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Categoría: Dominación

Fiestota

Soy Viviana, tengo 24 años y vivo en Buenos Aires. Soy bastante atractiva, no una modelo, pero soy bella, alta, delgada, de cabello castaño largo y lacio, ojos negros, una boca sensual y mi cuerpo es armónico, tengo pechos pequeños pero bien formados, una cintura pronunciada y una cola casi perfecta.

A partir de esa experiencia me di cuenta que gozo más cuando siento que me dominaban, eso me puede. Yo que era medio reprimida, a veces me siento como una puta y me doy el gusto de sentirlo sin culpa, me encanta. Es como que me siento obligada a hacer lo que el otro quiere y no puedo evitarlo, eso me aumenta el placer. He hecho cosas que me sentí obligada a hacer y me produjo mucho placer. Una mirada, un gesto que me indiquen que estoy entregada, eso me puede. Salí con un chico un tiempo hace unos años que me dominaba totalmente. Nunca un grito, nunca una mano fuera de lugar pero me podía, me hacia hacer cosas locas. Lo conocí en una disco. Yo había ido con otro chico, Pablo, un compañero de la facultad. Me había puesto un top rosa pálido que lucía mi bronceado y una mini negra de lycra súper ajustada que según mis movimientos dejaba ver la bombachita blanca. Como mis pechos no son muy grandes pero bien duritos no tenía puesto corpiño (en realidad casi nunca uso, no me gusta).

Estuvimos bailando durante un rato largo. La disco estaba hasta las manos de gente y yo sentía cómo me miraban los chicos. No solo me miraban, cada tanto alguno me apoyaba su miembro o me tocaba la cola disimuladamente. Cansada le pedí a Pablo que nos acercáramos a la barra a descansar y recuperar líquido. Estábamos súper transpirados. Pablo iba adelante llevándome de la mano y yo sentía cada tanto como alguna mano se posaba en mi trasero o en mis pechos. Una vez sentados en la barra me di cuenta que había un muchacho, a unos pocos metros, que no me quitaba los ojos de encima. Tenía una mirada penetrante que me atemorizaba. En realidad tenía unos ojos negros hermosos pero su mirada metía miedo. Le dije a Pablo que me esperara unos minutos que iba a arreglarme al toilette. Cuando estaba por llegar, esquivando parejas que se besaban y acariciaban aprovechando la penumbra, me interceptó el muchacho. Sin decir palabra me tomó con firmeza de los brazos inmovilizándome y me estampó un tremendo beso en la boca, mientras me empujaba contra la pared. Sentía sus labios carnosos, tibios y húmedos y su lengua queriendo penetrar en mi boca. Lo logró sin demasiada oposición. Intenté resistirme, quise zafarme y gritar casi por instinto, pero con una de sus manos me aferró ambas muñecas por la espalda y con la otra comenzó a acariciarme los pechos sin dejar de besarme en la boca y en el cuello y decirme cosas en el oído. Aún paralizada por la sorpresa no pude evitar excitarme. Me pasó otra vez, estar atrapada e indefensa, sentía sus manos recorriendo mis partes íntimas, su lengua jugueteando con la mía, su cuerpo apretando el mío y la dureza de su miembro que crecía debajo del pantalón y no pude evitar mojar la bombacha.

Cuando se dio cuenta que ya no ofrecería resistencia soltó mis muñecas, que de todos modos dejé en la posición que estaban, pasó una de sus manos por debajo de la remera masajeando mis pechos y con la otra, por debajo de la mini, me acariciaba con fuerza la concha.

Me susurraba en el oído y aumentaba mi excitación: te estuve viendo todo el tiempo como te contorneabas bailando, sos una putita, queréis guerra y yo te la voy a dar. Vas a hacer lo que te diga, lo que yo quiera.

Me tomó de un brazo y me arrastró al baño de hombres. Yo lo seguía como hipnotizada. Entramos velozmente ante la mirada atónita de los muchachos que estaban haciendo sus necesidades o arreglándose frente al espejo y nos metimos en un box. Entró el primero, cerró la puerta tras de mí y bajó la tapa del inodoro. Me hizo sentar y se paró frente a mi de espaldas a la puerta. Sacó su miembro, de tamaño normal, que ya estaba erecto y ya había comenzado a largar juguito y me dijo: ahora te lo vas a comer todo. Lo tomé de la base con una mano y comencé a lamerlo con fruición. Primero pasé mi lengua por todo su largo desde los huevos hasta la punta y después alternaba dejándolo adentro de mi boca mientras lo estimulaba con mi mano o pajeándolo con mi boca como sorbiendo un helado. Siempre sus ojos clavados en los míos y sus manos aferradas a mi pelo. Me levantaba del mentón cuando yo quitaba la vista de sus ojos. Sabía que esa era su arma. La única vez que vi que se le perdía la vista fue cuando estalló su miembro y llenó de leche mi boca. Quise evitar tragármela pero me tenía agarrada del pelo y para no ahogarme me tragué toda su esperma. No la sacó de mi boca hasta que no salió la última gota. Fue entonces que me ordenó que se la limpiara con mi lengua, cosa que hice casi sin dudar. Pasé mi lengua por cada centímetro de su miembro que ya comenzaba a relajarse.

