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El ombligo de Zuleika (II)

La sesión de hoy sería inusual, pues me iba a someter a una sesión de hipnosis, a una regresión. El médico me preguntó que hasta qué momento desearía regresar, y yo le dije que hasta el principio mismo. Comenzó a inducirme un trance, y de rato me olvidé de todo.

Cuando desperté estaba muy sensible, y comprendí que había sido mala idea aceptar la cita con David. El médico me dio la cinta donde grabó mis declaraciones hechas durante el trance hipnótico, me pidió que no las escuchara hasta que respondiera en mi mente la siguiente pregunta: "¿Puedo identificar el amor de mi vida por sus características?", y "¿Cuáles son éstas?". Antes de irme me recordó que yo le había dicho que era hija única, y abundó su comentario preguntándome si recordaba más acerca de mi nacimiento. Me preguntó: "Quieres encontrar?", le dije que sí. "Pues encuentra", ordenó.

 

Lo último, por genérico que fuera, me hizo un eco muy incisivo. Quise poner la cinta en el auto, importándome poco la indicación de resolver las preguntas primero, pero el destino me lo impidió, pues el casete que estaba dentro del reproductor se comió de tal manera que me llevaría horas liberar el enredijo de cinta. Luego el coche se descompuso de algo que supongo era eléctrico. Lo dejé estacionado a reserva de enviar un mecánico luego. No faltaba demasiado para llegar a la casa, sin embargo, caminé como un kilómetro y medio para llegar al sitio donde podía tomar un autobús, mis pies quedaron sensiblemente adoloridos.

 

Una vez abordé el camión, la pesadilla continuó en cierta forma. Aturdida por la sesión de hipnosis, muerta de curiosidad por escuchar lo que decía la cinta que llevaba en mi bolso, agradecí al cielo encontrar asiento, pues ir parada en el servicio de transporte público me hubiera hecho rodar al suelo desmayada. ¿Por qué no tomé un jodido taxi?, la verdad es que no se me ocurrió, tan mal estaba.

 

Para colmo el autobús era de esos que su dueño le ha comprado un equipo de sonido y además pretende que a todo el camión le simpatice aquello que escucha, pues tienes que oír lo que él ponga y al volumen en que lo eche a andar. Por lo común ponen discos de cumbia. Y yo que creí que no habría nada peor, descubrí que el rock algo duro puede ser más hiriente que las cumbias. El rock me gusta, debo decir, pero no luego de una sesión de hipnosis, sentía que no había salido del trance, y algo me faltaba más que nunca.

 

Puso un disco de un grupo que se llamaba Babasónicos, lo sé porque no me quedé con las ganas de preguntarle, argentino si mi conocimiento de los acentos no me falla. Las canciones del disco me llevaron a donde les dio su gana. La primera decía:

 

Mientras que todos me creen tan errado / Miro el futuro a mis pies crepitar

Zumba en mi oído un insecto alado / Que ordena mi lengua vibrar.

 

Derivo y me hundo / Viajo tan profundo / Hasta que te vuelvo a ver pasar

Caigo vuelo abajo / Bajo y no te alcanzo / Siempre estás un paso más allá

 

Atraída mi luz, serpentea mi calor / parpadea dándome vueltas

Yo ya no me imagino que seas mi hogar / Arrastraste mi inocente niebla

 

Y así, toda la letra parecía relacionarse conmigo, me sentí incomprendida por el mundo que siempre me distinguía y me ubicaba en el equipo de los otros, colocándome en el equipo de los malos, de los diferentes, mientras que yo, indispuesta a ceder, jamás aceptaría ser estúpida con tal de encajar, en un acto de concesión servil a costa del ser, sin embargo me identificada con ese suelo quebradizo de la canción, y al como si todo estuviera a punto de caerse, no para todos, sólo para mi, y el insecto alado es el mundo entero, y si la lengua me vibra es porque soy un camaleón con poca paciencia que espera que ese insecto se distraiga, y me abandono tras algo que nunca alcanzo porque ni siquiera sé qué es, y mi luz me rodea, pero dudo y tiemblo, porque puede que lo que he llamado luz durante toda mi vida puede que no sea luz, sino otra cosa.

 

Luego salió otra canción, que pese que hablaba de una tal Tura Satana, que según recuerdo es un icono de la tetonería mundial que descubrió un tal Russ Meyer, también me describía:

 

Tura Satana anda buscando su sombrero allá / Allá en Las Vegas

Tura montada en una lata de fuego deja estrobo de chispas por la carretera

Hace auto stop en un rancho / Quema a todos / Mata a todos / Un zafarrancho

No entiende de súplicas, menos de llantos.

 

Si va hacia algún lado o vuelve de él / Sólo imagina una cosa

Todos los destinos por recorrer / Todos conducen a Córdoba

No distingue el bien del mal / Le llaman "La Ponderosa"

 

Porno-fronteras, Prosti-dimensiones, Pussy power cat, vibra la almeja

Chinga Satana hecha humo y furia / Qué velocidad / Es un relámpago

Lustra sus botas / Reflejar su frente en la eternidad / Del mundo negro

Manos violentas / Guantes cubren / Garras que pueden hundirle en un mar de cuervos

Un tendal de espíritus quedaron atrás.

