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EL NONO RENATO Y SUS HISTORIAS INCESTUOSAS

EL NONO RENATO – Y SUS HISTORIAS INCESTUOSAS Y DE LAS OTRAS
(inicio)

Son decires del Nono Renato. Embustes de un jovato, nacido de una leyenda. Se unieron pecaminosamente, los hermanos, Gazapo y Ladina. Fueron tal para cual. Farsantes y camanduleros. Entre maledicencias y falsedades.

CON MAMA Y MIS HERMANITAS

(Pero esto recién comienza)

Original de EROS_69

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Como producto de una incestuosa tarde de siesta de dos hermanos- mis padres- prorrumpí en este mundo lujurioso. En este mundo incontinente, voluptuoso y desenfrenado, con una enorme carga sicalíptica, vicioso desvergonzado, capaz de "pelar" los 300 milímetros y presentar lucha ante el menor atisbo de ataque, eso sí, en defensa propia.

Soy un ardiente sátiro, un libertino irreductible, un faldero, mujeriego, un maravilloso y excitable impúdico insolente. Todo eso a mi edad. ¿Se imaginan en mi juventud?

Soy un consuetudinario libidinoso, de eyaculación tardía y de gran digitación - en mis buenas épocas he sido un excelente pianista, admirado por el largo de mis dedos y las deliciosas ejecuciones de las variaciones musicales del tango "La Comparsita" y "El Vuelo del Moscardón". Además, desentrañando a las mil maravillas, cada nota de la partitura del bello tango de Clinton:"En el salón Oval" - que él, ejecuta en saxofón. De más, está decir que es admirada mi experta dicción, por saber colocar muy bien mi lengua, cuando digo poemas y canto – eso lo hago permanentemente – gracias a las lecciones recibidas, cuando joven, de una excelente maestra que me adiestró en mis primeros pasos... en un taller literario... ¡ brillante profesional!

--00—

Pienso, y así a de ser, que ustedes quieren saber qué tanta experiencia hay en un experto que muestra sus armas, pero, ¿Y?, pensaran... ¡¡la historia!!... ¿dónde está la historia?

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Siempre fui un malcriado, un mimado por todas las mujeres de mi casa, comenzando por mis hermanas, nacidas del primer matrimonio de mamá, no incestuoso. Por ser el último de los tres hijos, y varón para más, mi mami era muy condescendiente y permisible al máximo, conmigo.

Desde mi nacimiento, mi madre, loca de alegría, hizo docencia conmigo, mostrándoles a mis hermanitas, primitas y vecinitas- y también se prendía mi tía, un poquito mayor que mis hermanitas- la diferencia que existía entre un varón y una mujercita.

Cada vez que me bañaba en el viejo fontón enlozado, mamá les permitía mirarme. Era toda una ceremonia. Yo también me divertía. Doce brazos, doce manos jugaban conmigo, toqueteando mi cuerpo y todas se reían excitadamente cuando mi organito, endurecido vaya a saber por qué, largaba fuertes chorritos de pis.

Luego venía el secado. Con la calentita "toallota", las doce manos me frotaban, seis agujeros con dos labios, me besaban por todos lados. Mi pilín estaba en su gloria, iba de boca en boca y mis testículos vomitaba orín, siempre alguien recibía el regalito. Era una fiesta.

Pasaban los días, los meses y los años, siempre el baño, e invariablemente acariciado.

A los seis meses, al año.... a los dos y a los tres.... las cosas iban mejorando. Los jueguitos eras más lindos, más agradables. Y más grande el organito. Ya a los siete años, todavía jugando, jugando todas seguían llenando sus bocas, con mis casi ocho centímetros, entonces, comencé a entender para qué servía mi pilín, que ya estaba pasándose de organito.

Hasta los seis años, siete, mi madre por las noches, me daba el pecho, siempre creí que lo hacía, porque le era más cómodo que levantarse para hacerme la mamadera, ya que me acostumbró de esa forma, y yo con mis afilados dientes, mordía sus pezones.

Primero la oía quejarse y darme unos chirlos en la cola, más luego se calmaba... ya no pegaba, ni gritaba, la notaba agitada y apretaba mi cabeza con fuerzas contra sus tetas, que parecían almohadones, donde yo cómodamente me recostaba y era tanta la leche que chupaba y tragaba rápidamente para no atragantarme, que notaba como ella se contorsionaba, dejándome por momentos debajo de su cuerpo y por momentos sobre sus pechos, pero yo, siempre chupando.

Con una mano apretando mi cabeza siempre contra sus senos y la otra la sentía perdida entre las sábanas. Por momentos frotándome el organito, para luego revolcase y meterla entre sus piernas gimiendo como una loca.

Por fin, me arrancaba de la teta, ya casi asfixiado, y me tiraba a su lado en la cama, donde me dormía hasta que llegaba papá del trabajo, entonces él, amorosamente, me levantaba, mientras mamá roncaba y con mucho amor me llevaba a la otra habitación y me metía en la cama de mi hermana mayor..

Ella tenía 14 años, y antes de volver a la habitación con mamá, veía como, papá se recostaba junto a Rosalía y a mí me separa con la almohada, pegándome contra la pared.

Comenzaba a acariciarla y a besarla por todo el cuerpo, él también chupaba las pequeñas tetitas de mi hermana, como lo hacía yo con mama.

Rosalía, al igual que mamá, se revolcaba en la cama con pequeños gritos ahogados, hasta que papá, se arrodillaba frente a ella, enloquecido por los gemidos gozosos de mi hermana, y se desbraguetaba, y aparecía su organito, ¡Dios! ¡Veinte veces más grande y grueso que el mío!

Su mano derecha subía y bajaba desde la punta de su organito hacía sus testículos, cada vez con mayor rapidez, hasta que le tomaba la cabeza rubia de Rosalía, y hacía lo mismo que mamá conmigo, le metía semejante cosa en la boca, como mamá a mí su teta, hasta gemir como si lo estuvieran degollando y quedar rendido sobre ella, tratando de calmar su llanto casi ahogada por tener la boca llena de leche. Lo mismo que me hacía mi mamá.

