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Categoría: Maduras

Elke, la diosa teutona

Pasaron dos semanas sin noticias de Hermann. Tampoco las esperaba, pero me parecía raro que pasase tanto tiempo sin dar señales de vida.



Echaba de menos su presencia habitual en los aledaños del metro de Paseo de Gracia. Se había convertido en un elemento más del paisaje. Bien, en realidad, deseaba volver a ver a Elke. Rebotaban por mi cerebro aún las palabras de Hermann.



-       Elke quiere verte pronto



Recordaba su cuerpo como se recuerdan los deseos. Deformados, magnificados e irreales. Me excitaba rememorar la imagen de sus piernas fuertes, potentes, dulces y calientes.



Salí aquella tarde con esas imágenes apareciendo y desapareciendo entre los pensamientos más diversos. Eché el vistazo de costumbre al escenario que se abría ante mi cada tarde, con el mismo decorado pero con diferentes actores. Muchas japonesas, como siempre.



Una mano fuerte sujetó mi brazo. Me giré enérgicamente, pero relajé inmediatamente la tensión muscular al ver quién era.



-       Te invito a un café, o una cerveza. Lo que quieras –dijo sonriente Hermann al ver mi cara de asombro.- Si tienes tiempo, claro.



-       Por supuesto que tengo tiempo, pero no mucho. –dije embobado.



Mientras tomábamos una cerveza me informó sin preámbulos. Elke le había pedido que contactara conmigo para quedar un viernes o un sábado para cenar. Los dos solos. Se lo encargó hacía días, pero estuvo muy ocupado.



-       Es decir, mañana o pasado –añadí



-       Si te va bien. Son los días en que mejor nos podemos organizar.



-       Tendrá que ser el sábado.



Anulé el programa que me había pergeñado y amoldé mis propósitos.



Hermann me esperaba a la salida del metro. Le acompañaba un muchacho joven, delgado, de piel morena y de estatura reducida. Apenas le llegaba a la altura del pecho, pero con unas nalgas considerables y de aspecto delicado.



Hicimos el recorrido que ya conocía. Elke nos esperaba con unas cervezas. Llevaba un vestido blanco de hilo. Me presentaron al chico, un tal James, colombiano. Hablamos poco. No había nada que decir.



Herman se marchó con el muchacho. Ayudé a Elke a retirar las botellas y los vasos. Sin esperar más, la cogí por la cintura en la cocina y la atraje hacia mi. Había pasado por la peluquería. Las canas habían desaparecido de su cabello y ahora se alternaban dos tonalidades rojizas. Nadie, al verla por la calle, hubiese sospechado su edad. Únicamente sus manos delataban el paso de los años. El peinado enmarcaba su cara, alargándose progresivamente hasta caer sobre su espalda al llegar a la nuca.



-       Estás preciosa. Guapa, para que lo entiendas bien.



Sonrió. Besé sus labios. Los saboreé y me deleité con el calor que me transmitían. Pasé la punta de la lengua por uno y por otro para regocijarme con el sabor de una manzana dulce. Y me encontré con la punta de su lengua recorriendo los míos lentamente.



Fue un beso largo, lleno de un cariño y de un deseo insaciable. La entrega incondicional nos llevó a perder la estabilidad en algunos instantes.  La atrapé por la cintura y acaricié su espalda delicada y femenina. Deslicé las manos por sus costados dibujando su silueta y posando sobre él el ardor que brotaba en mi pecho e inundaba todo mi ser.



Antes de llegar a sus caderas, se retiró para cogerme de una mano y llevarme a la terraza acristalada. Aún era de día. Volvimos a abrazarnos. Besé su cuello, mordisqueé los lóbulos de sus orejas. Acaricié su cabello. Atrapé sus labios con los míos y busqué su lengua con una pasión alocada. ¿Me estaba enamorando de Elke? Sus manos también manifestaban su deseo. Me desnudaron el torso y sus uñas se deslizaban por mi espalda provocándome escalofríos contradictorios. Besó mi cuello, mis hombros. Su boca atrapó mis pezones y, entre sus labios y su lengua, los llenaron de fuego.