 

Si va hacia algún lado o vuelve de él / Sabe muy bien una cosa

No quedan caminos por recorrer / Y nunca llegará a Córdoba

Vive salvaje y sin Ley / Le llaman "La Ponderosa"

 

Yo era Tura, vivo salvaje y sin Ley. Córdoba ha de ser el amor, y yo sé que no he de llegar ahí, y ello es motivo suficiente para no sentir compasión por el mundo, quien pretenderá sujetarme en sus garras, aterrándome, no hay ya caminos por recorrer, tal vez. Una tercera canción:

 

Envidias a todos Egocélula / No canibalices mi emoción

Me arrastras entre las piedras y yo igual

Soy el súbdito más fiel de la legión

 

A sus pies su ciervo soy / Su reino es inventar fronteras

 

Convertirme en cabra / en eunuco no

Escupí ese llanto disfrazado

Mezcla su sangre con néctar / Convidándome

Voluntad se me va / Abandono el ser.

 

A sus pies su ciervo soy / Su reino es inventar fronteras

 

Esta última canción no la escuché como si fuese yo quien la dirigiera. Más bien pensé que la cantaba mi Carlos. Yo era la Egocélula que todo lo absorbía, que todo lo estropeaba, y canibalizo su emoción, comiéndola a mi capricho. Es mi amado súbdito, al que le doy de comer de mi tiránico cuerpo, del cual no le doy a nadie más. Mi reino es pues destruirlo. Pensé que él era feliz a mi lado, y que bajo el pretexto de alimentarle me estaba en realidad entregando. ¿Quién entrega la voluntad, quién abandona el ser?, ambos, soy el amo esclavo de su ciervo. Pensé en el daño que le hacía, y lloré, y luego pensé que mi daño era lo mejor que podría ocurrirle, que si le diera a escoger entre su seguridad y mi daño me elegiría siempre.

 

Bajé del autobús. Caminé tres calles para llegar a mi casa. No había pasado ni tres minutos de que llegué, fui al baño, tomé agua. Sonó la puerta a las seis, puntual. Pues bien, todo lo que ocurría no podía ser casualidad, guardé el casete de la hipnosis en el cajón, lo escucharía después.

 

Abrí la puerta y sonreí. Estaba David, raro como siempre. Lo único que me hacía confiar en él era la extrema confianza que le tenía nuestra amiga mutua, ella pondría su vida en manos de éste hombre si de alguien hubiese de depender, y ello habla bien de él de una u otra forma. Mi estado inusual hacía que todo lo que decía me sonara hipnótico, sutil.

 

Noté cierta insistencia de sus ojos por ver mis pies, y me pregunté si el bolero me habría manchado las medias y yo no me hubiera dado cuenta, o si tenía los pies hinchados, o lastimados. Tengo los pies muy bonitos, como casi todo mi cuerpo si lo ves en partes, pero él desde luego no tiene por qué saber ese dato, además no creo que Nuria fuese capaz de contarle nada de mis pies, pues ella a mí nunca me ha dicho que los tengo bellos, o que le llamen la atención. Intenté justificarme.

 

"Si camino algo chueca es porque hoy me tropecé en la escuela"

"¿No será algo grave?" Repuso. En ese instante pasaron por mi mente miles de circunstancias. Intenté descifrar el tono de su voz, entre grave y agudo. Cuando habla rápido se le escucha la voz como mormada, más sin embargo, cuando se aplica a decir las cosas lentamente, se escucha un poco grave, fluida, tan hipnótica como la de mi terapeuta, sólo que con más gracia. Comprendí por qué mi amiga Nuria tenía tanta fe en este sujeto, en su boca todo suena creíble porque no se contradice su lengua con su espíritu, que lo ha de tener. Más bien me desconcerté de descubrir algo singular. El gesto de sus ojos lucía como si estuviese angustiado, como si no hubiese tenido el gusto de ignorar, como si siempre lo supiera todo, como si el guión del mundo le confiriera el papel de héroe, Mesías menor o cómplice intelectual de fechorías, como si estuviese destinado a saber las cosas, como si al volver su recuerdo a su juventud no encontrara juventud, como si hubiese nacido viejo, con una alma vieja, sagaz.

 

Sólo había dicho "¿No será algo grave?", y su pregunta me había retumbado en el fondo del alma, no como si me preguntara si eso grave fuera mi pié, sino en esencia cualquier cosa que pudiera ser salvada, como si fuese un reparador, ¿Reparador de qué?, No lo sé. Un reparador a secas. Secretamente sentí algo de pena por él, pues ahora recordaba, le había visto a sus 17 años, y ya era atemporal como ahora, acaso lucía más extraño que ahora, pues en aquel entonces era joven y viejo, y ahora al menos se acerca a la vejez de alguna manera. Sentí atracción y repudio a la vez, me sentí como si estuviera frente a alguien superior, eso me daba seguridad pero no comodidad, mi rebeldía no lo aceptaba. Pude pedirle que se fuera de mi apartamento, ya que después de todo no es amigo mío, pero no lo hice.

 

Le dije que vería mi pie, cosa de la cual él no perdió detalle. Yo aproveché para medir su interés. Torcí mis dedos hacia adentro y luego hacia fuera, como si estuviese haciendo figuras con una liga con los dedos, retraje el arco para que se hicieran arrugas, lo moví a la izquierda y luego a la derecha, y él movía si vista como la de una lechuza, justo a donde quiera que fuese mi pie. Curiosamente no me dio pena, ni incomodidad, y podría decir que me gustaba que me viera el pie. Conociendo su fama, él no abusaría nunca de mí, me respetaría siempre, eso lo hacía vulnerable. Me sonrojé cuando recordé que aquello que es vulnerable me parece encantador.

