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Categoría: Confesiones

El hotel del deseo

Antes que nada, quiero decir que esta historia que os narro, es completamente cierta, sucedió este verano cuando estuve de vacaciones en Tenerife. Mi nombre es Pilar, y tengo 19 años. Nunca me he quejado de mal cuerpo, ya que estoy bien dotada de culito y pechos, además siempre he sido muy ardiente. Todo comenzó cuando mis padres decidieron pasar unos días en una isla donde el turismo era la mayor fuente de ingresos. La idea no me parecía en absoluto agradable, prefería quedarme en mi ciudad, que aunque un poco calurosa, no tendría que pasarme las noches sola. Así que convencí a mis padres para que me dejaran traer a una amiga conmigo, por aquello de no aburrirme mientras ellos gozaban de unos momentos de romanticismo. El vuelo fue tremendamente pesado, creí que iba a reventar de desesperación, fue corto pero demasiado intenso.



Cuando llegamos al hotel me encontré con la sorpresa de que la habitación de mis padres estaba cinco pisos más arriba que la de Miriam y yo. Eso era bastante favorable, ya que podíamos salir y regresar a cualquier hora sin tener que dar cuenta a nadie.



Nada más llegar a recepción, le echamos un ojo a uno de los botones. En ese momento Miriam decidió que era suyo y lo sería durante toda la estancia en ese maravilloso hotel.



Nos pidieron unos datos, y el botones al que Miriam le echó el ojo nos acompañó hasta nuestra habitación. Quedé alucinada con la habitación, porque tenía dos camas enormes, casi de matrimonio y un salón donde se podía hacer de todo. Yeray, que así se llamaba el botones, nos informó discretamente de que su turno terminaba a las once de la noche. Yo ya sabía que a esa hora tendría que salir de la habitación, porque de ninguna manera iba a interrumpir yo la escenita. Mientras Miriam comenzaba a acomodarse, yo decidí bajar a comprar tabaco. Casi me pierdo por el hotel hasta llegar al bar, pero me encontré a Yeray y me indicó donde estaba. Cuando llegué vi a un hombre de espaldas, preparando un cóctel, y yo esperé todo lo que pude hasta que un poco enfadada de tanto esperar le dije que cuándo me pensaba atender. Se dio media vuelta, y cuando lo vi, mi enfado desapareció por completo, tenía unos ojos preciosos. Creo que a él también le debí gustar, porque cuando me dispuse a pagarle por aquel paquete de tabaco, y vi que no tenía dinero suelto, me dijo que no tenía cambio (yo había visto que sí) y que le dijera el número de mi habitación, para poder cobrármelo en otra ocasión. Cuando llegué vi a Miriam completamente desnuda, y me pidió que me acercara donde ella estaba. Ella se encontraba en un sillón negro de cuero, y me acerqué a ella completamente temblorosa, adivinando lo que iba a pasar. Yo jamás había tenido una experiencia con ninguna mujer, y sabía a ciencia cierta que ella tampoco, aunque creo que me equivoqué sin duda, porque esa manera de tratar a una mujer, no se aprende en un momento.



Miriam, como he dicho antes, estaba completamente desnuda, y acababa de salir de la ducha. Aun estaba empapada, y sólo ver las gotitas de agua cayendo por sus pezones casi logré humedecer mi sexo. -No tengas miedo, ambas sabemos que deseamos esto. Me agarró por la nunca, separando mi larga cabellera, y me besó tórridamente. Sentí su el calor de su lengua, sus movimientos, y eso me puso a cien. Bajó su mano hacia uno de mis pechos, y empezó a golpear con las yemas de sus dedos el pezón. Sentir esos golpecitos tan suaves y tan intensos a la vez fue lo que me llevó a hacer lo que hice. Descendí mi mano derecha hacia su sexo, húmedo y chorreante, y no precisamente de agua...



Primero comencé a tocar sus ingles, a pasar mis dedos entre los pliegues de su sexo, mientras ella me besaba en el cuello. De repente, sin pensarlo ni dudarlo, le introduje dos dedos de golpe, sin previo aviso. Ella sintió un pequeño dolor, pero era un dolor placentero y no se quejó. Me sorprendió cómo estaba yo tomando las riendas de la situación. Cuando mis dedos estaban dentro, empecé a mover los dedos hacia todas las direcciones, notando el calor de sus paredes vaginales y cómo las tensaba para darse más placer.



Miriam dijo algo que no pude entender, y me llevó al sillón de cuero que había en un rincón, estaba completamente frío, y ese frío se hizo notable en mis pezones. Ella, indudablemente, se percató de ello y volvió a ellos, pero esta vez con lametones intensos, y mordisquitos que me trasladaron al paraíso. Puso cada una de sus manos en mis rodillas, y me abrió las piernas violentamente, con unas ganas que yo no conocía en ella. No se anduvo con rodeos, y metió su rostro entre ellas, y me lamió todo mi coñito. Desde el clítoris, el cual frotaba con una intensidad increíble, hasta mi ano, y pasando por mi agujerito. Cuando llegaba a él, metía su lengua, y yo veía cómo quería meterla más adentro, pero no podía ya que su instrumento tenía un limite, y mi coño no.



Me estaba volviendo loca, creía que iba a reventar, pero ella me dijo que no lo hiciera, que no me corriera aún, que quedaba mucha noche por delante, pero a pesar de mis intentos, me corrí en su boca, y noté cómo a ella le gustaba, porque me pedía más y más.