Luego, se bajaba de la cama, me quitaba la almohada que me aplastaba contra la pared, nos tapaba bien, y amorosamente nos daba un beso a cada uno, se cruzaba a la otra cama, algo mas chica que la nuestra, donde mi otra hermana Julieta, un año menos que Rosalía, se hacía la dormida.

La acariciaba un rato, sus manos se movían frenéticamente debajo de las sábanas y por fin parado, de pie junto a ella, volvía a desbraguetarse, sacaba el enorme pilín, se lo ensartaba en la boca de Juli, que se atragantaba con tanta cosa en su garganta, que la tenía que retirar para no asfixiarla. Luego, nuevamente su gemidos ahogados, más de papá que de ella y la cabeza de mi hermana, que se perdía entre las manotas de mi padre y su ombligo.

Cuatro suspiros profundos de papá, como relinchos de caballo, luego retiraba la cabeza enrulada de mi hermana de entre sus piernas y le frotaba la cabezota del organito en la cara de ella, hasta dejarlo limpio.

Lo guardaba, abrochaba la bragueta, se acomodaba la ropa y la cubría a Juli, para que no sintiera frío, la besaba, papá era muy cariñoso y se iba hacia su habitación, cerrando la puerta al salir...

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Cuando oíamos cerrarse la puerta de su dormitorio, luego el ruido de la cama al acostarse, Juli venía corriendo a nuestra cama y nos juntábamos abrazados los tres, como para defendernos de algo.

Escuchábamos los rezongos de mamá pidiéndole algo que papá, no le daba. Entonces, comenzaba la gran discusión que terminaba con un fuerte ronquido de él y un llanto cargado de maldiciones de nuestra madre hasta quedarse dormida.

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Las chicas me colocaban en medio de las dos, se abrazaban a mí, mientras sus manos iban recorriendo y acariciando cada parte de mi cuerpo, hasta que en silencio se disputaban mi endurecido organito, para meterlo en sus respectivas bocas, succionando como queriendo sacar algo por él.

Juli y Rosalía, tomaban cada una de mis manos y las llevaban a sus entre piernas, haciendo frotar mis dedos en un pilín más chiquito que el mío, cada vez con mayor rapidez, hasta que mordiéndome el organito me chupaban de tal manera que me daban lindas sensaciones.

Y entre sus gemidos contenidos y mi ansiedad por "eso" que sentía, se hacía la mañana, debían levantarse para ir a la escuela, pero se quejaban de que les dolía la cabeza y mi madre, les llevaba el desayuno a la cama, mientras yo dormía.

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Así fue mi vida. Desde muy pequeño me crié entre sabrosas nalgas, peludas entrepiernas, carnosas bocas, deliciosas lenguas y como almohadones, unas tetas de maravillas. A los 16 años, estaba cursando el secundario y mi madre descubrió que mis hermanastras iban recorriendo su mismo camino incestuoso. Mi padre falleció, mi madre de tristeza enfermó años después y terminó sus días en un albergue para gerontes, y yo era atendido por mis hermanas, hasta que estas se casaron e iniciaron una nueva vida y yo salí de la casa materna con mi hermano, hijo de mi padre, de su primer matrimonio, unos años mayor que yo, pero que no se había criado con nosotros sino con su madre.