 

Me ofreció un masaje terapéutico, mismo que acepté. Fingí pena aunque en el fondo me moría por un masaje, encima me invitó a relajarme, cosa que estaba que ni planeada, pues deseaba descansar. La verdad es que el mejor favor que me haría este tal David sería irse y dejarme dormir, sin embargo el masajito no me vendría mal, aunque me gustaría tenerle la confianza de decirle que me los sobara hasta que cayera yo dormida y luego me cubriera con una frazada y saliera de puntillas de mi casa dejándome dormir, eso sería perfecto, pero no. Me resigné a disfrutar lo que sí tenía, seguro que con esas manos que tiene, amplias, de dedos largos, daría el masaje mejor que el bolero. Total, que me dejara dormir después.

 

Su masaje era casi espiritual, me sentía tan cómoda en sus manos que sentí algo de miedo, mismo que se redujo conforme se dio la habilidad de distraerme con su charla, así no pensaría mis frecuentes locuras, sino que pondría atención a aquella voz sutil. Me habló de cómo eran sus pies, desde luego no le diría que me los mostrara, pero sentí algo de compasión por ellos, vaya, cualquiera que tenga unos pies bonitos encuentra lamentable que estos se pongan feos por la causa que sea, y él me contaba que sus pies eran hermosos y que se habían estropeado en una academia de Karate. El pie no es como la nariz, a la cual puedes hacer cirugía estética, no hay pies de catálogo, a nadie se le ha ocurrido eso, que alguien vaya con el cirujano a ponerse unos pies bellos, quizá porque, al igual que las manos, son un conjunto de músculos y tendones inviolable.

 

Mientras seguía con lo suyo, me dijo:

 

"Me sé un pasaje de una novela que habla del masaje de pies, sé que esto que hago por ti no es precisamente un masaje de pies, sino un ejercicio de relajamiento que acabará con tu torcedura, y desde luego no tiene matices románticos, pero vale que te lo cuente como detalle literario, más como poesía que como ofrecimiento"

 

Su precaución me puso en alerta, pues cualquiera sabe que alguien que no alberga una intención es incapaz de guardar una precaución, sin embargo, quien se muestra cauto siempre lo hace respecto de aquellas cosas que sabe que no controlaría en determinadas circunstancias.

 

Me acordé de mi Carlos. De inicio él me buscaba a mí con el ímpetu de un muchacho. Se acercó buscándome como amiga. Si se hubiera presentado con intenciones de tomar mi cuerpo como un trofeo lo hubiese regresado por dónde vino de inmediato, sin embargo aparecía siempre tan inocente, como si mi cuerpo le fuese indiferente, y eso creó en mí un reto muy difícil de contener. Cuando vi que su respeto era un valor que yo podía romper, comencé a hacerle caso de una manera distinta. Él siempre fue respetuoso, y cuando yo decía algunas cosas atrevidas, o abiertamente incisivas para sugerirle que era tan puta como la que más, que yo podría ser algo más que su maestra de pedagogía, siempre se resistió, temiéndome. Hasta que un día me acompañó a mi casa a bajar unas cajas y no se contuvo.

 

Como digo, nunca había tenido relaciones, y eso era un dato que Carlos no tenía por qué saber, sin embargo, esa vez decidí mamarle la verga sólo para poner en forma mi garganta, y lo que más me encendió de mi Carlitos era descubrir su enorme verga que se cargaba entre los muslos, y, sobre todo, su voz entrecortada de miedo que me pedía piedad diciendo, "Maestra, no siga que voy a ensuciarle la cara". Claro que vi la forma de romperle la idea de la maestra buena sólo porque él lo creía así, y al contrario, le mamé el palo como la más puta del mundo hasta que hizo de mis dientes un batidero con su leche, y luego me alcé para darle de besar su propio néctar, cosa a la que no pudo negarse.

 

Y así, Carlos es especialista en tener un arsenal de detalles sutiles que yo puedo vulnerar con gusto, y siempre tiene para cada atrocidad una precaución, "Eso no", "No quisiera", "Detengámonos", en fin. Pues bien, mi experiencia en precauciones me indica que si este hombre tiene la necesidad de marcar una precaución respecto de que su relato pueda ser entendido como un coqueteo, como un ofrecimiento, eso quiere decir que se muere por tirarme, y es vulnerable. Mmmmmm.

 

Le dije para acosarlo: "¿Porqué me sueltas tanta aclaración en vez de dejarme que me crea lo que yo quiera?". Se apuró a curar su falta dándome un masaje más dedicado, pero le hice el desplante de zafar mi pie de una patada. Sus ojos fueron tan extraños que sentí ganas de dominar de alguna forma a esta alma vieja, sentí deseos de probar su experiencia, de echar por tierra su célebre respeto. De manera que le coloqué el pie justo frente a su cara, para que percibiera su olor, para que lo tuviera tan cerca que ni siquiera pudiera enfocarlo bien con los ojos, para que sintiera en plena cara la energía de mi piel. Imaginé que se quitaría, pero no fue así, sino que, para mi sorpresa, metió mi pie en su boca y comenzó a besarlo con tanta devoción que todo mi cuerpo se rindió a la sensación de sus mordidas. Tal cual si la reflexología fuese cierta, un lenguetazo en la punta de mis dedos excitaba mi cerebro, la parte baja de éstos daba calor a mis senos, la mordida en mi arco era como un dedo frío que recorría lenta y metódicamente cada vértebra de mi espina, un mordisco a mi dedo chiquito daba un jirón a mi corazón mientras que la chupada a mi talón hacía sentir mariposas en mi bajo vientre. Me sentí tan excitada que le dije "Cómeme". Orden que atendió cabalmente.