Agarré sus nalgas. Las estrujé, las acaricié, les di palmaditas y las apreté sobre mi. Su mirada estaba perdida. Sus ojos deambulaban por mis ojos, pero se volvían hacia su interior y se adormecían mecidos por las caricias.



Nos desnudamos mutuamente, con parsimonia, atesorando cada sensación, paladeándola.



No llevaba sostén. Sus pechos pequeños resistían bien el paso del tiempo y sus pezones miraban al frente, desafiantes. La braguita blanca pequeña cubría el bosquecillo sedoso del pubis pero no lograba abarcar completamente sus glúteos. Gocé intensamente cada centímetro que descendía la pequeña y privilegiada prenda interior. Al tiempo que mis manos la deslizaban, mis labios atrapaban sus pezones redondos como avellanas y rosados. Mi lengua deambulaba por su estómago, se detuvo en su ombligo, y paladeó el sabor a hembra de los hilos de seda que envolvían el sexo. Besé los otros labios, los más sabrosos y deliciosos que puedan haber. La humedad de mi lengua se confundió con el néctar que brotaba de su interior. Lamí brevemente su clítoris, hasta que escuché unos gemidos apagados.



Repitió mi actuación. Me despojó de los pantalones y de los calzoncillo. Simultáneamente, sus labios ardían al contacto con mi cuello. La punta de su lengua acarició mis pechos y jugó con mis pezones antes de deslizarse por mi estomago y rozar mi capullo. Muy lentamente, fue introduciendo mi polla en su boca. Apretó los labios para dificultar levemente la entrada del capullo, y continuó con la estrechez hasta que alcancé la entrada de su garganta.



La incorporé lentamente para acercar su boca a la mía. Nos acomodábamos sobre aquella superficie aterciopelada iluminada aún por tenues rayos de sol. Nuestros cuerpos se fundieron en uno. Volvimos a besarnos hasta abandonarnos completamente en esa entrega. Nos mirábamos de tanto en tanto para corroborar la realidad.



Acaricié sus nalgas. Esas nalgas que me dejan a su antojo, sin fuerzas. Rocé con la punta de mis dedos la piel tersa de sus muslos grandes y fuertes. El viaje por su cuerpo hubiese sido interminable. No me cansaba de repetir una y otra vez las caricias. Ella me lo agradecía con otras caricias. Pellizcaba mis pezones, atrapaba mi polla, palpaba mis testículos. Exhalaba gemidos continuamente y susurraba palabras en alemán.



Abrí sus muslos y contemplé el valle de la vida. El vello rojizo cubría la pelvis y las ingles. De los labios mayores también brotaba la vellosidad pelirroja. Puse mi boca en su raja. Besé sus labios, sabían a manzana, como sus pechos. Pasé la lengua por la raja y recibí el néctar que brotaba de su interior. Lo atrapé y lubriqué todo el contorno, desde el ano hasta el clítoris. Lo contemplé unos segundos. Tenía el tamaño de un hueso de aceituna. Mi pasión convulsionaba a mi diosa teutona. Los suspiros aumentaban cuando lo atrapaba con mis labios. Oí sus jadeos. Esperaba ese indicio para iniciar un desenfrenado recorrido con mi lengua y mis labios por la chocha. Lamí cada célula. Se agitó. Gimió. Retuve un sonido. Creí oír “mier”. No sabía qué significaba. Tampoco me importaba. Mi lengua se detuvo en el clítoris jugando con él, bailando, peleando.  La agitación se convirtió en convulsión. Sus muslos atraparon mi cabeza. Su clítoris me pareció más grande, había crecido. Quería enviarle, contagiarle del placer que sentía en mi polla. Sus manos apretaban mi cabeza para que no me retirase. Sus muslos no me hubieran dejado, pero yo tampoco pensaba abandonar aquella delicia. Movía todo su cuerpo con brusquedad. Los gemidos se convirtieron en gritos y exclamaciones. Su cintura transmitía unos vaivenes acompasados con sus gemidos. El ritmo se aceleró. Se produjo la gran convulsión en todo su cuerpo durante muchos segundos. Finalmente, contrajo los muslos con tanta fuerza que podría haber aplastado mi cabeza. Se le escapó un grito ahogado y largo que dio paso a varios gemidos cortos y continuados. Se había corrido mi diosa. Una cantidad ingente de flujo había brotado de su interior y nos empapaba a los dos.



