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Historias de familia (2)

Cuando volví a ver a Antonia y Nelly, por la calle hoy por la tarde, volvieron a mi mente momentos pasados hace ya unos años.



Ambas mujeres, hoy ya bastante mayores, tiene algo en común. Son cuñadas y marcaron etapas importantes en mi vida. La primera fue la causante de mi debut sexual en la adolescencia y la segunda mi primer infidelidad.



Así empezó mi anterior relato y , nobleza obliga, he aquí la segunda parte de estas historias de familia.



En épocas de verano, todas las niñas del barrio concurrían a casa Natalia o Virginia, que por su buen pasar económico eran las únicas que tenían piletas donde se divertían y podían paliar el calor imperante.



Dentro de aquel grupo de infantes femeninos se hallaba mi hermana menor, por lo que era frecuente que debiese llevarla a uno u otro domicilio y encargar su cuidado a la anfitriona de turno. En ese grupo también estaba Andrea, hija única de un matrimonio maduro conformado por Luis y Antonia.



Como buena hija única era bastante caprichosa y recibía como retribución todo aquello que solicitaba a sus padres. Por lo expuesto, no extrañó que con sus siete años y un buen berrinche logrará una pileta de muy buenas proporciones aun para la escasa estatura de todas la integrantes de aquella comunidad.



El día de la inauguración fue el principio de mi relación con Antonia.



Llegué como era costumbre acompañando a mi hermana y fui invitado a pasar a esa casa para conocer la nueva adquisición. Junto a la piscina, se hallaba ella con su prominente trasero y sus pechos de muy buen tamaño cubiertos por una malla enteriza aunque bastante más pequeña que el talle necesario para esa contextura.



Sorprendida por mi presencia, su hija no reparaba en aquellos detalles de indumentaria de su madre, solo atinó a anudarse un toallón en derredor de su amplia cintura.



Quedó grabada en mi mente la imagen de aquellos vellos escapando al triángulo inferior de la parte delantera y como se perdía en su zanja la parte trasera de su malla. Obviamente este fue el motivo de varias satisfacciones cumplidas manualmente en mi soledad.



Antonia era una mujer de unos cuarenta y tantos años, cabello oscuro tipo melena y como señalé más arriba, bastante robusta.



Tan pronto las pequeñas se fueron metiendo en la piscina, fuimos quedando solos bajo un alero. Me invitó a beber un refresco y me comentó que era aficionada a dormir tras el almuerzo por lo que la construcción de aquella piscina le restaría posibilidades de cumplir con aquel rito.



Reparé un tanto en la situación y me ofrecí, si es que le agradaba a ser yo quien cuidase de las niñas mientras ella descansaba, cosa a la que accedió pero observándome notó que aquel día no sería el primero, pues no había llevado malla y por tanto no podría ingresar a la pileta.



Quedamos en que la próxima vez que la reunión fuese en su casa, sería "gardavidas" de las niñas. Con mis escasos 13 años, tenía toda la ebullición de las hormonas masculinas incipientes a flor de piel, por lo que imaginé que cada inmersión serviría para escudriñar en todos y cada uno de los sexos de mis protegidas. Por más que en la actualidad suene a perversión, aquello me excitaba de sobremanera.



Los días fueron pasando y mis actividades se fueron multiplicando al igual que mis continuos avances a las niñas. Virginia, la más grande o al menos la más desarrollada era blanco habitual de caricias cada vez más intimas al tiempo que enmascaraba mis acciones con elementos propios de los juegos que desempeñábamos a diario.



Resultaba sencillo acaricias aquellos sexos carentes de vellos, pero que guardaban secretamente mis deseos de penetrar a una mujer.



Antonia me dejaba diariamente a cargo de las niñas y partía raudamente a su lecho donde reposaba por 3 o 4 horas, con el tiempo fue acostumbrándose a mi presencia y fue descuidando su vestimenta. Ya no se preocupaba por ocultar su importante figura, más bien la dejaba tan solo cubierta por camisones lo bastante livianos que permitían observar su ropa interior prácticamente.



Tras unos 40 a 45 minutos de juegos y caricias, dejaba a las niñas fuera de la piscina descansando de sus actividades y me dirigía al sanitario de la casa para pasar por la puerta de la habitación principal y observar a la dueña de casa totalmente dormida y posiciones tan extrañas que permitían observar su cuerpo casi al desnudo.



Día a día arriesgaba más y más, al principio solo miraba furtivamente pero luego fui ganando terreno, ya ingresaba a la habitación y la miraba más cerca. Notaba que dormía profundamente sin sentir mi presencia a su lado. Si hasta llegué a pararme junto a ella y masturbarme furiosamente a escasos veinte centímetros de su cara.