 

Sin embargo, la situación cambió en una forma inesperada, pues se escuchó que abrían la puerta, y no podría ser sino mi Carlos, quien tenía llave. Me retraje como un caracol al cual le arrojan una cerilla encendida y me senté muy propia en mi sillón. Para mí fue muy interesante este momento. En teoría yo era el ama de mi niño Carlos, él estaba para aprender de mí, para dejarse ordenar, para satisfacerme, para callarse y aguantar mis caprichos, y en teoría Carlos era prescindible en mi vida, pero lejos de dejarlo entrar y continuar dejándome morder el pie con descaro y recibirlo con una sonrisa mientras lo engaño con otro, obligándolo a mirar lo que me hacían en sus narices, lo cierto es que mi corazón palideció de pánico, y ese terror frío de no querer decepcionarle fue algo nuevo en mí.

 

Comprendía que me importaba perderle, que le reconocía como mi pareja, que era mentira que me diera lo mismo perderlo, que era mi extraña contraparte, pero mía al fin, y en mi cabeza sonó, por raro que parezca porque siempre me he resistido a creer en esas cosas, que era mi alma gemela. Estaba conmovida, me hubiera echado a llorar, corrido a abrazarle y pedirle que echara a patadas a David, pero nada de eso hice.

 

Entró Carlos y miró la situación con gran desagrado, su mirada reflejaba una fuerza que yo desconocía en él, dejaba de ser el débil, el pusilánime que yo había querido fabricar en su conducta, no, era un hombre en ebullición. Sentía celos, cosa que me enamoró profundamente, aunque no podía permitirle que se creyera mi dueño.

 

Carlos dijo encabronado: "Que raro que estás descalza".

 

Yo no dije nada porque no había mucho qué decir, estaba nerviosa. Carlos insistió.

 

"Quiero decir que te ves algo excitada y tus pies están algo mordisqueados"

 

Decidida a no perder el control le dije con un señorío muy falso: "Tuve curiosidad de lo que se sentía que le mordieran a una los pies, y como llegaste con media hora de retraso".

 

Carlos me miró con su fuerza recién nacida, con su hombría recién nacida, y me trató como una muchachita, cosa que dentro de lo que cabe me gustó: "Zuli. Por favor no digas pendejadas. ¿Cómo comparas la impuntualidad con la infidelidad?".

 

Acorralada le espeté unas frases que aparentemente eran dominantes, pero esperaba que él entendiera mi ruego de que me dominara en el acto, que no me dejara reñir, quería que me callara la boca con su verga una vez en la vida, me sentí tonta, absurdamente combativa: "No soy de tu propiedad Carlos. Soy libre, lo entiendes, soy libre. Y si me amas, deja de hacerme sentir mal y bésame tú los pies. Si te portas bien te daré lo que has deseado tanto".

 

La cosa salió mejor de lo que pensaba. Empezamos a amarnos los tres. David era un excelente amante, y así, desinhibido, instruyó a Carlos. Me chuparon los pies los dos, volviéndome loca.

 

Estaba muy cachonda, así que era el momento de entregar mi virginidad. Quise dársela a Carlos, pero la verga se le inhibió por alguna causa, total que tuvo que apoyarnos David. Es difícil decir lo intensa que fue para mí esa tarde, pues me usaron completamente, me follaron por todas partes, y principalmente por los pies.

 

Hubo un momento, ya casi al terminar, en que daba la apariencia que David se follaba a Carlos, y noté como la respiración y la sonrisa de mi chico cambiaba, me corrí tremendamente, sentí en mis pies como David se corría pues yo lo pajeaba con ellos, y mi Carlos eyaculó en medio de unos estertores divinos.

 

David se marchó y yo volví a la cama deshecha, donde estaba Carlos tendido boca arriba, con el pene todavía algo erecto, con los ojos cerrados. Me sentí suya, completamente suya.

 

Su cuerpo era hermoso. Me recosté a su lado e inclinando mi cabeza comencé a besarle, que no chuparle, su miembro fláccido. El falo hizo intentos de pararse de nuevo, pero sin éxito. Yo aproveché para besar su carne blanda, tierna. Le besé el vientre, las ingles, sumisa como un gato convenenciero.

 

Le besé el ombligo. Por romper el silencio de alguna forma le dije, "Si tu ombligo fuese un culo sería un culo precioso", él se rió de mi ocurrencia, pero yo se lo decía en serio, pues juraría que en su ombligo se dibujaba una flor que me resultaba familiar, como si hubiese visto alguna vez alguna mandala o algún dibujo geométrico con esa forma y me lo hubiese aprendido de memoria. Era un bonito ombligo, era una flor en el vientre.

 

Distraje mi vista del ombligo y noté que él miraba el techo con avidez, cosa que me causó mucha extrañeza, pues que yo sepa nuestro techo no tiene nada de extraordinario (¡Bravo, dije "nuestro techo" y no "mi techo"!), por lo tanto, la ráfaga de cosas que sus ojos repasaban seguro ocurrían en su mente y no en el techo. Quise preguntarle qué pensaba, pero no se necesitaba mucha imaginación para saber que no era del todo fácil que el desvirgamiento de su novia la hiciera un tercero, en su presencia, en una orgía. Sentí que lo único que había que dejar en claro era que mi amor para él no era combativo. Así que le dije. "Carlos, esta mujer que soy es tuya. Si así lo decides no vuelvo a tocar a nadie más", ni yo creía eso, pero lo cierto es que lo estaba diciendo y me estaba brotando del alma. Él esbozó una sonrisa y cerró sus ojos, como si tomara nota de mi ofrecimiento pero necesitara adentrarse en sí mismo. Ya no era un muchacho.