Me incorporé con la cara mojada. La besé de nuevo. Fue delicioso, absorbente, engullidor. Con delicadeza. Creí que los dos éramos uno y la delicia ardiente del placer nos había fusionado. Paladeó el fruto de su orgasmo pasando su lengua por mi cara.



Sus muslos me aprisionaron por la cintura. Mi polla ardía. Imaginaba que en aquel momento rozaba su coño. Tenía todo mi ser inundado de placer. No podía distinguir cada una de las partes de mi cuerpo. O de nuestro cuerpo. Mis caderas se movieron imperceptiblemente y las suyas respondieron con la misma dulzura. Nuestras bocas permanecían unidas, los labios acoplados y entrelazados. Las manos deslizándose livianamente por nuestros cuerpos. Levante mínimamente la cabeza para contemplar su hermosura una vez más. Pensábamos lo mismo. Sentíamos lo mismo. Deseábamos el mismo cielo. Y fue entonces cuando percibí la llamada, la invitación a tomar posesión de ella. Me absorbió dentro de sí. Volví a notar la estrechez de la entrada a su vagina. Ella se movió a su manera inflamando todo mi cuerpo con el ardor del suyo. Mi cerebro recibía el roce mullido de sus labios en mi pelvis. El fluido de sus entrañas bañaba mis testículos.



Mis caderas iniciaron la danza sexual invitadas por el calor de su vientre. Me deslizaba hasta sus profundidades y me asomaba al brocal de su vagina para iniciar de nuevo la inmersión rozando las paredes angostas de su coño. Ese roce prendió fuego de nuevo en sus entrañas y me acompañó en la danza, pidiéndome mi entrega total. Y se la di. Me abandoné a sus anhelos y a su fogosidad. El volcán de mi sexo amenazaba con la erupción definitiva ante las provocaciones irresistibles de sus caderas.



Retuve el instante final. Antes quería ver a Elke descontrolada y poseída por su propio sexo. La besé con ternura y pasión. Se me derritió en la boca. Dejé sólo mi capullo dentro de ella. Rocé sólo ese pequeño espacio y conseguí inflamarlo. Creció y se abombó estrechando la cavidad. Prendí la mecha y sus caderas anchas entraron en la locura. Se movía con furia. Volví a ser preso de sus muslos, pero resistí gozando hasta el límite de mis fuerzas. Me deleité contemplando su hermoso rostro contraído por los espasmos del orgasmo. Sus cabellos estaban alborotados. Varios gritos anunciaron la sublimación del momento. Sus piernas estrangulaban mi cintura y un fluido abundante manó de su coño, volviendo a empaparnos de sus delicias.



Quedó como dormida unos instantes. Mis labios la devolvieron a la consciencia. Acaricié todo su hermoso y sensual cuerpo. El roce con sus coño le producía descargas eléctricas. Le cogí todo el coño con mi mano. Jugué con él de todas las formas imaginables. Introduje mis dedos, volví a acariciar su interior, rocé el clítoris. Los gemidos brotaron de nuevo de su pecho. Volvió a excitarse con mis caricias. La besé con dulzura. La invadí con mi lengua. Mordí sus labios. Todo eso deslizando mi mano entre sus piernas. Arrancando nuevas emanaciones de sus flujos. Atrapé el clítoris con mis dedos. Lo friccioné delicadamente y se produjo el gran terremoto. Las caderas giraban en uno y otro sentido. La cintura amenazaba con romperse. Los pechos se inflaron y los pezones se irguieron. Estalló su pecho y un gemido prolongado dio paso a una gran afluencia del líquido vaginal que empapó sus muslos y sus nalgas. Su ansiedad atrapó mi polla y la engulló, se la quería tragar. Al finalizar los temblores que la agitaban, me lamió desde los testículos hasta la punta; paladeó el capullo con fruición; la chupó con tanta sensibilidad que hubiera depositado en su boca mi vida.