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El mismo día en que cumplí 20 años, me convertí en tío y mi hermano fue un feliz padre. Tres años después, ya mi madre internada, comencé a sentirme ardiente y descaradamente acosado por mi cuñada, una bella mujer descendiente de alemanes. Una tarde, estando solos los dos en la casa, Nadia, la niña de tres añitos, dormía y Julián mi hermano trabajaba en una ebanistería haciendo horas extras. Dolores, que tenía mi misma edad, estando yo en plena tareas de preparar dibujos de electromecánica, ya que estaba por recibirme en cursos especiales de turno noche, entró a mi dormitorio muy liviana de ropas. No comprendí en primera instancia nada. Estaba muy ocupado con mis tareas y ella siempre venía a preguntar si quería tomar algo. Pero esa tarde, luego me di cuenta, estábamos solos. Resultaba sospechoso, aunque nunca me había demostrado nada, pero mi hermano no estaba. Vino por detrás a mi tablero de dibujo y apoyó sobre mis hombros esos hermosos senos que yo siempre desee y pugnaba `por hacerlos mío, pero solamente lo pensaba. Trataba de respetar el hogar fraterno:
- ¿Qué haces cuñadito?... – la escuché suavemente hablar en mis oídos. Sentí su aliento caliente en mi cuello. Mis 30 centímetros se sacudieron y comenzó a palpitar. Traté de ignorarla:
- Terminando esta carpeta de dibujos, esta noche tenemos una prueba y debo llevarla… - Me estremecí cuando su lengua comenzó a jugar dentro de mi oído derecho, luego mordió el lóbulo de mi oreja. Cerré los ojos. Ella estiró su brazo derecho para señalar un tornillo grueso y largo, dejando sus sobacos junto a mis narices. Sentí un fuere perfume de hembra, excitante y morboso, que casi acabo en ese momento. Intenté mirarla para explicarle que se trataba de un bulón para máquina ferroviaria, y nos encontramos casi boca a boca. Fue la primera vez que no supe salir de una situación tan delicada. Me dijo con ironía y mucha suavidad, ardientemente:
- ¡Se parece a algo que vi… no hace mucho en tus manos… mientras te bañabas… ¿en quién pensaba mientras te masturbaba, cuñadito?..
- Por favor, Dolores… ¿cómo podés hablarme así? ¿Por qué te abusas de mí?… tu marido es mi hermano… - giró y se colocó a mi izquierda y apoyando su caliente mano sobre mi pierna, apretando con fuerza mi verga me guiñó un ojo:
- Parece que ello, el parentesco, no te impide calentarte… Mira como está esta hermosa verga Renato. No me han mentido cuando me hicieron saber que en mi casa vivía el hombre más fuerte, del pueblo…
- Por favor, Dolores… ¡¿Quién te ha dicho tal mentira?!...
- Alguien que saboreó tal exquisitez… y la sintió muy profundamente…
- No he sido yo… Jamás hago esas cosas… Nunca lo hice, ni lo volveré a hacer y por favor te lo pido, quiero terminar mi trabajo…
- ¿y yo, cómo hago para terminar con el mío?... ¿O acaso no sabes que hace años que deseo probar esto enorme que tienes entre tus piernas? Mis amigas se burlan de mí, diciéndome, que “cómo es posible que teniéndote aquí no te haya probado? , mientras que algunas de ellas, sí lo han hecho... - y me cabalgó sentándose con las piernas abiertas sobre mi rodilla izquierda. No traía nada abajo. Sentí el calor y la humedad de su sexo. El palpitar de su vagina. Apretaba mi pene con ambas piernas masturbándome enloquecida. Giró su cabeza y volvió a enfrentar su boca con la mía. Con sus dientes se prendió de mis labios haciéndolos sangrar. No podía abrir mi boca. Ella galopaba y gemía. Luego se arrodilló y se engulló mi pilín con pantalón y todo, devorándolo, hasta que fuertes chorros de una eyaculacion anunciada, fueron a dar a su boca, filtrado por la tela de mi ropa, que ella chupaba y saboreaba enardecida y lo hizo hasta que el pantalón quedó limpito. Rápidamente, me desbraguetó. Luego sacó, aun goteando, mis 30 centímetros, duro como una pieza de hierro de las que yo dibujaba. El espesor en ese momento casi redondeaba los 85 milímetros. Eso la enloqueció:
- ¿por qué tu hermano, no tiene una carne tan hermosa, cuñadito? Por favor, entrámela toda… - volvió a montarme. Colocó mi punta en su velludo montecito, con sus dedos forzó sus labios vaginales y se sentó de golpe sobre mi lubricada verga, fue un grito de hembra hambrienta que se tragó todo llorando de felicidad. Estábamos nariz a nariz. Aliento con aliento. Con los dientes le quité el cubre tetas que traía. Abrí mi boca y comencé a mamar con desesperación. Sus pezones se endurecían cada vez más. Eran enormes. La sentí acabar como si nunca hubiera tenido una verga en sus entrañas, una… dos… tres veces…Mi cuñadita estaba desfalleciente, cuando mi monstruoso pilín, comenzó a escupir latigazos de esperma en esa ajustada entrada que continuaba apretando y apretando. Vino el momento del relajo. Apoyó su cabeza en mi pecho y comenzó a temblar, mientras apretaba mis carnes con fruición.

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Lentamente Dolores se fue reponiendo. Me quitó la camisa, comenzó a morder mis pezones y a rasguñar mis carnes. Luego mojó mis espesos vellos pectorales, pasando su lengua por toda mi piel. Nuevamente el rey mástil se enderezó con furia, justo en el momento que ella saboreando mi dermis llegaba a mi pelvis. Fue un encuentro fortuito. Lo tomó con ambas manos. El glande estaba tremendamente inflamado. Lo miró casi con adoración. Abrió su boca. Imposible, no entró. Comenzó a pasarle la lengua ante los estertores de mi bestia. Se esforzó y mi cabezota, morada y venosa penetró hasta que la asfixia comenzó a notarse y nuevamente en los momentos más controvertido del ser humano, mi verga comenzó a regurgitar fuertes e hirvientes chorros de mi lefa tan querida por mis adorables pacientes. Tuve que quitársela de la boca para darle aire, pero su rostro que había comenzado a ponerse morado por falta de oxigeno, tenía una expresión de felicidad incomparable. Era aproximadamente las cinco de la tarde, cuando me dijo:
- Julián recién comienza con las extras… y hoy, me dijo, que hasta las 11 de la noche no regresa… - descontroló mis pensamientos. Me olvidé de todo y todos mis estudios. Me puse de pie, la alce en mis brazos y la coloqué sobre mi cama. Cerré la puerta con llave. Volvió a mamarme hasta ponerla dura como de costumbre. Un 69 se dibujó sobre mi frazada y gusté de esa gruta que yo también deseaba desde hacía tanto tiempo. Mis dedos trabajaron en su punto negro de tal manera que terminó pidiendo por favor que quería que la desvirgara por atrás. Su marido, mi hermano, nunca quiso tocarla analmente. Era tanta la presión ejercida sobre su libido, que llegó a suplicarme que se la introduzca por el ano:
- Por favor, Renato… no escuches mis gritos… así me desmaye, haz lo que quieras… pero penetrame… ¡costara trabajo entrar semejante potra, pero hazlo, te lo suplico… ¡¡Por favor cuñadito!!…
- Te va a doler… ¡Es muy dolorosa, al principio, luego la vas a querer tener adentro eternamente, y no sacarla!... Pon esta toalla en la boca y muerde con fuerza… - y comencé a lamer su recto y a ablandar su entrada… gozaba. Era incansable. La fiebre uterina era lo más parecido a lo que estaba sintiendo mi rubia y hermosa cuñada. Cuando creí que los cuatro gruesos y largos dedos de mi mano derecha ya entraban bien, le palmee las nalgas como si fuera a aplicar una inyección. Puse mi verga en esa entrada y la empujé despacio….
- ¡¡Maaaassss!!… Maaaassss… - me exacerbó y empujé casi con bronca. Un grito y luego el silencio… Se desvaneció.