Al cabo de dos semanas, el rito se cumplía a menos distancia al extremo de volcar parte de mi semen adolescente junto a su rostro, en su almohada.



Pero en algún momento algo debía fallar. Sucedió que la ama de casa discutió firmemente con su marido por algún motivo, para mi desconocido por entonces, y comenzó a resignar su descanso en el lecho para realizarlo en el jardín bajo el alero en una reposera. Su vestimenta seguía siendo escasa y cada vez más transparente, al extremo de observar muy claramente sus pezones y el nacimiento de su raja apenas cubierta por una leve pelambrera que había dejado una sesión de depilación.



Allí mi locura llegó al limite menos racional. Le ofrecí implementar un cortinado que quitara claridad al alero para favorecer su descanso, lo aceptó y me dejó hacerlo. Virtualmente generé una división entre el jardín y el recinto techado, a tal punto que la vista de las niñas desde la piscina era nula. Mientras ella dormía plácidamente, dejaba a las niñas en el agua y me sentaba junto a ella, me masturbaba mientras miraba su figura deteniéndome en su triangulo sexual y sus pezones color café.



Pero aquella tarde me excedí. Tan frenética era mi masturbación que el primer chorro del semen se estrelló en su cara, tras describir una parábola bastante pronunciada. Fue a dar muy cerca de la boca; ella en sus sueños frotó aquel líquido como si algo se posara en sus mejillas y labios. No despertó en el momento, por lo que huí a la piscina de inmediato.



Al despertarse, volvió a restregarse su cara y notó un sabor extraño en sus labios, me miró sorprendida pero nada dijo.



Al día siguiente, abandonó su reposera y volvió a desaparecer rumbo a su cama. Esperé como siempre, y tras una hora de vigilia me dirigí a su habitación. La observé, parecía dormida tan profundamente como siempre. Aventuré a rozarle un pecho para confirmarlo y no hubo respuestas, tan solo un suspiro y un movimiento leve.



Bajé mis shorts y comencé a meneármela. Llevaría unos cinco segundos cuando la oí decir:



"Te pajeas a mi lado y me tiras leche en la cara, no está bien. Debería echarte ya mismo de mi casa". Me dejó helado, petrificado y calculo que absolutamente rojo a juzgar por el calor que provenía de mi rostro.



Reponiéndome, salí de la habitación tan rápido como pude. Esperaba que me persiguiera y tras tomarme de un brazo me sacara de su casa.



No fue así, tardó mucho en aparecer en el patio cubierta por un desabillé color rosa, su rostro estaba mojado al igual que su pelo. Llevó gaseosas y sandwiches a las niñas y me llamó bajo el alero, junto a su reposera colocó una silla y me indicó que me sentara.



Me reprendió por mi actitud y me amenazó que si volvía a intentar una cosa similar me delataría a mis padres con todo lo que aquello significaba. Bajé la cabeza y prometí no volver a hacerlo. Finalizada la charla, se quitó el desabillé y se metió a la piscina.



La imagen de aquella mujer tan grande y carnosa, totalmente mojada y con una malla de dos piezas bastante más pequeña de lo aconsejable me excitó notablemente. No sabía como esconder mi erección. Volteó hacia mí, me inspeccionó con su mirada y una sonrisa escapó de sus labios al notar mi "carpa".



Pidió a las niñas que ingresaran a la pileta y comenzó a jugar con ellas, luego me llamó e invitó a unirme al grupo. Los juegos de toques y empujones nos fueron llevando a agarrones bastante continuados. En uno de ellos, jaló de mi short y apretó mi miembro deliberadamente, como respuesta oprimí uno de sus pechos y pellizqué su cola cuando trató de voltearme colocándose debajo de mí.



Tras un rato más de juegos, salimos de la piscina. Las madres de tres de las niñas vinieron por ellas; solo quedaban mi hermana, Andrea, Virginia y Natalia.



Ella ingresó a la cocina cargando una bandeja y algunos vasos, al tiempo que me pedía le ayudara con el resto. Así lo hice. Dejó todo en la mesa y me pidió que le ayudase a buscar toallones para las niñas.



Se encaminó a la habitación de su hija y le seguí. Al llegar al lugar, me señaló los bolsos de las chicas; fui hacia ellos y al girar para volver al patio con la ropa pedida una situación me sorprendió.



Había cerrado la puerta, tras quitar la llave del cerrojo me dijo: "Ahora vamos a ver que sabes de mujeres".



