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Humeda en la claridad de la luna

~~Cuando llegué a casa, él me esperaba sentado, como la mayoría de las veces leyendo el periódico. Los pies sobre la mesa y cara de concentración. Había sido un día duro de trabajo, pero extraño, incluso diría que placentero. Durante toda la mañana había estado fantaseando en la oficina, erotizada, de esas veces en las que es imposible controlar el deseo que a una le recorre el cuerpo. por cada milímetro de la piel, sin saber el motivo. Recuerdo que aquel día, llevaba una blusa blanca y una falda de ejecutiva. Hacía calor y me desabroché algunos botones del escote. Me quité el sujetador sin deshacerme de la blusa, me oprimía el pecho y me apetecía estar cómoda. Fui a la nevera y me serví un poco de zumo de naranja. Carlos seguía a lo suyo, y yo me puse frente a él. Sin ninguna intención, simplemente me quedé pensativa por unos instantes. Unas gotas de zumo resbalaron por mi cuello, deslizándose por el escote camino al canalillo. Mis pezones se endurecieron, Carlos levantó la vista y pasó tímidamente la lengua por sus labios, mojándolos, empapándolos. Me limpié con cuidado y salí a la terraza. Me apoyé en la barandilla con el zumo en la mano, ligeramente curvada y con el culo en pompa. La falda estrecha marcaba a la perfección las formas traseras. Estaba anocheciendo, el sol desaparecía poco a poco tras los edificios, y noté las manos calientes de Carlos en mis caderas y un terrible bulto entre mis nalgas. Levantó mi falda sin más, desabrochó sus pantalones, bajó la cremallera y en pocos segundos la punta de su mástil estaba a la entrada de mi vagina, con las bragas a la altura de las rodillas. Estaba empapada, y ambos pudimos oir el sonido de su capullo frotándose contra mis intimidades. Sus manos recorrieron mi torso, posándose sobre mis pechos, amasándolos por encima de la blusa y apretando mis pezones. Toda su erección entró de golpe acompañada por mi humedad. Carlos comenzó una penetración salvaje, golpeando una y otra vez sus testículos en mis nalgas. Gemía descontrolado y eso me excitaba aún más. No podía sostener el zumo con tanto ajetreo y siendo poseía de aquella forma, además no me apetecía tener testigos. Me deshice de Carlos como pude y tomándolo de la mano le llevé al salón, con los pantalones arrastrando por el suelo y los calzoncillos por los tobillos. Su erección era máxima, el capullo brillaba en todo su esplendor, derramando unas gotitas de líquido blanquecino y rodeado por mis jugos. Carlos se quedó parado, frente a mi. Yo dejé el zumo sobre la mesa, y pude darme cuenta de que uno de mis pechos no estaba tapado por la blusa. Cuando me quise dar cuenta , Carlos se abalanzó sobre mi, desabrochando cada uno de los botones de mi blusa, con ansia. Me sentó en el sofá y él se puso sobre mi, apoyando sus rodillas, una a cada lado de mi cuerpo. Tomó su pene y lo colocó a la entrada de mi boca. Yo lo besé con delicadeza, lo chupé, lo lamí como un caramelo. Mi lengua lo abarcaba todo. Mis manos acariciando sus testículos, él comenzó un movimiento sin pausa, primero más lento. cada vez más veloz. Su inmenso y endurecido pene entraba y salía de mi boca mientras él despeinaba mi pelo, acariciando mi cabeza. Se apartó y colocó su aparato entre mis senos, con sus manos los apretó con fuerza, haciendo presión sobre él. Estaba a punto. su leche ardiente se derramó por mi cuello, salpicando mi barbilla. Las gotas caían, resbalaban por mi pecho mientras él daba sus últimos gritos de placer. Se tumbó a mi lado. Estaba sudando, empapado y jadeando. Aproveché para ir al baño a limpiarme un poco, y a refrescarme la cara. Pasaron minutos escasos y de nuevo pude ver a Carlos, detrás de mi en el espejo. Me di la vuelta y nos fundimos en un apasionado beso, nuestras lenguas se enredaron, jugando ansiosas. Senté a Carlos sobre la tapa del váter y me arrodillé frente a él. Aunque su erección ya era notoria, yo lo quería más. más potente, así que de nuevo mi lengua recorría su pene desde la puntita hasta la misma base. Subiendo mi falda, me senté sobre él, clavándome aquel instrumento hasta el fondo. Yo seguía produciendo jugo pasional, era incontrolable y maravilloso. La penetración se hacía cada vez más suave, acariciando mis paredes vaginales, sintiéndome con cada movimiento más unida a él, a Carlos, a mi hombre. Él me tenía cogida por las caderas, guiando mis movimientos. No podía más. que placer, que gloria, mmm. las cuatro paredes del baño fueron testigos del orgasmo indescriptible que tuve, porque el lenguaje es muy imperfecto y hay cosas que no se pueden expresar con palabras; esta es una de ellas. Carlos subió al cielo, y me bajó las estrellas.

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