La hice girarse y acaricié su cuello y su espalda con mis manos y con mi boca. Coloqué mi polla entre sus nalgas mientras le propiciaba un masaje sensual. Quería contagiarle con mis dedos la pasión que llenaba todo mi ser. Suspiró al recibir mi deseo. Movió las caderas para facilitar el roce de mi sexo con el suyo, pero yo buscaba otra fusión. Y lo adivinó. Mi polla quedó en contacto con su ano. La froté buscando el agujero.



Me incorporé para tener una visión completa del hermoso mundo que me ofrecía Elke. Los glúteos eran grandes, generosos y soberbios. Los acaricié y los besé. Estaban llenos de su ambrosía femenina. Los recorrí con mis labios. Los saboreé con mi lengua. La deslicé por el valle profundo hasta llegar a su ano. Lo recorrí percibiendo cada pliegue, localizando el punto exacto del centro de mi universo. Rendí su resistencia instintiva y la obertura se hizo más apreciable. Introduje un dedo y acabé de vencer la oposición. Le introduje dos dedos en el coño buscando la lubricación. Entraron con facilidad en su culo.



Me volví a colocar sobre ella y logré iniciar la penetración del capullo. No era fácil. Lo introduje de nuevo en su coño y salió bien lubricado. Conseguí, poco a poco, acceder a su interior. Me quedé inmóvil unos instantes. Las palpitaciones de su ano llegaban hasta mi cerebro. Había vencido la incomodidad del primer momento. Moví mis cadera y progresivamente fue entrando el resto de mi polla. También su culo ardía y era mucho más estrecho que la vagina. Me movía despacio y con mucha suavidad. Todo mi cuerpo quedó tendido sobre el suyo. La volvía a besar en el cuello. Acaricié su cabello y todo el gozo, el delirio, el gusto y el placer se aunaron en aquel momento. Todas las dulzuras de todos los sentidos colisionaron en un instante.



No quise resistirme más. Agité mis caderas y se aceleró mi respiración.



-       Cariño, me voy a vaciar dentro de ti. Quiero permanecer el resto de mi vida dentro de ti.- susurré a su oído.



-       Libe, maine libe –creí entender



Mi polla explotó y se abrasó en la explosión. Perdí la noción de la realidad. Mi cuerpo actuaba dominado por el instinto. La sacaba y la volvía a meter, expulsando mi leche en cada movimiento y abrasándome por dentro. Un ardor delicioso. Sus gemidos me producían aún más placer. Finalmente, me quedé completamente dentro esperando recuperar el control de mi mismo.



El calor de su piel enrojecía mi mejilla. Tenía su respiración chocando con la mía. Sus labios continuaban siendo irresistibles a pesar de haberme quedado sin fuerzas. Giró un poco más su cara y nos besamos, pero, fundamentalmente, nos miramos a los ojos.



-       Maine libe –dijo.



-       Eres una diosa –dije yo.



Salí de su cuerpo y me tumbé rendido. Su mano acarició mi pecho y mi vientre mientras su boca volvía a fundirse con la mía. Me besó en los pechos, el estómago y el vientre. Atrapó con sus labios mi polla reducida a la nada y la chupó suavemente. Continuó hasta lograr un tamaño menos vergonzoso para mi. Tras conseguir su objetivo, se tumbó a mi lado.



- Ahora cenamos y esta noche tu duermes en mi cama. A mi lado. – Sentenció.


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