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Obviamente no fui al curso. Desde esa tarde archivé mis libros y apuntes. Cae de maduro, no me recibí y comencé a quedarme más horas para trabajar extras yo también. Seguí viviendo en casa de mi hermano unos años más. A partir de ese día, compartí con Julián los favores incontenibles de la insaciable y fogosa Dolores, mi ardiente cuñadita. Primero lo vaciaba al marido, al que luego le daba todas las noches un vaso de leche tibia, con unos comprimidos que lo dormían profundamente. Venía a mi habitación con esos ojos sensuales, cuya mirada ponía caliente a cualquiera. Era pura lujuria. El sentido erótico de su vida era estar en la cama conmigo. Su incontinencia ya se estaba volviendo obscena. Lo maravilloso de esa relación fue que Dolores, cada día estaba más apetecible y no quería que fuera al trabajo. Me quería para ella. Me entregó a una hermanita de 17 años con tal de que no me fuera. Recuerdo que vino de visita para un cumpleaños de Julián y ella la emborrachó y me llevó a mi habitación como a las tres de esa madrugada. Yo dormía. La acostó a mi lado totalmente desnuda. Le tomó la mano a la hermana y la puso sobre mi verga y ella con sus dedos le jugueteó el clítoris, haciéndola contorsionarse impúdicamente. Al despertarme, por el contacto con lo desconocido, la vi a Dolores mamándole la vagina a la pequeña Lulú. Salté como un resorte y puse mi pilín en la boca virgen de la pequeña, que ante la calentura y los orgasmos que le proporcionaba su hermana mayor, abría tremendamente la boca gimiendo deleitadamente. Se despertó asustada. Se estaba asfixiando. Agarró mi pedazo con ambas manos, la retiró algo de su ardiente boca, la miró detenidamente, tomó aire y sonriendo volvió a introducirla, succionando con maestría mi poderosa verga que no tardó en vomitar torrentes de semen hirviendo, que trago sin ningún trabajo. Dolores, dejó la vagina de Lulú y se tomó de mi, pene, engulléndolo hasta dejarlo limpito y duro. Me desnudé y me metí yo entre las duras nalgas de esa casi niña y mis dedos comenzaron con su trabajosa faena de ir ablandando el ano, pequeñín oscuro, que se negaba a dilatarse, mientras mi gruesa y áspera lengua, heredada vaya uno a saber de quién, creada especialmente para estas contingencias, comenzó a extraer el rico caldito vaginal de la hermanita menor de mi cuñada que seguía prendida de mi verga. Por atender a Dolores ya no sabía de nuevos sabores. Me enloquecí y me prendí de ese clítoris emergente casi tan grande como mi meñique, lo mamé, lo mordí mientras la pequeña apretaba con ambas manos mi cabeza como queriéndome introducir en esa rubia argolla que yo absorbía y sus carnosos belfos me mordían entre gritos de placer inflamado de las dos hermanas. El recuerdo más hermoso de esa noche fue cuando Lulú me pidió:
- ¡Renato… por favor, quiero sentirla por atrás!... No quiero que me embaraces… soy virgen todavía… ésta es mi primera vez… ¡Pero decile a dolores que nos deje solos, quiero sentirte mío… mío…
Mío…Ahhhhgggg….- el orgasmo fue tremendo. Dolores, se metió en el baño de mi habitación y yo con suavidad, casi con piedad, acomodé a Lulú y le di el gusto. Hasta el día de hoy, cuando nos encontramos, recuerda el hecho. Aunque lamentó siempre no haberme permitido desvirgarla, porque terminó en las garras de su padre un alemán bebedor, que una noche, ebrio, la violó sin consideración, haciéndole una hija…

--00—

Pasaron unos años. Nadia, la mayor de las hijas de mi hermano, estaba cumpliendo ya los 12 años. Tuvo tres nenas. No, no eran mías. Tal vez mi única desgracia, ha sido no poder procrear. Dios, es sabio, me hizo un poderoso semental, con una enorme herramienta para satisfacer a quien fuera, no me dio la virtud de reproducir. Tal vez si eso hubiera sido factible, hoy tendría mi propia familia y no prestada. Una cosa por otra. Volviendo a los doce añitos de Nadia la hija de mi hermano y Dolores, viéndola crecer día a día. Su desarrollo era casi exasperante. Venia con las mismas formas de su madre. Yo ya tenía 32 años y decidí alejarme de la casa fraterna, al ver que el peligro de la preciosa criatura se me presentaba día a día. Rubia, bellísima, tenía el mismo color de mis ojos, lo había heredado de Dolores que también tenia ojos celestes fuerte. Tomé la decisión de irme una tarde, en que estaba solo en casa acicalándome. Me rasuraba con una espléndida navaja. En pleno verano. A pecho descubierto. Me estaba secando de la ducha después de afeitarme, cuando escucho a Nadia llamar a la madre. Me asomé y le dije que la mamá había salido con las dos hermanitas y su padre, bueno como siempre, haciendo horas extras y cerré la puerta del baño de mi dormitorio. Me puse ropa limpia y en pijama salí. Iba hacía mi la sala a ver el noticioso, cuando Nadia, me llama. La busqué y por fin la encontré. Estaba en su dormitorio.
- Tío…
- ¡Si, preciosa… ¿qué quiere mi sobrina predilecta?... - yo les hablaba así a todas ellas, era muy costosa esa relación pues cada vez que volvía de donde fuere, debía traerles algo para cada una. Y me dijo que por favor le alcanzara otro toallón para secarse. Entré a su alcoba, donde había tres camas, una para cada hermana y la muy pilla estaba recostada sobre su camita, cubierta por una sábana.
-… ¿para qué me llamaste?...
- Alcanzame esa toalla verde, Tiíto… Todavía no me he secado… ¡Vení, mirá!... – me acerqué como siempre lo he hecho cada vez que me precisaba. Al llegar junto a ella, abrió la sábana, mostrándose totalmente desnuda -… ¿No ves que estoy mojada?... – y tomó mi mano y la llevó a su pecho, pasándola sobre sus senos, notando sus pezoncitos duros y ardientes. Era una montañita de carne hirviendo. Intenté quitar mi mano y me tomo con las dos y la llevo a su entre piernas, apretándola con furia en su vagina, vello casi invisibles. Sinceramente me enceguecí, no quise pensar y salí corriendo de la habitación de la pequeña hembrita que ya comenzaba a sentir las necesidades de su madre. Me senté en la sala a mirar televisión. Estaba realmente preocupado. ¿Qué debía hacer? Me dormité unos minutos, estaba apenado y dolorido. Pero algo dentro de mí, como una maldición, me hacía pensar en ese cuerpito de ángel puro y mi instinto animal sacudía mi verga, que estaba endureciendo. Pero, no… no debía hacerlo… De pronto, siento algo muy suave que se apoya en mi pierna izquierda, apretando el miembro. Nadia, comenzó a frotarse sobre mi rodilla, mientras me decía:
- Tiíto… no me eches… - su voz estaba jadeante. Gemía con cierto placer. La tomé con fuerza de los brazos para quitarla y me dijo - … Si no me dejas hacerlo, le digo a mi papá, como lo hacen siempre, tú y mamá… - ¿qué podía hacer? Me estaba extorsionando... Me cabalgó. Jamás creí que una niña podía tener orgasmos. Sentí humedad sobre mi pierna, además estaba sin bombachita. Pasó su mano bajo su pierna y tomó con fuerza mi verga y comenzó a masturbarme hasta que me hizo acabar ya con violencia. La tomé de los hombros y le metí mi lengua en su boca hasta que enloqueció, me tomó de la mano y me llevó al baño del pasillo, me hizo sentar en el inodoro, me saco la verga del pantalón pijama. Se quedó asombrada y comenzó a lamerme, luego me pidió al oído -… ¡¡Tiíto… quiero que me la pongas adentro, como lo haces con mamá… yo siempre los miro… - bueno no puedo continuar, porque esa misma noche, empaqué diciéndole a mi hermano que me iba a y trabajar a la capital. Me fui después de cenar… Volví a verlos 5 años después…