 

"¿Te penetró?", Le pregunté.

Contestó que no. Estaba absorto.

Me hubiera gustado que no se sumergiera en su alma como si fuese una ballena, tal como si con mis preguntas importunara a ese ser enorme que era, que su sonrisa fuese como el chorro de agua que arrojan los cetáceos para luego meterse a la profundidad del mar. Volví a mirar su ombligo y volvió a conmoverme. Me enterneció que fuera menor que yo, que me amara, que estuviera en medio de situaciones inusuales a su edad, y todo por mí. Ya veía venir que él se mudaría a mi piso en breve, que dejaría su casa, que su vida cambiaba. Otra cosa que pensé me llenó de tristeza, pensé que tal vez él no era lo que yo creía, y que una vez que obtuvo mi cuerpo se marcharía de mi vida, asustado de este sentimiento enfermizo que yo le había enseñado, y que mi defensa de él para que no me dominara fuera mi enemigo ahora que lo quería cerca y para siempre.

 

Su ombligo, lo besé con pasión. Le dije: "¿Sabes?, Hay gente que dice amarse y no se conoce el cuerpo. Nunca se han sentado a ver cómo tienen las huellas dactilares, que son inconfundibles, los ojos, cuya huella es irrepetible, el ano, que es como un mapa personalísimo, y el ombligo, que habla del cariño con que uno fue desprendido de su madre."

 

Él estaba de acuerdo con lo que yo decía, así que jugamos a inspeccionamos, primero, porque sonaba divertido, y segundo, porque aligeraba la atmósfera de la habitación, que lejos de haberse puesto ligera y placentera, se había puesto algo turbia en cuanto nos quedamos solos. Primero yo le lamí el ombligo hasta cansarme. Como había pasado algo de tiempo, su verga comenzó a ponerse tiesa, pero no tanto. Le hice mostrarme sus ojos y me dejó helada que casi no pudiera mirarme a los ojos, se puso nervioso, tal cual si al mirarle descubriera algo en su alma que él no quisiera que yo viese. Su ventana del alma estaba abierta, pero él corría las cortinas de alguna manera. Le amagué la cabeza y le dije: "Preemíteme, que voy a dar un vistazo". Muy nerviosamente se dejó revisar, no sin esfuerzos. Cuando acabé me preguntó con temeroso interés: "¿Qué encontraste?", le dije, "De entre las muchas cosas que vi, encontré lo único que me basta saber, que me amas, que sea lo que fuere que estás pensando ahora sabes que tu futuro es y será a mi lado". Sonrió como diciendo que sí.

 

Lo voltee sobre la cama y le hice alzar el culo como si fuese una gatita en pleno celo, alzó las nalgas y, si tuviese una cola como los gatos o los monos arbóreos, seguro la torcería a cualquier lado, mostrando un culo permisivo al placer. Inspeccioné su culo, lo toqué y retrajo las nalgas con furia, más sin embargo, su ano se distendió de alguna forma, como si mi dedo fuese un colibrí que equivoca de flor y accidentalmente se entrega a tocar la sensible tez de una planta carnívora. Pues me convertí en un colibrí y con mi lengua memoricé el mapa anal de Carlos, hasta que encontré un tesoro blanco que manó de su cuerpo, sin siquiera tocar su pene. Me volteó a ver con satisfacción, y con algo de comprensión tal vez.

 

Luego él se dio a la tarea de revisar mi culo, mis ojos. Luego llegó a mi ombligo, el cual comenzó a besar. Inexplicablemente sentí una ternura muy profunda y comencé a llorar inconsolablemente. Lloré mucho.

 

"Tu también tienes como una flor", hizo la observación. Me paré de la cama buscando un espejo. Por más intentos que se hicieron no pudimos vernos la forma exacta de la cicatriz ombligal, y yo, que estaba desesperada, fui a la alacena a buscar una plastilina a la cual agregué agua. Ya que había una masilla muy sensible, hice dos plaquitas, mismas que nos metimos cada uno en el ombligo, a fin de sacar un relieve de nuestros ombligos.

 

Una vez que tuvimos los resultados la sorpresa no pudo ser mayor. Nuestros ombligos eran iguales. Los moldes de plastilina reflejaban estrellas iguales. Le miré y me miraba. Éramos uno.

 

Cuando Carlos se fue yo estaba llena de preguntas. Le marqué a Nuria y le conté lo de los ombligos, cosa que le emocionó. "Debe tratarse de una señal" dijo. Le pedí el número del teléfono de David, quien se hospedaba en un hotel. Se encabronó de saber que David estaba en la ciudad todavía, pues seguro le había dicho que se marcharía antes de la fecha real, y no le había llamado, más aun porque yo le comenté que se iría mañana. Desde luego, si se había enfurecido de saber que había estado en mi casa, más se hubiera enfadado si supiera lo que hizo en mi casa y en mis pies.

 

De rato le llamé a David, para darle las gracias, cosa inusual en mí. Me preguntó si había hablado con Nuria y le dije que sí. Me enteré que había cambiado su regreso, básicamente porque Nuria le demandó su presencia para contarle unas cosas adicionales. La vería en la mañana, y yo le pedí que si no le molestaba nos visitara a Carlos y a mí por la tarde. Aceptó.

