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Infierno y Cielo

Por recomendación de un profesor de la universidad acepté ir a una cita con la psicóloga del lugar. El propósito era que hallara el por qué de mi baja moral en esos últimos dos meses. Personalmente, los psicólogos necesitaban más ayuda de nosotros, el común, que nosotros de ellos; sin embargo cumplí con la cita. Su consultorio era una especie de cajón de vidrio en la sede de Bienestar Estudiantil, con su diploma de graduada colgado con propiedad en una de las pocas paredes junto a algunos afiches del cerebro y del viejo Sigmund. Tenía dispuestas dos sillas de oficina para que nos sentáramos a charlar. Su nombre era Marcela. Tenía buena pinta; lindos y delgados muslos, gran trasero, buenas tetas y cara de puta. Yo seguí y me senté a esperar su charla profesional. - Bueno, - comenzó - ¿cuál es tu nombre? - Charlie. - Bien Charlie, José me ha comentado que eres un buen estudiante, pero que en los últimos meses has decaido. El te ve más disperso, como vagando en el espacio. - Mira, Marcela… ¿Puedo llamarte Marcela, cierto? – - Claro. - Bien, Marcela, yo no sé por qué carajo estoy aquí. Simplemente mi profesor me dijo que viniera y hablara contigo pero para ser sincero, no sé que pretende. - Bueno, el cree que tienes problemas internos. - ¿Ah sí? Pero yo desconozco alguno - Bien. ¿Por qué no me cuentas algo? – Quedé estupefacto. Qué tipo de psicóloga capacitada te hacía una consulta tan mediocre. Había estado antes en otras citas, con otras peores que ella y hacían mejor su trabajo. Al menos las otras lo intentaban. - ¿Y como qué quieres que te diga? - No tienes por qué ser tan agresivo, Charlie. - Disculpa si te di esa impresión, pero dime de qué quieres hablar. - No importa. Cuéntame que has soñado últimamente. - ¿Soñado? Yo no tengo sueños con frecuencia. No tengo cabeza para andar soñando tonterías - Pero, debes haber soñado algo, cualquier cosa - Bueno, hace dos o tres noches, soñé que lo hacía con dos al mismo tiempo en una vitrina de un centro comercial concurrido. - Que interesante… - dijo con algo de sarcasmo bien maquillado. A mi parecer, la nena comenzaba a cansarse de mi presencia. Y no era mi intención, solo que sus preguntas se me hacían tontas, vagas; y solo me daban pie para contestar con igual vaguedad. - Pero, ¿no has tenido sueños extraños? – sugirió por fin, tratando de hacer más explícita la pregunta. - Ya que lo menciona, tuve este sueño loco la otra noche; bueno, hace como una semana. Era sobre el cielo y el infierno. - Dime más… - y desenfundó papel y lápiz de un cajón pequeño que tenía frente a ella. - Bien. Yo me encontraba en un salón grandísimo. Estaba dispuesto como un restaurante muy elegante, con paredes vino tinto y sillas negras. Yo vagaba por el lugar mientras miraba las miles y miles de mesas. No había nadie conocido. - Bueno, ¿y no llegaste a sospechar nada? - Señorita, yo he estado en decenas de reuniones donde no conozco ni al perro. - Bueno, continúa. - Bien. Fui hasta la barra de aquel extraño restaurante y apenas me senté, llegó este sujeto de smoking a rayas violetas y negras, pelo engominado hasta la mierda, zapatos de charol negros destellantes por la luz. Me llamó por mi nombre y me preguntó si estaba bien, yo le dije que tenía sed e inmediatamente pidió un Jack Daniel’s para mí y se fue. - ¿No te dijo su nombre? - No, de lo contrario le hubiera llamado por su nombre. - Bueno, pero, ¿qué pasó después? – La nena comenzaba a mostrarse interesada en mi relato y anotaba una cantidad de cosas en su libreta, que me era difícil seguirle el ritmo con la mirada. - Ok. Tomé el trago y anduve echando ojo otro rato por el lugar hasta que encontré un muro que no era como los demás, era un panel corredizo. Estaba entreabierto y decidí dar un vistazo. Pero al ver lo que había