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RENATO
LA PROFESORA DE GEOGRAFÍA

Un Flabiau
Original
De
EROS_69

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El Nono Renato siempre con sus historias. Algunas creíbles, otras... ¡hummm!... la duda deja un mal sabor, porque es un buen tipo, pero mentiroso como el mismísimo Belcebú, que con falacias rosadas, conquista al flojo de espíritu.

Pero, ¿mentía el Nono Renato? ¿O era él, el que quería que quien lo escuchara pensara en que no decía la verdad? Tal vez le era más fácil, que nadie creyera en lo que decía, para no dar explicaciones, ni nombres.

Era un hombre elegante. De chico lo llamaban Nono, porque él a su vez, cuando hablaba de su abuelo, le decía “mi Nono”. Todos los muchachos del barrio, desde la escuela, ya le dijeron Nono. Su fama de mentiroso fue gratuita. Pero, veamos, con cincuenta y pico de años, no le faltaron nunca amistades del sexo opuesto, ya sea por simpatía, su enorme sensibilidad y buena pinta a pesar de su pronunciada calva. Fuerte, atlético. Buena ropa. Excelente voz, muy bien cuidada dentadura y unos pícaros ojos celestes. Nariz griega, siempre afeitado, espesas cejas, sin bigotes, y una boca bien formada y sensual. Es la pintura del Nono Renato, que cuando contó lo que para algunos era la mentira número… ¡¡quien sabe cuánto!!... quedaron atónitos ante la verosimilitud de hechos acaecidos en los años de la secundaria, algunos de sus compañeros estaban allí escuchando. Cuando terminó el relato, nadie lo tomó a risa. El silencio fue total. Las miradas de todos era de admiración hacía el Nono Renato.

Juancito Arguello, su amigo del alma, preguntó asombrado:
- ¿Vos te referís a “aquello”?... – todos miraron a Renato y éste sonrió casi con tristeza:
- ¡Sí, Juancito… “aquello”!... ¿Te acordás?...
- Entonces, el que lo logró… - como si se le cayeran las babas, totalmente fascinado -… ¿fuiste… vos?... – Renato le hizo un gesto para que no dijera más, pero Juancito se opuso y mirando a los amigos, los de antes y los del momentos, los circunstanciales - … ¡No, hermano!… Todos se ríen de tus relatos… pero éste me consta, nada más que desconocía el final, déjame que yo se lo cuente a los amigos, que sepan de una vez por todas quien se comió en aquellos años la frutilla del postre más deseado de toda la secundaria…

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Uno de la vieja guardia, compañero de aula, dijo:
- ¿lo de la Culito de Goma?... – todos rieron, y siguió dando nombres que fueron descartados por Juancito - … ¡me doy por vencido!...
- Todos los nombres que has dado, viejo, no los podés mencionar… ¡Somos personas mayores! ¡Que falta de ética! ¿Cómo vas a nombrar a compañeras que hoy son casadas… algunas con nietos? Si, era sabido que se acostaban con cualquiera del curso… - Renato recordó algo que nos conmovió a todos en aquel año… y no hablamos de alumnas… No hablamos de compañeras… estamos hablando un asunto de desaparición de persona… ¿O te has olvidado de lo que todos llamaban: “el extraño caso de la profesora de geografía?”