 

Tenía mucho sueño, así que decidí escuchar el casete de mi terapeuta, para acabar este día increíble. Lo que escuché fue el detalle que me faltaba, pues se escuchaba mi voz como en monólogo, más narrativa que de confesión, diciendo lo siguiente:

 

En el principio no había nada, y de pronto dos soles. Como si dos ojos nacieran en un mismo rostro pero pudieran mirarse de frente, no a través de un reflejo, sino mirarse profundamente, sembrándose cosas en el iris. No había nada, pero lo había todo. Sobre todo nuestra placentera estancia. Me pregunto en qué medida la palabra placentero proviene de placer, o bien de placenta. A mí no me queda duda que proviene de placenta. Recuerdo bien cómo dormitaba en el vientre de mi madre, descansando pero a la vez pendiente de todo, con los ojos cerrados pero sintiendo.

Célula a célula me fui integrando, y frente a mí, muy cerca, estaba él. Fuimos cigotos y luego larvas. Todo el tiempo nos sonreímos. Si había un latido que reconocía como mío era el de él, quien era todo música. De rato nos tocábamos, nos presumíamos las células nuevas y hacíamos de cada segundo y latido una fiesta. Las ecografías y los sondeos le dirían a nuestra madre que nosotros no formábamos miembros aun, que no teníamos ojos, que no teníamos manos, que éramos, en buen plan, un par de renacuajos maravillosos.

Lo quería mucho. Estábamos ahí dándonos toda suerte de señales. Nuestras manos se entrelazaban como pulpos al vuelo, nuestras bocas sin duda se besaban de alguna manera, nos volteábamos y restregábamos nuestros aun ausentes huesos, mimándonos con nuestros tiernos nervios. "Tu y yo no estamos solos", me decía él luego de que nos dábamos cuenta que en el mundo exterior las cosas eran crueles y frías. Nos dábamos cuenta de lo que veía nuestra madre, lo que tocaba, lo que palpaba, pero por alguna causa nos percatábamos más claramente de aquello que nunca encontraba, aquello que no veía, aquello que no escuchaba, aquello que hacía en su interior hubiera un hueco. Nadie nos creería si contáramos que nuestra madre estaba hueca por dentro. Lo sabíamos porque estábamos ahí. Había vacío, esperanza, triste virtud.

Hay que temerle a Dios, sobre todo porque es un tipo muy raro cuando experimenta. Nosotros nos sentíamos algo así como un proyecto piloto que él tenía, en el que aboliría las reglas de la carne, y determinaría que las almas gemelas nacieran en el mismo vientre, así se encontrarían desde un inicio, y crecerían juntas, amándose, desarrollándose cerca, gozándose siempre. Pero sintió que el mundo no debía privarse del delirio de buscar y con suerte encontrar, el humano debía pues errar, y encontrar alguien a quien amar para luego descubrirse desnudo, solo. Y luego encontrar un arco iris de influencias, hasta que su sed de amor no fuese el primitivo impulso de entregarse. Estaba a punto de tomar la responsabilidad del encontrar, la responsabilidad de que dos que se amen se encuentren, pero prefirió un plan distinto, que los que se encuentren paulatinamente se amen. Pensó en un corazón y, con esa risa cínica que a veces tiene, pronunció entre dientes la palabra "Babel".

Adán y yo estábamos con un lazo nupcial hecho de nuestros cordones umbilicales, nos rodeábamos el cuello, hacíamos una danza donde nuestras cabezas eran una especie de poleas celestes, soles danzando unidos por orbitas físicas.

Adán y yo no tomamos muy bien la retracción de Dios y le dijimos que seguiríamos con esto, si no le incomodaba.

Pero le incomodaba.

Entonces fue que le dio a Adán cinco segundos para que se despidiera de mí. Él lejos de hablar conmigo encaró a Dios y le preguntó si me vería de nuevo, Él le contestó asintiendo con la cabeza. Él entonces volteó a mirarme y me dijo, "Hasta luego, no dejes de buscarme".

Él decidió matarse con aquello que le resultaba más bello, con nuestro lazo de bodas, mismo que hizo rodear a su cuello en símbolo, para luego sencillamente morir, así, más que por soplo, por inhalación divina, pues desde luego no murió de asfixia él que aun no usaba sus pulmones; dejé de oír su latido, sus manos que se apoyaban en mí dejaron de estar tibias. El verdadero Adán se había marchado de esa casa en construcción que era mi gemelo. La urgencia vino. Abrieron el vientre de mi madre para sacarlo y ya de paso me sacaron a mí. No hubo necesidad de darme una nalgada de bienvenida al mundo exterior, yo ya nací llorando.

La amnesia se apoderó de mi mente, y me hizo olvidar la confianza, de Adán sólo me quedó la sospecha, me faltaba la mitad de mí. ¿Qué hubiera pasado si Él hubiese vivido?, Siento que he de encontrarlo, si no es que lo he encontrado ya sin darme cuenta."

 

Corrí sin habla hasta un diccionario y lo único que encontré del ombligo fueron sandeces, el ombligo es una cicatriz, ahí estaba el cordón umbilical que al nacer fue cortado. Pero antes de cortarlo, está conectado con la aorta y la vena cava del bebé por un lado, y va a dar a la placenta por el otro lado. La placenta está insertada en la matriz, y las venas maternas están conectadas con las venas del bebé y así se pasan los nutrientes y el oxigeno de la madre al bebé, las paredes de los vasos sanguíneos maternos y fetales están muy juntas y son muy delgadas, tienen poros por donde se hace el intercambio, por supuesto que hay aspectos físicos de diferencia de presiones osmóticas y oncóticas para que se pueda dar la transferencia. En general decían mil cosas, menos lo que yo quería encontrar, que el ombligo es ante todo una alianza de bodas, un cordón hecho de espíritu.