detrás, me sorprendí un poco. Era un poco de gente follando en medio de un gran pozo de sábanas, almohadas, sudor; y en el fondo, llamas de fuego del tamaño de arbustos. - Disculpe Charlie pero, ¿Es usted promiscuo? - ¡No!, como se le ocurre decirme eso. - Lo lamento pero, según usted, hay mucho sexo en sus sueños. - Es cierto, pero espere un momento termino. - Vale. - Yo los miré con repulsión y me largué de allí. Caminé otro rato hasta que divisé en un rincón del salón una cuerda. Me causó curiosidad así que trepé por ella como pude. Cuando llegué al final, me encontré en un gran cajón de madera con un hoyo (por donde venía) casi en la mitad. Asomé mi cabeza y una cantidad contable de gente vestida con túnicas y capotas que ocultaban sus rostros, como San Francisco. Yo no vi problema y me senté. - ¿Cómo era ese lugar?- preguntó extasiada - Era una caverna, con pequeñas grutas con velas para dar iluminación. Estalactitas por todo el techo y, si te asomabas por la baranda de la gran caja, no veías fondo alguno. - Ok – dijo haciendo más anotaciones en su libreta – prosigue - Como te venía diciendo, me senté y le pregunté al tipo que tenía al lado dónde estaba. Él respondió que en el Cielo. - ¿En serio? En Cielo? - Si, entonces le pregunté que cual era el lugar de abajo y me dijo que era el Infierno. - Wow. - Como sea. Le pregunté su nombre algo como San Eutimio, no le entendí muy bien. Yo, que era algo malicioso y desconfiado, le pregunté dónde estaba Jesús. Me lo indicó con el dedo, justo en la mitad del grupo de la baranda opuesta a la nuestra, y me dijo que los que lo rodeaban eran los Discípulos. Miré una mesa que había dispuesta en la mitad exacta del cajón con un tazón inmenso, lleno de algo que parecía algodón y, junto al tazón, una jarra de agua. Cuando unté mis dedos de aquel mazacote blanco, los demás miraron con curiosidad hacia mi mano impía que se sumergía en el tazón. Levanté mi mirada y vi que al que llamaban Jesús me miraba extrañado, yo continué con mi ritual y probé un poco. No sabía a nada, pero daba sensación de llenura.- En este punto, la nena se hallaba sumergida en un letargo emocional impresionante. La historia la tenía cautivada hasta tal punto, que olvidaba parpadear. Me causó algo de gracia y lancé una mirada rápida a sus piernas cruzadas. Muy buena pinta. - Pregunté al tipo del lado – continué – qué carajo era esa melcocha blanca, me dijo que era maná. Yo no podía creer que miles de personas hubieran vagado por el desierto cuarenta años y solo comieran aquella mierda… - Pero, ¿se supone que el maná fue una manifestación divina que les indicaba que perseveraran? - Me vale un pito si les indicaba o no alguna tontería. La cosa tal no sabía a nada y eso basta para dejarla servida. En fin, me levanté y me asomé por el “balcón” de nuevo mirando desconcertado el desolador paisaje, luego miré a las personas que hablaban y comían su joda, con sus ropas roídas y polvorientas y tomé una decisión. - ¿Cuál? - Me tiré al vacío. Pero justo al momento de sentir el vacío de la caída, me desperté. - ¡Vaya vaya! – dijo la vieja aquella reclinándose de nuevo en su silla y terminando de rayar algunos garabatos en la libreta. – es el más raro de los sueños que había oído jamás. - Me alegra – contesté - ¿Ya me puedo ir? - Eh… sí, ya te puedes ir. - ¿Y el diagnostico? - Te digo el lunes, hoy es viernes y estoy harta de trabajo. - Vale. – giré sobre mis pies y caminé hasta la puerta del “consultorio”. Medité mis palabras y regresé. - Oiga Doc, ¿quiere tomarse un trago conmigo?. Afuera, el sol destellaba sus últimos rayos cansinos sobre la capital, mientras entes encorbatados dibujaban tenues sonrisas a sus botellas de cerveza y, por qué no, a uno que otro par de piernas universitarias.

Datos del Relato
  • Categoría: Varios
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