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Esa mañana en pleno invierno, el viento frío partía las carnes en las calles. Para llegar al colegio todos debían caminar unas 6 cuadras desde la parada del único medio de transporte que pasaba más cerca de esa humilde casa de estudios. El cuarto año estaba dividido en dos enormes aulas, ya que eran muchos los alumnos, pero era la misma profesora la que dictaba Geografía durante dos horas en cada salón, el “A” y el “B”. Un centenar de adolescentes, entre niñas y niños. Bueno, “Niñas” y “Niños”, era una forma del dialecto del profesorado con los estudiantes, todos contaban entre 16 y 18 años, verdaderos muchachotes ellos que no sacaban los ojos de los senos y colas de sus compañeritas bien desarrolladitas que con el transcurrir de las horas, merced al acoso verbal, de miradas de los varones, y algunas manos largas, volcaban cantidades de néctares seminales, cuyo hedor cubría los cerrados ámbitos de las aulas. Las Feromonas femeninas y las masculinas a diario se trenzaban en una lucha sin consideración, terminando siempre alguna yunta en los baños, para tener sexo de apuro. Pero, los días en que las “niñas” perdían su atractivo, eran los martes y jueves de cada semana. Durante un par de horas la profesora de Geografía, acaparaba la atención masculina, provocando excitación y algunos arrebatos de los muchachotes para esa mujer no muy alta, de cabellos negros azabache, con cejas anchas y espesas, acompañadas de una largas pestañas, que hacían de sombrilla a un bellísimo par de ojos color Dulce de Leche y a unos carnosos labios que mantenía a toda la audiencia en total silencio cuando hablaba. Su voz acariciaba los oídos de niños y niñas. Su forma de explicar, de decir, de dirigirse a cualquier alumno, los dejaba fascinados. Era demasiado seductora, por naturaleza. Sus encantos estaban en su sonrisa, sus blancos dientes, brillaban y deleitaban a sus alumnos, y cuando por alguna razón, su lengua salía de su boca, se escuchaban exclamaciones de algunos fogosos, impetuosos y ardientes jóvenes, como si en ese preciso momento estuvieran regurgitando por los masajes que se practicaban con sus manos en los bolsillos, ante la risotada de las jovencitas que también sucumbían ante la atracción de aquella mujer que no llegaba a los 25 años. Ella sabía los volcánicos sentimientos que provocaba en esa hermosa juventud que la devoraban con sus mórbidos ojos. Ella sabía que su común forma de vestir, pero de muy buen gusto, no mostrando nada, dejaba todo para ser elucubrado por los libidinosos pensamientos de los varones, a los cuales tal vez, deseaba tanto, como ellos a su profesora. Renato se sentaba siempre en la primera fila. Jamás quitaba su vista de los fogosos ojos de su maestra, para luego bajarlos a sus faldas y fijarlos en sus entrepiernas. Ella advirtió muchas sonrisas casi obscenas del muchacho aquel, era uno de los de más edad del curso, y el más bello ejemplar de la manada. Ese día Daniela lo notó demasiado fogoso a Renato, casi lujurioso con sus intenciones. Cuando repartió las hojas para trabajar sobre el tema que había desarrollado, se agacho demasiado frente a su pupitre, homenaje que Renato no dejó de advertir y le dijo desfachatadamente con tono sicalíptico luego de un profundo suspiro:
- ¡Maestra… permítame llevarle sus pesados libros hasta el ómnibus!... ¡por favor!... – fue casi imperceptible la voz del joven. Ella sí lo oyó. Solamente le hizo un cruce de mirada. A partir de ese momento, Renato no volvió a mirar más que con el rabillo del ojo a su profesora, tal vez la había ofendido. La fugaz y furibunda mirada de la catedrática fue la respuesta. Al terminar la clase, se quedó en su asiento, como repasando su escrito. Todos iban retirándose del aula y la profesora también lo hizo sin mirararlo ni saludarlo. Cuando ya no quedaba nadie, Renato advirtió que los libros de la educadora estaban sobre su escritorio. Salió al patio a buscarla. No la halló por ningún lado. Volvió a los libros y notó que el primero de ellos tenía un escrito en una etiqueta que decía:”EN CASO DE EXTRAVIARSE ENTREGAR EN”… Había un teléfono también. No sabía qué hacer. Si los dejaba, el turno tarde iba a hacer un desastre con los textos de estudios y decididamente los cargó en su bolso y partió con la pesada carga rumbo a su casa. Cerca del mediodía, fue al bar de la esquina de su casa a hablar por teléfono - … Hola, ¿profesora Daniela?… Renato Suárez le habla, del cuarto B…
- ¡Sí! ¿Renato?... ¿el de la primera fila?... estoy esperando los libros… ¿se ha olvidado que se ofreció a alcanzármelos? Se los dejé sobre el escritorio… Ahora voy a almorzar, a las 15 estaré de vuelta en casa… ¡lo espero… y gracias!... – y la profesora, con tono seco cortó. Renato quedó vacilando, luego con las manos en los bolsillos, inició el camino a casa para el almuerzo. El frío iba en aumento.