Puras cosas que nada tenían que ver conmigo. Me quedaba claro que Carlos era mi alma gemela, mi gemelo faltante. Ese que emigró para volver a mí. Por la mañana le hablé a la única tía que tenía y le pregunté como quien no quiere la cosa si yo había tenido un gemelo que no nació, y ella me confirmó que sí. Le dije muchas majaderías por habérmelo ocultado.

 

La historia dio algunos vuelcos adicionales. Al día siguiente volvió David, estando Carlos en mi casa. Carlos percibía que yo era distinta a la Zuleika que siempre había tenido cerca. Comenzamos a cachondearnos y de rato estábamos follando alegremente. Sobra decir las cosas que me hicieron, aunque basta decir que durante todo nuestro juego miraba muy detenidamente a Carlos, quería leer en sus ojos lo que sentía de estar ahí, compartiendo a su novia. Era una ironía. Antes de que viniera David hablábamos del amor con libertad. Él me decía que yo podía ser libre, pero que le amara. Tonto. Mi libertad no es libertad si ésta me hace entregarme a alguien que no sea él, que es a quien amo. No sé si este sentimiento cambiará, pero hoy por hoy le amo, y su libertad me ofende. Por hoy no dije nada, pero en fin.

 

Durante el acto le di a chupar mis dedos, y su entrega era tan intensa que sentí muy raro. De rato él estaba tendido sobre la orilla de la cama, boca arriba, con los muslos pegados al vientre, con los pies hacia arriba, como si fuese un oso de circo, de esos que se acuestan sobre su espalda y con las piernas hacen girar una pelota gigante, pues aquí no había pelota, sino yo que me sentaba sobre su sexo, clavándomelo en el culo, mientras que David me penetraba vaginalmente, besándome con algo de amor. Las piernas de Carlos eran como la base de una silla, sus muslos eran la sentadera y sus pantorrillas eran el respaldo, con la singularidad de que la base tenía una verga amenizadora de placeres que deberían incluir en las sillas reales. Sentada de culo sobre Carlos, con la verga de David en la vagina deliraba seriamente, cara a cara con David me daba la impresión que las dos vergas eran de él, pues con su brazo fuerte me sostenía para un mejor vaivén. Nuestros besos en la boca eran muy morbosos, pues David no evitaba mi boca siendo que había mamado mucho a mi Carlos, y el sabor sin duda quedaba. Sus ojos me miraban fijamente, como si estuviese enamorado de mí, mientras que mis ojos lo evadían un poco, pues me sentía de Carlos. Su mano controlaba mis caderas en forma magistral.

 

David sacó su verga de mi vagina, y aprovechando que a escasos centímetros estaba el culo en flor de Carlos, se separó a unos centímetros y tomó una de mis manos y me hizo tocarle el arillo anal a mi novio. Ardía de calor, estaba blando, hinchado, dilatado. Comencé a meterle un dedo a Carlos, luego dos, sintiendo el apretar de su músculo en mi mano. Con mis caricias la verga de Carlos se hinchaba en mi culo de una manera increíble, pulsando como si se estuviese corriendo, pero sin manar semen. Me alcé y coloqué el pene de Carlos en mi coñito, y seguí con mi juego de dedos. Así sentada con la vagina podía maniobrar mejor. La mano izquierda la usaba para penetrarle el agujerito, y la derecha la tenía en su boca, dándole de comer.

 

Como los pies de Carlos también son bellos, y además estaban a la altura de mi cabeza, comencé a chuparle el derecho, y el izquierdo cayó en boca de David. La intención en que éste se había acercado era la de besarle el pie a Carlos, supongo que para que mi novio se excitara, luego David se separó un poco de nosotros y nos dejó follando solos. Nunca habíamos estado tan calientes Carlos y yo. David sería un buen maestro de orgías.

 

Estando así, montando a mi novio, metiéndole algunos dedos en sus huecos y chupándole el pie, se acercó David para darme de golpecitos en el cuerpo con su verga. Desde luego su carne no dolía como un cinturón, o como un látigo, o como una vara, sin embargo, el morbo de que me pegara con su verga me excitaba más todavía. Me golpeaba en la cara y no permitía que envolviera su miembro con mi boca. Me daba de vergatazos en el cuello, en las mejillas, en los labios, y yo decía, "Por favor", y él decía que no, pero el que parecía decir que sí era Carlos, que al verme suplicando un poco de verga se ponía todavía más impetuoso. Como las plantas de los pies de Carlos, estaban en plano horizontal, de cara al techo, y a la altura de mi boca, David se subió sobre la cama y comenzó a golpear con su palo el arco del pié de Carlos, quien sentía que en su pié se desataba un rito de alimentación en el que una verga caía como en un plato y yo me apuraba a intentar comerla, y al quitarse ésta de repente, me quedaba lamiendo la planta del pie de mi novio, como si lamiera la salsa restante de un platillo delicioso.