Entonces cambiamos de posición. El se sentó y yo quedé parada de espaldas a la puerta. Mirándome fijamente a los ojos me levantó la mini y deslizó suavemente la bombacha hacia los pies con manos expertas. Me costaba sostener su mirada. Abrió mis piernas y comenzó a pasar su lengua a lo largo de mi raja deteniéndose en mi clítoris que a esa altura estaba súper inflamado. Sin dejar de pasar su lengua me metió un dedo y lo hacía rotar lo cual me produjo un enorme placer. Yo luchaba primero por mantenerme de pie y después por reprimir mis gemidos sabiendo que afuera había un montón de babosos a la expectativa escuchando detrás de la puerta. Ya no pude reprimirme más cuando puso dos de sus dedos en mi concha y con mis propios jugos lubricó mi culito con la otra mano. Alcancé a acabar antes que me sentara encima suyo metiéndomela con fuerza hasta el fondo. Yo ya estaba tan mojada que entró de una aunque no estaba dura del todo todavía. Me susurró al oído con firmeza: baila ahora putita, quiero que te muevas como en la pista hasta que esté bien dura. Yo me movía en forma desenfrenada y él seguía hablándome al oído: ¡muy bien putita! Seguí que lo haces muy bien. No hizo falta mucho para que él la tuviera bien dura y que yo llegara a mi segundo orgasmo sin dejar de gritar. Se levantó, me inclinó sobre la tapa del inodoro y me la metió nuevamente de un saque. Bombeó un rato y volvió a sacármela para metérmela con fuerza por el culo que ya estaba súper lubricado. Fueron nada más que segundos de cabalgarme y acabamos los dos. Fue increíble. Había acabado tres veces en solo cuestión de minutos y en un baño de hombres de una disco con un chico que ni siquiera sabía su nombre.
Pasaron unos segundos sin hablarnos cada uno gozando su propio orgasmo. Me ayudó a incorporarme, me besó nuevamente y, mientras nos acomodábamos la ropa, me dijo: me llamo Matías. Yo Viviana le contesté. Me anotó en un papelito su número de teléfono y me dijo llámame mañana por la tarde que salimos. Me quedé perpleja, pero no me dio tiempo a decirle ¿quién te crees que sos?, abrió la puerta, con una palmada en la cola me guió hasta el lavatorio. Yo no cabía en mi de vergüenza. Nos arreglamos ante la mirada atónita de unos y cómplice de otros (algunos llegaron a aplaudir) y salimos del baño. Cuando llegué a la barra le dije a Pablo que seguía esperando que me sentía mal que me perdonara pero quería retirarme. El pobre encima se ofreció a llevarme hasta casa. Me hice la dormida todo el viaje para no tener que contestar sus preguntas. Solo abrí los ojos cuando estuve segura de haber llegado.

