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Categoría: En el Trabajo

El disco duro

Eran las 14:00 horas de la tarde, había quedado con la directora del centro donde trabajaba para mirar un ordenador de la sala de informática que tenía problemas con el disco duro.

Estaba exhausto tras varias horas de clase, pero era nuevo y quería quedar bien con la jefa, así que subí las escaleras hasta el segundo piso, cansado, rabioso, pero abnegado. Entré, la sala estaba oscurecida por ventanas tintadas, pero entraba la luz suficiente para trabajar. Allí estaba ella, una mujer fuerte, robusta, ojos brillantes y claros, con una dulce sonrisa y una voz envolvente.

Me dejé embargar, no sé lo que fue, su presencia, su perfume, su tono, sus pechos, su mirada, ella comenzó a hablarme del ordenador, pero yo estaba ido, no sabía que fui a hacer allí, señalaba un teclado y hablaba suave y firme a la vez. Entonces, en su mano brilló una sortija con la tenue luz del sol, seguía hablando, pero yo no entendía lo que decía, sentía un calor que subía desde mi pene hacia el resto del cuerpo, solo veía hablar a aquellos labios gruesos, turgentes y la temperatura me subía, así como mi miembro, a pesar de mi cansancio y del brillo de su anillo. Y mi boca empezó a salivar más de lo habitual, mis pulmones exigían más aire, el calor me quemaba todo el cuerpo, el oxígeno no llegaba a mi cerebro, me sentía embriagado, mi erección era palpable solo con mirar, pero ella seguía hablando…

Entonces sucedió, miré sus labios y me hipnotizaron, me obligaban a besarlos, humildemente obedecieron y acerqué mi boca a la suya, instintivamente retrocedió sorprendida para a continuación acercarse y besarme con pasión, yo le agarré por las manos y la apreté contra mí, entonces fácilmente se zafó y me propinó un bofetón, yo estaba empalmado, atónito, alucinado, mi cara enrojeció del golpe, pero ella volvió a acercar su mano para acariciarme, y entonces sucedió, la besé nuevamente, su otra mano tocó mi pene, nos besamos y mientras, me desabrochaba los pantalones, cuando ya estaba fuera mi miembro, bajó y arregló mi disco duro con sus hermosos labios, sus suaves y pequeñas manos, y sus habilidades naturales, hasta que me corrí en su boca.

Recogió, se limpió y me dejó allí descompuesto, sintiendo que había sobrevivido a un tsunami, enganchado a sus labios y manos, deseando que se volvieran a romper los ordenadores y ella me llamara para arreglárselos.
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