Luego me tocó a mí, y procuré devolverle todo el placer que ella me había proporcionado, e incluso me propuse mejorar lo que ella me había hecho. La senté en aquel sillón que tanto estábamos usando, y coloqué cada una de sus extremidades en los brazos del sillón, para que estuviera bien abierta. Pude contemplar todo su coño bien abierto, deseoso de mi lengua, pero yo no se lo iba a dar todo tan fácil.



Primero pasé la palma de mi mano abierta sobre su conchita, y apreté lo más que pude, sin hacerle daño por supuesto, pero parecía que a Miriam el daño le proporcionaba placer y eso era algo maravilloso, porque así no temía a nada. Le acaricié su vello púbico, e hice que éste se frotara con su clítoris, lo cual le hacía retorcerse de placer. Cuando me pidió a gritos que le comiese su coñito lo hice, porque no quería hacerle esperar. Así que metí primero uno de mis dedos dentro de su sexo, y me abrí camino dentro de él, ella me pidió que metiese ese dedo en mi boca, y así lo hice. Estaba riquísimo, sabía a mar, a agua de playa, a salado. Cuando me di cuenta que realmente me gustaba ese sabor, quise probarlo directamente de su conchita, y así lo hice. Acerqué mis labios y le di un beso en su clítoris, primero con la boca cerrada, y después abierta, para poder chapárselo, noté que se estremeció, y dio un espasmo, lo que hizo que instintivamente mordiese su clítoris hinchado, pero lo hice de una forma ausente de violencia. Ella gimió. Gimió con una fuerza que me asustó. Separé sus labios y cuando vi su rajita bien abierta, tenía tantas posibilidades, que no sabía por dónde empezar. Y lo primero que hice, anticipándole lo siguiente, fue darle un buen lametazo a su sexo chorreante. Quise terminar, pero no pude porque llamaron a la puerta. Me puse un albornoz y como pude disimule mi excitación, por si acaso eran mis padres. Pero no, eran. Eran Yeray, y Tomás, que así se llamaba el camarero. Casi que nos habíamos olvidado de que nos iban a visitar.



Abrí la puerta, y sin invitarlos a pasar, lo hicieron, un poco dominantes. Miriam, que aún no se había recuperado de sus múltiples orgasmos, estaba sentada en el sillón, y de piernas abierta, igual que yo la había dejado. Tomás se llevó una sorpresa enorme, y nos dijo que si éramos lesbianas, pero Miriam, para demostrar que no era así, se abalanzó contra él, y empezó a chuparle la polla de una forma que jamás había visto yo, ni en las películas pornos. Yo me quedé estupefacta, pues creí que Tomás iba a ser mi juguete de aquella noche, pero al parecer Miriam me lo había quitado.



Yeray estaba sentado en una esquina de la cama masturbándose, pero yo le pedí que dejara de hacerlo, para imitar a Miriam en su felación. La polla de Yeray, ya estaba dura, y su glande un poco húmedo, por lo que me fue más fácil metérmela en la boca.



Sentí la dureza de su pene en mi boca, casi no podía respirar, pero me excitaba. Lo que yo quería era lamerle solo la puntita y notar su excitación. Así lo hice, pasé mi la puntita de mi lengua por su glande y noté que le gustó porque me lo agradeció con un intenso suspiro...y en un arrebato de pasión y lujuria de levantó de la cama y me sentó encima de la mesa escritorio que había en la habitación, y allí me clavó su polla en mi coño al la vez que un dedo me tocaba el clítoris y yo sentí que me derretía entre sus piernas. Con cada embestida de su enorme polla creía que me iba a reventar el coño, y eso me gustaba, estaba bien lubrificada, y no me dolía, pero al tenerlo dentro, notaba todo su esplendor, y como se expandía dentro de mí.



Tomás nos miró y yo vi en su mirada cierta envidia y recelo, por eso le invite a que viniera mientras Miriam se recuperaba. Una vez que estuvo junto a nosotros, me lamió mis pezones abandonados un poco por Yeray, pero yo quería más...mucho más.



Instintivamente, y como si de un pacto se tratara, Yeray me llevó hacia la cama, e hizo ponerme encima de él y yo lo hice gustosamente. Mientras, Tomás lamía mi espalda y mi culito. De pronto introdujo un dedo en mi ano, al principio sentí unas ligeras molestias, pero pronto me acostumbré a ese dedo mágico y quise que lo introdujese definitivamente. Noté como Yeray se corría y gemía y jadeaba de una forma que lograba encenderme escandalosamente.



Tomás me levantó de la cama y me llevó de nuevo hasta la mesa donde Yeray y yo disfrutamos de nuestros sexos, y me apoyó en ella dándole la espalda. Estaba completamente doblada hacia delante, y tenía mi culito hacia él. Puso su glande en la entrada de mi ano, y poco a poco fue introduciéndolo allí, y a cada centímetro que iba adentrándose en mí, yo iba disfrutando más y más. Cada embestida, cada golpeo de sus testículos contra mi culito no hacían más que excitarme y provocarme lo que segundos más tarde sucedió, me corrí de una forma increíble y muy larga, como lo estaba siendo mi orgasmo. Miriam se volvía a masturbar, y Yeray propuso que lo hiciera con ella, que la masturbase yo, y claro, no podía negarme, así que lo hice como lo había hecho anteriormente. Y cual no fue mi sorpresa que al girarme, cuando ya llevaba un rato masturbando a Miriam, vi a Tomás y Yeray penetrándose con unas ansias locas... El resto de la historia, y todo lo que sucedió después, lo contaré quizá otro día...


Datos del Relato
  • Categoría: Confesiones
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