Me franqueo el paso y con un rápido movimiento me tumbó sobra la cama de su hija. Liberó sus pechos de la presión de la parte superior del bikini al tiempo que me decía: "te manoseas a las nenas en la pileta, te sacas la calentura pajeandote junto a mi cama ¿te hace falta una hembra? Yo te voy a enseñar a tratar a una mina"



Me apretó contra el colchón, depositándome toda su humanidad sobre mi. Colocó un pecho en mi boca mientras decía "Chupamelas pendejo" y bajaba su mano para quitarme el short.



La obedecí al instante, me trague toda su inmensa teta derecha, chuponeandola como un desaforado, luego repetí la acción con la izquierda.



Se montó sobre mi pene y comenzó a frotarme por sobre su calzón haciéndome irritar la herramienta, dejándola al rojo y totalmente erecta. La humedad de su sexo se marcaba en él. "¿Sabés coger? ¿Necesitas que te enseñe?" Repetía mientras me frotaba.



Solo logré asentir con la cabeza mientras seguía perdido entre sus tetas gigantes. Levantó una pierna y se quitó la única prenda que le quedaba. Aproximó su sexo a mi cara y dijo "Esto es una concha, mirala bien. Ninguna hembra te va a regalar una cosa así y menos te olvidarás de la que fue tu primera. Mirala muy bien, así se pone una concha cuando está muy caliente".



Me restregó la concha empapada en la cara, hasta casi dejarme sin aliento. Se puso de pie, abrió sus piernas colocando una de ellas sobre la cama y me mostró cada milímetro de su sexo. Tomó una de mis manos y llevando el dedo índice hacia la concha, se la recorrió toda.



Me mostró donde tocar, donde apretar y donde enterrar mis dedos.



Me hizo parar y se tumbó sobre la cama, colocó la almohada bajo su cintura y abrió las piernas al máximo posible. Con un gesto me invitó a montarla, cosa a la que respondí instantáneamente.



Sin saber que hacer, me aferré a uno de sus pechos mientras refregaba mi sexo contra los pelos de su sexo. Me tomó por las nalgas y me ubicó exactamente en posición. Acomodó si pene en la puerta de su vagina y me aprisionó con sus piernas a modo de ganchos que me llevaron a penetrarla.



No podía creer lo que sucedía, dudaba de que fuese verdad y le preguntaba continuamente: "¿ya la tenes adentro? ¿La sentís toda?"



Se rió y me dijo: "No es gran cosa, pero si no te movés se va a volver una maní".



No sabía como hacerlo y lo notó. Giró sobre mi y me montó para luego empezar a cabalgarme. El espectáculo de sus tetas bamboleándose al ritmo de las penetraciones me fascinaba.



Gemía y se sacudía más y más. Cerraba las piernas y me apretaba como tratando de escurrirme totalmente. Sentí una oleada de sensaciones extrañas y noté que mis piernas flaqueaban, mi cabeza parecía al borde de estallar.



Como un espasmo, noté que mi semen comenzaba a brotar en cantidades abundantes mientras ella me apretaba y prolongaba intensamente la presión sobre mis huevos y verga.



Era mi primer orgasmo dentro del cuerpo de una mujer. Al cabo de unos segundos quedé totalmente rendido, mientras ella se desplomaba sobre mi.



Murmuré a su oído un "gracias", que retribuyó con un beso tan profundo que me sorprendió pues nunca había tenido la lengua de una mujer recorriendo mi boca.



Se acodó en el colchón y me preguntó: "¿Era así como lo soñabas? ¿Te gustó cogerte una mujer?"



Asentí y agregué "Me encantó y más que fuese vos"



Sonrió y reinició sus actividades meneando mi verga con su vagina, logró un buen tamaño y me ofreció montarla "Así nos gusta más a las mujeres grandes, que el macho nos monte".



Me subí a ella y empecé a meter y sacar mi verga en su concha súper lubricada por semen y jugos. Esta vez fue más largo y delicado. Acabé llenando su experiente vagina nuevamente con semen juvenil.



Ahora hubo más besos y caricias, más amor de maestra hacia el alumno, mientras me enseñaba nuevas tretas para hacer gozar a una hembra.



Fue mi tarde soñada.



Nos duchamos y volvimos donde las chicas jugaban chapoteando.



Cuando la tarde acabó y comenzó a dejar paso a la noche, nos despedimos. Susurró a mi oido: "mañana habrá más clases, ¿vas a faltar o te espero?"



"Voy a venir, mi amor" fue la respuesta.



Nuestro romance duró lo que tardó en finalizar el verano. Me enseño todo lo que sé de sexo, mamar y ser mamado, coger en varias posiciones y hasta estimular mientras se penetra vaginal o analmente. Hacer el amor, violar y sadomizar a la hembra para obtener de ella el más alto grado de placer.



Fue mi maestra, es Antonia. Una puta en el mejor y mayor sentido de la palabra.



 



Alejandro Gabriel Sallago


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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