 

No me imagino cómo era que Carlos se las ingeniaba para embestir desde la posición tan incómoda en que estaba, para mí que era su verga la que había aprendido a moverse como el émbolo de una locomotora vertical. De rato me sobrevino la gloria porque vi como David tomó en su puño aquella verga, y con la otra tomó del tobillo a Carlos, y así, frotando con la delicadeza de un titán su miembro, golpeando a la vez la planta del pie de mi Carlos, comenzó a manar su semen, caliente y blanco, mismo que depositó en el pié de mi novio, decorándolo como un pastel. Yo distraje mi mano que tenía en las nalgas de Carlos para untarle el esperma en su piel; nunca en la vida había sentido esta sensación tan morbosa de distender esta crema lechosa sobre la piel del hombre que amaba, sentía cada tendón en mi mano, cada hueso, cada músculo. Curiosamente, este mismo semen que volvía un tanto puto a mi hombre, lo volvía ante mis ojos como el ser más viril de la tierra, su pie bañado en leche de hombre. Comencé a besarle como si hubiese descubierto un nuevo pene.

 

La verga de David no se había entristecido ni un ápice, ya que seguía tan enhiesta como antes, siguió dándome de golpecitos en las tetas, en el vientre. Estando yo tan caliente, sentí la gloria toda vez que, al montar a Carlos en esta posición, su verga entraba haciendo fricción hacia la parte trasera de mi sexo, dejando mi clítoris al frente y sin atender, y aunque bien podría yo tocarme un poco, la idea de David de darme de golpecitos con su falo en el clítoris mientras Carlos me penetraba, era insuperable. Mis jadeos eran una especie de súplica, quería que me la metieran los dos a la vez, aunque sabía que no saldría muy bien librada de semejante penetración. Pienso que eso sería posible, pero no cuando los dos machos están tan bien dotados. Parece que David sintió algo de piedad, porque no quiso meterse en el mismo hogar que Carlos, lo que sí, seguía dándome de golpecitos.

 

David me miró, y viendo que tenía una mano desocupada, la colocó en su miembro, para que yo jugara con esa verga caliente como más me agradara. Así, los golpes los dirigí yo, y aunque eso me permitía guiar los golpes a donde más rico sentía, prefería la cortesía de que fuese David quien me atendiera. Hubo una ventaja en todo esto, ya que tomé el palo de nuestro acompañante y comencé a darle de golpecitos a Carlos en los testículos, lo que parecía ponerlo muy caliente.

 

El mal me sobrevino a la cabeza y quise que Carlos disfrutara de lo que yo disfruto, así que hice para atrás el cuerito de la verga de David para que luciera como una daga, y la enfilé en el culo de mi novio. David, sin distinguir el género del culo que se le ofrecía comenzó a darle a Carlitos, y era como si nos follara a los dos porque cada embiste ponía a mil la verga a Carlos. Dejé lo de los dedos y tomé la cadera de David, gobernando la cojida que le daba a Carlos, y controlando con ello la que yo recibía en propio coño. David comenzó a ponerse frenético, Carlos también, y yo, pese a que no estaba teniendo fricción en el punto que más me excita, también estaba a punto de correrme. David exhaló, y como en coro comenzamos a venirnos los tres, en medio de un himno de estertores. David me besaba en la boca y me provocó una herida que no sentí hasta después de que el éxtasis me permitió volver a la realidad.

 

Nos fuimos a lavar los tres al baño, nos dábamos el jabón, gentilmente nos vaciábamos agua con una vasija, pero todos en silencio. Se diría que como en el jardín del Edén descubríamos que estábamos desnudos y sólo faltaba que un ángel se apareciera y preguntara con cara de yo acuso y espada flamígera en mano: "¿Qué han hecho?". Nada que nos diera culpa, la verdad, habíamos gozado, habíamos cedido a algo, pero no podíamos hablar de ello por alguna razón. Lo malo del sexo es que hay un momento en que te separas de la persona con quien follas, y tienes que hacer cosas más humanas que el éxtasis, en el mejor de los casos hacer alguna broma de lo agotada que estás, de lo extenuada que te han dejado, de lo encantada que has quedado, pero puede que ese "después de" sea ir al baño, lavarte, vestirte, organizar algo, hablar de algo serio, cobrar una cuota, en fin. Ojalá al momento en que todos tienen su orgasmo los cuerpos se desvanecieran y quedara una en un sitio de infinita belleza y comodidad, sin tener que encarar el dolor de volver a ese mundo que no se rige por el gozo.

 

David se marchó otra ves, ahora sí. Nos quedamos Carlos y yo. Le abracé como mi gemelo que era, y él me abrazaba con mucha calidez. Nos callamos. Quise ser un poco didáctica y le dije "Mañana sentirás que tu culo pulsa, y sentirás que te follan quedito durante el resto del día. Por favor, en cada latido piensa que con quien follas es conmigo. Eres mi alma gemela", Carlos lloró.

 

Después me tocó padecer. Carlos no se apareció por la escuela, ni en mi casa, desapareció. Cada día me preguntaba qué había hecho mal. Una tarde incluso me tocó verle, abrazaba a una chica de su edad. No parecía el Carlos que conozco, pues se veía fiero. No quise importunarlo. Al mes, tocaron a mi puerta, y era él, su cabello más corto, su mirada más profunda, su boca más voluptuosa. Yo había envejecido en mi ánimo en ese mes que él no estuvo, me hice profesional de la lástima, pero al verle ahí, frente a mí, mi alma rejuveneció, vibró completa. Abrí los brazos para abrazarle, para no dejarle ir jamás.

 

Él me abrazó, me tomó el rostro en sus manos y me comió la boca un rato, y me dijo: "Hay riesgos que un alma debe tomar, yo los he tomado, y he vuelto".

 

"Nunca te has ido" Le dije.

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