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Jugando con fuego

~Hace aproximadamente un año y medio, más o menos a punto de caer las vacaciones de verano, cerca de mi casa, empezaron a edificar un nuevo edificio. Cuando pasaba por delante de la obra, había un chico joven que cada vez que me veía me soltaba piropos y me decía cosas divertidas y picaronas como: “Niña, sí tú quisieras, todo te daría”. Los veteranos de la obra hacían mucha broma y la cosa, con el tiempo, iba a más. Al principio el tema me cayó mal. No me hacía gracia que me tomaran a burla, pero tenía que pasar por allí cada día, así que decidí tomármelo con humor y no ser maleducada, al fin y al cabo, no era nada grosero y lo decía todo con mucha gracia y respeto.

Lo normal es que, al cabo de unos meses, el edificio se acabara de construir y este chico se fuera con la música a otra parte, pero...el destino decidió jugar sus cartas y no fue así. Casualmente, nos encontramos un sábado por la noche en una disco que acababan de inaugurar a las afueras de la ciudad, lejos de donde vivo. Yo estaba con mis amigas, a las que les había contado el buen rollito que tenía con los de la obra. Él estaba solo con un amigo. Una de mis amigas, Rosa, que es súper cañera, cuando supo que allí estaba el de la construcción, empezó a insistirme que tenía que ir a decirle algo, a ser yo quien le intimidara entonces, ahora que no estaba en el andamio y tenía que oír las cosas cara a cara y no en posición de superioridad. Yo le dije que no se pasara, que no me sentía mal por lo que me decía cada día, que no era un viejo verde ni nada por el estilo, pero que porqué no ir a saludarlo...

Total, qué iba a perder, tenía a mis amigas de «escoltas», como él al resto de paletas, y llevaba tatuada en la cara mi mejor sonrisa. Me dirigí hacia él, que estaba en la barra, y le dije: “ahora que ya has bajado del andamio, dime qué me darías”. Se giró de golpe, pero, lejos de cortarse, se echó a reír y, acercando su rostro al mío, me contó al oído todo lo que me haría:

- Creo que una chica como tu merece que la traten como a una princesa. Si fueras mi chica, te llevaría entre algodones y te haría la mujer más feliz del mundo. Un bombón como tú no puede andar sola por la calle y yo quiero ser tu envoltorio, bonita.

A mí me dio la risa y él también se estaba tronchando. Yo le dije que llevaba la lección más que bien aprendida y que se la debía soltar a todas las chicas que pasaban por debajo de su obra. Entonces, su amigo reaccionó y dijo: “anda, ésta es la chica de la que no paras de hablar”. Sólo entonces, Raúl perdió un poco los papeles, como si le hubieran pillado en falso, pero reaccionó enseguida y me dijo otra de esas perlas que se te quedan grabadas:

- Claro que es ella. O es que viendo una chica 10 como ésta puedes después hablar de cualquiera. Eres lo mejor que ha pasado por mi obra, niña. El brillo de tus ojos ilumina todo mi día y no puedo hablar de nadie más que de ti.

Yo seguí riéndome, pero me tocó el corazón y empecé a sentir mariposas en el estómago. Creo que en ese momento sentí cómo las flechas de Cupido atravesaban mi corazón, aunque también tenía un poco de miedo. Rosa, una de mis amigas, viéndome súper bien, decidió acercarse. La presenté y Quique, el amigo de Raúl, vio el cielo abierto para dejarnos el campo libre. Se fue con Rosa a la pista y empezaron a pasárselo de miedo. Yo, en cambio, al quedarme a solas con él, empecé a sentir ese vértigo de cuando ves que te vas a colar por alguien... Es que Raúl tenía algo que me enamoró, no sé si eran los hoyuelos de su cara, no sé si fue su desparpajo oque entre nosotros triunfó la química.

Después de estar toda la noche juntos, Raúl me acompañó a casa. Entonces, pasamos por delante del edificio en el que trabajaba, donde empezó todo, y me dijo que si quería verlo... Me pareció muy divertido y, esquivando la caseta donde estaba el guardia de seguridad, subimos al último piso. Era una noche súper agradable y, desde allí, vimos la salida del sol.

Mientras tenía mis ojos admirando el cielo, que empezaba a teñirse por la primera luz del día, sentí sus labios en mi cuello. Fue muy ligero, como la caricia de una pluma, pero me estremeció de cabeza a los pies. Entonces, me dijo que me deseaba y yo, casi sin habla, apreté mi cuerpo contra el suyo. Yo también le deseaba. Raúl improvisó una cama con mantas y su chaqueta y me tendió en ella. Fue tan bonita que me sentí como una princesa mora en su tienda del desierto. Nuestro lecho era súper sencillo, pero a mí me pareció el más rico del mundo, pues Raúl era un auténtico príncipe del amor. Me desnudó con mucha suavidad, acariciando cada centímetro de mi piel con sus labios. Después, se quitó la ropa y se tumbó a mi lado. Estuvimos mucho rato besándonos, mordisqueando nuestros labios, acariciándonos hasta que la excitación creció tanto en nuestro interior que Raúl me dijo si quería hacerlo. Le dije que sí y él, después de ponerse el preservativo, se puso sobre mí y, lentamente, empezó a penetrarme. No dejamos en ningún momento de mirarnos a los ojos y fue tan hermoso que, aunque no llegué a experimentar un orgasmo completo, sentí tanto placer que no me importó. Fue hermoso y me sentí muy querida, a pesar de que ¡¡¡nos acabábamos de conocer!!! Qué fuerte, me entregué totalmente a un desconocido pero... afortunadamente, mi corazón acertó al confiar en Raúl.

Hoy, más de un año más tarde, seguimos juntos y, por cierto, Quique y Rosa también son pareja. A veces no se puede desperdiciar el momento...

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