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Renato, ya con sus 18 años, había quedado mal por el corte de rostro que le hizo la maestra. Estaba como avergonzado, como si hubiera perdido algo ¿A qué iba a ir hasta el centro de la ciudad? Dudó entre hacer un largo viaje y pasar por un bobo joven enamoradizo y tonto, o no llevarle nada y dejar todo en la dirección del Colegio al día siguiente. Pero allí se iban a enterar que él se los había llevado y los compañeros iban a molestarlo con sus dichos y cargadas. Pidió plata a su madre y le dijo la verdad. La madre comprendió y lo aconsejó que fuera, que tal vez la profesora necesitaba sus libros para su trabajo, y así, mas tranquilo partió rumbo a la parada de ómnibus y viajar como un enano mandadero a complacer a la maestra, que en realidad lo excitaba al máximo. En su febril mente de joven fogoso y ardiente, cuya incontinencia sexual saltaba a la vista, era además, un irreflexivo tierno y buen mozo joven, que se vanagloriaba de su enorme virilidad, mientras viajaba, dibujó miles de situaciones con la maestra y todas terminaban con el enojo de la estudiosa echándolo de su casa. Estaba totalmente desanimado cuando bajó del transporte a una cuadra de la casa de Daniela, la profesora de Geografía. Sintió un enorme dolor de vientre. Casi tuvo miedo de seguir. No estaba excitado como en el curso, pero con solo recordarla sus genitales se ponían tensos. Le pareció verla en una mujer que venía hacia él, y su corazón apresuró sus latidos. Llegó al lugar. Era un edificio de tres plantas. Subió las escaleras pesadamente, ella vivía en el 3ro “A”. Bajó su bolso al piso. Tomó aire, pues la subida de tantos escalones lo había fatigado algo. Nunca hacia semejante ejercicio. Pensó unos minutos y luego se decidió a tocar con el llamador de bronce y tembló, mientras su miembro se tensionaba. Poniéndose duro al máximo. Metió su mano izquierda en el bolsillo y forzó su verga para que quedara tomada entre sus piernas. Cuando iba a golpear, la pesada puerta de madera con molduras, se abrió. Se sorprendió:
- ¡Perdón… me equivoqué de piso!… - pero al enfrentar sus ojos con lo esa persona que le abría la puerta de entrada, su alma se enterneció y se aflojaron todos sus músculos. La sonrisa de ella, la dentadura de ella, los hermosos ojos Dulce de Leche, sus espesas cejas y hermosas pestañas, todo era ella. Se quedó pasmado, sin atreverse a hablar:
- ¿Qué pasa alumno Suárez?... ¿Por qué me mira de esa forma?... pase usted… pase le voy a servir algo caliente, debe hacer mucho frío afuera… Aquí se está templado… ¡pero, por favor pase!... – ella lo tomó de sus manos y lo introdujo en el departamento. Renato estaba inmovilizado. No podía creer lo que estaba viendo. La profesora Daniela, estaba con atuendos de religiosa… era una dulce monjita. Ella lo comprendió y lo animó - … ¿Se sorprende por mis hábitos?... es el único que lo sabe, espero sepa guardar mi secreto. Si, soy religiosa… Trabajo para terminar de pagar mis estudios, además, estoy de vacaciones… recién regreso del convento, donde con el apoyo de la Madre superiora, puedo hacer lo que hago… No se sienta usted apenado… fue mi decisión, ser monja, servir a Dios… - le trajo una humeante tazota de café con unas ricas galletitas y se sentó frente a él.