Por supuesto que al otro día me morí de ganas pero no lo llamé. Lo llamé al sábado siguiente. Me llevó a un hotel y me hizo chupársela en el auto mientras manejaba, casi nos hacemos pelota cuando acabo. Fue reloco. El domingo siguiente era su cumpleaños. Lo festejamos en su casa y fue una fiesta muy linda, bailamos y tomamos suficiente alcohol como para estar muy alegres. Al final se fueron yendo todos y se quedó con tres amigos jugando a las cartas por dinero. Estábamos hacía rato y habíamos tomado bastante y yo me dormí en un sillón. Se ve que soñaba y me tocaba. No se, la cuestión es que me despertó Matías que me estaba besando y me tenía sujetadas las manos en el apoyabrazos. Uno de los amigos me abrió las piernas, levanto la mini, me corrió la bombachita y empezó a tocarme y a pasarme la lengua. Miré a Matías que me miraba como diciendo hacedlo. No hacia falta que me lo dijera, cuando me miraba fijo a los ojos yo obedecía. Era reloco porque estaba mi chico y yo estaba tranquila y me dejaba hacer. Mientras el tipo me calentaba, Matías sacó la pija afuera del pantalón y me la puso en la boca. Me llevo una mano hasta la pija para que se la pajeara. Yo se la chupaba como si no hubiera nadie y disfrutaba un montón. Sentía que me guiaban y yo gozaba y me dejaba hacer. Intente resistirme cuando vi que el tipo sacaba su miembro. Era algo descomunal, no solo por lo largo sino además por lo grueso. Me dio miedo. Se paró al lado de Matías y me la quiso poner el también en la boca, pero juntas no me entraban. Yo chupaba como loca las dos pijas pero una por vez. El tipo, Juan creo que se llamaba, me agarro de la cintura y me dio vuelta, Matías me agarro firme de los brazos y me pudo. Yo se la seguía chupando mientras el otro me levanto la mini, me bajo la bombachita y me la metió toda de una vez. Pegué un grito de dolor, sentí que me partía en dos. Mientras me bombeaba brutalmente no podía concentrarme en chuparla y se me salía de la boca pero no paraba de gozar. No se cuantas veces acabé porque acabo fácil. Primero acabó Matías que me llenó la boca con su leche, y enseguida Juan que derramó adentro de mi concha una tonelada de semen.

Mientras yo limpiaba la pija de Matías con la lengua como a él le gusta, tenía a los otros dos parados esperando con sus miembros, de buen tamaño y suficientemente duros, afuera del pantalón esperando que se los chupara también a ellos. Miré a Matías y me sentí obligada a hacerlo. Chupaba uno y pajeaba otro y cambiaba cada tanto. De a rato lograba ponerme las dos juntas en la boca. Así estuvimos un rato hasta que acabaron los dos en mi boca y en mi cara. Sentí que la leche me inundaba y no cabía en mi de gozo.

Mientras yo me limpiaba y aprovechaba para tomar una gaseosa, ya lo tenía a Matías preparado para dármela nuevamente. Me apoyó boca arriba sobre la mesa en la que habían jugado a las cartas, aferró mis brazos en la espalda y me la metió por la concha. Colocó mis piernas sobre sus hombros para que entrara más profundo y agarrándose de mis hombros bombeó hasta acabar. Yo ya había acabado dos veces mínimo.

Apenas la sacó, se acercó Juan y me colocó sobre la mesa boca abajo. Temí lo peor. Pasó saliva por mi culito y acomodó su cabeza en la puerta. La iba poniendo y sacando despacito para que me fuera acostumbrando. Hasta que me la metió por la concha para lubricarlo bien, lo sacó y me lo metió de un saque por el culo. El grito que pegué se debe haber escuchado en todo el barrio. Mordí su mano que estaba apoyada sobre la mesa y fue lo primero que encontré. Se quedó inmóvil unos segundos. Cerré los ojos y traté de relajarme para que no me doliera tanto y poder sentir placer. Fue indescriptible. Tomó impulso y me cabalgó como a una yegua. Fueron un par de minutos en los que me destruyó. Cuando descargó su leche en mis entrañas me di cuenta que nunca había sentido algo así.

Me dejaron descansar un rato mientras se cargaban de alcohol. Siguieron los otros dos que no recuerdo sus nombres. Fue lo último que recuerdo. Uno se sentó en la mesa y me sentó arriba suyo de manera colocando su pija adentro de mi culo que todavía tenía mis jugos y la leche de Juan. El otro parado me la metió por adelante sosteniendo mis piernas alrededor de sus caderas. El que estaba parado era el que llevaba el ritmo. Era increíble, sentía sus cuerpos transpirados que casi me ahogaban y sus pijas que casi chocaban sus puntas adentro mío. Acompasadamente llegamos a acabar los tres casi al mismo tiempo. Cuando me dejaron tenía restos de leche todavía en mi boca y litros que habían rebalsado mi culo y mi concha y me bañaban los muslos.

No sé cuantas veces más me cojieron, hasta la mañana seguían, perdí la cuenta. Por ahí alguno se despertaba para ir al baño y aprovechaba para cojerme y seguía durmiendo la mona.

La verdad es que me sentí una flor de puta pero no me arrepiento de lo que gocé. Por la mañana Matías me llevó a casa. Lo único que no me atreví a verlo más, ni siquiera a llamarlo. Me daba miedo seguir sometida a su mirada. Ojalá que me lo vuelva a cruzar. Mientras tanto sigo probando con otros chicos y mal no me va.

Datos del Relato
  • Categoría: Dominación
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