desnudo y afeitado, tumbado sobre aquella cama tan bien iluminada, con los muslos bien separados y las piernas en alto, enseñándolo todo, todo, todo. A merced de sus miradas. Repito, me sentí auténticamente desnudo y sentí un poco de pudor, un atisbo de vergüenza me recorrió. Sin embargo él, como muy acostumbrado a esto, tomó una brocha y un cuenco lleno de jabón y comenzó a untarme todas mis partes.



-¿A cuchilla? ¿Vas a afeitarme? ¡Yo creí que...



-¡Por favor, no solo se trata de depilarte, esto es una filosofía en sí mismo, es una terapia de relajación! La cosa consiste en que cuando tú salgas de aquí te hayas quedado tan a gusto que desees volver. ¿me comprendes? Yo me gano la vida fidelizando a mis clientes, no sableándoles el primer día que entran aquí. Quiero que disfrutes mientras te dejo bien afeitado, quiero que cuando acabes te mires al espejo y te dé morbo verte así, quiero que te apetezca volver a ponerte en mis manos porque sabrás que yo cuido tu cuerpo, lo mimo y lo trato con tanto gusto para que se convierta en un vicio, en una necesidad. Tú estate tranquilo, tranquilísimo... Y déjate hacer mientras disfrutas... ¿Entendido? ¡Deja de estar preocupado...!



Cerré los ojos y me dejé hacer. Empecé a sentir las pasadas de la brocha caliente, húmeda y llena de espeso jabón. Más que pasadas eran como lengüetazos... Recorrían todo el pubis... y las ingles... y los huevos... y debajo de los huevos... y volvían e las ingles, y al pubis...



¡mhhhhh! La verdad era que aquello era un verdadero placer.



-¡Oye, estate tranquilo y relájate a fondo! ¡No te preocupes lo mas mínimo por si tienes o no tienes una erección, es lógico que ahora la tengas! ¿Me entiendes? Es mas, quiero que la tengas, ¿vale?



Y sin esperar respuesta empezó a embadurnarme más y mas descaradamente, buscando el que yo disfrutara, buscando excitarme. ¡Y vaya si lo estaba consiguiendo! Sus palabras fueron como un bálsamo, me liberaron y dejé de tener vergüenza y preocupación. Así que ahora podía concentrarme en no concentrarme, en liberar mi cuerpo de tensiones...



La brocha me estaba poniendo muy caliente y me puse a fantasear con que era una lengua que recorría mis pliegues mas secretos, mi sexo, mi culo...



-¡Ahora me gustas, así es como quiero verte...



Desinhibido, relajado, disfrutando... Eso es..., así..., así...



Y mientras me hablaba yo sentía cómo ya no me embadurnaba con la brocha, sino que recorría mi cuerpo con sus manos llenas de jabón, extendiendo la crema por el vientre, por el pecho... ¡Joder, me encantaba el tipo aquél! ¡Me estaba haciendo sentir mi cuerpo por centímetros, con verdadera intensidad! Me había puesto tan caliente que deseaba en esos momentos que me agarrara la polla y me hiciera una paja, que me la mamara hasta hacerme aullar de gusto, que metiera sus dedos enjabonados en mi culo, a fondo, con energía... o mejor aún, que me metiera por el culo su polla y me follara en aquella postura. ¡Bueno, estaba teniendo todas las fantasías del mundo!



Pero no me hizo nada de eso, se detuvo a tiempo, antes de que yo se lo suplicara. Y comenzó a afeitarme con la navaja más afilada del mundo. La hoja no cortaba, patinaba. Se deslizaba conducida por unas expertísimas manos y lo hacía de tal manera que antes de darme cuenta, me había dejado mas suave que el culo de un bebé. Me depiló a fondo el culo, las ingles, los testículos, el pubis, el vientre, el pecho y los sobacos.



-¿Qué tal? -¡En la gloria! ¿ya se ha acabado?- Pregunté con verdadera lástima.



-¡Casi! ¡Anda, vuelve a ducharte!


Datos del Relato
  • Categoría: Gays
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