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Totalmente azorado Renato, escudriñaba a través de sus ropas algo, alguna semejanza física con la profesora de Geografía. Ella lo vio totalmente aturdido y trató de animarlo - … ¡Por favor, Renato, hábleme!... – y muy sugestivamente, con su acostumbrado tono de voz, intentó sacarlo de su estado poco más o menos que catatónico, con dulzura le repitió -… ¡Renato… míreme a los ojos como lo hizo esta mañana y pídame nuevamente que le permita llevarme los libros hasta el ómnibus!... – y le pasó su mano por su frente. El muchacho estaba traspirando - … ¿Qué le pasa a mi alumno preferido? ¿Por qué me niega su voz? ¿Acaso no le gusta la mía? ¡Claro, se siente impedido de adular a una religiosa!... ¿Por qué? ¿Acaso no soy la misma de ésta mañana?... – y pasó uno de sus dedos sobre los labios de esa boca cerrada. Los notó ardientes y acercó su rostro al de él, comprobando que su respiración era acelerada - … ¿Qué le ocurre al enamorado escogido? ¿Lo inhiben mis atuendos? ¡Claro, si es un niño todavía! ¡Vamos, Renato, sonríame… necesito que esos hermosos ojitos celeste que tiene, me miren con el deseo que me miran durante el curso!... – le tomó la cara con ambas manos. Él cerró sus ojos. Recordó las enseñanzas de su madre que siempre le decía que debía tener sumo respeto cuando se enfrentara con una religiosa y ser cortés y respetuoso, nunca ofender la investidura de una hija del Señor. Pero las cálidas y suaves manos de la ahora monjita Daniela en su rostro, trastocó sus sentimientos, se mordió sus propios labios. Sintió ahora el aliento de ella junto a su cara, y no pudo retener su verga, en el momento en que escapaba un enorme manantial de esperma, mojando su pantalón. Ella no lo notó. La ropa del joven era oscura, pero percibió la fetidez, ese hedor característico del aula y presintió una rica convulsión de su alumno. Cerró ella también sus ojos, y apoyó sus labios sobre la boca de Renato Suárez, que olvidando los consejos maternos, cumplió con su deseo morder los labios de la profesora. Y así lo hizo, ella buscó su lengua. Él se la entregó y allí se encendió la mecha apasionada del efebo rey de la juventud, que ardorosamente, casi con violencia, vigoroso y apasionado, tomó el rostro de la monja Daniela y la mordió hasta sangrarle esos labios que lo venían enloqueciendo desde principio del curso. Ciego, impetuoso, bramó de placer al eyacular nuevamente, cuyas feromonas enardeció a la religiosa Daniela, que comenzó a desabotonar el pantalón de su visitante y de un manotazo quitó semejante alhaja de su ocultamiento. Estaba escurriendo aún y se lo llevó a la boca, succionando la verga de ese alumno elegido para cumplir con un deseo. Casi 25 centímetros perforaron esa boca tal vez virgen para estas cosas, dejando el tallo del ramillete entre sus blancos dedos. La verga del muchacho reaccionó como influida por una descarga eléctrica. Renato, se puso de pie, levantó a su profesora en vilo y la llevó en sus fuertes brazos hasta la primera puerta que encontró, la abrió de una patada, mientras sus bocas se unieron enloquecidamente. Era el dormitorio de Daniela. La depositó sobre la cama como el tesoro mas preciado y comenzó a quitarse él, su propia ropa. No podía perdonar el reto de la profesora de geografía convertida en monja. Había sido desafiado en su virilidad, su madre nunca comprendería. Era una verdadera chupa cirios. Ella también comenzó por quitarse los zapatos, pero al verlo totalmente desnudo se espantó. Un enorme macho. Jamás sus ojos habían visto un ejemplar de hombre totalmente despojado de ropas. Las circunstancias a raíz de su vestimenta así lo indicaban. Y comprobó fehacientemente el tamaño del miembro del voluptuoso amante y se lanzó a tomarlo con ambas manos y acariciarse su rostro, sus ojos, sus labios, su cuello con tremendo pincel cuya cabezota se asemejaba una víbora cobra dispuesta a dar el picotazo. Renato quedó inmovilizado, con los ojos cerrados, mordiéndose los labios. Ella volvió a pasar su lengua por el ojito de la poderosa verga y saborear algunas gotas seminales, abrió bien la boca y logró entrarla, pero no pudo engullirla totalmente. Él la tomó de la cabeza, le tiró la toga por debajo de la cama, y la arrastró de sus cabellos hasta sentir que Daniela daba arcadas y fue allí precisamente donde acabó por tercera vez e hizo, forzándola, que se tragara una incalculable cantidad de esperma. Luego algo mas calmo, la ayudó a ponerse de pie y comenzó a desabrochar su pesada vestimenta, hasta que quedó totalmente desnuda ante su mirada, que estaba solamente para comerse con la vista los ojos enloquecedores de su profesora tan deseada. Allí comprobó que era realmente ella, su bella profesora de Geometría. Pensó para sí, que el desafío fue vestirse de monja para despertar ese volcán en erupción que vivía dentro de él, otras se viste de colegiala, ella había elegido lo mas prohibido, ser una religiosa, donde el pecado era imposible. Como a una pluma volvió a levantarla deliciosamente en sus brazos. Caminó con ella por la habitación sin dejar de besarla centímetro a centímetro toda su blanca y perfumada piel. Luego, sentándose al borde de la cama, manteniéndola con delicadeza sobre sus piernas hamacándola como a una beba. La miraba golosamente. No dejaba de acariciarla con la vista y besarle ese rostro tan querido para él. Sus labios se apoyaban en los bellos y singulares ojos de la amada profesora, en sus mejillas, en su frente, sus oídos, mordía sus orejas y penetraba su lengua en ellas. Los gemidos de Daniela se hacían cada vez más intensos, sumando orgasmos tras orgasmos. Casi con candidez, Renato, con finura la colocó en el centro de esa cama de plaza y media, él se acomodó sobre sus pechos y comenzó a mojarlos nuevamente con su lengua. Mordiendo los oscuros pezones de la maravillosa adquisición, que gritaba y pedía por favor ser penetrada. El joven llegó así a su pubis, bajando lentamente y buscando con su lengua la vagina tan deseada. Se encontró con enormes matorrales de vellos púvicos que obstruían su camino, hasta que por fin se hizo visible la punta ardiente del clítoris, empujó y se abrieron los labios de la vulva, perdiéndose su lengua en estrecho conducto que vomitaba y vomitaba con cada gemido, gelatinosos líquidos que Renato absorbía enloquecido por el olor maravilloso del sexo de su maestrita. Daniela no dejaba de pedir sentirlo totalmente dentro de ella. Renato, levantó sus piernas y las apoyó sobre sus hombros y tomando su dura verga hizo que la boca de ella la lubricara y comenzó a penetrar esa boquita, que casi no se veía… Los labios vaginales no se separaban lo suficiente para que entrara tamaño instrumento, con caso 8 centímetros de diámetro por 300 de extensión,
ella suplicó:
- ¡No se detenga, alumno Renato, aunque grite, por favor quiero sentirlo dentro mío… eyacule en mí… no me haga suplicarle más…
- ¡Perdón, profesora… me cuesta trabajo…
- ¡Esfórzate Suárez! Éntrala de una vez. Quiero sentirte en mis entrañas… ya, por favor, es una orden… - y Renato embistió luego de recargar las partes de la hembra con su propia saliva. Escuchó el grito estremecedor de esa fémina que comenzó a gozar como una ninfómana desbordada. Tembló el macho, al sentir, cómo líquidos hirvientes mojaban su verga. Apresuró sus estocadas ante los gritos de placer de la mujer, que se había convertido en una lujuriosa e intemperante diosa del sexo. Renato eyaculó, una… dos y tres veces en ella, que se vació de orgasmos en orgasmos con un rostro beato, se sentía glorificada ante los furiosos arrebatos de su hombre. La lascivia de Daniela, seguían calentando el temperamento de Renato que sacó su verga, aún dura en extremo, para llevarla al ano, lugar sagrado de toda mujer y que ella le pedí gozar por allí. Pero, a pesar de su juventud, Renato observó su miembro totalmente lubricado, pero al rojo vivo, sangrando…La profesora de Geografía, o la monjita Daniela, era virgen. Renato la miró profundamente a los ojos. Sintió piedad por ella, se dejó caer a los pies de la cama y le dijo, aturdido, conmovido:
- ¡Perdón, maestra!... Si lo hubiera sabido… - se puso de pie, limpió su arma. Se arropó, luego apoyó sus labios en los labios de la monjita. Se sentía culpable de haberla deshonrado y volviendo a pedir perdón, se fue de esa casa, dejando a su ilusión llorando sobre la cama…

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- ¿Cuántos años pasaron?... – preguntó Juancito:
- ¡Más de treinta!... – respondió el Nono Renato - … ¡o cuarenta!..
- Y recién ahora nos enteramos qué le había pasado a la profesora de Geografía, nunca más apareció por el Colegio… nadie supo qué le pasó…
- ¡No podía hablar!... No porque ella me lo pidiera, sino de vergüenza… ¡Deshonré y desfloré a mi profesora de Geografía! ¡¡Tenía 24 años… había tomado los sacramentales hábitos de servir a Dios… era monja!!

***
FIN: “El extraño Caso de la Profesora de Geografía”

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Datos del Relato
  • Autor: EROS_69
  • Código: 9268
  • Fecha: 28-05-2004
  • Categoría: Incestos
  • Media: 5.51
  • Votos: 65
  • Envios: 9
  • Lecturas: 8488
  • Valoración:
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