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El hetero dormido

~Hoy escribo estas líneas sin poder evitar llevarme la diestra a mi entrepierna. Probablemente, los sucesos que narraré a continuación –por completo verídicos. Los nombres de los partícipes de la aventurilla aparecerán representados con sus iniciales, porque queda mucho más glamuroso que inventarme falsas identidades- puedan considerarse los más calientes y perversos que hasta la fecha he hecho. Sin más preámbulos, me dispongo a contaros la vertiginosa noche que ayer tuve el placer de vivir.

La primera parte de la noche –no demasiado interesante para los que buscáis darle al manubrio- la resumiré con una sencilla palabra: Alcohol. Yo y mis amigos, un grupo heterogéneo de tres chicas  y tres chicos, fuimos ayer a dormir a la casa de J, uno de estos amigos, ya que sus padres celebraban su aniversario –para nada relevante ahora mismo-. Es por ello por lo que, tras una cena rapidita, nos dispusimos a jugar a ciento y un juegos de beber. Chupitos por aquí, cubatas por allá; un sinfín de bebidas que ingerimos en un santiamén.

Hasta aquí, todo puede parecer la típica quedada de jóvenes algo desmelenados. Sin embargo, la parte álgida de la historia comienza precisamente cuando nuestros estómagos no admitían ni un trago más de bebida. Con la mente más nublada que lúcida, decidimos a las cuatro de la madrugada irnos a dormir. La casa, que no era para nada pequeña, contaba con cuatro dormitorios. Nos repartimos de tal forma en que, por casualidades de la vida, me tocó dormir a solas con A. A es un chico hetero –hasta donde yo sé- de 19 años, que, sin ser guapo, la barba de tres días que luce le otorga un atractivo que me vuelve loco. Para ser sinceros, ya que estamos en confianza, os confesaré que siempre me he sentido atraído por A, y la verdad es que no sé bien el motivo. Aunque no está gordo, no tiene un cuerpo diez –Tiene una tripita de lo más mona-.

El hecho es que, en cuanto tocó su cabeza la almohada, cayó rendido –ni siquiera se puso el pijama, se quedó con los vaqueros y la sudadera que llevaba-. Al principio, y debido al cansancio, lo que más quería era dormir. Apagué la luz de la habitación una vez me hube cambiado y me tumbé en mi cama. Sin embargo, cuando comencé a escuchar los suaves ronquidos de A, tracé en mi mente un plan malévolo y tremendamente excitante. Quería tocarle la polla, más que nada en este mundo.

Intentando hacer el menor ruido posible, me levanté de la cama y me aproximé a la suya. Me arrodillé en el suelo frente a ella y lancé mis manos a la carga. Por suerte, se encontraba girado hacia mí, así que, con dedos hábiles le desabroché el botón del pantalón y bajé la cremallera de este. Solo un bóxer de licra separaba a mis manos del maravilloso trofeo cuando bajé el molesto pantalón hasta sus rodillas, descubriendo unas piernas recubiertas de un vello negro fino, que no dudé en acariciar. Palpé su paquete –nada despreciable- por encima de los bóxers, podía notar a la perfección como mi polla crecía dentro de los míos propios por el contacto con ese pedazo de carne que escondía mi amigo. Sin pensarlo más, decidí bajarle los calzoncillos para encontrarme con una verga más gruesa que larga, en estado de reposo y recubierta por una gran mata de pelos endemoniadamente negros, que podía atisbar gracias a la luz que se colaba por la persiana a medio echar.

Sin duda alguna, lo mejor de aquella imagen fueron sus enormes huevos, que enseguida comencé a masajear. Pajeé su polla durante un buen rato, así como me atreví a introducir un dedo ensalivado en su ojete virgen –gracias a la tranquilidad que me daban sus ronquidos-, hasta que finalmente reuní el valor suficiente como para meterme su nabo, que empezaba a cobrar algo de vida, en mi boca; sabía a macho. Jugueteé con mi lengua alrededor de su glande mientras machaca mi polla que ya estaba soltando líquidos preseminales. Acaricié su tripita peluda, llevando mis manos hasta sus pezones grandes y blanditos.

Cuando supuse que su polla ya no crecería más por culpa del estado de inconsciencia, y ya esta no sabía más que a mi propia saliva, decidí llevar mis juegos un paso más allá. Con algo de esfuerzo, conseguí voltear a A, de tal forma que su ojete quedó completamente expuesto a mis fantasías. Tras lubricar mi polla con mi propia saliva introduje –lo más despacio y suavemente que pude- mi nabo en su culo. Costó, pero finalmente metí mi mástil por completo. Sus respiraciones se vieron alteradas momentáneamente, pero gracias al alcohol supongo, volvió a roncar a los pocos momentos. Así, comencé un balanceo pélvico que continuó con un rítmico mete y saca que me estaba llevando al borde del orgasmo. La situación era tan caliente, me excitaba tanto, que finalmente tuve que sacarle la polla del culo, no quería terminar ahí.

Me centré en sus labios, en su tan deseada –por mí- barba, y no pude evitar lanzarme a besarlo. Su boca sabía a ron y su aliento olía a vodka. Tras deleitarme un buen rato con su lengua, me incorporé con la intención de introducir mi miembro en aquella boquita. No llevaba ni un minuto follándole la boca cuando noté que iba a correrme. Así que la saqué y vertí todo mi semen alrededor de su barba, pringándola por completo.

Espero, mis queridos y pacientes lectores, que os haya parecido erótica la historia –la primera que escribo de esta índole-. Podéis dejarme un comentario comentándome lo que queráis, que me hará mucha ilusión.

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